Un asunto canallesco
Según Burton, al día siguiente de regresar a Inglaterra, el capitán Speke se vio tentado de pasar por la sede de la Royal Geographical Society y poner en marcha una nueva exploración. Habiendo yo supuesto que aguardaría a mi llegada a Londres antes de aparecer en público, llevaba muy atrasado mi proyecto.
Aunque se trata de una curiosa distorsión de lo que sucedió en realidad, es una versión que, en términos generales, sería aceptada por todos los historiadores.
En realidad, el 8 de mayo de 1859, el día en que desembarcó en Inglaterra, Speke había reservado una habitación en el Hotel Hatchett en Piccadilly, y no tuvo que pensar en si debía ponerse en contacto o no con la RGS, pues ya se había filtrado la noticia de dónde iba a alojarse. Sin necesidad de hacer nada, recibió una nota del Dr. Norton Shaw invitándolo a asistir al día siguiente a la reunión mensual de la RGS en Whitehall Place. Speke respondió aceptando asistir «al discurso de mañana». Sabiendo que la discusión se centraría en el Nyanza, escribió con más cautela de la que había mostrado hasta entonces: «Creo muy firmemente que el Nyanza es una fuente del Nilo, si no la principal». Shaw sabía por otras cartas anteriores de Speke que había sido él, más que Burton, hombre con mucho menos aguante, el responsable de hacer todas las observaciones científicas y los mapas de la expedición y el que había visitado por su cuenta el Nyanza. Por este motivo, parece que fue Shaw el que decidió que la llegada de Speke antes que Burton ofrecía a la RGS una oportunidad que había que aprovechar. Así pues, llevó a Speke a la casa del secretario designado de la RGS, Clements Markham —antiguo oficial de la marina, viajero y periodista ocasional—, en Belgravia, para poder discutir en confianza entre los tres lo que había que hacer. El resultado, en palabras de Markham, fue el siguiente: «Hablamos de toda la cuestión durante algún tiempo, y al día siguiente fui con él [Speke] a ver a sir Roderick […], [que] enseguida lo hizo subir». Puede que Speke lograra manipular a Shaw y a Markham para que organizaran una entrevista con sir Roderick Murchison, el presidente de la RGS, pero parece mucho más verosímil que los dos miembros de la institución decidieran por su cuenta que valía la pena que Speke se encontrara con sir Roderick lo antes posible.
Sir Roderick Murchison.
En cualquier caso, el día 9, Speke se reunió con Murchison, le mostró su mapa del Nyanza, y le dijo que el río Kivira era un afluente del Nilo Blanco. «Sólo tengo que decir que sir Roderick aceptó inmediatamente mi tesis», escribe Speke, y añade lleno de gozo que las palabras del presidente de la RGS al despedirse fueron: «Speke, tenemos que enviarle otra vez allí».
Burton llegó al muelle de Southampton el 20 de mayo, y luego se quejaría de que, al llegar, se encontró que «ya lo habían hecho todo por mí. O mejor, contra mí. Mi compañero estaba ante mí con su verdadera cara como un rival airado». ¿Pero realmente estaba airado Speke? Y además, ¿«ya lo habían hecho todo contra». Burton? El 19 de mayo —en cuanto se enteró de que la llegada de Burton a Southampton era inminente—, Norton Shaw pidió a Speke que preparara un informe para la reunión ordinaria de la RGS a celebrar el 23 del corriente. Speke contestó con un espíritu más cortés que airado:
Si se necesita un informe geográfico para ilustrar mi mapa, estaré encantado de escribir uno, desde luego. Al mismo tiempo, creo que no sería justo con el capitán Burton, al mando de la expedición, que yo tocara ningún aspecto que no se refiriera enteramente a esa cuestión específica, especialmente porque sé que Burton ha trabajado mucho observando y obteniendo gran cantidad de materiales relacionados con las maneras, costumbres y recursos productivos de todo el territorio atravesado por la expedición.
Indudablemente Speke quería una expedición para él solo, y no es de extrañar teniendo en cuenta que Burton había estado enfermo las tres cuartas partes del tiempo y le había impedido explorar a fondo el lago Tanganica y la parte norte del Nyanza. Burton afirmaría luego que Speke decidió volver a África sin él sólo porque Laurence Oliphant —un joven escritor de libros de viaje y crítico de talento, miembro del comité de la RGS— le había llenado la cabeza de pájaros durante la semana en la que la casualidad los hizo coincidir a bordo del Furious, de la Marina de Su Majestad, durante la travesía de Adén a Suez. Naturalmente Speke no necesitaba que Oliphant le alertara de su incompatibilidad con Burton ni de la necesidad de ser dueño de su propio destino en el futuro. De hecho, cuando salieron de Kazeh, Speke había escrito a su hermano Edward sugiriéndole que fuera a Uganda con él.
Pero independientemente de lo que Speke quisiera para sí, no hay testimonios solventes de que en el momento en el que Burton llegó a Londres el 21 de mayo los jefazos de la RGS hubieran tomado ya a escondidas la decisión de enviar a Speke a África sin su antiguo compañero, como Burton aseguraría más tarde. Desde luego a finales de mayo Speke se había reunido ya con sir Roderick Murchison, que había dicho que deseaba enviarlo de nuevo a África al frente de su propia expedición. Sin embargo, las decisiones de este tipo no las tomaba el presidente, a pesar de la considerable influencia que tenía, sino el Subcomité de Expediciones. En efecto, un mes después de que regresara Burton, Speke y él fueron convocados para que se presentaran ante dicho comité a defender las propuestas, recientemente presentadas por escrito, de llevar a cabo sendas expediciones a África por separado. No cabe duda de que Laurence Oliphant, que formaba parte de este comité de tres miembros, había contado a sus colegas que mientras Speke y él habían navegado a bordo del Furious, el joven explorador le había hablado de lo poco que le gustaba su antiguo jefe, y que ello hacía que fuera imprescindible invitarle a él y a Burton a presentar dos propuestas diferentes de expedición a África oriental, para que el comité juzgara cuál de ellas merecía su apoyo.
Burton escribió: «Yo iba retrasado con mi proyecto. Consistía en entrar en África por tierras somalíes o desembarcando en la ciudad árabe de Mombas [sic], desde donde podría fijarse con facilidad la vertiente suroriental de la cuenca del Nilo». En realidad, ese «retraso» no tendría nada que ver con el subsiguiente rechazo del itinerario que propuso. Tres años antes él mismo había declarado que viajar al interior de África desde Mombasa era demasiado peligroso, y su huida por los pelos de Somalilandia hacía que esta ruta alternativa resultara igualmente poco grata a la RGS. Irremediablemente las lamentables condiciones físicas de Burton habrían contribuido a disuadir a cualquiera de enviarlo a otro viaje a África, de consecuencias verosímilmente fatales. Su futura esposa, Isabel, lo describía a su regreso en los siguientes términos: «[estaba] parcialmente ciego […] seco como un esqueleto, la piel de un color amarillo parduzco le colgaba en bolsas, tenía los ojos saltones y los labios separados de los dientes». Un breve paseo por el Jardín Botánico solía acabar, decía, teniendo que llevárselo «casi desfallecido en un coche de punto».
Speke, por otra parte, tenía muy buena salud y su propuesta de volver al Nyanza por la ruta que ya había explorado y marchar siguiendo la orilla oeste del lago hasta Uganda y el río Kivira agradó al comité, que la encontró más realista. Pero aunque los planes de Burton eran totalmente impracticables, su afirmación de que la traición de Speke le había impedido embarcarse en una misión viable se repetiría en tres de sus libros, en la biografía de su esposa y luego sería reproducida por la mayoría de sus biógrafos. No resulta fácil aminorar la potencia acumulativa de esta queja de traición repetida una y otra vez. Hasta el solitario biógrafo de Speke recurre a ella. Nadie se ha resistido a seguir la línea del sarcástico geógrafo y promotor de la eugenesia, Francis Galton, y ver a Speke como «el sólido británico convencional», considerado preferible por personajes poco imaginativos de la minoría dominante como Murchison, que indudablemente habría desconfiado de «Dick el Rufián» por considerarlo «un hombre de genio y gustos excéntricos, orientalizado en su carácter y totalmente bohemio». Lo cierto es que esos académicos habrían apoyado a Burton incondicionalmente si hubieran pensado que era probable que resultara ganador en África. Pero cuando Burton se sentó ante la mesa bien barnizada del comité en Whitehall Place frente a Laurence Oliphant y sus colegas más venerables, estaba tan enfermo y sus argumentos fueron tan poco convincentes, que ni siquiera pudo ofrecer una fecha aproximada de comienzo de su viaje. Su biógrafo más reciente, y también el más perspicaz, ha calificado justamente su propuesta como «la última tirada a la desesperada que hace un jugador de dados cuando sabe que se le ha acabado la racha».
Dos días después de este encuentro tan incómodo, Burton tuvo que soportar otro. Como jefe de la expedición fue condecorado con la medalla de la RGS delante de un numeroso público de caballerosos geógrafos y viajeros. Una ocasión muy feliz, habría pensado cualquiera, pero como sir Roderick Murchison dedicó la mayor parte de la charla previa al acto de premiación a elogiar al capitán Speke y no al capitán Burton, su público se quedó con la extraña impresión de que, si bien Burton tenía derecho a la medalla como jefe de la expedición, quien en realidad había hecho el trabajo había sido Speke. «Un elemento notable de la expedición es el viaje del capitán Speke desde Unyanyembe hasta el gran lago interior llamado Nyanza», comentó Murchison, poco antes de llamar la atención de Burton sobre «el papel importantísimo desempeñado por su colega, el capitán Speke, en el curso de la expedición africana capitaneada por usted». El geógrafo de cabellos grises ya había hablado con anterioridad del gran valor de las observaciones de Speke acerca de la latitud y la longitud. Esos desagradables recordatorios de todo lo que tenía que agradecer a su «subordinado» obligaron a Burton a rendirle él también tributo. No volvería a hacerlo nunca más.
Al capitán Speke [reconoció Burton] se deben los resultados geográficos a los que ha hecho usted alusión en términos tan halagadores. Mientras yo me ocupaba de la historia y la etnografía […] sobre el capitán Speke recayó la ardua tarea de delinear la topografía exacta y de marcar nuestra posición mediante observaciones astronómicas, labor para la cual a veces el impávido Livingstone no se sintió capacitado.
No obstante, al cabo de un año, Burton escribiría en el prólogo de su libro The Lake Regions of Central Africa lo siguiente:
No podía esperar gran cosa de su ayuda; no era un lingüista —desconocía tanto el francés como el árabe— ni un hombre de ciencia, ni un observador astronómico preciso […] Durante la exploración desempeñó actividades subordinadas, y […] no estaba capacitado más que para desempeñar actividades subordinadas.
Finalmente Burton afirmaría que todo el mérito de la expedición era exclusivamente suyo:
Encabecé la caravana más desordena imaginable hasta el corazón del África intertropical y logré descubrir el lago Tanganica, y la parte sur de lo que ahora se llama lago Victoria Nyanza […] Mis esfuerzos facilitaron así la entrada de ulteriores expediciones, que no tuvieron más que seguir mis pasos.
Para tratarse de un hombre que había tenido que ser llevado en litera la mayor parte del tiempo y que no había hecho ninguna observación científica, era una afirmación muy fuerte.
A finales de 1859 tres motivos de discrepancia distintos habían atizado los rescoldos del desagrado mutuo hasta convertirlo en odio. El primero tenía que ver con lo que se debían uno a otro desde el punto de vista financiero, el segundo surgió con la publicación de los últimos diarios de Speke, y el tercero vino desencadenado por la diferencia de criterios sobre el pago de los porteadores africanos que los habían acompañado. Los dos exploradores regresaron a Gran Bretaña en mayo, y todavía en julio Speke al menos seguía comportándose con su compañero con bastante consideración. Cuando tanteó por primera vez a un editor de Edimburgo, John Blackwood, Speke le explicó que deseaba que sus diarios aparecieran en el Blackwood’s Magazine (una de las publicaciones preferidas de los oficiales del ejército de la India) y no en forma de volumen, pues no quería sacar un libro suyo antes de que Burton publicara su magnum opus. «Por ningún concepto y de ninguna manera me pondría yo en contra suya», insistía. Tampoco escribiría Speke nada ofensivo acerca de Burton en el texto de los diarios publicados, que aparecerían en dos números consecutivos del Blackwood’s Magazine correspondientes a los meses de septiembre y octubre. No podía esperar que Burton reaccionara de manera hostil, pues antes de que aparecieran publicados dijo a Burton que esperaba que sus diarios «resultaran útiles a él y a sus escritos».
Pero a la hora de la verdad estos dos números de la revista, aparentemente inocuos, irritaron sobremanera a Burton. «Contenían —escribiría más tarde—, afirmaciones absurdas que todos los lectores podían detectar. Un [dibujo en forma de] herradura o de peluca de canciller, de unos mil ochocientos metros de altura y casi trescientos kilómetros de profundidad, se prolongaba más allá del ecuador y se llamaba pomposamente “montes de la Luna”. Y el lago Nyanza era desplazado unos doscientos kilómetros más al norte de donde se situaba originalmente según las informaciones de los árabes». Naturalmente, la localización que atribuía Speke a los montes de la Luna en un semicírculo al norte del extremo septentrional del lago Tanganica (esto es, casi cuatrocientos kilómetros más al sur de su verdadera posición) separaba dicho lago del Nilo, pero como cuando navegaron por él habían encontrado a numerosos informadores que les aseguraron enfáticamente que el río situado en la punta más septentrional del Tanganica no salía del lago, sino que desemboca en él, la relación entre el Tanganica y el Nilo había quedado ya hecha trizas. En sus Lake Regions, Burton replicaba situando sus montes de la Luna al norte del Nyanza de Speke, aislándolo así del Nilo, por simple espíritu de contradicción, y dando la impresión de que era más probable que el Tanganica, y no el Nyanza, fuera la fuente del Nilo. Y ello pese a la opinión expresada anteriormente por el propio Burton a Norton Shaw en el sentido de que el Nyanza era seguramente «la fuente del principal afluente del Nilo Blanco».
La afirmación de Burton, por lo demás cierta, de que Speke había situado el Nyanza en el mapa demasiado al norte sacó de quicio a este último porque, mientras estaban en África, su excompañero había estado en posesión de un estudio de un misionero austríaco, Ignatius Knoblecher, acerca de sus viajes al sur de Gondokoro, en el cual se explicaba que el citado emporio y su misión estaban a unos trescientos cincuenta kilómetros al norte del Nyanza. Speke dijo lleno de irritación a Norton Shaw: «[Burton] no debería haberme dejado traer aquí mi mapa sin avisarme de que había inundado con mi lago el emplazamiento de la misión». Y escribió indignado al propio Burton en los siguientes términos: «Sólo puedo decir que para la geografía es increíblemente lamentable que no me dijera usted nada [al respecto]». Burton no intentó ni siquiera disculparse negando haber leído el libro de Knoblecher. Había querido dejar en ridículo a Speke y lo había conseguido.
Otro golpe a las relaciones aparentemente amistosas entre los dos excompañeros vino de la diferencia de opinión acerca de cuándo exactamente habría debido pagar Speke su parte de las deudas de la expedición, al margen de las mil libras originalmente asignadas por el gobierno británico. A mediados de junio se ofreció a pagar la mitad de cualquier suma que al final se debiera a los acreedores, pero sólo después de que Burton presentara una solicitud para que el gobierno de Bombay les reembolsara el dinero. En el momento en el que la solicitud fuera denegada, él pagaría su parte. Burton se irritó mucho ante aquella táctica dilatoria —o lo que él creía tal—, pero no se decidió a presentar una solicitud de reembolso al gobierno de Bombay hasta finales de marzo del año siguiente. La negativa no llegó hasta varios meses después y el hermano de Speke, Ben, pagó la deuda por Jack, que ya había zarpado rumbo a África.
La discusión sobre si habría habido que pagar algo a los porteadores de la expedición y a otras personas que habían prestado servicios para ella cuando los dos exploradores habían regresado a Zanzíbar suscitó más encono que la cuestión de las deudas que tenían uno con otro. La cosa se enredó todavía más debido a la intervención del capitán (y finalmente general) Christopher P. Rigby, que había sucedido al coronel Hamerton como cónsul británico en Zanzíbar, y había sido el único rival de Burton en la India como lingüista excepcionalmente dotado de la Compañía de las Indias Orientales. Nunca se podrá probar si Rigby tenía envidia de Burton o no, pero desde luego sentía aversión por él y cuando se enteró de que a Speke le pasaba lo mismo se creó un fuerte vínculo entre los dos.
Burton sostenía que a los doce soldados beluchos que les había proporcionado el sultán Majid no se les había dado «ninguna paga regular, pues eran servidores del príncipe». A cada uno se le había entregado «un adelanto» de veinte dólares de María Teresa; y cuando se les contrató, se les hizo creer (y son palabras de Burton) que había «perspectivas de remuneración a su regreso». Burton se negó a pagarles esa «remuneración» debido a su «mala conducta notoria», manifestada por ejemplo en desobedecer las órdenes que se les daban y desertar durante breves períodos. Habida cuenta de las penalidades y los peligros de los viajes por África, pocos habrían sido los porteadores que hubieran cobrado algo si las negativas ocasionales a continuar la marcha o las ausencias periódicas hubieran sido óbice para cobrar su paga después de meses de durísimo trabajo.
Esa fue desde luego la línea que adoptó Speke cuando escribió a Rigby en nombre de los guardias beluchos y del resto de los porteadores y demás criados. «A los beluchos, le dije [a Burton] repetidamente, habría que pagarles algo». El sultán de Zanzíbar se mostró de acuerdo y dio a estos hombres dos mil trescientos dólares (equivalentes a cuatrocientas sesenta libras). Speke adoptó la misma postura con los diez esclavos de rango superior, cuyo propietario, Ramji, había sido «desvalijado». Ramji había cobrado trescientos dólares de adelanto, y luego Burton se había negado a pagar nada más por los once meses adicionales que estos hombres habían estado con él. En su opinión, habían sido «los más alborotadores del grupo». Speke discrepaba, tanto en este caso como en el del jeque Said bin Salim, el jefe de la caravana, que había cobrado del coronel Hamerton quinientos dólares de anticipo y había tenido de él la promesa de que «si escoltaba a los caballeros hasta el Gran Lago del interior y los traía sanos y salvos de vuelta a Zanzíbar, sería generosamente recompensado». Speke había entendido que Said habría cobrado mil dólares y un reloj de oro. Uno de los motivos que adujo Burton para no pagar a Said bin Salim ni un penique más fue que se había negado a ir con Speke al Nyanza. En realidad, Burton le había prohibido hacerlo. Burton acusó también a Said de negligencia y falta de honradez, pero Speke lo consideraba injusto y de hecho nombró a Said jefe de la siguiente caravana que llevó a África. Según Speke, la escandalosa mezquindad de Burton con Said se debía a que había descubierto que le había mentido al decirle que era de sangre real. Como buen esnob que era, Burton había visto en este engaño una ofensa horrorosa. «Fue realmente un asunto canallesco», afirmaba Speke, que estaba tan enojado que proporcionó a Rigby la munición necesaria para presentar una denuncia a la Secretaría de Estado de la India.
La brecha entre los dos exploradores se hizo insalvable cuando Burton se enteró a primeros de febrero de 1860 de que las funestas cartas de Speke al cónsul Rigby a propósito de las pagas no percibidas por los porteadores habían sido suministradas por Rigby a la Secretaría de Estado de la India. En su momento invitarían a Burton a responder a las alegaciones hechas por Rigby diciendo que no había pagado a sus hombres. Las explicaciones que adujo no fueron aceptadas y, al poco de recibir la amonestación oficial, Burton hizo saber a Speke que no deseaba seguir comunicándose con él directamente.
El verdadero carácter de Speke queda de manifiesto en una nota que escribió a Burton el 16 de abril de 1860, poco antes de abandonar Inglaterra. Dado lo peligroso que iba a ser su viaje, Speke sabía que aquella podía ser la última oportunidad que tuviera de poner fin a su disputa. Los dos habían venido tratándose últimamente uno a otro de usted y llamándose «señor», pero Speke volvió a utilizar la forma más amistosa de dirigirse a él que siempre había usado:
Mi querido Burton:
No puedo marcharme de Inglaterra dirigiéndome a ti con tanta frialdad como has hecho tú hasta ahora en tu correspondencia, especialmente cuando has accedido a alcanzar un arreglo amistoso en lo tocante a las deudas que tengo contigo.
La respuesta original de Burton ya no existe, pero sí se conserva el borrador a lápiz que escribió en el margen de la carta conciliatoria de Speke. La deuda, reconocía, había quedado satisfactoriamente saldada, y a continuación añadía: «Sin embargo no puedo aceptar su ofrecimiento de tratarnos con menos frialdad en nuestra correspondencia y cualquier otro tono me resultaría enormemente desagradable. Para usted soy señor […]». Si Burton envió o no esta respuesta tal como la redactó en un principio no se sabrá nunca. Su carrera como explorador había acabado y lo consumía el odio hacia el hombre que había ido con él a África como «subordinado» suyo y ahora lo había suplantado y eclipsado. Con el paso de los años aprovecharía cualquier oportunidad que se le presentara de ridiculizar y socavar las teorías geográficas y los logros de Speke.