Un verdadero sinvergüenza
Cuando Richard Burton llegó a Inglaterra en 1855 tras recibir un permiso por enfermedad, los dos volúmenes de su Personal Narrative of a Pilgrimage to El-Medinah and Meccah estaban en las librerías y gozaban de ese tipo de prensa que generalmente hace que se conozca bien a un autor de por vida. Pero las circunstancias distaban mucho de la normalidad, pues el interés de la opinión pública se centraba en la guerra de Crimea y el cólera, el hambre, la disentería y la incompetencia del estado; elementos que, juntos, estaban acabando con la vida de más soldados británicos que el propio enemigo. Gran Bretaña y Francia estaban en guerra con Rusia para defender a una Turquía amenazada y sus intereses en el Mediterráneo oriental. Aunque Burton había regresado de África marcado de por vida por una notable cicatriz en el rostro, quería marchar para combatir. Ese patriotismo no justificaba plenamente todo su ardor.
Acababa de recibir una severa reprimenda del nuevo gobernador británico de Adén, el general William Coghlan, por su «temeridad e irresponsabilidad» como jefe de la expedición de Somalia. Burton temía que el informe de Coghlan pudiera frustrar sus aspiraciones de regresar a África, y pensó que si pasaba un tiempo en Crimea tal vez lograra que el gobierno de Bombay lo viera con otros ojos más favorables. Lo mejor que pudo conseguir fue un puesto en la Beatson’s Horse, una anárquica brigada de soldados irregulares turcos. Sin embargo, antes de que pasaran tres meses, durante los cuales Burton no entraría en acción, él y los demás oficiales británicos de la unidad no pudieron impedir que sus indisciplinados hombres (turcos, sirios y albanos) se enfrentaran a sus aliados, las tropas francesas. El general Beatson fue obligado a presentar la dimisión, y Burton, que era su jefe de estado mayor, no tuvo más remedio que seguir los pasos de su superior. Sin embargo, en aquel momento aparentemente desastroso, la suerte acudió en su ayuda de una manera harto curiosa e inesperada.
El doctor James Erhardt, un misionero colega del Dr. Krapf y de Johann Rebmann, envió el mapa de un enorme lago centroafricano con forma de babosa al secretario de la Church Missionary Society (CMS, «Sociedad Misionera de la Iglesia»), quien a su vez lo entregó a la Royal Geographical Society, donde fue estudiado y analizado en las reuniones celebradas a finales de noviembre y comienzos de diciembre de 1855, justo cuando Burton acababa de regresar a Inglaterra. Aunque la opinión general de los geógrafos era que el mapa en cuestión (trazado de acuerdo con los testimonios de los traficantes de esclavos árabo-swahilis) unía erróneamente un lago del sur con otro lago, o tal vez dos, situado más al norte, las implicaciones que podía tener para la búsqueda de las fuentes del Nilo eran electrizantes. Como Burton conocía al secretario de la RGS, el Dr. Norton Shaw, estaba perfectamente al corriente de los proyectos que preparaba la sociedad, de modo que gozaba de una posición sumamente favorable para ser el primero en solicitar la gestión de una nueva expedición a África oriental. De hecho, la carta con la solicitud de Burton llegó a la sede de la RGS dos días antes de que su Comité de Expediciones decidiera, el 12 de abril de 1856, enviar una misión de exploración «para comprobar […] los límites del lago o mar interior […] [y, a ser posible,] determinar las fuentes originales del Nilo Blanco». Cuando Burton volvió a ponerse en contacto por escrito con la sociedad, una semana después de la reunión del comité, era evidente que ya había sido informado en secreto de que la RGS estaba dispuesta a apostar por él. En cualquier caso, lo cierto es que se sentía lo suficientemente seguro para discutir con los miembros de la sociedad sobre una cuestión fundamental: debía ir solo o acompañado. Burton prefería lo segundo, pues «no sería inteligente que el éxito dependa de una sola persona […] Por lo tanto, propongo que me acompañe el teniente Speke del ejército de Bengala».
Si Speke hubiera tenido la ocasión de enterarse de que Burton había pronunciado su nombre como primera opción para la gran empresa en aquel momento histórico, habría quedado más que sorprendido. Pero estaba aislado en Crimea, en aquellos momentos destinado en Kertch en calidad de segundo al mando del contingente turco del 16.º Regimiento de Infantería. Pero, como dijo a un amigo por aquel entonces, la guerra no le interesaba y «moría por regresar e intentarlo de nuevo [en el Nilo]», aunque tenía serias dudas de que le dieran otra oportunidad. Tanto era así que, cuando recibió de Norton Shaw la buena noticia, estaba ya planeando una expedición de caza en los montes del Cáucaso.
Aunque seguía dolido por las acusaciones de cobardía y el robo de sus especímenes, Speke aceptó la invitación de Burton sin vacilar. Como bien sabía, su antiguo comandante «no sabía nada de observaciones astronómicas, de geografía física o de reunir especímenes y muestras de historia natural», por lo que estaba convencido de lo valiosos y necesarios que iban a ser sus conocimientos prácticos.
No es fácil determinar qué pensaban estos dos hombres el uno del otro antes de que comenzara su segundo viaje. Esto se debe al hecho de que, una vez concluida la misión, todo lo que escribieron (que no fue poco) está impregnado del resquemor provocado por su drástica ruptura. La versión de Burton de por qué eligió a Speke como acompañante resulta harto sospechosa:
La historia de nuestra relación es simplemente la siguiente: como en 1855, en Berbera, habíamos padecido juntos tantas penalidades desde el punto vista personal y económico, pensé que debía ofrecerle la oportunidad de intentar adentrarse de nuevo en África. Esa fue la única razón. No podía esperar que me fuera de gran ayuda; él no era un lingüista —no sabía ni árabe ni francés— ni un hombre de ciencias; tampoco era un buen observador astronómico.
Sus palabras se contradicen de plano con el posterior reconocimiento de Burton de que Speke poseía «muy buen ojo, increíblemente agudo, para el país, una característica en absoluto habitual ni siquiera en el observador profesional». Resulta, por supuesto, inconcebible que Burton hubiera elegido a alguien como acompañante en el viaje más importante de su vida por el simple hecho de que el individuo en cuestión había tenido mala suerte anteriormente. De haber habido un hombre mejor cualificado, Burton habría optado por él sin vacilar. Pero Speke tenía mucho que ofrecer. Incluso después de romper su amistad, Burton seguiría sintiéndose obligado a elogiar las «nobles cualidades de energía, arrojo y perseverancia» de Speke, y a alabar sus conocimientos de «geodesia», demostrados por su manera de utilizar un reloj, el sol y una brújula para determinar la posición de los diversos elementos geográficos en un mapa. Burton también sabía que Speke era capaz de calcular la posición de la Luna en relación con otras estrellas para establecer la longitud de un lugar concreto, lo cual resultaba sumamente útil. Pero lo que más le había impresionado de Speke tal vez fuera la manera en la que este logró escapar de lo que parecía una muerte segura. Esta hazaña exigía una excelente forma física y una voluntad inquebrantable.
Pero, al margen de estas cualidades, ¿qué pensaba Burton de su antiguo camarada como persona? Ni que decir tiene que Jack Speke no era un hombre tan cultivado como él, pues no había estudiado en la universidad, no había escrito ningún libro y tampoco dominaba un gran número de lenguas extranjeras. Aunque habrían podido costear la matrícula de su hijo en una de las principales escuelas privadas, los padres de Speke optaron por ponerlo interno en un colegio bastante mediocre de Barnstaple, a unos ochenta kilómetros de su finca de Somerset. Como muchos de sus coetáneos en escuelas famosas, Speke se esforzaba muy poco, se saltaba a menudo las clases y prefería las actividades en el campo al estudio de las lenguas latina y griega. Aunque sus travesuras de la adolescencia no pueden compararse con los amoríos de Burton durante la juventud, los dos compartían una importante experiencia formativa, pues ambos habían crecido en el seno de un hogar donde la madre era la que llevaba los pantalones.
Aunque era rico y patriarca de una familia propietaria de tierras en Somerset desde los tiempos de los normandos, William, el solitario padre de Speke, se había negado siempre a presentarse a las elecciones de diputado del Parlamento, incluso cuando se lo pidió el primer ministro William Pitt, terrateniente como él y vecino suyo. Todo lo que quería era que lo dejaran en paz para poder encargarse de su finca como habían hecho sus antepasados —amantes también de la vida hogareña— durante generaciones y generaciones. Esta familia rural y un poco gris no era precisamente una de la que pudiera esperarse que produjera, de repente, un hombre destinado a desvelar el enigma del corazón de África. Jack era el segundo de los cuatro hijos de William, pero sería el único al que su madre favorecería imponiéndole su apellido de soltera, Hanning, como nombre de pila. De hecho, ella siempre se dirigía a él llamándole «Hanning», su segundo nombre, en lugar de John o Jack. Georgina era una heredera con muchas ambiciones para su familia. En años posteriores, cuando «Hanning» marchó al extranjero, sería ella, y no su esposo, quien mantendría correspondencia en su nombre con el editor favorito de su hijo y con la RGS. En una carta dirigida a John Blackwood, su editor, Speke habla de «alejarse de las faldas de mamá […] [para comenzar] la vida de un vagabundo», dando a entender que su viaje era fruto de la necesidad de escapar del control materno.
La madre de Richard Burton, Martha, igualmente dominante, además de ejercer sobre él una influencia mucho mayor que su padre, de profesión inválido, sentía una fascinación especial por los jóvenes un poco golfos como su medio hermano —otro Richard Burton— que vivía del cuento en el extranjero. Su hijo Richard creía evidentemente que sus propias «aventuras temerarias […] dieron lugar a una alianza secreta entre los dos […] Como todas las madres, ella adoraba al travieso de la familia». Por lo visto, Georgina Speke también admiraba en secreto la espontaneidad de los comportamientos poco convencionales. De las pruebas del primer libro de Speke, Blackwood eliminó un curioso pasaje en el que el explorador daba consejos a un monarca africano para aumentar las probabilidades de dejar preñadas a sus esposas. El joven rey, decía, debía limitar el número de veces que mantenía relaciones sexuales y «reprimir los excesos, pues destruyen el apetito en edad temprana». Speke contaba que en Europa y en otros lugares del mundo había muchos jóvenes que, «debido a la estúpida vanidad que tienen sus madres y niñeras de que sean muchachos precoces, sus venas aumentan de tamaño por un exceso de ejercicio, y al final pierden energía».
La descripción habitual de Speke que hacen los biógrafos de Burton, presentándolo como un tipo aburrido, sin ningún interés por el sexo, queda desmentida por infinidad de pasajes subidos de tono que Blackwood eliminó de las pruebas de sus libros. Speke condena estas censuras, calificándolas de «castraciones». «Si sigues castrándome —diría a Blackwood—, te consideraré más bárbaro que a los propios somalíes». No obstante, uno de los biógrafos de Burton más respetados, Fawn Brodie, afirma que «a los treinta y tres años, Speke era un inhibido y un puritano». En realidad, a los treinta y tres años Speke escribió una carta a un oficial amigo suyo, contando con detalles muy gráficos que las vaginas de las somalíes estaban «cosidas para prevenir cualquier intrusión hasta que el novio decida que ha llegado el momento de consumar el matrimonio».
Un biógrafo dice que Speke acusó a Burton de insinuársele sexualmente. Los testimonios son poco sólidos. Es evidente que Burton estaba poseído por una enorme curiosidad sexual, y probablemente había tenido experiencias homosexuales en la India, pero también había disfrutado de la compañía de numerosas amantes indias, y había amado profundamente a una de ellas. Tampoco perdió de repente el interés por las mujeres durante su estancia en África. Cuando llegó a Adén después del desastre de Berbera, el cirujano oficial de inmigración le diagnosticó una sífilis que le habían contagiado las prostitutas de Egipto. Y el comportamiento de Speke con las africanas de Uganda demostrará que él tampoco carecía de una fuerte inclinación heterosexual.
Burton, con más experiencia y notoriedad como viajero, quería un colega que hiciera siempre lo que le mandaran sin rechistar y que nunca lo pusiera en entredicho. En su viaje a Somalilandia, había quedado gratamente sorprendido por la «apariencia peculiarmente apacible y modesta» de Speke y por la «sencillez casi infantil de su forma de actuar». No descubriría hasta más tarde que detrás de esa imagen tímida de Speke se escondía «un acusadísimo amor propio, casi anormal, que, sin embargo, estaba tan bien camuflado que sólo sus amigos más íntimos podían sospechar de su existencia». Speke vería la anormalidad en otros. Como confesaría a Norton Shaw varios años después, «solía ofenderme con tanto desprecio cuando hablábamos de algo, que a menudo prefería estar callado; Burton es uno de esos hombres que nunca pueden estar equivocados y que jamás reconocerán un error».
Desde el principio, Burton consideró a Jack Speke un tipo dispuesto a correr riesgos como él, alguien que, en vez de regresar a casa de permiso, había preferido viajar solo al Tíbet para cazar osos. La temeridad había arrastrado a Speke hasta Somalilandia, un país sumamente peligroso, como lo era su deseo de ir a la caza de elefantes en Etiopía. Al parecer, los dos compartían el anhelo de escapar de la monotonía propia de una vida cotidiana.
En octubre de 1856, poco después de aceptar la invitación de Burton, tuvo lugar un hecho que cambió la buena opinión que tenía Speke de su líder: en Somalilandia, Burton se había apropiado del diario de su compañero por considerarlo una pertenencia de la expedición, y ahora Speke había visto por fin lo que había hecho con sus anotaciones. El libro de Burton sobre la expedición somalí, First Footsteps in East Africa: or, An Explorations of Harar («Primeros pasos en el Este de África»), fue publicado justo cuando los dos exploradores estaban ultimando los preparativos de su viaje. Contenía un apéndice de treinta y siete páginas, con el ofensivo título de «Diary and Observations made by Lieutenant Speke, when attempting to reach the Wady Nogal». «Diario y observaciones realizadas por el teniente Speke cuanto intentaba llegar al Wadi Nogal». Para mayor insulto, Burton comentaba que, aunque Speke había sido «retenido y perseguido por su “protector” [abban], y [había] recibido amenazas de guerra, de grandes desgracias y de destrucción, su vida nunca corrió peligro». Aún peor, Burton había impreso para los lectores en general (con un pequeño cambio) las palabras de su advertencia a Speke durante el ataque en Berbera que tanto habían disgustado a su compañero: «No des un paso atrás o creerán que nos estamos retirando». Todo el diario había sufrido importantes modificaciones, y luego había sido redactado en tercera persona, pero sin perder su forma de diario, dando a entender claramente que Speke era tan inculto que había sido necesario reescribir por completo su obra, insinuación que más tarde desmentirían los libros maravillosamente amenos del propio Speke. Las obras de Burton, excesivamente largas y de estilo recargado, aunque contienen muchos pasajes excelentes, resultan muy pesadas de leer. Para Speke, escribir no era fácil, pero, a diferencia de Burton, logró conseguir —con la ayuda de sus editores— un estilo narrativo fluido y cautivador escribiendo exactamente como hablaba.
Aunque se puso hecho una furia cuando se publicó First Footsteps in East Africa, Speke ocultó sus sentimientos heridos. Tampoco consideró ni por un momento renunciar a una expedición que prometía hacerlo famoso tanto a él como a su compañero. Incluso cuando su enfado se reavivó tras leer una reseña sobre First Footsteps —que les fue entregada de camino a África—, Speke no dijo a Burton lo que realmente pensaba. Laurence Oliphant, escritor y apasionado de los viajes, miembro del Comité de Expediciones de la RGS y conocido de los dos exploradores, había escrito una crítica del libro de Burton para Blackwood’s Magazine, destacando la manera caballerosa en la que el autor había tratado los diarios escritos por «un explorador tan profesional como el Sr. Speke». Las observaciones de este explorador tan profesional, decía Oliphant, merecían «una crónica de los hechos más exhaustiva y adoptar una forma que las hicieran más interesantes al lector en general».
Speke no era un vanidoso, pero tenía un sentido muy acusado de la dignidad, y este había sido herido por la condescendencia de Burton. Nunca comprendió que aquellos frecuentes bandazos que daba Burton en sus libros y en sus conversaciones, pasando de la sinceridad al cinismo, y viceversa, eran síntomas de una inseguridad y una necesidad de adoptar una actitud determinada, pues temía hacer el ridículo si se expresaba con sinceridad. Un amigo comentaría que a Burton le encantaba «vestirse, y hablar, con la piel del lobo, para parecer más malo de lo que era en realidad». A Speke jamás se le hubiera ocurrido pensar que pudiera tener algún sentido labrarse una reputación con la excentricidad y los excesos, en lugar de otras características más loables. Cuando los dos exploradores llegaron a Zanzíbar, Speke escribió una carta a su madre, de la que sólo conservamos un fragmento en el que dice: «Me gustaría poder encontrar algo más entretenido que contarte que todas estas tonterías sobre un verdadero sinvergüenza». A continuación le comentaba a su madre que dudaba de que Burton hubiera estado realmente en La Meca y en Harar.
Mientras cruzaban el océano Índico a bordo de un vapor rumbo a Zanzíbar, Burton no le comunicó a Speke que se había prometido antes de partir de Inglaterra. Los padres de la joven probablemente no habrían dado su consentimiento al enlace, por lo que el compromiso debía mantenerse en secreto. Pero si Speke hubiera tenido conocimiento de esta romántica noticia, posiblemente habría visto a Burton con mejores ojos. En realidad, el personaje que se había inventado Burton, «Dick el Rufián», se sentía aislado, incluso vulnerable, cuando estaba a punto de comenzar un viaje del que tal vez no lograra regresar. Su madre había fallecido; su hermano estaba de vuelta en Ceilán; y su hermana estaba dedicada a sus hijos y a su esposo. Los padres de las dos mujeres que había amado —una de ellas prima suya— lo habían rechazado por considerarlo un hombre sin dinero ni futuro. Su fracaso en Somalilandia no había contribuido precisamente a aumentar su autoestima, de modo que, a pesar de la buena acogida por parte de la crítica del relato de su viaje a La Meca, sabía que todo su porvenir dependía del resultado de su nueva aventura africana. Así pues, era una especie de bendición que, en aquellos momentos de extrema ansiedad, Burton abrigara nuevas esperanzas en el terreno personal.
En 1850 había conocido a una joven de diecinueve años, Isabel Arundell, que inmediatamente se enamoró de él. No era una muchacha en extremo hermosa, carecía de fortuna y su pertenencia a una familia aristócrata católica difícilmente podría favorecer la carrera del explorador. Pero cuando tuvieron la ocasión de encontrarse de nuevo, en agosto de 1856, decidieron verse con asiduidad, y a comienzos de octubre Burton le propuso matrimonio. Antes de partir para África, entregó a su amada un poema que había escrito, titulado «Fama», que hablaba más de sus ambiciones personales como explorador que del amor que sentía por ella. De hecho, no hay evidencias de que él se enamorara realmente. En los meses venideros no sería precisamente un hombre casto. Pero no cabe la menor duda de que él no había sido amado nunca con tanta intensidad. Por fin había alguien a quien le importaba saber si estaba vivo o muerto, alguien que, si él moría, veneraría su recuerdo; un pensamiento reconfortante que llevar a África.
Así pues, cuando la pareja de exploradores llegó a Zanzíbar el 2 de diciembre, en realidad no se conocían. Burton ignoraba que su compañero seguía dando vueltas a lo de First Footsteps, y Speke no tenía ni idea de las fuertes necesidades emocionales y las inseguridades de Burton. Pero estaban a punto de comenzar una empresa muy peligrosa que la amistad y la comprensión podrían hacer más soportable.