Daosha, Zurich
República Popular de Zurich, zona de liberación de la Liga
Envuelto en el anonimato que le proporcionaba la vasta muchedumbre que se amontonaba en la plaza Fengzilusude, Noble Thayer dio una patada en el suelo para movilizar a la gente. Cathy lo miraba con las mejillas sonrosadas y los ojos resplandecientes. Él le sonrió e hizo un gesto con la cabeza hacia la pared de ladrillos que se encontraba al otro extremo de la plaza.
—Debemos ir con cuidado.
—Claro.
Tras una enorme extensión de losas, más allá de los ’Mechs del regimiento de la Cobra Negra de las Cobras de Cráter mercenarias y las compañías de uniformes verdes de la infantería del Ejército Libertador Popular, Xu Ning exhortaba a la multitud subido en un podio. Frente a él, en rangos de diez personas de largo y veinte de ancho, doscientos políticos dirigentes de Zurich, oficiales de policía, clérigos, literatos, periodistas y artistas se arrodillaban en un silencio abrumador. A todos, sin distinción de sexo, los habían desnudado hasta la cintura y los habían atado de pies y manos. También se les había colgado un trozo de papel con sus crímenes particulares estampados con letras escarlatas.
La multitud estaba demasiado lejos para que pudiera ver, razón por la cual habían colocado en la pared sur un monitor holovisual de treinta metros de altura y cuarenta de anchura que lo aumentaba todo a dimensiones descomunales. El tamaño de Xu Ning era similar al de un BattleMech y el coronel Richard Burr parecía tan rígido y mecánico como los ’Mechs que utilizaban sus Cobras de Cráter. La pantalla, como si fuera un espejo mágico capaz de realzar emociones, también mostraba el temor y la humillación del gentío.
Xu Ning, cuyo grave tono de voz contrastaba con su delgado y tembloroso cuerpo, gesticulaba a los cautivos con aire desafiante.
—Éstos son los agentes de la contrarrevolución. Buscan la perpetuación de la servidumbre de las masas a los señores de los planetas ausentes que nos violan segundo a segundo.
Hanse Davion se apoderó de este mundo hace veintiocho años con la promesa de que nos liberaría de las cadenas que los Liao habían utilizado para oprimirnos. No sólo él mintió, sino que su hijo ha asesinado a un niño inocente para continuar la maldad de su padre.
Dio media vuelta y señaló con la mano derecha hacia la pantalla.
—Miradlos. Mirad a los enemigos del pueblo. Ellos han predicado contra los Liao. Ellos sostienen que son mejores que nosotros, el pueblo. Ellos desafían la revolución porque tienen miedo de que se descubra su verdadera depravación. Su lucha es una lucha para retrasar lo inevitable, para negar el único principio verificable de la realidad, para escapar de los vínculos que nos convierten en uno.
«Ellos no quieren formar parte de lo que constituye nuestra gran sociedad. En nombre de Sun-Tzu Liao, yo soy el otorgador de deseos. Del mismo modo que a vosotros os otorgo el deseo de convertiros en uno con todos vuestros brethren, a ellos les otorgo la liberación del conglomerado humano que nos une a todos. Libertadores, disponeos a cumplir vuestra misión.
Los rangos de los libertadores que había detrás de los prisioneros se pusieron en marcha. Dos soldados de cada compañía se acercaron corriendo al frente, sosteniendo rifles automáticos sobre sus cabezas. Además de los uniformes militares acolchados, lo único que distinguía a los libertadores de sus camaradas era el collar y los puños escarlatas. Fueron veinte los que se apresuraron al podio, cada uno de los cuales se colocó frente a una columna de los enemigos del estado.
—¡Preparados! —gritó Xu Ning.
Los soldados cargaron los rifles mientras los prisioneros gritaban e insultaban.
Cathy se giró hacia Noble.
—Haz algo.
—Apunten.
Los soldados levantaron los rifles a la altura de los hombros. Algunos prisioneros intentaron levantarse, pero sólo consiguieron dar un paso o dos antes de caer al suelo.
—No podemos salvarlos —susurró Noble en un tono áspero, pero el viento se llevó sus palabras consigo— El mundo tiene que ver esto. Están perdidos, pero su sacrificio puede salvar a otros.
—¡Fuego!
Unos destellos luminosos y el latón reluciente de los cartuchos llenó el aire delante del podio. Los disparos se mezclaron con un murmullo que resonó en las paredes y ahogó los gritos de los moribundos. Papeles blancos y cartas rojas se desvanecieron en un océano de sangre. Los cuerpos se retorcían y giraban, chocando unos contra otros y colapsándose en montones de carne despedazada.
Cathy lanzó un chillido y se abrazó a Noble, pero su voz no fue más que otro alarido en medio de los sonidos de indignación y temor que se desprendían de la multitud, un acto de rebeldía que fue acallado enseguida por más disparos. Noble pasó su brazo por los hombros de Cathy y la apretó con fuerza contra su cuerpo, pero no desvió la mirada de la matanza de la plaza ni de su espectacular representación en el mural electrónico.
Se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta y pulsó el botón cuadrado del dispositivo remoto que llevaba escondido.
La imagen del monitor se fundió en un azul brillante, sobre el cual apareció un cuadrado blanco. Mientras las esquinas se redondeaban, un arlequín saltimbanqui ocupó el centro del cuadro. En lo alto de la pantalla apareció una escritura china traducida al inglés en la parte inferior, que decía: «¡Señor, qué tontos son estos mortales!».
En medio del alborozo general y aumentando el volumen mientras los disparos se detenían, una carcajada siniestra y cruel llenó el cuadrado. La carcajada se expandió hasta que todos los espectadores contemplaron incrédulos la imagen del comodín danzante que cubría la pantalla. En la parte derecha, Xu Ning señalaba desesperadamente hacia el monitor holovisual y los oficiales se desplazaban de un lado a otro como si fueran capaces de cambiar lo que estaba ocurriendo.
Esta vez, Noble pulsó el botón redondo del dispositivo.
La carcajada persistió, pero tras un minuto de silencio se volvió a oír la voz:
—«¡Porque ellos han sembrado el viento, serán ellos los que recogerán el torbellino!».
El arlequín, vestido de blanco y negro, esbozó una lenta sonrisa mientras una lágrima de sangre reluciente asomaba con languidez en la comisura de sus labios.
Dos segundos después, cuatro pequeñas explosiones en lo alto de la pantalla quebraron el silencio. La pantalla empezó a temblar y la imagen se onduló mientras el enorme monitor se desprendía de la pared. Mientras caía, más rápido a cada instante, se oyó un grito de triunfo entre la multitud.
Uno de los ’Mechs de las Cobras Negras, un pequeño Commando, levantó las manos para recoger la pantalla, pero el piloto calculó mal la distancia y el monitor le cayó encima y explotó en mil pedazos. El ’Mech, con las manos todavía en lo alto, atravesó la pantalla y emergió por el otro lado. El blindaje de la máquina de guerra se cubrió de chispas y destellos de electricidad. Tras un instante de gloria, la máquina humanoide empezó a tambalearse y cayó de cara al suelo.
El humo de la pantalla se propagó por la plaza, envolviendo los cuerpos ensangrentados.
Noble cubrió los ojos de Cathy y la guio en medio de los espectadores que en aquel momento echaban a correr.
—Tenemos que irnos.
Ella miró por última vez hacia el centro de la plaza.
—Toda esa gente… Ojalá hubiéramos podido hacer algo…
—Ya lo hemos hecho —le susurró—. Ahora descansarán en paz. Nuestra oposición no, y eso ya es bastante reconfortante.