Belsen, Leskovik

Zona de liberación del Clan de los Lobos

Aunque le resultaba difícil ver algo positivo en Ulric Kerensky, Vlad debía admitir que el hombre tenía un gran porte de líder militar. Todavía con el traje refrigerante, los pantalones cortos y las pesadas botas, Ulric se incorporó después de lavarse la cara y se la secó con una toalla. El hecho de que el lavabo provisional se encontrase en el centro de un edificio que los ’Mechs de los Lobos habían reducido a escombros y que el agua emergiese de una tubería desvencijada que había en un rincón parecía no importarle.

Los ojos azules de Ulric centellearon al ver a Vlad.

—Capitán de estrella, la actuación de nuestras tropas ha sido gloriosa, ¿quiaf? —dijo con una sonrisa que estuvo a punto de contagiar a Vlad—. La Novena Guarnición Provisional ha luchado mucho mejor que la Décima en Zoetermeer.

Vlad pasó por encima de una pila de ladrillos y se oyó un ruido de vidrios resquebrajándose bajo su firme paso.

Af, coronel de estrella, pero era difícil que lo hicieran peor, ya que sólo ha utilizado una parte de las fuerzas que le habían permitido.

Ulric hizo un gesto de asentimiento, recogió un poco de agua y se la echó sobre su canosa cabellera.

—Las fuerzas que he utilizado eran suficientes para apoderarse del mundo, ¿quiaf?

Af pero insuficientes para evitar el exceso de víctimas. Un comandante sabio habría reunido más tropas cuando la guarnición se retiró a Belsen. No estábamos preparados para la lucha urbana.

El líder de los Lobos se encogió de hombros.

—Hemos ganado.

—Y han muerto más de los que debían —dijo Vlad, cruzándose de brazos—. Pero ése era su objetivo, ¿quiaf?

—Sí, siempre y cuando obtenga más de lo que ha dado al enemigo —contestó Ulric con una sonrisa que pretendía ser burlona—. Pero su irritación no tiene nada que ver con el número de víctimas, ¿quineg? Usted quiere preguntarme otra cosa, ¿quiaf?

La precisión de las palabras de Ulric sorprendió a Vlad, quien estuvo a punto de negar su pregunta para demostrar al hombre que estaba equivocado. Levantó la cabeza y se llevó las manos a la espalda.

—Usted nos ve a todos los Cruzados como sus enemigos, ¿quiaf?

—Af.

—Y a mí me ve como uno de los peores, ¿quiaf?

—Entre los Lobos, af.

Vlad tomó aliento.

—Entonces, si desea matarnos a todos y yo soy uno de los más peligrosos para usted, ¿por qué no me dejó morir cuando la Estrella de Guarnición me tendió la emboscada?

—La respuesta es sencilla, Vlad —contestó Ulric con voz pausada mientras se llevaba la toalla al cuello—. No estoy dispuesto a perder a mi Phelan en esta invasión.

—¿Qué? —exclamó Vlad al tiempo que sus mejillas se sonrojaban y su larga cicatriz se encendía como un hierro candente—. ¿Por qué dice que soy su Phelan? Él y yo no tenemos nada en común.

—¿No? Los dos son apasionados y están convencidos de su superioridad. Los dos guardan rencor, luchan con ahínco y cuando no se meten en problemas pueden ser inteligentes. En la última invasión, Phelan era de gran valor porque conocía al enemigo. Esta vez es usted el que conoce mejor al enemigo. Usted es mi Phelan contra los Cruzados.

Vlad sacudió la cabeza con violencia. Sabía que no se parecía en nada a Phelan. Aunque la humillación de haber sufrido la derrota en manos de Phelan todavía lo azotaba como un látigo de púas, se negaba a reconocer la superioridad de Phelan en cualquier aspecto. Sin embargo, en aquel pensamiento podía encontrar el primer ápice de resonancia con lo que Ulric había dicho. Ninguno de los dos se comprometería a algo en lo que el otro estuviera implicado.

Pero su mente seguía luchando contra aquella idea. Somos diferentes porque Phelan es un Guardián y en eso está equivocado. Nunca veré las cosas como él y sé que él moriría antes de admitir que tengo razón. Esa diferencia nos separa de por vida.

Ulric prosiguió como si no hubiera advertido el irritado silencio de Vlad.

—Cuando le tendieron la emboscada, apenas informó de la situación. No pidió ayuda, sino que se limitó a exponer lo que había ocurrido a los que venían detrás. Eso es lo que Phelan habría hecho. No lo habría dejado morir como consecuencia de su acción, del mismo modo que tampoco dejé que usted muriera.

—Fue un error eximirme de la sentencia de muerte que transfirió a nuestro destacamento.

—No lo eximí, Vlad, simplemente pospuse el momento de su muerte.

—Tal vez debería agradecérselo, pero eso no conseguirá convencerme de nada.

—Ya lo sé, capitán de estrella, y que sepa que ésa no fue la razón por la que lo salvé —dijo Ulric, sacudiendo la cabeza lentamente—. Lo veré muerto, pero todavía no. Usted y yo tenemos muchos mundos que visitar y muchas muertes que causar antes de que finalice nuestra misión.