Tamar

Zona de ocupación del Clan de los Lobos

Phelan Ward hizo un gesto de asentimiento al Khan Elias Crichell.

—Por favor, sígame, Khan Elias. Lo llevaré al holotanque.

Con la intención de irritar al Khan de los Halcones de Jade, Phelan no hizo esfuerzo alguno por ocultar el tono de satisfacción de su voz. En respuesta, los ojos azules del hombre desprendieron un frío destello que Phelan consideró como una batalla ganada de lo que iba a ser una larga guerra.

Phelan condujo a Crichell a través del laberinto de despachos de las Galaxias Alfa y Beta del Clan de los Lobos, unos despachos que no presagiaban nada bueno. Sobre los escritorios había tazas de café humeante y el agua de los refrigerantes seguía ondulando como si unos fantasmas hubieran estado bebiendo. La tenebrosidad del lugar daba la sensación de que lo habían abandonado a toda prisa, como si se hubiera disparado la alarma de incendios, pero el silencio fantasmal suprimía las posibilidades de cualquier planteamiento.

Phelan veía de reojo que Crichell se sentía incómodo. Aquélla no era la primera vez que el Khan de los Halcones de Jade visitaba el centro de mando y conocía bien el lugar donde habían erigido el holotanque. También sabía que no se dirigían hacia él. De hecho, se estaban alejando y se encaminaban hacia la parte posterior del edificio y los vastos hangares de ’Mechs. Phelan estaba convencido de que Crichell se preguntaba si lo estaba conduciendo a una emboscada que le costaría la vida.

Cuando llegaron a la puerta de incendios roja que conducía al hangar, Phelan la abrió e indicó a Crichell que pasara. El sistema refrigerante del edificio se rendía al aire sofocante del hangar, pero Crichell sudaba incluso antes de atravesar la puerta. Phelan lo siguió de cerca, empujando a Crichell con su cuerpo, y cerró la puerta tras ellos de un golpe.

—Después de usted, mi Khan.

Crichell observó los paneles de lucita ahumada del holotanque, que formaba un enorme óvalo sobre el suelo de ferrocemento del hangar. Las pequeñas luces que rodeaban el local mostraban que estaba operativo, pero desde donde se encontraban no podían ver nada. El espacio que había entre panel y panel creaba un punto de acceso, pero, pese a lo obvio que era, Crichell no osó adentrarse en él.

Ninguna barrera física impedía a Crichell atravesar el espacio que lo separaba del holotanque, pero Phelan sabía que el hombre tendría que hacer un esfuerzo tremendo para dar el primer paso en esa dirección. Bordeando el camino, tanto a nivel de suelo como sobre las diversas pasarelas, se encontraban los miembros del Clan de los Lobos, sin intercambiar una sola palabra y mirando desafiantes a Crichell. Lo observaban con la aversión y la resignación que los guerreros profesionales reservan a alguien que se adentra en una guerra que no tiene razón de ser. Natasha Kerensky se encontraba al frente de todos ellos, junto a la entrada del holotanque, y observaba el avance de Crichell.

Phelan permaneció detrás de Crichell hasta que vio que el sudor empezaba a emerger en la nuca del hombre y movió la cabeza en señal de asentimiento. Tras la señal, todos los Lobos, a excepción de Natasha, dieron la espalda al Halcón de Jade. No dijeron nada, pero los sonidos de los guerreros preparándose para la lucha se apoderaron de lo que antes había sido un vacío mudo. Phelan se colocó frente a Crichell y le indicó que se adelantara.

Tras un momento de vacilación, el Halcón echó a andar hacia el holotanque. Su paso se redujo levemente al alcanzar la posición de Natasha.

—¿Teatro? La vieja Natasha no podía caer más bajo.

Los ojos de Natasha ardieron con furia, pero reprimió sus impulsos.

—La única razón por la que sigue vivo, Elias, es porque la vieja Natasha Kerensky ya merodeaba por la Esfera Interior antes de que usted consiguiera el permiso para conducir un ’Mech. Si me hubiera quedado con los Lobos, ni siquiera a un librenacido le habría gustado reconocer que llevaba su sangre.

La Khan dio media vuelta y se dirigió al holotanque. Crichell se puso rígido y se quedó con la palabra en la boca. Phelan volvió a indicar a Crichell que avanzara y lo siguió hasta colocarse junto a Natasha, al otro lado de la puerta del holotanque.

Crichell miró fijamente al hombre que había en el centro de la sala y se giró hacia Natasha.

—¿Qué es esto? Un Khan sólo negocia con sus iguales.

La Viuda Negra esbozó una cruel sonrisa.

—Entonces tiene suerte de que Ulric se haya dignado a descender a su nivel. Él habla por mí y por los Lobos.

Ulric no le dio la oportunidad de protestar.

—He revisado los datos que envió sobre el mundo en el que desea afrontar ese Juicio de Rechazo. Como defensor de la votación del Gran Consejo, tiene derecho a escoger el lugar que defenderá. Ordenador, visualiza los datos de los Halcones de Jade.

Tras la orden de Ulric, el lúgubre interior del holotanque se impregnó de color mientras los láseres del ordenador proyectaban las zonas de ocupación del Clan de los Lobos y los Halcones de Jade en una imagen tridimensional. Unas esferas de colores luminosos llenaron el depósito. Ulric alzó la mano hacia un mundo ubicado cerca de su corazón y, al tocarlo, lo transformó en una ventana de datos a través de la cual apareció información sobre las tropas.

—Estoy de acuerdo en que Colmar sea el primer campo de batalla.

—Bien —dijo Crichell, asintiendo con la cabeza y sacando pecho—. Discúlpeme, ¿ha dicho el primer campo de batalla?

—Así es.

—Pero el combate de Colmar resolverá el conflicto.

Ulric sacudió lentamente la cabeza.

—Usted y yo sabemos que no. Si usted ganara en Colmar, aunque le aseguro que no será así, los Halcones de Jade romperían la tregua inmediatamente e iniciarían una avanzada hacia la Tierra.

—Nunca haríamos algo así. Es una decisión que debe tomar el ilKhan.

Ulric se agachó y tocó un mundo dorado que había a ras de suelo.

—Me he dado cuenta de que aquí, en Quarell, tiene almacenada una increíble cantidad de municiones, suficiente para que una fuerza del tamaño de una galaxia pueda disputar una batalla en lo que queda de la República Libre de Rasalhague. Eso situaría a sus tropas sesenta años luz más cerca de la Tierra que cualquier otro Clan. Todavía quedarían otros ciento cincuenta años luz espaciales, pero tras haber derrotado a las tropas de ComStar en Rasalhague tendrán vía libre.

El líder de los Lobos se incorporó de nuevo y dio un puntapié a Quarell para cerrar la ventana de datos.

—Tiene la Galaxia Peregrina aquí abajo, ¿quiaf?

—Usted ya no es ilKhan, Ulric. No estoy obligado a responder a sus preguntas sobre las disposiciones de mis tropas —contestó Crichell, estirándose la túnica mientras el sudor oscurecía las axilas de su traje verde. Se giró para mirar a Natasha—. Los detendremos en Colmar y elegiremos a un nuevo ilKhan.

—Que espera ser usted.

—Puede ser.

Ulric se cruzó de brazos.

—Entonces yo desafiaré la elección y tendrá que volver a defenderse.

Crichell frunció el entrecejo, enfurecido.

—¿He juzgado mal a los Lobos?

—Si cree que estamos interesados en el poder, sí —contestó Ulric con una fría sonrisa en los labios—. Soy diez años más joven que usted, Elias Crichell, lo que significa que soy dos generaciones superior a usted en la reproducción, dejando de lado el hecho de que el linaje Crichell es por naturaleza inferior al Kerensky. Yo soy un guerrero, no un político, pero creo que ha olvidado cómo piensa un guerrero, Elias, y, al hacerlo, estoy seguro de que me ha juzgado mal. Al hacerlo, ha juzgado mal a los Lobos, a todos y a cada uno de nosotros.

Crichell echó sus hombros hacia adelante y alzó la vista.

—¿Qué es lo que quiere? Dígame lo que debo concederle, porque veo adonde quiere llegar con todo esto. Si gano en Colmar y me nombran ilKhan, usted me desafiará de nuevo y de nuevo lucharemos. Si gano por segunda vez y reinicio la invasión de la Esfera Interior, usted me desafiará una vez más. Una y otra vez, en cada mundo, a cada momento. ¿Qué es lo que quiere?

—¿Qué es lo que quiero? —repitió Ulric con una mirada distante—. Quiero poner fin a sus esfuerzos por reiniciar la invasión.

—Imposible.

—Entonces quiero que se respete y se mantenga la tregua.

—No es posible.

—Sí lo es —dijo Ulric, alargando la mano para tocar cuatro mundos de la zona de ocupación de los Halcones de Jade—. Lo atacaré en Colmar, Dompaire, Sudaten y Zoetemeer. Después de haberlo derrotado allí avanzaré hacia el norte a través de su zona de ocupación. Para defender su posición tendrá que derrotarme en su zona.

—Y yo lo contraatacaré en su zona.

—Adelante. ¿Para qué servirán nuestros mundos cuando yo haya destrozado sus galaxias?

—¡Me está diciendo que convertirá esta lucha en un Juicio de Absorción!

—No, es un Juicio de Rechazo, un rechazo a que destroce los Clanes. Si los Lobos tienen que perecer para salvar a los demás, que así sea.

El rostro de Crichell se tornó morado.

—Esto es una locura, Ulric, un suicidio.

—Como el suicidio de reanudar la invasión.

—Se equivoca.

—No, Elias, usted está ciego —dijo Ulric, señalando hacia Phelan y Natasha—. Éstos son los dos mejores comandantes que tienen los Lobos y ambos proceden de la Esfera Interior. ¿Por qué son los mejores? Porque, además de ser unos guerreros formidables, son flexibles y sensatos. Hacen planes para conseguir la victoria y consideran las consecuencias de la derrota. Para ellos, la guerra es algo más que ganar suficiente gloria para procrear; constituye la forma de los Clanes y cómo pasar esa forma de vida a las futuras generaciones.

«Cuando Nicholas Kerensky fundó los Clanes, previo la creación de los mejores guerreros de la raza humana. Lo consiguió y el alma de nuestros seres como miembros de los Clanes es el camino hacia nuestra perfección y la perfección de nuestro equipo por encima de todos los demás. La mejora de nuestra capacidad para hacer la guerra se ha convertido, perversamente, en nuestra razón de ser.

»La ventaja que Nicholas Kerensky tenía sobre todos nosotros es una ventaja que comparten Natasha y Phelan. Saben que el propósito de la vida es vivir, no hacer la guerra. Valoran la vida y están dispuestos a luchar por ella y morir por ella. Ésta es la razón de su superioridad como guerreros, la razón de que el ejército de ComStar fuera capaz de derrotarnos en Tukayyid e imponernos su tregua y la razón de que esté dispuesto a utilizar todas mis tropas y todos mis recursos contra usted.

—No puede ganar.

—Usted tampoco.

Natasha dio un paso al frente.

—Phelan, por favor, escolte al Khan Elias fuera de aquí. No ha negociado bien, pero la apuesta ya está hecha. Nosotros decidimos apostar todo lo que el Clan de los Lobos tiene para detenerlo y los Halcones de Jade deben apostar igual de alto, si esperan sobrevivir.