Daosha, Zurich

Marca de Sama, Mancomunidad Federada

Noble Thayer sonrió cuando Ken Fox le dio una palmada en la espalda.

—Agradezco su disposición a alquilarme el apartamento con tanta rapidez, señor Fox, pero no crea que soy un veterano como usted —dijo Noble, pasándose la mano por su pelo negro cortado a modo de cepillo—. El hecho de que lleve el mismo corte de pelo que usted no significa necesariamente que sirviera en las Fuerzas Armadas de la Mancomunidad Federada.

Fox frunció el entrecejo y apoyó las manos en su enorme barriga.

—Un hombre de su edad debería haber servido contra los Clanes, ¿me equivoco?

Noble sonrió y dejó sus dos macutos en el suelo del apartamento.

—Debería haberlo hecho, sí. Cuando oí lo de la invasión, yo vivía en Garrison y fui a alistarme con unos amigos. Tuvimos un accidente de coche por el camino y yo acabé con dos fracturas en la pierna derecha —explicó Thayer mientras se agachaba y se levantaba una pierna del pantalón para enseñarle la cicatriz que le había quedado tras la operación—. Mis amigos entraron en acción y yo en tracción.

Fox hizo un guiño y mordió el extremo de la boquilla de un puro.

—Siempre he odiado que los cirujanos me abriesen para sacarme cosas. Son peores que el enemigo.

El viejo hombre miró a Noble de arriba abajo.

—Así que si no es un veterano, ¿a qué viene el corte de pelo y los macutos? Lo que quiero decir es que al verlo he pensado: «Ahí va un tipo con autodisciplina y porte militar».

La sonrisa de Noble iluminó sus oscuros ojos.

—Nunca me querrían en el ejército con la pierna así. Trabajé de voluntario para la Defensa Civil y descubrí que tenía habilidad para explicar cosas a los jóvenes. Uno de mis encargados tenía un hermano que dirigía una pequeña academia militar en Hyde, la Academia Militar Preparatoria de Stevenson. Puede que haya oído hablar de ella.

Fox se mostró vacilante.

—En fin, me salió una oferta de trabajo y he pasado los últimos tres años enseñando química y ciencia general.

—Pero ¿por qué ha venido a Zurich? Por aquí no tenemos escuelas de ese tipo.

Noble Thayer asintió con la cabeza.

—Eso es lo que me atrajo de este lugar.

—No le entiendo.

—Mi abuelo murió hace unos seis meses y me dejó algo de dinero. Una vez, le dije que quería ser escritor, pero nunca he tenido suficiente valor para sentarme y ponerme a escribir. Este mundo está tan lejos de Hyde que no puedo volver a la seguridad de la enseñanza ni de mi familia. Se trata de ahogarse o nadar.

—Una herencia es un buen chaleco salvavidas, Noble.

—Bueno, sí, también es eso.

—Entonces ¿por qué escogió Zurich?

Noble sacudió la cabeza.

—Quiero escribir novelas de suspense y, en fin, hace un año vi un reportaje holovisual sobre una doctora que se enfrentó y desarmó a un miembro de los Zhanzheng de Guang y decidí que quería… No, que necesitaba ese tipo de atmósfera para escribir.

Fox se echó a reír, moviendo la barriga agitadamente bajo su camisa de franela a cuadros.

—Bueno, aquí tiene toda la atmósfera que quiera, Noble. Éste era el apartamento de la doctora.

—¡No!

—Pues sí. Ha ido a escoger su último mes de contrato —dijo Fox, asintiendo con orgullo—. La doctora Deirdre Lear y su hijo vivían aquí. Ella me pagó para que le guardara el apartamento en caso de que decidiera volver al hospital donde había trabajado. Mi hija cuidaba a David. Recibimos un mensaje de la doctora Lear hace unos dos meses en el que decía que se quedaría en Saint Ivés durante un tiempo. Luego, algunos de sus amigos del Centro Médico de Rencide vinieron a empaquetar sus cosas y las pusieron en el almacén que hay en el sótano. Como lo cerraron con llave, tendrá que esperar a que vengan a llevarse su equipaje. La llave de la otra cerradura de la zona de almacenaje está en su llavero. Sus amigos están esperando una nave que los lleve a Saint Ivés. Debe de haber alguna este mes. Espero que no sea un problema.

—No, de ningún modo. Todo lo que tengo está en esas bolsas —dijo Noble, encogiéndose de hombros—. Es muy confiado al darme la llave de la zona de almacenaje antes de que esté vacía.

Fox hizo un gesto de despreocupación.

—Puedo juzgar a la gente. Usted no es de los que robarían, aunque sí necesitará accesorios para llenar este lugar.

—No debe de ser difícil conseguir una cama, un escritorio y algunas sillas —dijo Noble—. Supongo que también podría comprar un ordenador para escribir, pero no sé si me costará encontrar uno por aquí.

—Sólo es un poco caro, pero nada más. Fabián, mi yerno, podrá conseguirle algo.

—Excelente —dijo Noble, llevándose la mano al bolsillo de su chaqueta y sacando un cheque de mil coronas de la Mancomunidad Federada—. Esto es para el alquiler y la fianza. Lo que sobre puede servir para el alquiler de otros meses. Ya lo discutiremos cuando haga el contrato.

—Me parece bien. Me alegro de tenerlo aquí, Noble —dijo Fox, saliendo por la puerta, antes de detenerse en el rellano y sonreír a su nuevo inquilino—. Yo vivo en el dúplex que hay al otro lado de la calle. Si alguna vez quiere oír algunas de mis aventuras con los Vigésimo Segundos Húsares de Avalon durante la Guerra del 39 contra las Serpientes, le enseñaré unas cicatrices de verdad.

—Yo pondré la cerveza.

—Hecho.

Noble Thayer cerró la puerta y examinó el modesto apartamento. La sala de estar conducía a la cocina y, al final del pasillo, había dos pequeñas habitaciones y un baño completo. Las paredes estaban pintadas de azul cielo y el suelo cubierto de una moqueta azul marino. La decoración era bastante práctica, pero se notaba que los materiales eran baratos y que no durarían mucho.

Cualquier cosa le iba bien. Había llegado a Zurich para escapar de su pasado y encaminar su futuro y había acabado en el apartamento que la doctora Lear había alquilado… Aquello era un golpe de suerte que nunca habría imaginado. Nadie lo creería.

Soltó una sonora carcajada con la esperanza de que Fox no lo oyera.

—Éste es el primer día del resto de tu vida, Noble Thayer. Habrá que esperar que esta buena fortuna se repita a lo largo de toda tu vida.