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Todos duermen.
Si quisiera huir, ahora sería el momento.
Cassia me dijo en una ocasión que quería escribir un poema para mí. ¿Pasó del principio? ¿Con qué palabras lo concluyó?
Ha llorado antes de quedarse dormida. He alargado la mano y le he tocado las puntas de los cabellos. No se ha dado cuenta. Yo no sabía qué hacer. Me ha entristecido oírla llorar. También he notado lágrimas corriéndome por la cara. Y cuando he rozado a Eli sin querer con el brazo, él también tenía la suya mojada por sus propias lágrimas.
Nuestro dolor nos ha esculpido a todos. Nos han infligido heridas tan hondas como las grietas de un cañón.
Yo siempre veía a mis padres besándose. Recuerdo una vez que mi padre acababa de regresar de los cañones. Mi madre estaba pintando. Él se acercó. Ella se rió y le dibujó una raya de agua en la mejilla. La pincelada relució. Cuando se besaron, ella lo abrazó y dejó que el pincel se le cayera al suelo.
Fue un detalle que mi padre mandara aquel manuscrito a los Markham. De no haberlo hecho, es posible que Patrick no hubiera sabido nunca que había archivistas y no hubiera podido decirme cómo ponerme en contacto con ellos en Oria. Nunca habríamos tenido el viejo calígrafo. Yo no habría aprendido a clasificar ni a realizar intercambios. No habría podido regalar a Cassia su poema de cumpleaños.
No puedo permitir que la muerte de mis padres siga ignorada durante más tiempo.
Procurando no pisar a nadie, voy a tientas hasta el fondo de la cueva. No tardo en encontrar lo que busco dentro de mi mochila: las pinturas que Eli ha reunido para mí. Y un pincel. Mi mano se cierra alrededor de las cerdas.
Abro los botes de pintura y los coloco en fila. Vuelvo a alargar la mano para asegurarme de que tengo la pared delante.
Mojo el pincel y pinto un trazo por encima de mí. Noto gotas de pintura en la cara.
Pinto el mundo y, después, a mis padres en el centro, mientras aguardo a que se haga de día. Mi madre. Mi padre. Los dibujo contemplando una puesta de sol. Dibujo a mi padre enseñando a un niño a escribir. Puede que sea yo. En la oscuridad, no puedo estar seguro.
Pinto el río de Vick.
Pinto a Cassia la última.
¿Cuánto tenemos que mostrar a las personas que amamos?
¿Qué fragmentos de mi vida tengo que desenterrar, labrar y dejar ante ella? ¿Basta con que le haya señalado el camino hacia la persona que soy?
¿Tengo que explicarle cuánta envidia y amargura sentí a veces en el distrito por lo distinto que era? ¿Cómo me habría gustado ser Xander o cualquier otro de los chicos que seguirían estudiando y tendrían al menos una oportunidad de que los emparejaran con ella?
¿Tengo que hablarle de la noche que di la espalda a los otros señuelos y solo me llevé a Vick y a Eli? ¿A Vick porque sabía que nos ayudaría a sobrevivir y a Eli para aliviar mi culpa?
Tengo que decirle la verdad, pero ni tan siquiera me la he dicho a mí.
Empiezan a temblarme las manos.
El día que murieron mis padres estaba solo en la meseta. Vi el ataque aéreo. Después, corrí a buscarlos. Esa parte es cierta.
Cuando vi los primeros cadáveres, tuve náuseas. Vomité. Y luego vi que algunas cosas habían sobrevivido. No personas, sino objetos. Un zapato. Una ración de comida intacta, envuelta aún en papel de aluminio. Un pincel limpio. Lo cogí.
Ahora lo recuerdo. El hecho sobre el que me he mentido desde el principio.
Después de recoger el pincel, mirar alrededor y ver a mis padres muertos en el suelo, no traté de llevármelos. No los enterré.
Los vi y eché a correr.