Capítulo 42

Cassia

La caminata es lenta y ardua; todos resbalamos, nos caemos y volvemos a levantarnos, una y otra vez. Cuando encontramos una cueva lo bastante grande para que quepamos los cinco, ya estamos cubiertos de barro. La barca no cabe. Tenemos que dejarla en el camino y oigo el martilleo de la lluvia en su cubierta de plástico. No hemos conseguido llegar a la cueva de las muchachas que bailan; esta cueva es minúscula y está sembrada de piedras y desperdicios.

Por un momento, nadie es capaz de hablar debido al cansancio. Tenemos las mochilas junto a nosotros. Mientras la mía parecía hacerse más pesada con cada paso que daba en el barro, he imaginado que tiraba comida, agua, incluso escritos. Lanzo una mirada a Indie. La primera vez que nos dirigimos a la llanura, yo estaba enferma. Ella cargó con mi mochila durante casi todo el camino.

—Gracias —le digo.

—¿Por qué? —Parece sorprendida, recelosa.

—Por llevar mis cosas la primera vez que pasamos por aquí —especifico.

Ky alza la cabeza y me mira. Es la primera que lo hace desde nuestro enfrentamiento en el caserío. Me reconforta volver a ver sus ojos. En la penumbra de la cueva, son negros.

—Deberíamos hablar —dice Hunter. Tiene razón. Lo que todos sabemos, pero nadie ha dicho, es que no hay sitio para todos en la barca—. ¿Qué vais a hacer?

—Yo voy a buscar el Alzamiento —responde Indie de inmediato.

Eli niega con la cabeza. Aún no lo sabe y sé muy bien cómo se siente. Los dos queremos unirnos a los rebeldes, pero Ky no se fía de ellos. Y, pese a todo lo que ha sucedido con el mapa, sé que Eli y yo seguimos confiando en él.

—Yo aún pienso ir en busca de los labradores —dice Hunter.

—Podrías seguir sin nosotros —observa Indie—. Pero nos ayudas. ¿Por qué?

—Yo fui el que rompió los tubos —responde—. De no haberlo hecho, es posible que la Sociedad hubiera tardado más en perseguiros. —Aunque solo nos lleva unos años, parece mucho más sabio. Quizá sea por tener una hija, o por vivir en una tierra tan dura; o puede que también hubiera sido así en la Sociedad, con una vida fácil y cómoda—. Además —añade—, mientras nosotros llevamos la barca, vosotros cargáis con nuestras mochilas. Ayudarnos a salir de la Talla nos conviene a todos. Después, cada uno podrá irse por su lado.

Ky no dice nada.

Oigo cómo cae la lluvia fuera y pienso en uno de los papeles que me dio en el distrito, el fragmento de su historia que decía: «Cuando llueve, me acuerdo». Yo también prometí acordarme. Y recuerdo la vez que me sugirió que intercambiara los poemas. No trató de persuadirme para que me deshiciera del poema de Tennyson, pese a saber que también lo tenía, y pese a saber que quizá me ayudaba a descubrir el Alzamiento. Las decisiones de qué intercambiar y qué hacer con lo que había encontrado me las dejó a mí.

—¿Qué es lo que no soportas del Alzamiento, Ky? —le pregunto en voz baja. No deseo hacer esto delante de todos; pero ¿acaso tengo opción?—. Tengo que decidirme. Y Eli también. Nos vendría bien que explicaras por qué lo odias tanto.

Ky se mira las manos y recuerdo el dibujo que me dio en la Sociedad, donde aparecía sosteniendo las palabras «madre» y «padre».

—Nunca vinieron a ayudarnos —responde—. Con el Alzamiento, rebelarte solo trae muerte para ti y tus seres queridos. Los que sobreviven nunca vuelven a ser los mismos.

—Pero a tu familia la mató el enemigo —objeta Indie—. No el Alzamiento.

—No me fío de ellos —dice Ky—. Mi padre se fiaba. Yo no.

—¿Y tú? —pregunta Indie a Hunter.

—No estoy seguro —responde—. Han pasado muchos años desde la última vez que los rebeldes vinieron a nuestro cañón. —Todos, Ky incluido, nos inclinamos hacia delante para escucharlo—. Nos dijeron que habían conseguido infiltrarse en todas partes, incluso en Central, y volvieron a intentar convencernos de que nos uniéramos a ellos. —Sonríe un poco—. Anna no dio su brazo a torcer. Llevábamos generaciones siendo independientes y era partidaria de seguir así.

—Ellos son los que os mandaron los panfletos —dice Ky.

Hunter asiente.

—También nos mandaron el mapa que estamos utilizando. Esperaban que cambiáramos de opinión y fuéramos a buscarlos.

—¿Cómo sabían que descifraríais el código? —pregunta Indie.

—Es el nuestro —responde Hunter—. A veces lo usábamos en el caserío cuando no queríamos que un forastero se enterara de lo que decíamos.

Mete la mano en su mochila y saca una de las linternas frontales. Ya es noche cerrada fuera de la cueva.

—Conocían el código porque algunos de nuestros jóvenes se habían marchado para unirse a ellos. —Hunter enciende la linterna y la deja en el suelo para que podamos vernos las caras—. Los labradores nunca nos unimos al Alzamiento en bloque, pero, de vez en cuando, lo hacían algunos de nuestros jóvenes. Yo mismo me marché una vez con esa intención.

—Ah, ¿sí? —pregunto, sorprendida.

—No llegué a hacerlo —responde Hunter—. Cuando alcancé el río de la llanura, di media vuelta.

—¿Por qué? —pregunto.

—Catherine. —Hunter tiene la voz ronca—. La madre de Sarah. Entonces no era la madre de Sarah, por supuesto. Pero Catherine no habría podido irse nunca del caserío y decidí que no podía dejarla.

—¿Por qué no podía irse?

—Iba a ser la próxima líder —responde—. Era la hija de Anna y era idéntica a ella. Cuando Anna muriera, habríamos celebrado una votación para aceptar o rechazar a su hija mayor como líder y todos habríamos aceptado a Catherine. Todos la queríamos. Pero murió al alumbrar a Sarah.

La luz de la linterna frontal nos ilumina las botas embarradas y deja nuestros rostros sumidos en la oscuridad. Lo oigo sacar algo de su mochila.

—Anna te abandonó —digo, pasmada—. Te abandonó a ti y abandonó a su nieta…

—Tuvo que hacerlo —me interrumpe—. Tenía más hijos y nietos, y un caserío a su mando. —Se queda callado—. Ya ves por qué somos reacios a juzgar el Alzamiento con demasiada dureza. Los rebeldes quieren el bien mayor de su grupo. No podemos culparlos cuando nosotros hacemos lo mismo.

—Es distinto —dice Ky—. Vosotros estáis aquí desde los inicios de la Sociedad. Las rebeliones vienen y van.

—¿Cómo huisteis hace tantos años? —pregunta Indie con interés.

—No huimos —responde Hunter—. Dejaron que nos fuéramos.

Mientras narra la historia, se repasa las líneas azules de los brazos con una tiza que ha sacado de su mochila.

—Debes recordar que, en esa época, la gente elegía a la Sociedad y sus controles como una forma de evitar un futuro episodio de calentamiento y ayudar a eliminar las enfermedades. Nosotros no la elegimos y por eso nos marchamos. No formaríamos parte de la Sociedad y, por tanto, no nos beneficiaríamos de sus ventajas ni de su protección. Cultivaríamos la tierra, nos autoabasteceríamos y guardaríamos las distancias, y los funcionarios nos dejarían en paz. Lo hicieron durante mucho tiempo. Y si alguna vez venían, los interceptábamos.

»Antes de que los exterminaran, los habitantes originales de las provincias exteriores solían venir a nuestro cañón en busca de ayuda. Explicaban que los habían enviado lejos de su tierra por amar a quien no debían o querer una ocupación distinta. Algunos venían para quedarse con nosotros y otros para realizar intercambios. Después de la época de los comités seleccionadores, nuestros libros y escritos habían adquirido un valor increíble. —Suspira—. Siempre ha habido gente como los archivistas. Estoy seguro de que aún la hay. Pero nos quedamos aislados cuando los pueblos se deshabitaron.

—¿Qué adquiríais vosotros? —pregunta Eli—. Lo teníais todo en los cañones.

—No —responde Hunter—, no lo teníamos. Las medicinas de la Sociedad siempre eran mejores, y había otras cosas que necesitábamos.

—Pero, si todos vuestros escritos eran tan valiosos —pregunta Eli—, ¿cómo pudisteis dejaros tantos?

—Son demasiados —responde Hunter—. No podíamos llevárnoslos todos. Muchos labradores arrancaron páginas o cogieron libros enteros. Pero era imposible llevárselo todo. Por eso he tenido que sellar la cueva para esconder lo que queda. No queríamos que la Sociedad pudiera destruirlo o llevárselo si lo encontraba.

Termina de repasarse las líneas de los brazos y se dispone a meter la tiza en su mochila.

—¿Qué significan las marcas? —pregunto, y él se queda con la tiza en la mano.

—¿Qué te parecen a ti?

—Ríos —respondo—. Venas.

Hunter asiente, interesado.

—Parecen las dos cosas. Puedes imaginar que son eso.

—Pero ¿qué son para ti? —pregunto.

—Telarañas —responde.

Muevo la cabeza, desconcertada.

—Cualquier cosa que conecta —dice—. Cuando las dibujamos, solemos hacerlo juntos, así. —Alarga la mano y me roza los dedos. Yo casi retiro el brazo de la sorpresa, pero me refreno. Hunter se dibuja una línea en los dedos, pasa a los míos y traza otra por mi brazo, con suavidad.

Se aparta. Nos miramos.

—Luego tú continuarías la línea —dice—. Te dibujarías todo el cuerpo. Después, tocarías a otra persona y empezarías una línea nueva. Y así sucesivamente.

«Pero ¿y si la línea se interrumpe? —deseo preguntarle—. ¿Como cuando tu hija murió?»

—Si no hay nadie más —continúa Hunter—, hacemos esto. —Se levanta y apoya las manos en la pared de la cueva. Imagino que la presión abre una serie de diminutas grietas en la arenisca—. Te conectas con algo.

—Pero a la Talla le da lo mismo —arguyo—. A los cañones les da lo mismo.

—Sí —admite Hunter—. Pero aun así estamos conectados.

—He traído esto —digo con timidez mientras meto la mano en mi mochila—. He pensado que a lo mejor lo querías.

Es el poema con el verso que ha utilizado para la tumba de Sarah. El que dice «por junio un viento con dedos avanza». Lo he arrancado del libro.

Hunter coge la hoja y lo lee en voz alta:

Cayeron como copos,

cayeron como estrellas,

como pétalos de rosa

cuando de pronto por junio

un viento con dedos avanza.

Se queda callado.

—Se parece a lo que nos pasaba en los pueblos —dice Eli—. La gente moría así. Caía como estrellas.

Ky apoya la cabeza en las manos.

Hunter sigue leyendo.

Perecieron en el pasto desarraigado,

nadie pudo hallar el lugar exacto

pero Dios puede convocar cada faz

en su lista de abolidos.

—Algunos creíamos en otra vida —dice—. Catherine creía, y Sarah también.

—Pero tú no —afirma Indie.

—No —admite—. Pero nunca se lo dije a Sarah. ¿Cómo podía quitarle eso? Ella lo era todo para mí. —Traga saliva—. La abracé hasta que se quedaba dormida todas las noches, todos los años de su vida. —Las lágrimas le corren por las mejillas igual que en la biblioteca de la cueva. Como entonces, las ignora.

—Tenía que separarme poco a poco —prosigue—. Levantar el brazo. Sacar la cara del hueco de su cuello; retirarme de forma que mi respiración ya no la despeinara. Lo hacía despacio para que, cuando saliera de la habitación, ella no supiera que me había ido. La acompañaba hasta que el sueño venía a buscarla.

»En la Caverna, creí que rompería todos los tubos y luego moriría en la oscuridad —añade—. Pero no pude hacerlo.

Vuelve a mirar la página y lee el verso que grabó en la lápida de Sarah.

—«De pronto por junio un viento con dedos avanza» —dice, casi canta, con voz triste y dulce. Se levanta y mete la hoja en su mochila—. Voy a ver si sigue lloviendo —añade, y sale de la cueva.

Cuando Hunter vuelve a entrar, todos se han quedado dormidos salvo Ky y yo. Lo oigo respirar, al otro lado de Eli. Estamos muy apretados en la cueva y me sería fácil alargar la mano y tocarlo, pero me refreno. Es extraño, realizar juntos este viaje cuando hay tanta distancia entre nosotros. No puedo olvidar lo que ha hecho. Ni tampoco puedo olvidar lo que hice yo. ¿Por qué lo clasifiqué?

Oigo que Hunter se echa cerca de la entrada y me arrepiento de haberle dado el poema. No era mi intención causarle dolor.

Si yo muriera aquí y alguien tuviera que grabar mi epitafio en la piedra de esta cueva, no sé qué querría que escribiera.

¿Qué habría elegido mi abuelo?

«No entres dócil»

O

«Con mi Piloto espero tener un franco encuentro»

Mi abuelo, que me conocía mejor que nadie, se ha convertido en un misterio.

También Ky.

De pronto, pienso en la vez del cine en la que sintió aquel dolor tan hondo que ninguno de nosotros conocía y todos nos reímos mientras él lloraba.

Cierro los ojos. Amo a Ky. Pero no lo entiendo. Él no me abre su corazón. Yo también he cometido errores, lo sé, pero estoy cansada de perseguirlo por cañones y llanuras y de tenderle la mano solo para que me la coja algunas veces pero no otras. Quizá sea ese el verdadero motivo de que sea un aberrante. Quizá ni siquiera la Sociedad podía predecir su conducta.

«¿Quién lo incluyó como una de mis posibles parejas?» Mi funcionaria fingió que lo sabía, pero no era así. Decidí que ya no importaba: yo había elegido amarlo, yo había decidido ir a buscarlo, pero la pregunta vuelve a acosarme.

«¿Quién pudo ser?» He pensado en Patrick y Aida.

Y entonces se me ocurre otra idea, la más asombrosa, improbable y creíble de todas: «¿Pudo ser Ky?».

No sé cómo habría podido hacerlo, pero tampoco sé cómo logró Xander introducir las notitas en los compartimientos de las pastillas. El amor cambia lo que es probable y hace posible lo improbable. Trato de recordar qué dijo Ky en el distrito cuando hablamos del proceso de emparejamiento y del error. ¿No dijo que daba igual quién hubiera incluido su nombre mientras yo lo amara?

Nunca he sabido toda su historia.

Es posible que el único modo de protegernos sea revelando únicamente partes de nuestra historia. La historia completa puede parecer una carga demasiado pesada, se trate de la historia de la Sociedad, de una rebelión o de una sola persona.

¿Es eso lo que Ky piensa? ¿Que nadie quiere conocer su historia completa? ¿Que su verdad pesa demasiado para cargar con ella?