Ky
Veo primero a Cassia y después a Hunter detrás de ella, y sé que he perdido. Aunque el mapa se queme, Hunter puede explicarle dónde encontrar el Alzamiento.
Cassia me arrebata el mapa, lo arroja al suelo y lo pisotea para apagar las llamas. Los bordes se rizan y se desprenden reducidos a negras cenizas, pero la mayor parte del mapa se salva.
Cassia se va con los rebeldes.
—Ibas a ocultármelo —dice—. Si Hunter no hubiera vuelto, nunca habría sabido cómo encontrar la rebelión.
No respondo. No hay nada que decir.
—¿Qué más escondes? —me pregunta vacilante. Recoge el mapa del suelo. Lo sostiene con cuidado. Como los poemas en la Loma—. Me has mentido con lo del secreto de Xander, ¿verdad? ¿Cuál es?
—No te lo puedo decir.
—¿Por qué no?
—No es mío —digo—. Es suyo. —No es solo egoísmo lo que me impide revelarle el secreto de Xander. Sé que se lo quiere contar él. Se lo debo. Él conocía mi secreto, mi condición de aberrante, y jamás se lo contó a nadie. Ni tan siquiera a Cassia.
Esto no es un juego. Él no es mi adversario ni Cassia es el premio.
—Pero esto —dice Cassia, con la vista clavada en el mapa—, esto es una posibilidad. Ibas a dejarme, dejarnos, sin la opción de elegir.
La tela quemada ha dejado un olor acre en la casa. Advierto, con un escalofrío, que Cassia me mira como haría un clasificador. Baraja datos. Calcula. Decide. Sé lo que ve: al chico del terminal con la lista de la Sociedad desplazándose por la pantalla. No al que estuvo con ella en la Loma ni al que la abrazó en la oscuridad del cañón bajo la luna.
—¿Dónde está Indie? —pregunta.
—Ha salido —respondo.
—Iré a buscarla —dice Hunter. Sale y Cassia y yo nos quedamos solos.
—Ky —dice ella—, esto es el Alzamiento. —Su voz se tiñe de entusiasmo—. ¿No quieres formar parte de algo que podría cambiarlo todo?
—¡No! —exclamo, y ella se aparta como si la hubiera golpeado.
—Pero no podemos pasarnos la vida huyendo —objeta.
—Yo me he pasado años agazapado —digo—. ¿Qué crees que hacía en la Sociedad? —Comienzo a hablar de forma atropellada y no parezco capaz de parar—. Estás enamorada del concepto del Alzamiento, Cassia. Pero no sabes qué es. No sabes lo que es intentar rebelarte y ver que todos mueren a tu alrededor. ¡No lo sabes!
—Tú odias a la Sociedad —arguye Cassia, mientras sigue echando cuentas, intentando que los números cuadren—. Pero no quieres formar parte del Alzamiento.
—No confío en la Sociedad y tampoco confío en las rebeliones —digo—. No elijo ninguna. He visto lo que ambas pueden hacer.
—¿Qué más hay? —pregunta.
—Podríamos irnos con los labradores —respondo.
Pero creo que ni tan siquiera me oye.
—Dime por qué —me insta—. ¿Por qué me has mentido? ¿Por qué querías decidir por mí?
Su mirada se ha dulcificado y vuelve a mirarme como a Ky, el chico que ama, lo cual, por algún motivo, es incluso peor. Se me pasan por la cabeza todas las razones por las que le he mentido: «porque no puedo perderte, porque estaba celoso, porque no me fío de nadie, porque no me fío ni de mí, porque sí, porque sí, porque sí».
—Tú sabes por qué —digo, con un súbito arrebato de ira. Contra todo. Contra todos. Contra la Sociedad, el Alzamiento, mi padre, yo, Indie, Xander, Cassia.
—No, no lo sé —empieza a decir, pero no la dejo terminar.
—Miedo —digo mientras la miro a los ojos—. Los dos teníamos miedo. Tenía miedo de perderte. Tú también tuviste miedo, en el distrito. Cuando decidiste por mí.
Cassia retrocede. Veo en su cara que sabe a qué me refiero. Tampoco lo ha olvidado.
De golpe, vuelvo a estar en aquella cámara luminosa y sofocante con las manos enrojecidas y un uniforme azul. El sudor me corre por la espalda. Me siento humillado. No quiero que me vea trabajar. Ojalá pudiera alzar la vista para cruzarme con sus ojos verdes y hacerle saber que todavía soy Ky. No únicamente un número.
—Me clasificaste —digo.
—¿Qué otra cosa podía hacer? —susurra—. Me observaban.
Ya lo hablamos en la Loma, pero parece distinto en los cañones. Aquí, tengo la impresión de que jamás conseguiré que me entienda.
—Intenté arreglarlo —dice—. He venido de muy lejos para encontrarte.
—¿Para encontrarme a mí o para encontrar el Alzamiento? —pregunto.
—¡Ky! —exclama. Y se queda callada.
—Lo siento —digo—. Es la única cosa que no puedo hacer por ti. No puedo unirme al Alzamiento.
Lo he dicho.
Cassia parece pálida en la oscuridad de la casa abandonada. Por encima de nosotros, en algún lugar, el cielo gotea lluvia y yo pienso en nieve que cae. Cuadros dibujados con agua. Poesía susurrada entre besos. «Demasiado hermosos para durar.»