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Mientras llueve, me permito imaginar un cuento sobre nosotros. El que escribiría si pudiera.
Ambos olvidaron el Alzamiento y se quedaron solos en el caserío. Se pasearon por las casas vacías. Sembraron en primavera y cosecharon en otoño. Metieron los pies en el río. Leyeron poesía hasta estar ahítos. Se susurraron palabras que resonaron en las paredes del cañón vacío. Sus labios y manos se tocaron siempre que quisieron y tanto como quisieron.
Pero ni tan siquiera en mi versión de lo que debería ocurrir puedo cambiar quiénes somos ni el hecho de que también queramos a otras personas.
No transcurrió mucho tiempo antes de que otras personas aparecieran en sus pensamientos. Bram los observó con ojos tristes y expectantes. Apareció Eli. Sus padres pasaron y, al alejarse, volvieron la cabeza para ver fugazmente a sus queridos hijos.
Y también estaba Xander.
Dentro de la cueva, Eli está despierto, rebuscando entre los escritos con Indie.
—No podemos pasarnos la vida aquí —dice. Parece asustado—. La Sociedad va a encontrarnos.
—Solo un rato más —sugiere Cassia—. Estoy segura de que aquí hay algo.
Indie deja el libro que había cogido y se echa la mochila al hombro.
—Voy a bajar —dice—. Volveré a mirar en las casas por si se nos ha pasado algo. —Me lanza una mirada al salir de la cueva y sé que Cassia se da cuenta.
—¿Crees que han cogido a Hunter? —pregunta Eli.
—No —respondo—. No sé cómo, pero creo que Hunter va a conseguir lo que se propone.
Eli tiembla.
—La Caverna… estaba mal.
—Lo sé —digo. Eli se frota los ojos con la base de la mano y coge otro libro—. Tendrías que descansar más, Eli —añado—. Seguiremos buscando nosotros.
Él mira las paredes que nos rodean.
—¿Por qué no habrán pintado nada aquí? —se pregunta.
—Eli —digo con más firmeza—. ¡Descansa!
Él vuelve a envolverse en una manta, esta vez en un rincón de la biblioteca para estar cerca de nosotros. Cassia procura no enfocarlo con la linterna. Se ha retirado el pelo de la cara y está ojerosa.
—Tú también deberías descansar —digo.
—Aquí hay algo —afirma—. Tengo que encontrarlo. —Me sonríe—. Tuve la misma sensación cuando te buscaba. A veces, creo que cuando busco es cuando soy más fuerte.
Es cierto. Lo es. Adoro esa cualidad suya.
Por eso he tenido que mentirle sobre el secreto de Xander. De no haberlo hecho, ella no habría descansado hasta averiguar cuál es.
Me levanto.
—Voy a ayudar a Indie —le digo. Es hora de saber qué esconde.
—De acuerdo —dice. Levanta la mano del libro y deja que la página que estaba leyendo se pierda y se confunda con el resto—. Ten cuidado.
—Lo tendré —aseguro—. Vuelvo enseguida.
No me cuesta encontrar a Indie. La luz que parpadea en una de las casas la delata, como ella sabía que haría. Bajo por el sendero, que está resbaladizo a causa de la lluvia.
Cuando llego a la casa, primero miro por la ventana. El cristal parece ondularse debido al desgaste y al agua, pero veo a Indie en el interior. Ha dejado la linterna en el suelo y tiene otro objeto luminoso en la mano.
Un miniterminal.
Me oye entrar. Le quito el terminal de la mano de un golpe, pero no consigo cogerlo al vuelo. El aparato cae al suelo, pero no se rompe. Indie respira, aliviada.
—Adelante —dice—. Míralo si quieres.
Habla quedo. Percibo un hondo anhelo en su voz y, por debajo, oigo el rumor del río del cañón. Me pone la mano en el brazo. Es la primera vez que la veo buscar contacto físico y eso me disuade de hacer pedazos el miniterminal contra el suelo de madera.
Miro la pantalla y veo un rostro familiar.
—¡Xander! —exclamo, sorprendido—. Tienes una foto de Xander. Pero ¿cómo? —Solo me lleva un momento deducir lo sucedido—. Le has robado la microficha a Cassia.
—Es lo que ella me ayudó a esconder en la aeronave —dice, sin ningún remordimiento—. Ella no lo sabía. La escondí con sus pastillas y me la quedé hasta que tuve una forma de verla. —Me coge el miniterminal de las manos y lo apaga.
—¿Es esto lo que has encontrado en la biblioteca? —pregunto—. ¿El miniterminal?
Indie niega con la cabeza.
—Lo robé antes de entrar en los cañones.
—¿Cómo?
—Se lo quité al líder de los chicos en el pueblo, la noche antes de escapar. Tendría que haber estado más atento. Todos los aberrantes saben robar.
«No todos, Indie —pienso—. Solo algunos sabemos.»
—¿Saben dónde estamos? —pregunto—. ¿Transmite la posición? Vick y yo nunca estuvimos seguros de lo que hacían estos mini-terminales.
Se encoge de hombros.
—No lo creo. De todas formas, después de lo que ha pasado en la Caverna la Sociedad va a venir. Pero el miniterminal no es lo que quería enseñarte. Solo estaba pasando el rato hasta que vinieras. —Comienzo a reprenderla por haber robado a Cassia, pero ella mete la mano en su mochila y saca un cuadrado de recia tela doblada. Lona.
—Esto es lo que quiero que veas. —Despliega la tela. Es un mapa—. Creo que indica cómo llegar al Alzamiento —dice—. Mira.
Los términos del mapa están en clave, pero conozco el paisaje: el borde de la Talla y la llanura adyacente. En vez de mostrar las montañas a las que se dirigieron los labradores, abarca más parte del río donde murió Vick, que atraviesa la llanura y sigue hacia el sur. Desemboca en una mancha negra donde hay palabras cifradas escritas en blanco.
—Creo que es el mar —dice mientras toca el espacio negro del mapa—. Y estas palabras señalan una isla.
—¿Por qué no se lo has dado a Cassia? —pregunto—. Ella es clasificadora.
—Quería dártelo a ti —dice—. Porque sé quién eres.
—¿Qué quieres decir? —pregunto.
Mueve la cabeza con impaciencia.
—Sé que puedes descifrar el código. Sé que sabes clasificar.
Tiene razón. Sé clasificar. Ya he deducido qué significan las palabras escritas en blanco: «a su casa retorne».
Pertenecen al poema de Tennyson. Señalan el territorio del Alzamiento. Lo han llamado «casa». Y, para llegar, hay que seguir el río en el que la Sociedad arrojó veneno y murió Vick.
—¿Cómo sabes que sé clasificar? —pregunto mientras dejo el mapa y finjo que todavía no lo he descifrado.
—He estado atenta —responde. Y entonces se inclina hacia mí. Sentados así, iluminados únicamente por la linterna, parece que el resto del mundo se haya vuelto negro y yo me haya quedado a solas con ella y su concepto de mí—. Sé quién eres. —Se acerca todavía más—. Y quién deberías ser.
—¿Quién debería ser? —pregunto. No me aparto. Sonríe.
—El Piloto —responde.
Me río y me retiro.
—No. ¿Qué me dices del poema que recitaste a Cassia? Habla de una mujer Piloto.
—No es un poema —dice con vehemencia.
—Una canción —me corrijo—. Las palabras iban acompañadas de música. —Debería haberlo sabido.
Indie exhala, frustrada.
—No importa cómo llega el Piloto ni si es hombre o mujer. La idea es la misma. Ahora lo entiendo.
—Aun así, yo no soy el Piloto.
—Lo eres —dice—. No quieres serlo y por eso huyes del Alzamiento. Alguien tiene que convencerte de que te unas a la rebelión. Es lo que intento hacer yo.
—El Alzamiento no es lo que imaginas —arguyo—. No son unos cuantos aberrantes, anómalos, rebeldes e inconformistas que campan a sus anchas. Es una estructura. Un sistema.
Se encoge de hombros.
—Sea lo que sea, quiero formar parte. Llevo toda la vida pensando en él.
—Si crees que esto va a conducirnos al Alzamiento, ¿por qué me lo das a mí? —pregunto, con el mapa en la mano—. ¿Por qué no se lo das directamente a Cassia?
—Somos iguales —susurra—. Tú y yo. Nos parecemos más que tú y Cassia. Podríamos irnos ahora mismo.
Tiene razón. Me veo reflejado en ella. Siento una compasión tan honda que quizá sea un sentimiento completamente distinto. Empatía. Hay que creer en algo para sobrevivir. Ella ha elegido el Alzamiento. Yo, a Cassia.
Indie lleva mucho tiempo guardando silencio. Escondiéndose. Huyendo. Desplazándose. Pongo mi mano junto a la suya. No le toco los dedos. Pero ella ve las marcas de los míos. Tengo cicatrices por haber vivido aquí que ningún ciudadano de la Sociedad tendría.
Me mira la mano.
—¿Desde cuándo? —pregunta.
—¿Desde cuándo qué?
—¿Desde cuándo eres un aberrante?
—Desde pequeño —respondo—. Tenía tres años cuando nos reclasificaron.
—¿Y quién fue el responsable?
No quiero responder, pero sé que estamos al borde. Es como si Indie se aferrara a la pared de un cañón. Si hago un movimiento en falso, mirará abajo, se soltará y se arriesgará a caer. Tengo que darle un retazo de mi historia.
—Mi padre —respondo—. Éramos ciudadanos. Vivíamos en las provincias fronterizas. La Sociedad lo acusó de estar vinculado a una rebelión y nos trasladaron a las provincias exteriores.
—¿Era un rebelde? —pregunta.
—Sí —respondo—. Y luego, cuando vivíamos en las provincias exteriores, convenció a nuestro pueblo para que se aliara con él. Murieron casi todos.
—Pero aún lo quieres —dice.
Ahora, estoy al borde con ella. Indie lo sabe. Tengo que decirle la verdad si quiero que siga aferrada a la pared.
Respiró hondo.
—Por supuesto.
Lo he dicho.
Su mano está apoyada junto a la mía en los astillados tablones del suelo. Detrás de la ventana, la lluvia bañada por el haz de mi linterna cae en gotas doradas y plateadas. Le toco los dedos con suavidad.
—Indie —digo—. No soy el Piloto.
Ella niega con la cabeza. No me cree.
—Tú lee el mapa —replica—. Entonces lo sabrás todo.
—No —digo—. No lo sabré todo. No sabré tu historia. —Voy a ser cruel, porque, cuando alguien conoce nuestra historia, nos conoce a nosotros. Y puede lastimarnos. Por eso revelo la mía en fragmentos, incluso a Cassia—. Si voy a irme contigo, tengo que saber más de ti. —Miento. Pase lo que pase, no me iré con ella para unirme al Alzamiento. ¿Lo sabe?— Todo empezó cuando escapaste —digo, para animarla.
Me mira, sin saber qué hacer. De pronto, pese a su hosquedad, quiero estrecharla entre mis brazos. No como abrazo a Cassia. Solo como alguien que sabe qué significa ser un aberrante.
—Todo empezó cuando escapé —dice.
Me acerco más para escucharla. Indie habla más bajo que de costumbre mientras hace memoria.
—Quería escaparme del campo de trabajo. Cuando me obligaron a subir a la aeronave, pensé que había perdido mi última oportunidad de huir. Sabía que moriríamos en las provincias exteriores. Entonces vi a Cassia en la aeronave. Aquel no era su sitio, ni tampoco el campo. Había registrado sus cosas y sabía que no era una aberrante.
»Entonces, ¿por qué se había colado en la aeronave? ¿Qué creía que podía encontrar? —Me mira a los ojos mientras habla y sé que dice la verdad. Por primera vez, es completamente franca. Está muy bella cuando no mide sus palabras.
—Más adelante, en el pueblo, oí que Cassia hablaba con ese chico del Piloto, y de ti. Quería seguirte, y esa fue la primera vez que pensé que podías ser el Piloto. Pensé que ella lo sabía pero me lo ocultaba. —Se ríe—. Después supe que no me mentía. No me había dicho que eras el Piloto porque no se había dado cuenta.
—Tiene razón. —Se lo repito—. No lo soy.
Indie niega con la cabeza.
—De acuerdo. Pero ¿qué me dices de la pastilla roja?
—¿A qué te refieres?
—A ti no te hace efecto, ¿verdad? —pregunta.
No respondo, pero ella lo sabe.
—Tampoco me hace efecto a mí —dice—. E imagino que a Xander tampoco. —No espera a que lo confirme o lo refute—. Creo que algunos de nosotros somos especiales. De algún modo, el Alzamiento nos ha elegido. ¿Por qué si no somos inmunes? —Habla con vehemencia y, una vez más, sé cómo se siente. De estar marginados a ser los elegidos: es lo que desean todos los aberrantes.
—Si lo somos, el Alzamiento no hizo nada por salvarnos cuando la Sociedad nos trasladó aquí —le recuerdo.
Me mira con desdén.
—¿Por qué iba a hacerlo? —dice—. Si no somos capaces de encontrar a los rebeldes sin ayuda, no deberíamos formar parte de la rebelión. —Levanta el mentón—. No sé exactamente qué dice el mapa, pero sé que nos indica el camino. Es como mi madre dijo que sería. Ese espacio negro es el mar. Donde están las palabras es una isla. Solo tenemos que ir allí. Y el mapa lo he encontrado yo. No Cassia.
—Estás celosa —digo—. ¿Por eso dejaste que se tomara la pastilla azul?
—No. —Parece sorprendida—. No vi cómo se la tomaba. Se lo habría impedido. No quería que muriera.
—Pero estás dispuesta a dejarla aquí. Y a Eli.
—No es lo mismo —dice—. La Sociedad la encontrará y la llevará de vuelta a casa. No le pasará nada. Ni a Eli tampoco. Es muy pequeño. Debe de haber terminado aquí por error.
—¿Y si no es así? —pregunto.
Me escruta con la mirada.
—Tú ya has abandonado a gente para escapar. No finjas que no lo entiendes.
—No voy a dejarla —afirmo.
—No pensaba que fueras a hacerlo —dice. Pero no se ha dado por vencida—. Por eso, en parte, te di el papelito sobre el secreto de Xander. Para recordártelo, si llegaba el caso.
—¿Para recordarme qué?
Indie sonríe.
—Que, de un modo u otro, vas a formar parte del Alzamiento. No quieres escapar conmigo. De acuerdo. Pero, aun así, vas a unirte a los rebeldes, lo quieras o no. —Coge el miniterminal y yo no se lo impido—. Lo harás porque quieres a Cassia y es lo que ella desea.
Niego con la cabeza. No.
—¿No crees que te convendría ser parte del Alzamiento? —dice, sin rodeos—. ¿El líder, incluso? De lo contrario, ¿por qué te elegiría ella cuando podría tener a Xander?
¿Por qué me elegiría Cassia?
«Posibles ocupaciones: trabajador en una planta de reciclaje, señuelo en los pueblos.
»Probabilidades de éxito: no aplicable a los aberrantes.
»Esperanza de vida: 17. Destinado a morir en las provincias exteriores.»
Cassia argüiría que ella no me ve como lo hace la Sociedad. Diría que su lista no importa.
Y para ella no lo hace. En parte, por eso la amo.
Pero no creo que me eligiera a mí si conociera el secreto de Xander. Indie me dio el papelito porque quería aprovecharse de mis inseguridades con respecto a Cassia y Xander. Pero ese papelito, y el secreto, significan incluso más de lo que ella imagina.
Indie debe de notarme en la cara que lo que ha dicho es cierto. Abre mucho los ojos y casi veo cómo se engranan sus pensamientos: mi reticencia a unirme al Alzamiento. La cara de Xander en la microficha. Su propia obsesión por él y por encontrar a los rebeldes. En el resuelto caleidoscopio de su mente brillante y peculiar, estas piezas componen un cuadro que le muestra la verdad.
—Eso es —dice, con seguridad—. No puedes dejarla ir sola o podrías perderla. —Sonríe—. Porque el secreto es que Xander forma parte del Alzamiento.
Fue la semana anterior al banquete de emparejamiento.
Me abordaron cuando regresaba a casa y me preguntaron:
—¿No estás cansado de perder? ¿No te gustaría ganar? ¿No te gustaría unirte a nosotros? Con nosotros, podrías ganar. —Les dije que no, que había visto cómo perdían y prefería perder a mi manera.
Xander vino a verme al día siguiente. Yo estaba en el jardín, plantando neorrosas en el parterre de Patrick y Aida. Se quedó a mi lado, me sonrió y actuó como si habláramos de algo corriente y cotidiano.
—¿Estás con ellos? —me preguntó.
—¿Con quiénes? —dije. Me enjugué el sudor de la frente. En esa época, me gustaba cavar. No tenía la menor idea de cuánto tendría que cavar más adelante.
Xander se agachó y fingió que me ayudaba.
—Con los rebeldes —respondió en voz baja—. Con la rebelión contra la Sociedad. Han hablado conmigo esta semana. Tú también estás con ellos, ¿no?
—No —respondí.
Xander puso los ojos como platos.
—Pensaba que sí. Estaba seguro.
Negué con la cabeza.
—Pensaba que estaríamos los dos —dijo. Su voz me pareció extraña, desconcertada. Era la primera vez que lo oía hablar así—. Pensaba que tú ya debías de saberlo. —Se quedó callado—. ¿Crees que también se lo han pedido a ella?
Los dos sabíamos a quién se refería. A Cassia, por supuesto.
—No sé —respondí—. Es probable. Nos lo han pedido a nosotros. Debían de tener una lista de gente del distrito con la que hablar.
—¿Qué les pasa a los que dicen que no? —preguntó Xander—. ¿Te han dado una pastilla roja?
—No —respondí.
—A lo mejor no pueden conseguirlas —dijo—. Trabajo en un centro médico y ni siquiera yo sé dónde la guarda la Sociedad. No están con las azules y las verdes.
—O es posible que los rebeldes solo se lo pidan a las personas que no van a delatarlos —conjeturé.
—¿Cómo pueden saber eso?
—Algunos todavía viven en la Sociedad —le recordé—. Tienen nuestros datos. Pueden intentar predecir lo que haremos. —Me quedé un momento callado—. Y han acertado. Tú no los delatarás porque te has unido a la rebelión. Yo no los delataré porque no lo he hecho. —«Y porque soy un aberrante», pensé, pero no lo dije. No quería llamar la atención bajo ninguna circunstancia. En especial, informando sobre una rebelión.
—¿Por qué no te unes a ellos? —me preguntó Xander. Su tono no era de burla. Solo quería saberlo. Por primera vez desde que nos conocíamos, me pareció percibir miedo en sus ojos.
—Porque no creo en la rebelión —respondí.
Xander y yo nunca estuvimos seguros de si los rebeldes habían abordado a Cassia. Y no sabíamos si le habían dado una pastilla roja. No podíamos hacerle ninguna de las dos preguntas sin ponerla en peligro.
Más adelante, cuando la vi leyendo los dos poemas en el bosque, pensé que me había equivocado. Pensé que Cassia tenía el poema de Tennyson porque era un poema del Alzamiento y que yo había perdido la oportunidad de estar con ella en la rebelión. Pero después descubrí que prefería el otro poema. Eligió su propio camino. Y yo me enamoré todavía más.
—¿Estás segura de querer unirte al Alzamiento? —pregunto a Indie.
—Sí —responde—. ¡Sí!
—No —digo—. Lo quieres ahora. A lo mejor aguantas unos meses, unos años, pero tú no eres así.
—Tú no me conoces —aduce.
—Yo sí te conozco —digo. Me acerco hasta casi rozarla y vuelvo a tocarle la mano. Ella contiene la respiración—. Olvídate de todo esto —añado—. No necesitamos el Alzamiento. Los labradores están en alguna parte. Nos iremos todos juntos, tú, yo, Cassia y Eli. A algún sitio nuevo. ¿Qué ha sido de la chica que quería marcharse y perder de vista la orilla? —Le cojo la mano y no se la suelto.
Me mira con expresión de perplejidad. Cuando Cassia me explicó su historia, deduje lo que había sucedido. Indie había explicado la versión de su madre, la barca y el agua tantas veces que había empezado a creérsela.
Pero ahora recuerda lo que intenta olvidar. Que la historia no trata de su madre sino de ella. Después de llevar toda la vida oyendo la canción de su madre, Indie construyó la barca y provocó su propia reclasificación. No consiguió encontrar el Alzamiento. Jamás perdió de vista la orilla. Y, al final, la Sociedad la mandó lejos del mar para que muriera en un desierto.
Sé que sucedió así porque conozco a Indie. Ella no es la clase de persona que se queda mirando mientras otra construye una barca y se hace a la mar sin ella.
Está tan desesperada por encontrar el Alzamiento que no ve nada más. Desde luego, no a mí. Soy incluso peor de lo que cree.
—Lo siento, Indie —digo, y es cierto. Me duele el alma por lo mucho que lamento lo que estoy a punto de hacer—. Pero el Alzamiento no puede salvarnos a ninguno. He visto lo que les pasa a sus partidarios. —Enciendo una cerilla en el borde del mapa. Indie da un grito, pero yo la aparto. Las llamas lamen el borde de la tela.
—¡No! —grita mientras trata de arrebatarme el mapa. Le doy un empujón. Ella mira alrededor, pero los dos hemos dejado la cantimplora en la cueva—. ¡No! —repite. Me empuja y sale de la casa.
No trato de detenerla. Haga lo que haga, intente reunir agua de lluvia o cogerla del río, tardará demasiado. El mapa ya está sentenciado. El aire vuelve a impregnarse de olor a humo.