Ky
—Di las palabras —me pide Eli.
Las manos me tiemblan de cansancio después haber cavado durante horas. El cielo se oscurece por encima de nosotros.
—No puedo, Eli. No significan nada.
—Dilas —me ordena, de nuevo lloroso—. Hazlo.
—No puedo —repito, y dejo el pez de piedra sobre la tumba de Vick.
—Tienes que decirlas —insiste—. Tienes que hacerlo por Vick.
—Ya he hecho lo que he podido por Vick —digo—. Los dos lo hemos hecho. Hemos intentando salvar el río. Es hora de irnos. Él haría lo mismo.
—Ya no podemos atravesar la llanura —observa.
—Nos nos separaremos de los árboles —digo—. Aún no es de noche. Lleguemos hasta donde podamos.
Regresamos al campamento próximo a la entrada del cañón para recoger nuestras cosas. Al envolverlos, los pescados ahumados nos dejan escamas plateadas en las manos y en la ropa. Nos repartimos la comida de la mochila de Vick.
—¿Quieres alguno de estos? —pregunto a Eli cuando encuentro los panfletos que llevaba Vick.
—No —responde—. Me gusta más lo que he elegido yo.
Me meto uno en la mochila y dejo el resto. No merece la pena llevarlos todos.
Eli y yo comenzamos a atravesar la llanura en la penumbra, caminando uno al lado del otro.
Él se detiene y mira atrás. Un error.
—Tenemos que seguir, Eli.
—Espera —dice—. Para.
—No voy a parar —afirmo.
—¡Ky! —exclama—. Mira detrás de ti.
Me doy la vuelta y, en lo que queda de luz diurna, la veo.
«Cassia.»
Aunque esté lejos, sé que es ella por cómo se le enredan los oscuros cabellos con el viento y por cómo está de pie en las rocas rojas de la Talla. Es más hermosa que la nieve.
«¿Es esto real?»
Ella señala el cielo.