No todo el mundo se interesa por la procedencia de los cuentos, y es perfectamente normal —uno no tiene por qué comprender el funcionamiento del motor para conducir un coche—, y tampoco precisan saber las circunstancias que rodean la creación de una historia para leerla con amenidad. Los motores interesan a los mecánicos; la creación de las historias interesa a los académicos, fans y curiosos (los primeros y los últimos son casi sinónimos, pero qué más da). He incluido unas breves notas sobre algunos relatos, los que creía podrían interesar a un lector normal.
Hay Tigres. Mi primera maestra en Stratford, Connecticut, fue la señora Van Buren. Era temible. Supongo que si hubiera aparecido un tigre y se la hubiera comido, yo me habría alegrado. Ya saben cómo son los niños.
El camión del tío Otto. El camión es auténtico, y también la casa; yo inventé la historia, mientras iba conduciendo, para pasar el tiempo. Me gustó, así que dediqué unos días a escribirlo.
El Brazo. El hermano pequeño de Tobby, Tommy, había estado en la Guardia Costera. Estaba destinado allá en el área de Jonesport-Beals, de la larga y accidentada costa de Maine, donde la principal obligación de los guardacostas consiste en cambiar las baterías de las grandes boyas y en rescatar a contrabandistas idiotas que se pierden en la niebla o encallan en las rocas. Allá hay muchas islas, e infinidad de comunidades isleñas, muy unidas. Me habló de una mujer que era la encarnación real de Stella Flanders, que vivió y murió en su isla. ¿Era la isla Pig? ¿Era Cow? No puedo recordarla. Me costaba creerlo. «¿Nunca quiso siquiera cruzar el continente?», le pregunté. «No; dijo que no quería cruzar el Brazo hasta que muriera», explicó Tommy. Yo desconocía el término Brazo, y Tommy me lo explicó. También me contó que los pescadores de langostas tienen una pregunta divertida sobre lo largo que es el brazo entre Jonesport y Londres, y lo mencioné en la historia. Se publicó por primera vez en Yankee como «¿Cantan los muertos?», un título bastante bueno pero después de pensarlo he vuelto al título original.
Bien, no queda más que decir. No sé lo que piensan ustedes, pero yo, cada vez que llego al final, es como si despertara. Es un poco triste perder un sueño, pero todo lo que nos rodea, la realidad, me parece muy interesante, ¿no creen? Gracias por leer mi libro. Espero que hayan llegado sanos y salvos, y que vuelvan otra vez… porque, como dice ese mayordomo divertido en aquel extraño club de Nueva York, siempre quedan historias por contar.
STEPHEN KING
Bangor, Maine