Hay un elemento aterrante en todo objeto natural que no aparece en el lugar adecuado. Wentik experimentó la fuerza de ello mientras permanecía en la oscuridad.
Una mano brotaba de una mesa, y una oreja de un muro. Un laberinto es construido con una compleja fórmula matemática, y sin embargo está alojado en una cabaña destartalada. Un funcionario de segunda me aterroriza, y un hombre intenta pilotar un helicóptero sin hélices. La tierra existe en un tiempo futuro, y sin embargo siento y creo por instinto que me hallo en el presente. La conducta irracional crea un modelo de reacción propio.
¿Qué más me hará este lugar?
Durante unos segundos la oreja del muro fue invisible, luego, conforme los ojos de Wentik fueron adaptándose a la oscuridad, pendió ante él, exasperantemente cerca pero no al alcance. Tal vez se hallara a tres metros y medio del suelo, siendo su tamaño de algo más de un metro de altura.
Volvió a encender la linterna, y experimentó una versión menor de su primer shock de comprensión.
Wentik iluminó la parte de pared inmediatamente próxima a la oreja. Había muy pocas ventanas en ese lado, y sería difícil localizarlo con precisión desde el interior de la cárcel. Wentik estimó que debía de hallarse en el segundo piso del edificio, quizás a cien metros de la esquina noroeste.
La misma curiosidad que había experimentado con la mano, surgida como resultado natural de su primera conmoción, lo llevó a averiguar lo que pudiera al respecto. Existía falta de lógica increíble en ciertos rasgos de la cárcel, aun cuando el edificio cuadrangular, solitario en una llanura estéril y rodeado por cientos de kilómetros cuadrados de rastrojos cortados al rape, era un escenario notablemente apto para una prisión.
…suponiendo que fuera ése el propósito original del edificio, concluyó Wentik la idea para sus adentros.
Con una última mirada a la oreja bien iluminada por su linterna, Wentik se encaminó otra vez hacia la cara sur de la cárcel, y la entrada principal. Sentía frío, francamente y sin atenuantes. Se movió con rapidez.
De nuevo en el interior del edificio, subió el tramo principal de escaleras y dobló la esquina del rellano del primer piso. Ahí había un corto corredor, y lo recorrió hasta el extremo. Una puerta metálica construida con pesadas barras obstruía el camino, pero Wentik la abrió de par en par.
Ahora tenía ante sí el largo pasillo del segundo piso del ala oeste.
Lo examinó, y a su izquierda quedó la serie de puertas de las celdas. Wentik sabía que las celdas, tanto en el piso superior como en el inferior, se hallaban a la derecha del corredor. El detalle constituía una asimetría de diseño que había confundido a Wentik en sus primeros días de vagabundeo por los pasillos.
En el lugar donde había emergido del corredor lateral se hallaba más cerca del extremo sur de la cárcel, por lo que Wentik atravesó el largo pasaje. Se detuvo a ratos y atisbó el interior de algunas de las celdas. El diseño mantenía uniformidad, en la mayoría de los casos. Esa sección de la cárcel no era la que Astourde y sus hombres habían elegido como cuarteles, y todo estaba prácticamente intacto. Las puertas de todas las celdas eran metálicas, provistas de atisbadero y cerradura manejable únicamente desde el exterior. Había dos cerrojos, superior e inferior, y una pesada cerradura embutida. Los goznes, placas de metal toscas y mal diseñadas, estaban en la parte externa de la puerta.
Dentro de las celdas solía haber una o dos literas, nunca más. Pocas celdas tenían acceso a la luz diurna, y en las que lo tenían, las ventanas eran pequeñas hojas de vidrio deslustrado protegidas con una o dos barras de acero. Al parecer había poca planificación en el diseño de las celdas. La única finalidad era un mínimo de espacio y un máximo de incomodidad.
Cuando Wentik estuvo a lo que estimó en cien metros del extremo opuesto del corredor, se detuvo. En algún punto cercano y en la pared externa se hallaba la oreja. Retrocedió unos metros y abrió la puerta de la celda más próxima. La habitación no era distinta a cualquiera del resto.
Recorrió lentamente el corredor, sabedor de que las puertas de las celdas estaban mucho más alejadas de lo que atestiguaba el espacio ocupado. ¿Qué había entre las celdas?
La sexta puerta que probó estaba muy encallada, no cerrada sino retenida como si el marco o la misma puerta se hubieran curvado. Pegó el hombro a la puerta y empujó con fuerza. La puerta chirrió y se abrió.
El interior estaba oscuro. A la derecha de la puerta, en la pared, encontró un interruptor. Se produjo una explosión de luz en la habitación, mucho más brillante que la iluminación de cualquier otra parte de la cárcel. Wentik entró, y examinó la celda.
Con dos excepciones, la celda era como todas las demás que había visto en la cárcel. Las paredes eran de metal pintado de color pardusco, el suelo de cemento estaba sin revestir y el único mobiliario lo constituía una dura litera pegada a una de las paredes.
Lo que hacía excepcional a esta celda era el tamaño —al menos la anchura doble de una celda normal— y la presencia de la máquina que se llevaba buena parte del espacio de la pared opuesta.
La máquina ocupaba toda la altura del muro, llegando hasta cinco centímetros del techo. Relucía tenuemente a la chillona luz de la bombilla, sus lados metálicos deslucidos hasta una intensidad mate. El lado frente a Wentik estaba casi falto de rasgos, simplemente una pared metálica negra.
El científico se acercó a la máquina y puso una mano encima. Para su sorpresa la notó cálida, y vibraba casi imperceptiblemente bajo la punta de los dedos de Wentik.
Se acercó un poco más y comprobó que apenas había espacio para que un hombre de talla mediana se apretara entre el aparato y la pared. Igual que la parte frontal, la lateral no contenía detalles externos notables.
Del mismo modo que había retrocedido ante la aparición de la oreja en la pared, Wentik se encontró rehuyendo de nuevo la aceptación del hecho. Por su mera impresión de funcionalidad, la máquina se convertía en una anomalía. Tanto se estaba acostumbrando a aspectos ilógicos y obviamente sin finalidad que su mente ya empezaba a repudiar lo que sólo unas semanas antes habría sido algo normal en su vida cotidiana y laboral.
¿Una computadora…? ¿Aquí?
Su mente aceptó de inmediato la explicación pese a que al mismo tiempo se negaba en parte a aceptarla.
Wentik retrocedió hasta la puerta de la celda, se apoyó en ella y contempló la máquina.
En la habitación brillantemente iluminada era un factor negativo. Una reticencia de diseño mecánico en contraste con la extrovertida monotonía del resto de la cárcel. Una construcción metálica elaborada lisamente, fuera de lugar en el ruinoso ambiente de la abandonada cárcel. Sin rasgos característicos y silenciosa. Oculta a la vista únicamente por su ubicación caprichosa. Sólida y simétrica, y deliberadamente en un ambiente de duda e irracionalismo.
Wentik se preguntó si Astourde habría conocido la existencia de la máquina.
Se acercó de nuevo al aparato, recordando que él mismo lo había descubierto sólo por azar. Su pista, la oreja del muro, había sido olvidada temporalmente ante la sorpresa del nuevo hallazgo.
Comprimió su cuerpo en el costado derecho de la computadora, entre ésta y la pared de la celda. Al llegar a la pared trasera, la que daba directamente al exterior de la cárcel, Wentik se detuvo. En el reducido espacio resultaba difícil mover la cabeza. Se echó un poco hacia atrás, aflojó los hombros en ángulo con respecto a la pared, y estiró el cuello.
Entre la envoltura de la computadora y la pared había un espacio de algo más de un metro. Wentik se retorció en el rincón y se irguió en ese espacio. Ahí la oscuridad era algo mayor que en el resto de la celda, pues no recibía luz directa de la bombilla del centro del techo.
En ese lado de la computadora había una amplia gama de cuadrantes y medidores. Wentik los atisbó con interés, pero no pudo reconocer ninguno. Junto a ellos había una hilera de interruptores de palanca, todos en la posición ‘down’, y al extremo de ellos había una muesca parecida a una estrella de tres puntas cortada en la pared de la máquina con otro interruptor de palanca que descansaba en la posición neutral.
En la parte superior de la máquina, aproximadamente al nivel de la frente de Wentik, había un enrejado de ventilación. En algún punto detrás del enrejado funcionaba un silencioso ventilador, puesto que Wentik sintió un suave flujo de aire que entraba por la reja al pasar la mano por delante.
Pero la característica más acusada allí era una disposición de palancas, una que salía del costado de la computadora y otra de la pared, y que se unían en el vértice en el espacio intermedio como dos manos agarradas en una prueba de fuerza. El punto en que se encontraban se hallaba a bastante altura sobre el suelo, ambas palancas de aproximadamente setenta y cinco centímetros de largo desde la pared y desde la computadora respectivamente, en un ángulo de sesenta grados con la perpendicular. Wentik podía moverse debajo del punto de contacto sin agacharse.
¿Acaso la palanca externa conectaba de algún modo con la inmensa oreja de la pared exterior?
Wentik estiró el brazo y tocó la articulación de bola en el lugar donde las dos palancas se unían. Estaban férreamente entrelazadas, pero un indicador sobre el lado de la máquina oscilaba misteriosamente. Wentik tocó la palanca interna cerca del punto donde desaparecía en el cuerpo del aparato, y otros indicadores diversos se movieron bruscamente.
Eligió al azar uno de los interruptores de palanca y lo movió hacia arriba rápidamente. Nada sucedió, al parecer. Ninguno de los indicadores se movió, ningún sonido pudo oírse. Seleccionó otro interruptor, que tampoco produjo respuesta.
¿Estaría la máquina en funcionamiento? Suponiendo que sí, ¿tenían alguna función los interruptores? Wentik se agachó, pero no vio inscripciones en lugares cercanos a los interruptores que pudieran dar cierta idea de su función. Su atención cambió al interruptor dentro de la ranura de tres posiciones.
Cuando sus dedos lo tocaron, descubrió que se movía con facilidad. Lo movió directamente hacia arriba, y vio que un pequeño panel cercano se iluminaba. Miró con atención y vio encendidas las letras ‘AA’. Bajó de nuevo el interruptor, y las letras desaparecieron. Movió la palanca hacia abajo y a la derecha, y en otro panel se encendió la letra ‘A’. Volvió a la posición original y la letra se apagó.
Al mover el interruptor hacia abajo y a la izquierda, dos cosas distintas ocurrieron. Un panel se iluminó con las letras ‘BB’ y algo dentro del armario de la máquina y al otro lado del arco de palancas produjo un ruido de silbido agudo. Al cabo de cinco segundos cesó. El panel siguió resplandeciendo.
Wentik empujó el interruptor al punto central, y las letras desaparecieron.
Pasó bajo las dos palancas y observó atentamente la máquina en el punto donde había surgido el ruido.
Casi en el borde superior distinguió una diminuta placa metálica de registro, sujeta al armario de la computadora con un remache de cabeza plana. Lo hizo girar a un lado, y encontró un pequeño compartimiento. En el interior había una larga tira de cable.
Al ver que el extremo había sido separado en dos ramales de punta muy fina, tiró del cable con todo cuidado, lo examinó con atención, pero no observó nada que pudiera haber producido el ruido.
Dejó el cable colgando sobre el costado de la máquina, y volvió con el interruptor. Lo bajó hacia la izquierda, el panel se iluminó, y de nuevo resonó el silbido, esta vez mucho más fuerte. Acercó la oreja a los extremos del cable, y descubrió que el sonido parecía surgir de un punto en algún lugar entre los dos ramales. Estaba a punto de tocar el cable cuando el ruido cesó de repente.
Extendió la mano para mover otra vez el interruptor, pero algo le advirtió que fuera cuidadoso. Volvió a mirar el cable, a continuación lo puso de nuevo en el compartimiento.
Había otra placa metálica cerca de la tapa y Wentik la examinó, forzando los ojos en la mortecina luz.
En la placa grabada se leía:
Companhía Nacional
VOLTA REDONDA
Direct Power Corp SA 2184
Int Pat 41. 463960412 TM Reg’d
S/N GH 4789 Mod 2001
Al cabo de algunos minutos más, en los que Wentik volvió a examinar los diversos indicadores e interruptores, el científico retrocedió encogido junto al costado de la máquina y salió a la parte principal de la celda. Observó el silencioso aparato. El aura de poder contenido y energía desatada de la computadora era tremenda.
Wentik se acercó a la puerta, puso la mano sobre el interruptor de la luz, y contempló la celda una vez más.
Y vio el objeto por primera vez.
En el centro del suelo, aplastado descuidadamente por un tacón en el cemento, estaba la colilla de un cigarrillo de papel negro.