Once

La tarde siguiente, Wentik estuvo a solas en el viejo despacho de Astourde. Estudió los improvisados mapas de los que el hombre le había hablado.

Sólo había cuatro, y la información que Wentik pudo entresacar de ellos fue mínima.

El primero, supuestamente el de mayor valor, le dio una gran desilusión. Se trataba de un mapa a gran escala del Mato Grosso brasileño, y a juzgar por los círculos a bolígrafo que alguien había trazado en el mapa a pequeña escala de la totalidad del territorio de Brasil, era aproximadamente la parte de la jungla en que estaba situada la cárcel.

La escala era amplia; un centímetro representaba seiscientos metros, y sin embargo la información que se podía obtener era prácticamente nula. Era el tipo de mapa que sólo geógrafos o geólogos expertos consultan. Trazado evidentemente a partir de una fotografía de satélite, estaba cubierto de diversos símbolos que indicaban tipos de vegetación selvática, humedad y temperatura en diferentes épocas del año, curvas de nivel (muy espaciadas y tortuosas) y varios ríos y riachuelos. Aparte de eso, nada de nada.

Si la totalidad del Mato Grosso estaba registrada en mapas de tal escala (y así parecía ser, pues el mapa estaba numerado), era obvio entonces que habría miles y miles de cartas como ésa guardadas en algún polvoriento archivo de cierto edificio gubernamental.

Por un instante, Wentik quedó maravillado de la paciencia y determinación de los cartógrafos que habían elaborado la serie.

La segunda carta era un mapa político del continente sudamericano, con los límites actualizados de las naciones y todas las ciudades importantes. Wentik observó cuidadosamente los diminutos caracteres y logró ubicar Pôrto Velho. Por primera vez apreció el asombroso tamaño del continente y cuán introducido en su centro se encontraba él.

El tercer mapa de Astourde era más bien un plano. Mostraba en gran detalle el esquema de la Concentración en la Antártida. Wentik, que conocía el inmenso secreto con que se había construido la Concentración y las complejas medidas de seguridad tomadas antes de que alguna persona fuera trasladada allá, se sorprendió de nuevo ante la manifiesta facilidad con que Astourde pudo acceder a documentos como ése y a los medios para conseguir que él abandonara su trabajo.

El supuestamente último mapa era otro plano, pero diferente en la ocasión pues estaba toscamente trazado a lápiz. Mostraba una extensión amplia con la cárcel en su punto central. En el ángulo inferior derecho del papel se veían las iniciales C. V. A. ¿Qué significaría la V.?, se preguntó Wentik.

Astourde no demostraba mucha técnica cartográfica, si es que el dibujo le pertenecía, meditó Wentik. Según la escala aproximada indicada en la parte inferior, el diámetro de la extensión era de diez kilómetros. Suponiendo que fuera cierto, Astourde había dibujado la cárcel completamente fuera de escala. Y su sentido de orientación no era mejor. La parte delantera de la prisión, donde estaba situado el despacho, miraba al sur. El sol quedaba casi directamente sobre la cabeza al mediodía, aunque al norte. Y por alguna razón indeterminada Astourde había trazado la planta como un rectángulo alargado cuando más bien era un cuadrado. El poste de observación, para Wentik al noroeste de la cárcel, había sido dibujado cerca de la esquina superior derecha del edificio.

También advirtió Wentik con cierta curiosidad, que Astourde no había señalado el molino de viento, a cuatro o cinco kilómetros en dirección suroeste, por la que Musgrove y él habían llegado.

Intentó dar con la correcta ubicación del molino en el plano pero pronto desistió; era demasiado confuso, en parte por lo inexacto del dibujo de Astourde, aunque también porque desde su llegada a Brasil, Wentik no había conseguido sentirse demasiado seguro con la inversión norte/sur hemisférica.

En la Antártida había sido distinto. Allá la orientación era una sola: el norte.

El recuerdo del molino de viento le hizo darse cuenta por primera vez de que cuando él y Musgrove llegaron a la cárcel venían del suroeste. Sin embargo, Pôrto Velho se hallaba claramente al noroeste. La ruta por la que Musgrove lo trajo no había sido la más directa, reflexionó Wentik.

Intentó imaginar el plano de Astourde sobreimpreso en el mapa de la zona a gran escala y sin rasgos característicos. Le resultaba inverosímil que la vasta llanura de rastrojos que tan bien conocía ahora tuviera necesariamente que concordar con la espesa jungla que de algún modo representaba su época.

Recordó lo sucedido cuando Musgrove y él entraron en el distrito. Habían dado varios pasos antes de que Wentik notara que la jungla se había esfumado a su espalda. No lo había sido en realidad, por supuesto, pero había desaparecido en lo que entonces se convertía en pasado. ¿O era él quien se había esfumado en el futuro? Lleno de curiosidad, se preguntó qué habría sucedido si hubiera mirado hacia atrás en el instante que entraba en la zona… Una pierna en el pasado (o presente) y otra en el futuro (o presente). Observando en el mismo borde del distrito sería posible verlo muy claramente. Sin embargo no daba resultado a la inversa.

¿Qué ocurriría si, observando desde fuera, alguien que estuviera dentro avanzara directamente hacia la línea divisoria? ¿Se esfumaría, o regresaría al presente?

¿O qué…?

Wentik plegó los mapas y los puso en un cajón del escritorio. Sea como fuere, las observaciones que acababa de hacer no le sugerían salida alguna por el momento.

Como siempre, su principal preocupación era volver a lo que conocía como vida normal. Deseaba ver a su mujer y a sus hijos. Deseaba volver a su trabajo, especialmente ahora que la meta estaba casi a la vista. Y la muerte de Astourde exigía ser informada. Sin duda habría una investigación. Y con Musgrove lo mismo. El individuo había desaparecido y, por lo que Wentik sabía, ya no estaba en parte alguna cerca de la cárcel.

Su plan inmediato era, básicamente, regresar a Pôrto Velho.

Teniendo en cuenta su aislamiento en el Mato Grosso, llegar a la costa era imposible. Pôrto Velho no era nada espectacular como ciudad, pero tenía teléfonos y radio, y estaba situada junto al río Madeira. La pista de aterrizaje no era mucho más que un trozo de tierra desbrozado, pero al menos disponía de las facilidades para volar.

Este era el Pôrto Velho que Wentik había visto y era difícil, sin pruebas en contra, concebirlo de otro modo cualquiera. Si aceptaba lo que Musgrove y Astourde le habían explicado, que la cárcel existía en un estado del tiempo futuro, entonces cuando huyera a Pôrto Velho no sabría a ciencia cierta con qué iría a encontrarse.

De forma instintiva pensó que todo estaría tal como lo había dejado; que salir del distrito sería tan sencillo como entrar en él.

De modo que se disponía a volar hasta allá por la mañana.

Había averiguado que uno de los hombres, un tipo bajito y de tez blanca llamado Robbins, era el piloto del helicóptero, y que el aparato ya estaba dispuesto para volar una vez más. Él y Robbins partirían el día siguiente. En caso de que llegaran ilesos a Pôrto Velho, Robbins volvería a la cárcel y recogería a los hombres restantes, mientras Wentik se dirigiría a la civilización.

Era un plan tosco, pero Wentik no podía hacer otra cosa.

Se levantó y salió al corredor.

Había un solo detalle más del lugar que deseaba dejar resuelto antes de la mañana: el objeto que había visto el día anterior desde la cúspide del poste. Una protuberancia de color claro en el muro de la cárcel, dispuesta con manifiesto capricho y sin finalidad. Había cierto rasgo vagamente familiar en la forma del objeto que el científico no había logrado definir…

La cárcel estaba en silencio, y aunque las celdas de los hombres se hallaban en esa parte del edificio, Wentik no escuchó un solo ruido. Quizá los ocupantes estuvieran durmiendo. Llegó a la escalera principal, bajó rápidamente y salió.

Hacía frío. Un viento desapacible soplaba en la pradera.

Wentik se estremeció, y se apretó la bata blanca al pecho. El cielo estaba despejado y las estrellas fulguraban. Inició la marcha por el contorno del edificio, hacia la esquina suroeste.

La permanente insistencia de Astourde en el trabajo del científico seguía siendo motivo de intriga para éste. Resultaba difícil entender qué relación tenía su trabajo con la situación actual, pero eso podía explicarse bien por falta de comprensión de Astourde en cuanto a lo que Wentik había hecho, o bien por algo que el trabajo del científico anticipaba.

Wentik meditó en el proceso de pensamiento de Astourde para relacionar las dos cosas. Era posible que hubiera tenido cierta instrucción científica. Sólo un poco, no demasiada. Su interés en el trabajo anterior de Wentik era anormal, aunque sólo fuera porque lo que él había estado haciendo tenía un misterioso interés académico. Por lo tanto Astourde debía de haberse hallado en cierta posición que le permitía acceso normal a los documentos que Wentik había publicado. De otro modo, ¿cómo pudo haber llegado a conocerlos?

Durante sus primeros días de trabajo para la Genex Corporation, Wentik había realizado una investigación sobre lo que podía ser denominado vagamente como la química de la cordura. Si tal descripción era imprecisa, resultaba entonces apropiada, puesto que el campo de Wentik no estaba relacionado realmente con la investigación del funcionamiento del cerebro humano. El científico había estado más interesado por los factores externos de la locura, cómo ciertas ideas o imágenes producían distorsiones en el pensamiento racional. Cómo incluso factores accidentales tales como ambiente o dieta podían afectar la cordura en último término. Su trabajo de aquella época había sido esencialmente exploratorio, sin objetivo concreto en perspectiva. No necesitaba gastar mucho dinero en su tarea, y disponía de recursos prácticamente ilimitados para los experimentos. La universidad inglesa a la que había estado vinculado no había podido facilitar tales recursos, y con una sensación de remordimiento transitorio, Wentik había volado a Minneápolis para un período de prueba de seis meses.

Si todo iba bien, su familia habría de seguirle al final de aquel período.

Los escasos documentos que Genex le habría permitido publicar habían sido los que llegaron a manos de Astourde. Pero si el difunto hubiera trabajado en algún campo mínimamente afín al de Wentik, habría dispuesto del suficiente cacumen científico para comprender que lo que se denominaba locura en términos generales no correspondía a una descripción científica.

Locura es una definición legal, no médica.

En el transcurso de aquella enigmática conversación con Johns, el individuo había dicho que Astourde ‘culpaba’ a Wentik de lo que sucedía allí. Tal cosa podía ser interpretada en el sentido de que por alguna finalidad personal incierta estaba allí, pese a que de hecho quien lo había traído con apoyo oficial fuera Astourde, tal vez para imponer algún tipo de castigo. ¿Explicaría eso el interrogatorio?

El factor más sorprendente era que aunque se diera por garantizado que Astourde había leído y entendido correctamente el trabajo de Wentik, y que su trabajo tenía una relación lógica con el distrito Planalto, entonces debía haber existido una muestra considerable de pensamiento deductivo para relacionar las dos cosas.

Wentik meneó la cabeza. No creía que Astourde fuera capaz de tal cosa. Por mucho que hubiera sabido de la investigación de Wentik para la Genex, no podía haber tenido concepción alguna de lo que el científico estaba haciendo en la Concentración.

Cuatro meses después de que Wentik hubiera empezado a trabajar en Minneápolis, representantes de un departamento de investigación gubernamental se habían dirigido a él y le habían ofrecido el puesto en la Antártida. Genex estuvo de acuerdo en dejarlo libre por el tiempo necesario, y el gobierno estaba ansioso por facilitarle los medios requeridos. Wentik no se quedó corto; exigió y recibió un laboratorio completo, un equipo de ayudantes muy entrenados y total independencia, y pocas semanas más tarde se encontró a doscientos metros bajo la capa de hielo de la Antártida.

La principal desventaja del asunto, desde el punto de vista de Wentik, era la prolongada separación de su familia. Pero su esposa lo había tomado con filosofía; ya resignada a seis meses de separación, la mujer había creído que un poco más no afectaba a la larga.

En la Concentración su trabajo había tomado un nuevo rumbo. En lugar de limitarse a experimentar con posibles causas que afectaran sobre la cordura, Wentik empezó a localizar agentes positivos.

Trabajando al principio con derivados de la escopolamina, Wentik había tratado de encontrar un paralelo químico con la obra de Pavlov. El fisiólogo ruso había dedicado su vida a la ciencia del adoctrinamiento, experimentando con perros de un modo tal que al cabo de una prolongada serie de estímulos los animales se comportaran de acuerdo con ciertas formas predeterminadas. El medio condicionante de Pavlov había sido la experiencia emotiva; luces intermitentes, shock eléctrico, inanición y otros tipos de intimidación. Sus métodos dieron resultado con el paso del tiempo, pero lo que Wentik deseaba era encontrar un atajo químico del proceso. Lo que tres meses de instrucción refleja podían enseñar a un perro o a una rata, Wentik lo redujo a tres días, en condiciones de laboratorio, mediante inyecciones intracorticales. Al cabo de unas semanas de trabajo, Wentik logró que en dos días las ratas de su laboratorio pasaran de sabandijas feroces y carnívoras a dóciles y zalameros animalitos.

Otras dos ratas, acondicionadas mediante los métodos de Pavlov, no mostraron progreso significativo desde el principio del experimento.

Pero por lo que a Wentik concernía, su trabajo se hallaba aún en las etapas preliminares. Para empezar, el compuesto se suministraba por inyección, y tanto N’Goko como él deseaban conseguir los efectos con sólidos o gases. Y la segunda complicación, con mucho la más grave, fue que si se suministraba la droga con la potencia que se requería para que actuara efectivamente, entonces, invariablemente, el sujeto moría poco después.

Aunque el mismo Wentik se había inyectado la droga, sabía que las cantidades que había recibido estaban lejos de ser tóxicas; pero de la misma forma, sabía que no eran suficientemente fuertes para afectarlo del modo pretendido.

De hecho se trataba de un método para aumentar la inteligencia humana, aunque si se administraba incorrectamente podía ser extremadamente peligroso. Un hombre que tomara el compuesto con la potencia adecuada perdería su identidad, se volvería amnésico, quizá retrocedería a un estado salvaje o bestial. Por otro lado, el mismo individuo sometido a los estímulos apropiados podría ser condicionado para una identidad enteramente nueva.

Era una novedad de potencial devastador y que, si Wentik hubiera podido terminar su trabajo, quizás habría alterado por completo los métodos existentes de detección criminal, adoctrinamiento político o enseñanza religiosa.

Pero no hubo medio por el que Astourde hubiese podido saberlo. En el tiempo que Wentik había estado en la Concentración no tuvo contacto con el mundo exterior aparte de una carta semanal a su esposa, y en esas cartas rara vez mencionaba su trabajo. Sólo N’Goko y el resto de sus ayudantes conocían las implicaciones del trabajo, pero estaban tan aislados en la Concentración como el mismo Wentik.

Astourde había dado a entender que la atmósfera del lugar estaba sembrada de algún modo con una droga o gas que inducía locura, y sin embargo ¿cómo pudo haber llegado a relacionar esto con Wentik? No encajaba. Las causas y efectos se estaban volviendo confusos. Wentik había sido conducido allí por Astourde porque se lo culpaba a él del estado del ambiente. Pero Astourde no pudo haber tenido medio seguro de saberlo hasta que el científico llegó.

Wentik había abordado la esquina del edificio, y se detuvo un instante. Creía que, en cierta forma, había un error enorme detrás de todo el asunto. Astourde había pagado por ello, suponiendo que las cosas fueran así, pero su muerte no podía representar el fin del asunto.

Siguió andando a lo largo del lado occidental de la cárcel, caminando con lentitud, escudriñando la pared por encima de su cabeza. Había menos aberturas en ese lado del muro que en otros puntos. La oscuridad y el silencio reinaban allí, el viento no llegaba. La luna, que estaba en su última fase, iluminaba el otro lado de la cárcel. Toda la cara del edificio que tenía enfrente se encontraba en sombras lóbregas.

Llegó a la siguiente esquina de la prisión sin ver nada y retrocedió, su primitiva curiosidad otra vez excitada. Aquella cosa estaba hacia la mitad de la pared.

Wentik se detuvo cuando una ligera protuberancia de la abrupta pared se notó tenuemente. Era fácil de pasar por alto en la oscuridad. Wentik se apretó contra la base del muro y alzó la mirada de modo que el objeto quedara perfilado en el cielo estrellado.

Había algo familiar en el objeto…

Buscó la linterna en los bolsillos de su bata, la sacó y la encendió. Se apartó del muro y dirigió el rayo hacia arriba.

El objeto, su presencia era demasiado obvia, su finalidad demasiado oscura, estaba ahí mismo a la luz del rayo que proyectaba.

Una oreja.

Una inmensa oreja humana que surgía de la pared, como la mano había brotado de la mesa.

Wentik apagó bruscamente la linterna, y retrocedió dos otros dos pasos, el corazón latiendo inexplicablemente más deprisa.