Astourde encontró a Musgrove en el pequeño campo de ejercicios del centro de la cárcel. El hombre se hallaba a un lado, mirando hacia la pared opuesta las hileras de ventanas con barrotes.
—No lo entiendo —dijo cuando vio a Astourde, que se dirigía hacia él—. Ninguna de las celdas tiene ventana, y sin embargo desde aquí fuera se ven tantas…
—No se preocupe por eso —dijo Astourde—. Hay algo que deseo que haga.
Musgrove se acercó a Astourde y abrió la puerta de un cobertizo situado en el muro del patio.
—¿Qué ocurre?
Astourde vio que el otro extendía el brazo y levantaba el extremo de una de las hélices del helicóptero. Cambió de tema bruscamente.
—Creía que… ¿Por qué las has ocultado?
—Usted me lo ordenó.
—No dije que las ocultara. Dije que las sacara.
El rostro de Astourde reveló su repentina cólera. Volvió la espalda a Musgrove como si hubiera recordado lo sucedido el día anterior.
—Wentik dice que le ha visto en el helicóptero esta mañana.
Musgrove dejó en el suelo la hélice y se irguió.
—Sí. Lo sorprendí cuando trataba de despegar. Admitió que intentaba escapar.
—¿Wentik estaba en el aparato?
—Sí.
Musgrove permanecía ante él mostrando hosquedad. Daba la impresión de que su actitud actual era una reacción contra la conducta de Astourde el día anterior. En los escasos meses que conocía a Musgrove, éste se había mostrado reacio a obedecerle con frecuencia, pero a Astourde jamás le había dicho una mentira deliberada, al menos para su conocimiento.
—Wentik afirma que fue usted el que trataba de pilotar el aparato —dijo a Musgrove.
—¡Ja! ¿Sin los rotores?
—Sí. Sin los rotores. ¿Qué pretendía?
Un hombre se presentó en el patio, se acercó a Musgrove y le entregó una caja metálica que contenía varias llaves. Se marchó sin mirar a Astourde.
—¡Eh, usted!
El hombre se detuvo y se volvió.
—¿Qué es lo que quiere? —lo increpó Astourde.
—Buscaba al señor Musgrove. No lo encontré en el despacho, así que…
—Bien. —Astourde se volvió hacia Musgrove—. Quiero que haga algo.
El individuo le devolvió la mirada recelosamente, como si expresara de un modo tácito la falta de autoridad de Astourde sobre él.
—¿Qué cosa?
—Usted también —dijo Astourde al otro hombre—. Intenten localizar a algunos habitantes locales.
—¿Está hablando de viajar a pie? —preguntó Musgrove.
—Sí. Llévese el equipo que quiera, y los hombres que le hagan falta.
—¿Y si no voy? —replicó Musgrove, con una insinuación de amenaza en su tono.
—Yo… No sé —dijo Astourde—. ¿Va a ir?
—De acuerdo. —Musgrove miró al otro indivíduo—. Pero iré solo.
—Es cosa suya.
Astourde se volvió y se dirigió a su despacho. Con Musgrove lejos se sentía más capaz de habérselas con Wentik.
Al atardecer, Wentik regresó a la cárcel y comió algo. No vio a nadie, pero escuchó el ruido de algunos movimientos ocasionales procedentes del piso superior.
Durante el interrogatorio había mantenido a raya de manera consciente, mientras aguardaba hechos positivos, su deseo de abandonar la cárcel. Ahora que estaba prácticamente en libertad para actuar como le apeteciera, su ansia de salir de la cárcel, de volver a tomar contacto con el mundo exterior, de continuar su trabajo y ver de nuevo a su familia…, todo eso se convertía en la obsesión principal. Con todo, el científico estaba aceptando también, al mismo tiempo, la lejanía de la cárcel. Se estaba acostumbrando a la idea de que su huida era un objetivo a largo plazo.
Con estos detalles en la mente, se resolvió a averiguar lo que pudiera sobre el lugar. Quizás hasta podría descubrir algún medio de acelerar el proceso…
En cuanto hubo comido, Wentik fue otra vez al pequeño prado de la parte posterior de la prisión. En ese momento estaba tan silencioso como el resto del edificio. La mesa que se había usado en su interrogatorio había sido arrastrada hasta la pared y permanecía allí en solitaria quietud, con la mano sintética relajada y apuntando hacia la cárcel fláccidamente.
Wentik contempló el miembro irónicamente, recordando cómo su siniestro surrealismo había llegado a obsesionarlo al principio. Pasó los dedos por las lisas líneas de la mano, y le alarmó un poco encontrar que estaba caliente, muy probablemente por su exposición al sol. No obstante, el descubrimiento lo intranquilizó.
En las primeras ocasiones que había intentado averiguar el funcionamiento de la mano, Wentik había estado limitado por la presencia de Astourde. Aún no tenía idea de cómo funcionaban los mandos, aunque por fuerza debía existir un control dactilar a lo largo del borde trasero de la mesa. Wentik se inclinó y observó el borde.
Al instante, vio una pequeña placa metálica fijada en la madera. En ella se hallaban repujadas las palabras:
Companhía Siderúrgica Nacional.
VOLTA REDONDA
Poder Directo
Puso las palmas de las manos sobre la mesa y dejó caer los pulgares, como Astourde había hecho siempre. Por un segundo o dos estuvo tanteando, hasta encontrar el lugar adecuado. Si apretaba ambas manos a la vez caía una palanca… y la mano se ponía rígida. Apretando la palanca, la mano empezaba a pinchar el aire.
El movimiento le fascinaba igual que siempre, la mano moviéndose hacia adelante y hacia atrás como la cabeza de un ave zancuda.
Con las manos en la superficie de la mesa, Wentik sentía la vibración del movimiento. Alzó las manos y el miembro se detuvo. Satisfecho, dio media vuelta. Era un simple artilugio, al fin y al cabo, y cualquiera podía manejarlo.
Se alejó de la mesa, atravesó el prado y salió a la llanura. El sol empezaba a descender en el cielo, pero el ocaso no llegaría hasta dentro de dos horas. La temperatura era elevada, con seguridad que muy por encima de los treinta grados.
Wentik se encaminó muy resueltamente hacia la cabaña.
Como la cárcel, la cabaña tenía un aspecto viejo y destartalado. Dos de las paredes eran de hormigón, pero el resto era de madera. Wentik la circundó lentamente.
Cuando Astourde lo dejó solo en la cúspide del poste, el científico había pasado varios minutos estudiando la cabaña con la ventaja de la altura. La construcción era asimétrica, construida en principio en forma de cubo, pero los añadidos posteriores no habían seguido un diseño particular. Se tendía descuidadamente en el rastrojal, con numerosas paredes y ángulos, techos distintos y oquedades.
Había cuatro entradas desde el exterior, y al pasar junto a cada una Wentik atisbó por ellas.
Una de las aberturas se hallaba en el lado de la cabaña que entonces miraba al sol, y por ella vio Wentik el interior hasta muy dentro sin necesidad de entrar.
La vez que lo metieron a la fuerza en la cabaña, Wentik no había podido ser observador debido al miedo. Había intentado deducir el diseño del lugar, mas había experimentado una especie de retirada intelectual que había cerrado su mente al problema y permitido que reaccionara de una forma enteramente emotiva. Al observar la cabaña ahora, Wentik creyó que podría hacer una inspección muy analítica, con un criterio de técnico profesional.
El condicionamiento de los reflejos humanos había formado parte del campo de las investigaciones de Wentik, que había publicado varios artículos sobre el empleo de laberintos en el entrenamiento de mentes no formadas.
Cualquier individuo arrojado violentamente a esa construcción, notó Wentik, quedaría automáticamente perplejo y desorientado. Todas las superficies, horizontales o verticales, habían sido pintadas del mismo color negro mate. Y pese a que el pasaje por el que Wentik estaba mirando no era mayor de dos metros, aun cuando el sol brillaba más o menos directamente en su interior, la sensación de una largura mayor era muy fuerte.
Cuando un hombre asustado no tiene idea de adónde puede llevarle el siguiente paso, lo más probable es que no tarde en presentarse una paralización total de los procesos mentales normales.
Las experiencias de Wentik en el edificio le habían asustado mucho en su momento, pero se había recobrado rápidamente después. Sabía empero que si Astourde hubiera tenido el conocimiento suficiente sobre procesos de interrogatorio lo habría metido en el laberinto al día siguiente.
Pero ya había sido bastante desagradable una sola vez.
Los recuerdos de Wentik en torno al incidente estaban cargados de imágenes espeluznantes de temor y pánico irracional a las que la intensa oscuridad del interior del laberinto y los disparos de rifle en el exterior habían dado rienda suelta. Ahora el científico tenía la oportunidad de racionalizar sus sensaciones, atribuir una noción erudita a lo sucedido.
Al final del corto corredor había una puerta pintada de negro, con bisagras a ambos lados. Wentik gateó por el corredor (el techo era tan bajo como para obligar a muchos hombres a caminar con la cabeza permanentemente inclinada…, otro rasgo intimidante desde el punto de vista psicológico) y apoyó las manos sobre ella firmemente. Sintió que empezaba a ceder, moviéndose con la bisagra derecha como eje y abriéndose a la izquierda. Aflojó el empuje y la puerta dejó de moverse.
El sistema de los goznes era sin duda un dispositivo que permitía a la puerta girar a ambos lados. Wentik miró por la rendija que había abierto, pero no vio nada. Más allá de la puerta la oscuridad era total.
Era absurdo adentrarse más. No iba a poder efectuar observaciones científicas en la oscuridad. Wentik se rió ahogadamente.
Intrigado por la construcción, Wentik dio media vuelta y salió. Volvió apresurado a la cárcel y regresó con una potente linterna que obtuvo prestada de uno de los hombres de Astourde que holgazaneaba por el campo de ejercicios.
El científico, sudando por culpa del doble recorrido a lo largo del ardiente rastrojal, gateó de nuevo por el corredor y examinó la puerta. La empujó y, tal como Wentik esperaba, giró hacia la derecha hasta detenerse con un ruido sordo formando un ángulo de sesenta grados con respecto a su posición anterior.
Al cerrarse dio la impresión de que en cierto modo sus movimientos dependían de muelles.
En aquel momento, hacia la izquierda, se había revelado una extensión de túnel que formaba cierto ángulo con el primero. Wentik se arrastró por él.
Tras aproximadamente otros dos metros llegó a una segunda puerta, y se detuvo. Miró atrás, y vio que se filtraba luz del sol por el corredor a sus espaldas.
La puerta obstruía enteramente el túnel que se extendía delante de Wentik, igual que el anterior. Apoyó con fuerza las manos en ella, y notó que cedía un poco…, esta vez con el eje a la izquierda.
Desplazando la linterna por todo el espacio para intentar averiguar el funcionamiento del dispositivo, Wentik abrió la puerta por completo. Y tal como había sucedido antes, luego de mover la puerta cierto trecho los muelles se encargaron de moverla el resto del camino y cerrarla con aparente solidez.
Ahora se había abierto un túnel a la derecha de Wentik.
En lugar de seguir por ese túnel, Wentik retrocedió y se arrastró hasta la primera puerta.
La luz del sol ya no se filtraba. La puerta se había cerrado a espaldas de Wentik, obstruyendo el corredor entero.
De manera que… Las puertas estaban interconectadas. En cuanto se abría la siguiente, la anterior se cerraba.
En otras palabras, en cuanto se tomaba la decisión de abrir la siguiente puerta, el retroceso se hacía imposible. A menos que… Wentik apretó las manos contra la puerta y empujó. Volvió a girar a la derecha y la segunda puerta se movió detrás del científico.
Empezaba a sentirse confundido, pero se tranquilizó tras comprender que estaba llegando al estado mental preciso que los constructores del laberinto pretendían.
La primera puerta había girado hacia su derecha, cerrando el corredor que llevaba al exterior y abriendo un nuevo túnel, uno que todavía no había visto, que se ramificaba hacia su izquierda. Apretó de nuevo la puerta, mas era inamovible.
La única posición para abrir la puerta, al parecer, estaba en el corredor que en cualquier otro momento se encontraba bloqueado por esa misma puerta.
Volvió a gatear hasta la segunda puerta, y descubrió que había girado y daba ahora a un corredor que se ramificaba a la izquierda de la puerta.
Wentik iluminó de un lado a otro, intentando observar algún boquete en la estructura de los túneles. Deseaba salir y tratar de pensar en el laberinto de un modo objetivo. Pero en lugar de eso, estaba atrapado en su interior.
Tranquilidad. No era una trampa. Había una salida, pero debía salir adelante para encontrarla.
Se sentó unos momentos, intentando visualizar el laberinto tal como lo había contemplado desde arriba. Si todas las puertas estaban engoznadas triangularmente, y si siempre había tres pasajes en todas y cada una de las intersecciones, eso significaba que todos los túneles describían un lado de un exágono regular. Además de esto, al abrir la puerta que bloqueaba el corredor situado al frente, se cerraba la puerta trasera, y tal vez varias más. Quizás todas las puertas del laberinto estaban unidas entre ellas, de modo que el movimiento de una provocaba el movimiento del resto.
Ingenioso. Pero terrible.
El sudor goteó de la axila de Wentik y cayó por el costado. Nerviosamente, lo enjugó con la tela de la camisa y miró a su alrededor.
Se arrastró otra vez hasta la puerta que imaginaba como la segunda y la cruzó. Al final del corto corredor había otra puerta. La empujó y la cruzó…, con la otra moviéndose y cerrando el camino hacia atrás. Llegó a la siguiente puerta, la cruzó. Y a la siguiente.
Durante media hora avanzó a toda prisa por entre el laberinto, haciendo pausas momentáneas para inspeccionar la construcción de los túneles. Por lo que pudo deducir del sonido producido por los golpes a las paredes, eran de madera de pino. Su transcurso por los túneles fue haciéndose cada vez más desagradable conforme iba subiendo la temperatura, y en ocasiones sintió el aviso de la claustrofobia. Al adentrarse en el laberinto descubrió que no había una norma constante; algunas de las puertas giraban a la derecha, y otras a la izquierda. En ocasiones las puertas ya estaban abiertas cuando Wentik llegaba a ellas, y las atravesaba directamente. Una vez cruzó tres puertas sucesivas sin tener que mover ninguna. Después de esto se encontró con otra puerta cerrada, la empujó, y oyó que las tres anteriores se cerraron a sus espaldas.
Cuando notó que la alarma crecía en su interior irremediablemente, le sirvió recordar que sólo un topólogo podría haber ideado y construido este laberinto. Su intelecto científico acababa por reconocerlo, y el susto pasaba.
En forma muy inesperada llegó a una puerta que se resistía a sus empujones. Alarmado al principio, se apoyó contra ella, hasta que se le ocurrió tirar de la puerta.
Se abrió y dio paso a un sol deslumbrante.
El truco final. Una puerta unidireccional que daba al exterior. Un hombre ofuscado que se topara con ella podría echarse atrás sin pensarlo, y regresar al laberinto.
El sol se estaba poniendo, y sus rayos brillaban casi directamente en el corredor.
Exhausto, Wentik se arrastró en los rastrojos y se recostó en la pared de madera de la cabaña.
Estuvo sentado durante un rato sin moverse, agradecido por el aire puro que pese a ser todavía cálido era más frío que dentro de la cabaña, y se maravilló de la inteligencia que había concebido el laberinto.
En ciertos aspectos, el detalle más sorprendente era que hubiera cuatro entradas al laberinto. Recordó que la primera vez había salido por el mismo lado por el que había entrado. ¿Eso sería siempre cierto?
En caso afirmativo, o había cuatro laberintos totalmente independientes unos de otros, o bien, más probablemente, cuatro recorridos por el interior, usando los mismos pasajes. A despecho de su destartalado aspecto y aparente construcción caprichosa, la cabaña-laberinto era un arma de tortura muy avanzada.
Con su espíritu profesional excitado, Wentik dio la vuelta hasta una de las otras entradas y, desechando la fatiga, se metió dentro una vez más.
Cuando volvió a salir, tres cuartos de hora más tarde, Astourde lo estaba aguardando.