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Es por la mañana temprano, vamos en un tren que corre veloz, pero no demasiado. Hemos charlado un rato después de todo el follón de anoche entre Gio, sus mujeres y Paula, de modo que al final, en cierto modo, he podido tranquilizarla. Pero no ha sido fácil.

—Yo non sono como Gio, ora estoy solo.

Entonces ella ha sonreído. Qué raro, por un instante parecía que iba a echarse a llorar. Ha bajado la cabeza, se ha quedado en silencio. Le veía temblar la barbilla, después, de repente, una lágrima le ha resbalado, lentamente, por la mejilla izquierda y yo la he detenido. He puesto el índice de la mano derecha en su mejilla, como si fuera una pequeña pestaña, allí, en medio, con dulzura, y la he sentido llegar. Me he quedado en silencio, con el dedo mojado, y se me ha ocurrido una idea tonta.

«Es una lágrima española, la primera que veo en mi vida».

Después he puesto la mano bajo su barbilla y con dulzura le he levantado el rostro. Entonces ella ha mantenido los ojos cerrados durante un rato, pero cuando los ha abierto ha sido un espectáculo. Verde agua con un poco de marrón, pero húmedos por el llanto, profundos, delicados, sensibles, ingenuos, con toda una vida por delante y todo el deseo de ser amados. Así los he visto. Dentro de ellos he encontrado todo eso, un viaje de amor infinito. ¿Es posible que una simple mirada pueda decirte todo eso? ¿O soy yo quien ha querido verlo?

Recuerdo que una vez Alessia y yo fuimos a una exposición en la Scuderia del Quirinale. Se llamaba Metafisica. Había muchísimos cuadros y ella me dijo:

—Los han traído directamente del MoMA, el museo de Nueva York. Hay artistas italianos y extranjeros, del dadaísmo al surrealismo, incluso expresionistas abstractos americanos.

Estuvimos mucho rato visitando todas aquellas salas y al final ella me preguntó:

—¿Cuál te ha gustado más?

—Este.

—Pues claro, porque te recuerda al anuncio… ¡de la gasolina!

—Que no, Magritte me gusta porque cuestiona la realidad.

Y una profesora que estaba allí cerca con un grupo de alumnos se me acercó sorprendida:

—¿Dónde lo has leído?

—No lo he leído.

—Y ¿entonces cómo lo sabes?

—Lo he pensado.

Y ella se fue no del todo convencida.

—¿En serio lo has pensado?

—Sí, pero ¿qué tiene de raro?, cada cuadro, cada cosa te hace pensar, si piensas.

Y Alessia me sonrió, tampoco ella convencida del todo. Y me acuerdo de que por la noche le mandé un mensaje con el móvil. «“Ser feliz no es una suerte, es arte en estado puro”, René Magritte. Esta sí que la he leído. Pero no estoy de acuerdo. Yo te encontré por casualidad».

Sin embargo, ni la frase de Magritte ni la mía fueron suficientes: tal vez ella ya había tomado una decisión, porque aquella noche no me contestó.

Miro a María, tengo su cara entre las manos y es como si sus ojos buscaran en mí alguna respuesta, una frase, cualquier cosa que pueda hacerla sentir más segura. Pero sólo consigo decir que yo soy distinto de Gio, y después la beso y sus labios son suaves y están mojados y saben a alguna lágrima ya pasada, y todavía tiemblan y se pierden en los míos. Después María me abraza con fuerza como si tuviera miedo de que pudiera salir corriendo o de que me perdiera, o como queriendo decirme algo. Y, sin embargo, es un beso distinto de los otros, lo noto. Es como si contuviera desesperación o un mensaje secreto, pero tan secreto que no lo entiendo. Después se aparta de mí, me mira fijamente a los ojos, sorbe un poco por la nariz y al final sonríe.

Domani me gustaría ir a ver il mare.

Y aquí estamos. Quiso que fuéramos en tren, después de haber consultado su Lonely Planet.

Fa quince viajes al giorno y sólo se tarda una hora. —Después sonrió y eligió el lugar—. Me gustaría andare a… Anzio.

Y sentí que se me encogía el corazón, de repente había sido ella quien había descubierto quién sabe qué secreto mío.

—¿Por qué Anzio?…

—Quiero ver questo posto porque me interesa la storia y aquí se produjo una de las batallas más largas de la segunda guerra mundial y además porque… ¡Estoy segura de que es bello! ¿Tú lo conoces?

—Sí, fui muchas veces allí con mi famiglia cuando ero piccolo… —Y no digo nada más.

Ahora el tren marcha a más velocidad. Estamos callados, uno frente al otro, ella está leyendo algo en su guía. Yo llevo puestas las gafas de sol. El viento entra por la ventanilla y siento el aroma del mar que se va acercando. Miro hacia afuera. Nunca he ido a Anzio en tren, siempre íbamos en coche, todos juntos por la autopista Pontina. Mi padre cantaba y nosotros con él, como he visto a menudo en algunas películas americanas cuando quieren mostrar a una verdadera familia. Pero nosotros lo hacíamos en serio. Entonces el tren se para. Los frenos chirrían en las ruedas oxidadas, sin duda por las zapatas llenas de sal. Sí, desde la ventanilla se ve el mar, no está tan lejos. Después miro hacia adelante y veo una bandera azul con un sol amarillo en el centro y un faro no muy alejado. No puedo creerlo, es aquí.

—¡Andiamo! —Cojo nuestras mochilas del portaequipajes—. ¡Vamos a bajar!

—¿Ya hemos arrivato?

Pero no le contesto, la cojo de la mano y ella corre conmigo por el pasillo hasta la puerta.

—¡Vamos, vamos!

Y la ayudo a bajar justo a tiempo. La puerta vuelve a cerrarse con un ruido seco y todos esos engranajes se ponen de nuevo en marcha con un gran esfuerzo. Vemos alejarse el tren poco a poco, después acelera antes de desaparecer detrás de la curva.

—¿Dove siamo?

—Es uno dei posti più belli de Anzio. Ven con me

Y salgo de la estación con ella cogida de la mano y en seguida estamos en los prados que llevan al espigón. A lo lejos se ve el faro, se lo señalo.

Questo es Capo d’Anzio… —Seguimos caminando—. Y esta es la Grotta di Nerone… —Bajamos una escalera y nos encontramos en la playa—. ¡La leggenda dice que Nerón podía scappare con su barco y… —señalo algunas cuevas bajo el acantilado— llegar a la incredibile Villa de Nerón!

De este modo paseamos por la playa, el mar está agitado, algunas olas rompen en la orilla, hace viento y no hay nadie. Está lleno de piedras, redondas, triangulares, cuadradas, pequeñas, grandes, y también de cristales, trozos de botella, y todo está suavizado por el mar, todo es redondo, nada tiene aristas. Y le cuento en mi español imperfecto que de pequeño siempre venía aquí con mi padre, que él coleccionaba esas piedras, las guardaba en un gran recipiente rojo y cada verano, al volver a Roma, ponía las nuevas. Y no sé cómo pero le digo que echo de menos sus grandes y cálidas manos que de vez en cuando me acariciaban o me cogían toda la cara aunque sólo fuera por fastidiar, para reír y bromear. Y, mientras le cuento todo eso, me doy cuenta de que estoy llorando sentado sobre una pequeña roca. Y ella me abraza con fuerza y me acaricia el pelo, mientras yo escucho el mar escondido entre sus brazos. Después noto su perfume, empiezo a acariciarla, cojo sus manos y las beso y le muerdo la muñeca, y ella se ríe y nos apartamos un poco más allá, detrás de las rocas, ocultos de todo y de todos. Abro la mochila y pongo la toalla grande sobre una roca plana y ella se tiende encima, después saco el móvil, le conecto un altavoz y pongo She, la música con la que nos conocimos la primera noche y que después se ha convertido un poco en nuestra canción. Ella niega con la cabeza, la esconde ruborizada entre las manos, después levanta las piernas y las mueve de prisa pedaleando hacia el cielo en un arrebato de felicidad. Yo estoy junto a ella y la miro. Al final se para, dobla las piernas y las apoya en la roca. Yo las acaricio, las siento desnudas entre mis manos, y ella, aún con la cabeza escondida entre las suyas, enseña un ojo y me mira maliciosa. Yo voy subiendo, cada vez más arriba, y noto sus braguitas y acaricio la pequeña goma, y luego me meto dentro y veo que ella echa la cabeza hacia atrás y se queda así, respirando el mar, y yo la vivo, entre mis dedos, y estoy pendiente de cualquier pequeña muestra de placer. Se muerde el labio inferior y la siento más caliente y sigo jugando con ella, con mis dedos. Ella mueve la espalda y casi se arquea, entonces, con ambas manos le bajo las braguitas y ella se queda sobre la toalla con las piernas abiertas y la falda levantada y con su pubis rizado y claro abandonado al cielo y acariciado por un viento ligero. Le levanto más la falda, le beso la barriga, plana y suave, y luego el ombligo, y voy bajando más y me la como respirando el mar. La canción se ha terminado y empieza otra al azar. Sailing, de Christopher Cross. Gio y sus listas. Pero tiene algo mágico, ahora las olas parece que vayan al compás. María abre los ojos, veo reflejado el cielo y las nubes en ellos, y le levanto las piernas mientras la hago mía. Me abraza fuerte, más fuerte, y la veo estrecharme cada vez más hasta que llega al clímax. Y nos quedamos así, abrazados, estoy tendido sobre ella y miro el mar y escucho la música y el rumor de las olas y el latido de su corazón, que poco a poco se hace más lento. Después me embarga un sentimiento de extraña melancolía, nunca habría imaginado que un día volvería a esta playa para vivir todo esto. Miro al cielo, tan azul en lontananza, y las pocas nubes encima de mí, y no sé explicar lo que siento. He estado muchas veces de pequeño en esta playa con mi padre y ni siquiera pensaba que fuera capaz de encontrarla y, sin embargo, aquí estoy, con María, una chica extranjera… Busco desesperadamente una explicación a todo esto y me ayudo con la canción Un senso, del «Komandante» Vasco Rossi, en la que quiere encontrar el porqué de esta vida.

Pero todo esto también querrá decir algo, este cielo y este mar han sido los mismos espectadores de mi infancia, de aquellos momentos, de los paseos, de aquel amor y, por tanto, ellos saben lo que he perdido, saben que no puedo recuperarlo, tal vez me han dado la posibilidad de regresar aquí, de encontrar hoy este lugar para decirme algo, que María no es una casualidad, que por algo que pierdes, algo encuentras después… Y este pensamiento, esta dulce ilusión, me regala una sonrisa y otro instante de felicidad.

Un poco más tarde, atolondrados y medio desnudos, nos metemos en el agua.

—¡Grrrrrr, está molto fredda! —Ella se ríe, pero al final nos da todo igual, nos quitamos el resto de la ropa y nos zambullimos. Y nos quedamos así, en aguas del Arco Muto.

Ahora el mar está en calma, el viento ha amainado, flotamos el uno delante del otro mientras el sol se vuelve rojo y lentamente se va poniendo. Sí, este es uno de esos momentos que sin duda formarán parte de nuestros recuerdos más bellos.

Un rato después nos secamos, y yo le fricciono con fuerza las piernas y los brazos antes de que se vista. Su pelo se seca con el último sol, pero le queda un poco enmarañado y ella se echa a reír mientras intenta peinarse.

—Eh, mira… La he encontrado. ¿Ti piace?

—Oh…, moltissimo.

Le paso la piedra y ella la aprieta fuerte y se la pone encima del corazón y parpadea fingiendo una divertida imitación.

—Oh… Es il mio cuore

—No, è mio, y tú lo has robado.

Ella me mira divertida, después lo besa y se lo mete en el bolso. Es una piedra de color azul con forma de corazón perfectamente redondeada, por lo bien que ha quedado casi parece una escultura.

Al cabo de un rato estamos cenando en Romolo, en el Porto.

—¡Eh, me ha llamado Gio y se ha asegurado de que os iba a tratar bien! ¡Pero lo habría hecho de todos modos!

Es simpático, este Walter, que dirige el establecimiento junto a su hermano. Nos da a probar una serie de pequeños entrantes.

—Estos eran los fríos, ahora os traigo los calientes…

Y casi se divierte haciéndonos probar una sucesión de platos exquisitos.

—Bueno, esto son anchoas rellenas de mozzarella, aquí hay unos pulpitos a la luciana, guisados con tomate, y esto es milhojas de patata y bacalao con queso primosale… Luego pedid más… —Llena la copa de María y después la mía—. Este está exquisito, un auténtico vino con denominación de origen. —Y mientras tanto siguen llegando platos—. Bueno, esto es una menestra de pescado, y esto son espaguetis con almejas y crema de brócoli. —E inmediatamente después llega toda la serie de degustaciones de los segundos—. Rape con tomate y cebolla y dorada con verduras crujientes… Sí, y con los segundos, en cambio, tenéis que probar esto… Gewürztraminer Sanct Valentine. —Y en seguida nos pone otras dos copas y las llena. Entonces, de pronto, se detiene—. Eh, pero ¿cómo habéis venido?

—¡En tren!

—Ah, perfecto. —Y llena las copas—. Después de esta cena sólo tienes que preocuparte por no convertirte en papá… —Y mira a María sonriéndole—. Aunque, bueno… —Y se aleja divertido.

María me mira con curiosidad.

—¿Qué cosa ha dicho?

—Nada…, niente. ¡Le encanta la famiglia!

—Ah… —Me sonríe no del todo convencida, después brinda conmigo y de un trago se acaba todo el blanco—. ¡Rico! ¡Molto buono!

—Sí. É vero… —Y sonrío secándome la boca y pensando en lo que me ha dicho Walter.

Después probamos unos excelentes postres: tarta de pera cocida en aguardiente con chocolate y almendras picadas, y un semifrío de turrón y pistachos con ron de quince años. Al final Walter dice:

—Esto tenéis que probarlo, son unos sorbetes de limón que hacemos nosotros…

Y de este modo nos comemos esa última delicia con un sabor disfrazado de vodka helado.

María se lo acaba casi en seguida, después continúa excavando el fondo con una larga cucharilla.

—Te è piaciuto, ¿eh?

—¡Un montón! —Lame por última vez la cuchara cerrando los ojos—. ¡Fantástico!

Miramos las barcas que ondean amarradas al puerto delante de nosotros, las jarcias golpetean acariciadas por el viento, después de repente siento la mano de María sobre la mía, la miro mientras me acaricia sin mirarme siquiera.

Grazie, Nicco… —Luego se vuelve hacia mí, tiene los ojos brillantes de felicidad—. Per tutto

Después empieza a hablar más de prisa y no entiendo bien lo que me dice.

—Me gustaría que estuvieras realmente innamorato di me, que esta settimana no terminara mai, que yo no fuera la típica straniera, una chica bella que sólo sirve para una aventura de una notte… —Después me sonríe y por mi cara debería intuir que no he entendido gran cosa—. Oh…, no es importante. ¿Podríamos pagare a medias?

—¡No!

Eso lo he entendido.

Scusi… Eh, o sea, perdone, ¿puede traer la cuenta?

Walter viene a la mesa.

—¿Habéis estado a gusto?

—Muchísimo, realmente excepcional, estaba todo riquísimo, gracias.

—Muy bien, me alegro, entonces está todo arreglado, Gio se ocupa.

Me quedo sorprendido.

—Pero no, pero ¿cómo?

—Tenemos una relación especial, ese desgraciado y yo… —Walter me sonríe apartando la silla—. Ha llamado por teléfono mientras estabais cenando, me lo ha pedido encarecidamente doscientas veces, ya sabes cómo es, ¿no?

—¡Ah! ¡Por supuesto, es una gota malaya!

—Eso es, ha dicho que paga él, que tiene que hacerse perdonar algo de anoche, ¡a saber la que habrá organizado ese liante!

—Ah, ya…

Me despido también del hermano de Walter y de su madre Luisa en la cocina.

—Adiós, señora, y gracias, ¡estaba todo realmente riquísimo!

Y nos despedimos todos juntos en la puerta del restaurante junto a la tía Franca, que se ocupa personalmente de los postres.

Cogemos al vuelo el tren de las 22.56 hacia Roma y, tal vez por la cena, o por el cansancio de todo el día o por la belleza de la velada, nos encontramos delante de su hotel casi sin darnos cuenta.

—Bueno… —Me paro no muy lejos de la entrada—. Nos vemos domani. Tengo que lavorare, pero si tú quieres possiamo mangiare juntos…, quizá una hora y después en la noche… sempre si tú quieres…

Ella baja la mirada, después vuelve a levantarla y abre los ojos como si quisiera decirme algo, pero entonces parece arrepentirse y me dice algo extraño.

—Vi un film que se llamaba Serendipity. Siempre he pensato que era vero

Me da un beso en los labios y se va corriendo. Y yo no lo entiendo y me quedo allí mirándola mientras coge las llaves en recepción y sube corriendo por la escalera sin volverse siquiera. Y vuelvo a pensar en ese beso tan fugaz, en esa especie de huida, como para evitar las lágrimas. Tal vez debería haber intuido algo.