Gio está sentado a una mesa en el restaurante de Francesco, en vicolo del Fico. Se ha formado un pequeño corrillo a su alrededor, los camareros se han quedado escuchando quién sabe qué anécdota. Paula lo sigue con curiosidad y, a pesar de no entender mucho, se ríe con todos los demás.
—¡Eh, así que aquí es la fiesta postconcierto de los Coldplay!
—¡¿Qué pasa, Nicco?! ¿Y bien? ¿Qué tal el concierto?
—¡Fantástico! ¡Han tocado molto tempo!
María y yo nos sentamos a su lado.
—Precioso, de verdad, nos ha gustado muchísimo.
—¿Qué os traigo? —Un camarero llega con prisa, no le interesan para nada las canciones del grupo.
Nos decidimos por una Margarita, una Diavola y una cerveza, pero pedimos que antes nos sirva una bruschetta, una bomba de arroz con carne y una croqueta.
—Muy bien, ¿agua con o sin gas?
—Sin gas, gracias.
—¿Y bien? ¿Cómo ha ido el concierto? —Gio parece realmente interesado—. ¿Qué canciones han tocado?
Sobre esto dejo hablar a María, que se las sabe todas de memoria.
—Ah, claro, ¿y no han tocado In My Place?
—¡Oh, sí!
—Ah, me parecía raro. ¡A Rush of Blood to the Head es uno de sus mejores temas!
Por fin llega la bebida, le sirvo agua a María y luego tomo un poco de cerveza. Hace calor pero se está bien, un viento ligero pasa por los callejones que hay detrás de la piazza Navona. Gio, con lo de que siempre está metido en internet, resulta que al final sabe un montón de cosas, en parte porque se las descarga y en parte porque es curioso por naturaleza.
De repente se vuelve hacia mí.
—¿Había mucha gente en el concierto? —Es como si le acabara de venir algo a la cabeza.
Paro de beber y dejo la copa.
—Mucha, realmente mucha…
—¿Y no te has encontrado a nadie?
Antes bebo otro trago.
—No me hables. Ha sido un concierto de encuentros, a pesar de que había por lo menos cuarenta mil personas, parecía que hubiéramos quedado todos allí. ¡Me he encontrado a Pozzanghera!
—¡No, no puedo creerlo! —Gio se lo pasa en grande. Le hace una señal al camarero—. ¿Me traes otra a mí también? —Señala mi cerveza. Quiere disfrutar al máximo de este momento—. ¿Y qué? ¿Qué te ha dicho?
—Nada de nada, estaba molesta…
—No lo dudo, hiciste el clásico espectáculo de música y magia…
—¿Cómo? —Lo miro con curiosidad.
—¡Primero tocas y después desapareces!
Mira que lo sabía, siempre me pilla. Dos chicas en la mesa de al lado nos miran incómodas. Lo han oído todo. Una le dice a su amiga:
—Sólo podían estar con dos extranjeras…
—Pues claro, si los entiendes los evitas.
Gio no lo ha oído, de modo que retomo el hilo.
—Pues eso, iba con Domenico, uno de la oficina, un pringado.
—¡Ten cuidado, que esa lo convierte en tu jefe directo sólo por hacerte rabiar!
—Ya…, diría que lo está pensando.
Traen su cerveza. Gio le da un buen trago, después deja la copa y cierra los ojos.
—Ah… Lo necesitaba, hace mucho calor esta noche.
Traen las bruschette, nos las ponen delante junto con las bombas de arroz y carne y las croquetas.
—Fai attenzione… —le digo a María—. Son molto, molto picantes.
Ella se ríe, coge la bruschetta y le da un bocado, después me guiña el ojo.
Gio no pierde la oportunidad.
—¿Así es como te come?
—¡Venga ya!
Me vuelvo hacia las dos vecinas, pero por suerte están pensando en otra cosa.
—¿Y bien?
—¿Qué?
Me como la bruschetta, está realmente rica. Lo que más me gusta de un restaurante es cuando el tomate está recién cortado y no te dan esos trozos que han cortado por la tarde y han dejado en la nevera demasiado tiempo.
—¿Y bien? ¿No te has encontrado a nadie más?
Gio insiste, es como si lo supiera. Lo observo un instante, lo miro fijamente a los ojos, él permanece en silencio con la cerveza que estaba a punto de beberse a medio camino.
—¿Qué pasa?
—Nada, nada.
—Pues dime…
Sigo comiéndome la bruschetta.
—Me encontré a Alessia.
—¡No, no me lo puedo creer, qué pasada! Pozzanghera… y ella. Oh, cuando la vida se lo propone, mira que llega a ser sarcástica…
—¡Sí, sólo a ti te sonríe siempre!
Gio para de beber, deja la copa y se toca en seguida por debajo de la mesa.
—¡¿Joder, eres tonto o qué?! ¿Qué quieres?, ¿traerme mala suerte? ¡No digas eso ni en broma! —Después mira el móvil—. Aunque esta noche me parece un poco raro… O no me llegan los mensajes, o ninguna de las dos me ha contestado…
—Yo me iría a casa…
—¡Otra vez! —Vuelve a tocarse entre las piernas—. Venga ya, Nicco, deja de hacer bromas, ¿no? ¡Mejor háblame de Ale!
Miro a María, está riendo y bromeando con Paula, tal vez le esté contando algo del concierto.
—¿Qué quieres que te diga? Hay poco que contar…
—¿Qué te ha parecido?
—La he visto cambiada, no sé, o sea, no sabría decirlo, quizá más mayor. Pero, perdona, ¿qué clase de pregunta es esa?
—Yo qué sé, me ha salido así…
—¡Pues te ha salido mal!
—Vale, ¿y qué?, ¿cómo estaba?
—¿Qué quieres decir?
—¿Estaba guapa?
—Guapa, claro, cómo quieres que haya cambiado en tres semanas y media…
Gio empieza a reírse.
—¿Y ahora qué pasa?
—Nada, perdona, es que me ha venido a la cabeza una gilipollez: ¡tres semanas y media, la película en la que sólo se hacen una paja!
Esta vez las dos chicas nos han oído. Una coge el bolso y dice:
—¡Felicidades…, al menos esa hacía gracia!
Gio no pierde la oportunidad de contestar:
—Gracias. ¡Y ten en cuenta que esta noche no estoy en forma!
La chica niega con la cabeza y se aleja con su amiga.
Gio me guiña el ojo.
—¿Has visto? Podríamos habernos ligado a otras dos, tú y yo somos irresistibles…
—Ya…
Me como una croqueta. Gio, en cambio, coge mi bomba de arroz con carne.
—Perdona, pero ¿tú no habías cenado?
—Sí, pero aquí hacen unas bombas que son una pasada…
—¡Pues pídete más!
—Vale, después te las pido…
—No, después me traerán la pizza…
—Y ¿qué diferencia hay? ¡Todo va al mismo sitio! —Luego se acuerda—. Y ¿no os habéis dicho nada?
—Nos hemos saludado.
—¿Ha visto que ibas con esta tía buena? —Señala a María mientras se come la bomba.
—No, estaba un poco apartada…
—Ah, y ¿ella con quién iba?
—Con sus amigas.
—¿Y ya está? —Se queda sorprendido por la respuesta.
—Sí, ¿por qué?
—No, no, por nada… —Justo en ese momento llegan las pizzas.
—¿Margarita?
—¡Para ella!
—¿Diavola?
—Para mí, gracias.
El camarero deja las pizzas sobre la mesa y se aleja.
—Mmm… —Miro a María y huelo la pizza que tengo delante—. ¡Creo que questa pizza va a estar incredibile!
Ella me sonríe.
—¡Seguro! —Y corta un pedazo de la suya con cuchillo y tenedor. Casi no he acabado de cortar la mía cuando Gio me la coge.
—¡Mmm, qué rica, la Diavola! Tiene un aroma estupendo, debe de estar fantástica, ¿puedo?
—Si ya la tienes en la mano…
—¡Dicho así suena mal! Lástima que se hayan ido esas dos… —Se ríe y le da un bocado a la pizza—. ¡Mmm, mucho, mucho buona! —Después le pregunta a Paula—: ¿Tú quieres?
—Sí, grazie.
Le corta un pedazo de pizza, pero cuando Paula intenta cogerlo Gio se lo aleja.
—Manos, no… Con la bocca. —Y entonces ella lo mira maliciosa mientras Gio levanta las cejas con voluptuosidad.
Paula se acerca para morderla, pero Gio se lleva el pedazo de pizza cada vez más atrás hasta situarlo cerca de su boca. Entonces Paula le da un beso en los labios y después ya puede darle un buen bocado a la pizza, imitando a un tigre:
—Grrrrrrr…
Gio quita la mano haciendo ver que está asustado, como si hubiera podido morderlo.
—¿Ti piace? ¡Es pizza y salamino! Ya sé que ti piace… —Está a punto de levantar de nuevo las cejas, pero recibe un bolsazo en plena cara—. ¡Ay, joder! Pero ¿quién es? ¿Qué cojones haces?
Se vuelve y justo entonces ve que es Beatrice.
—Eso es, muy bien dicho. A mí me gustaría saber qué cojones he estado haciendo todo este tiempo.
Gio se levanta.
—Pero, Bea, no, te equivocas…
—¿En qué me equivoco? Te he llamado y me has dicho que ibas a jugar al póquer, esta mano te ha ido mal, mis amigas y yo… —Las señala. Efectivamente, son dos chicas realmente tristes que nos miran muy serias y diría que desaprobando, incluso, la pizza que hemos escogido— hemos decidido dar una vuelta. Sabías que estaba cenando en Gusto, ¿no? ¡Aun así, has querido arriesgarte y has perdido!
—Pero venga, Bea, no digas eso. —Intenta cogerla, pero ella le aparta la mano del cuello.
—No me toques.
—Venga ya, no te pongas así, no te he dicho nada para no ponerte celosa… Hemos salido con estas dos extranjeras sólo porque Nicco estaba hecho polvo…
Entonces Beatrice me mira. Tengo la boca llena pero intento sonreír, ella no hace la más mínima intención.
Gio la mira a ella y después a mí.
—Díselo, Nicco, díselo…
—¿El qué?
—¿Cómo que el qué? ¡Que estabas hecho polvo!
—Sí, es cierto, estaba hecho polvo…
Mientras tanto, algunas personas de las otras mesas nos miran, unos que pasaban se han detenido a mirar la escena, algunos parece que se lo pasen francamente bien. Gio no pierde la esperanza, al contrario, cree que después de mi conformidad podría darle un giro a la situación. Gio decide que va por el buen camino e insiste con Beatrice.
—Venga, ya te lo dije, ¿no?, que Nicco había roto con Alessia…
Parte de la gente que asiste a la escena se vuelve con curiosidad hacia mí, veo que una chica le dice algo al oído a su amiga, después la otra asiente como si estuvieran de acuerdo: sí, ya lo entiendo, pero ¿en qué? Y, además, ¿quiénes son? Pero ¿qué está pasando? Joder, Gio y sus líos… Y ¿por qué siempre tiene que acabar hablando de mí y de mi historia? María se come la pizza como si nada, Paula se sirve agua, tal vez está intentando por todos los medios aparentar indiferencia.
—¡De modo que es verdad!
Oigo esa voz y no me lo puedo creer, pero Gio palidece y comprendo que todo es real. A nuestra espalda aparece Deborah, la otra novia de Gio acompañada de un amigo suyo, creo, y otra chica. Nos mira a nosotros sentados a la mesa. Después mira a Gio.
—¿Y bien? ¿Qué tal va esa partida de póquer? ¡No veo fichas…, sólo veo chochos!
Bueno…, al menos esta es más simpática.
—Me han llamado unos amigos míos que pasaban por aquí y te han visto cenando, pero yo no me lo quería creer…
Gio me mira, yo me encojo de hombros. Deborah echa un vistazo al chico y a la chica que la acompañan.
—Sin embargo, es completamente verdad, ¿lo veis? ¡Aquí está!
Beatrice la mira, después mira a Gio.
—Perdona, y ¿esta quién es?
Deborah se queda atónita.
—No, perdona…, ¿quién diantres eres tú?
Beatrice sonríe.
—¡Da la casualidad de que soy su novia!
Deborah mira a Gio, que se ha hundido literalmente en la silla.
—¿Cómo? Qué raro, hace más de un año que yo soy su novia…, ¿verdad, Gio?
—¿Cómo, cómo? —Beatrice se acerca a Gio—. ¿Qué historia es esta, eh? ¿Qué pasa?, anda, cuéntamelo.
La gente de alrededor ya ha formado un verdadero corrillo. Por otra parte, ¿quién se va a perder una escena como esta si te la encuentras delante?
Gio se levanta.
—¿Qué quieres que te cuente?
Pero Deborah carga las tintas.
—No, no, cuenta, cuenta, cuéntamelo a mí también, ya que estamos…
—Chicas, aquí las palabras no sirven de nada. Me he enamorado, ¡mi sono innamorato! —Y coge a Paula de la mano y la hace levantar para irse. Después me dice en voz baja—: Ocúpate tú de todo esto, Nicco…
Pero no le da tiempo a terminar la frase, alguien me coge la cerveza que tengo delante y se la tira por encima.
—¡Gilipollas! —Ha sido Beatrice.
—¡Eh, no! ¡Ostras, mi cerveza!
Deborah, en cambio, coge la de Gio y le tira la copa dándole de refilón.
—¡Sí, la verdad es que sólo eres un gilipollas!
—¡Ay! ¿Os habéis vuelto locas…?
La gente de alrededor empieza a aplaudir y a hacer ruido.
—¡Bien hechooo!
—¡Muy bien, Gio! Eres nuestro ídolo.
Los hombres toman partido por él, mientras que las mujeres pegan a sus novios y se produce una falsa pelea de chicos contra chicas mientras que Gio, menos desgarbado de lo habitual, desaparece por el fondo del callejón arrastrando consigo a la última mujer que le queda, Paula.
Mientras pido la cuenta, veo que Beatrice y Deborah se lo están contando todo y más sobre Gio.
—No, no puedo creerlo… ¿De verdad? Y ¿cuándo?
—Este verano.
Y niega con la cabeza.
—Ah, ya veo por qué…
Viene el camarero a traerme la cuenta.
—La copa rota no te la he puesto. Al fin y al cabo, tu amigo nos ha hecho un montón de publicidad.
—Ah, ya…
De modo que pago y me alejo con María. Camino en silencio, y la verdad es que no sé por dónde empezar. Después ella me coge del brazo y me salva de mi incomodidad.
—Il tuo amico es carino, ¿de verdad está innamorato de Paula? ¿O sólo lo ha dicho porque esas dos ragazze estaban molto arrabbiate?
La miro y le sonrío.
—No, yo credo que es verità, Paula es muy bella…
Ella me sonríe y me estrecha con más fuerza el brazo. Seguimos caminando en silencio.
—Yo también he visto a l’altra ragazza en el concierto… ¿Tú también tienes tantas donne como Gio?
—No, no tantas. —Y esta vez también me gustaría decir algo más o algo distinto, pero quizá tengo la excusa del idioma.