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Al día siguiente cogemos el tren temprano y en poco tiempo llegamos a Venecia.

Questa è la città del amor… ¡Es para nosotros! —Gio siempre está increíblemente en forma—. Y lo tengo tutto pronto.

Lo ha organizado todo perfectamente, dice él. De modo que llegamos a otra multipropiedad en la que Salvetti, naturalmente, ha hecho una reserva para nosotros.

—Por supuesto, los estábamos esperando… —nos dice otro amable portero que se llama Pietro.

Dejamos las cosas en la habitación y nos «perdemos» por Venecia.

—Perdidos in Venezia… ¡Podría ser un film! —María siempre tiene la necesidad de encuadrar las cosas, pero al final seguimos las indicaciones de Gio, mejor dicho, las «no indicaciones», y nos perdemos.

Y de ese modo empezamos a caminar sin rumbo por calles y «campos», nos cruzamos con algún pequeño mercadillo en el que María compra algo. Como corresponde a un perfecto turista, las chicas no paran de hacer fotos delante de los edificios, de las estatuas, de los puentes y de las antiguas iglesias venecianas, a veces pequeñas pero con un interior lleno de sorpresas, desde un antiguo cuadro hasta monumentos fúnebres de personajes importantes. Y, naturalmente, María y Paula no dejan de destacar todo lo que encontramos a través de los apuntes de la Lonely Planet.

«Questa es la basílica de Santa Maria Gloriosa dei Frari», «Questo es San Rocco, ¡al lado del órgano hay unas porte pintadas por Tintoretto!», «¡Aquí, en questa chiesa llamada Madonna dell’Orto, fue enterrado Tintoretto!». Y vamos siguiendo la voz de esas dos extranjeras y Gio les pone al lado su iPhone, que, con «Dragon dictation», traduce todo lo que dicen. Descubrimos que el centro de todos los negocios de Venecia era Rialto, que aquí se encuentran «los bancos» en los que se registraban las operaciones, el debe y el haber de los contratos entre venecianos y extranjeros, y luego vemos la iglesia de San Giacomo, llamada San Giacometo porque es muy pequeña, pero de una belleza increíble. Se considera la iglesia más antigua de Venecia, construida incluso antes que la misma ciudad. Aquí fue donde Alejandro III y Barbarroja se reunieron para firmar la paz. Y luego nos divertimos conociendo los productos típicos: las castronze, que no son otra cosa que alcachofas, los bruscandoli, que es lúpulo con el que se elaboran riquísimos platos, y luego los sparesi, parecidos a los espárragos silvestres. Después cogemos el vaporetto y recorremos todo el Gran Canal. Nos apoyamos en la barandilla y miramos la vida de Venecia sobre el agua: hay tráfico, aunque a su manera. Barcas de todo tipo se cruzan por la «calle» principal para desaparecer después a derecha e izquierda por los varios «callejones».

—¿Qué stai pensando?

—En nada.

—¿Vero?

María me mira con curiosidad, me pone un brazo sobre el hombro y luego estira el otro por fuera del vaporetto para hacer una foto con el móvil. La hace, después la mira, no sé si ha quedado bien, pero por su sonrisa me parece que sí, y nos quedamos en silencio mientras el vaporetto continúa su recorrido. Una cosa es cierta, me siento como un turista, igual que ella, y esto de Venecia es una de esas cosas que estoy haciendo sin Alessia y que sin duda permanecerá en mis recuerdos. María, como si hubiera entendido que en realidad estoy pensativo, me da un beso en la mejilla pero no dice nada. Y los dos seguimos mirando los palacios que discurren delante de nosotros, que surgen del agua y se elevan hacia el cielo, con sus paredes de colores y las ventanas más oscuras, y esos pequeños embarcaderos, garajes acuáticos incomodados por las olas del tráfico matutino.

—Eh, ¿qué os parece si mangiamo qualcosa? Tengo fame. —Gio se toca el estómago, haciéndose un masaje.

Paula pone su mano encima.

—Sí, me encantaría, y está sincronizada con la mia. ¡Yo también tengo fame!

—Podemos ir a l’ombra… —Esta vez soy yo quien ha leído algo en la parte de atrás del mapa que nos ha regalado Pietro al salir de la multipropiedad.

—¿Qué?

—El almuerzo es in quest’ora, y l’ombra se debe a que en el passato ponían el vino a l’ombra de la torre del campanile de San Marcos… Questo es «l’ombra», podemos encontrar un montón de «bacari», pequeños restaurantes, molto buoni.

Y al poco rato estamos en Al Ponte, en la calle Larga Giacinto Gallina, nos hemos sentado a una mesa después de llenarnos los platos en la barra con puré de bacalao, sardinas, almejas, caracoles de mar y unos pequeños pulpitos guisados.

—¿Qué es questo?

—Es como pólipo… —Gio alarga las manos y mueve los dedos imitando un extraño pulpo—. ¡Pero estos son más piccoli!

—¡Delizioso! —Y seguimos comiendo, a la sombra, en una pequeña callejuela por donde el aire pasa ligero y los «chupitos» de vino blanco entran que da gusto.

—¿Y questi qué son?

Lo miro en el papel pero no lo encuentro. Gio me ayuda y lo busca en el iPhone.

—Son nervios, pero no de un uomo enfadado… —Y empieza a imitar a un loco con la boca abierta—. ¡Ma un uomo molto dolce!

María y Paula se ríen y se comen con placer esos pedacitos de ternera hervida y aliñada con vinagre y aceite. Un poco más tarde, nos detenemos en la isla de Murano, caminamos durante un rato y al final entramos en una fábrica. Nos quedamos fascinados con un hombre que sopla por una larga caña de hierro, como si hiciera una bola de cristal. Después Gio le dice algo, y Paolo, que así se llama, asiente. Entonces Paolo trabaja el vidrio, lo calienta, lo pliega, lo ablanda, de vez en cuando lo apoya sobre una esfera que gira y al final entrega a María y a Paula dos pequeños corazones de cristal. Incluso ha conseguido hacerles una especie de agujerito por el que pasar un cordón de cuero.

Salimos del obrador, María y Paula llevan sus corazones de cristal al cuello y están contentas, no habían pensado incluir estas ciudades en sus vacaciones.

Andiamo hacia allí, dicen que hay una bella vista.

Y es verdad. Al cabo de un rato estamos en la cima del campanario de San Marcos y se ve toda la basílica, la plaza y, un poco más lejos, la laguna, tierra firme e incluso las montañas.

—¡Un giorno tenemos que ir al cielo juntos! —dice Gio señalándoselas.

—Sí, la próxima volta.

Y él, de repente curioso, replica:

—Pero ¿cuándo regresáis a Spagna?

María y Paula se miran, pero es sólo un instante, luego María contesta de prisa:

—Oh, ancora no lo hemos decidido, abbiamo un billete abierto…

Bene

Inmediatamente después estamos en la basílica de San Marcos, donde, a pesar de que la entrada es gratuita, Gio ha reservado de todas formas y nos hace saltar la larga cola. Después regresamos al hotel, nos damos una ducha mientras en la radio que hay junto a la cama suena Amami de Emma. Amami come la terra, la pioggia, l’estate, amami come se fossi la luce di un faro nel mare, amami senza un domani senza farsi del male, ma adesso amami dopo di noi c’è solo il vento e porta via l’amore… Ámame como la tierra, la lluvia, el verano, ámame como si fuera la luz de un faro en el mar, ámame sin un mañana, sin hacernos daño, pero ahora ámame… Después de nosotros sólo queda el viento que se lleva el amor… Y después, los dos en albornoz, nos asomamos a la ventana que da a un pequeño canal y nos bebemos una cerveza a medias mirando una góndola que pasa con un grupo de turistas. La observo divertido.

—¿Quieres fare un giro en góndola?

—Es para gente vecchia

—¿Pero perchè? Es romántico…

—No, es troppo caro y no está permesso parar cuando quieres, ni siquiera te puedes bajar de la góndola, el gondolero sempre está ahí mirándote. En las ocasiones románticas no tiene que haber nessuno, excepto la persona que ti piace… —Me lo dice mirándome a los ojos, y su piel, su pelo, se iluminan con el sol que se refleja en el agua al atardecer. María me abre el albornoz poco a poco y estoy de acuerdo con ella: esto es romanticismo.

Cuando bajamos, Pietro nos sonríe, es como si nos estuviera esperando.

—¿Está todo bien?

—Sí, sí, perfecto, gracias.

—Pues dígaselo al señor Salvetti, ¿eh?, que hemos mejorado todos nuestros servicios, hemos conseguido que el traghetto pare justo aquí delante y un descuento en los taxis para nuestros clientes.

—Descuide, se lo diré…

Pietro sonríe satisfecho, ha hecho su trabajo.

—Su amigo lo espera fuera.

—Ah, gracias.

Salgo al jardín. Efectivamente, esta vez somos nosotros quienes nos hemos retrasado. María y yo nos cogemos de la mano y cruzamos el jardín, al final del muelle está Gio.

—¿Qué?, lo habéis conseguido, ¿eh? Esta vez no has sido tan puntual como yo, ¿cómo tengo que interpretarlo?

—Como quieras… ¿Y Paula? ¿Dónde se ha metido?

—Está aquí.

Entonces me doy cuenta de que al pie del muelle hay un taxi. Está completamente revestido de formica, con cojines de piel marrón y los interiores en beis, es muy elegante.

Ciao. —Paula me sonríe, lleva el pelo recogido, una chaqueta azul con una cremallera que la atraviesa de derecha a izquierda y unas hombreras un poco años ochenta, debajo lleva un pantalón azul cielo, unos zapatos altos de esparto y tela blanca y azul y un bolsito de charol blanco en bandolera.

Me acerco a Gio.

—Oye, pero ¿nos lo podemos permitir? No sé si me aceptarán el taxi en la nota de gastos. Yo no tiraría demasiado de la cuerda con Salvetti.

—Tranquilo. —Me guiña el ojo mientras se dirige a la escalerilla—. Carrera gratis de ida y vuelta…

Bajo los primeros peldaños un poco más aliviado.

—Y ¿eso por qué?

—¡Fausto es un forofo de mis artículos!

—Buenas noches —me saluda Fausto, el marinero, mientras yo tomo asiento al final de la motora, en el gran sofá junto a María. En ese momento me doy cuenta de que al lado de los mandos hay una decena de DVD rojos.

Gio se sienta frente a nosotros al lado de Paula y me guiña otra vez el ojo.

—Nunca salgo sin ellas… No hay nada que hacer, ¡Rocco tiene un montón de fans! —Y justo en ese momento, la motora se separa del muelle, luego, con una gran curva entra en el canal adelantando a toda velocidad a unas barcas más lentas.

—Eh…

María y Paula miran la estela, el viento acaricia el pelo pero sin revolverlo porque los costados de la motora lo protegen.

—¡Va molto de prisa!

—Sí, direi que vuole tornare presto a casa… ¡Quiere ver las pelis porno! —Naturalmente, esto último Gio me lo dice sólo a mí.

Un rato después, el taxi aparca con una facilidad increíble junto a un muelle, Fausto ata un cabo alrededor de un amarradero y bajamos. Gio cuchichea un rato con él, se ponen de acuerdo para el regreso y poco más tarde estamos sentados a la mesa de un restaurante.

Llega el camarero.

—¿Qué os traigo?

—Mientras miramos la carta, ¿puede traernos un poco de agua mineral?

—Por supuesto.

—Gracias.

María y Paula nos escuchan con curiosidad.

—¡Il nome de questo posto es asesinos!

—¿De verdad?

Hacen ver que están asustadas.

Ma, el dueño parece tan buono

—Y además también es bello

—¿Qué? —Gio hace ver que se pone celoso—. Ah, tú prefieres a Giusy… ¡questo es el nome del dueño! Giusy, alias Giuseppe Galandi, ¡pero es mayor y tú prefieres a un uomo como él en vez de a mí! —Y se ríen y bromean y se empujan, de modo que cuando llega el propietario parece que lo hagan en serio.

—Eh, pero ¿qué ocurre? ¿Os estáis peleando? ¡No, ¿eh?, aquí no quiero peleas! ¡Aquí todo el mundo tiene que estar a gusto, que después piensan que es culpa mía!

Gio y Paula se echan a reír y Giuseppe finge enfadarse, pero luego sonríe.

—¿Sabéis por qué este sitio se llama Osteria Ai Assassini? Porque eran los secuaces de Hasan-i-Sabbah, de donde deriva la palabra «hachís»…

Gio hace el gesto de fumar.

—Sí, eso… Pensad que nuestras mesas proceden del desmantelamiento del viejo mostrador del registro civil del Comune de Venecia. Hubo una época que para demostrar fidelidad a alguien se decía: «Soy tu asesino», así pues, de una manera u otra estoy aquí sólo para vosotros.

Y de este modo aceptamos todos sus consejos, mientras Paula y Gio siguen bromeando entre sí y cada vez que Gio la sorprende mirándolo, la golpea suavemente por debajo de la mesa.

Al final pedimos los platos que Giuseppe nos aconseja, una degustación de girasoles con cigalas y ñoquis con cangrejo, un surtido de bacalao y pescadito frito, todo ello acompañado de cerveza para Gio y de una botella de vino personalizada «a los asesinos de la casa» para nosotros tres realmente excelente. Después, de postre, unos riquísimos dulces venecianos y una cuenta no demasiado amarga.

Y de este modo, tras una noche romántica mecida por esta ciudad sobre el agua, abandonamos Venecia.