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Ayudo a Gio a cargar la maleta en el vagón.

—Eh, pero ¿qué llevas ahí?

—Algo de leer, música para escuchar, algún vídeo para posibles peripecias nocturnas…

—No me lo creo.

—¡Créetelo, y algunas camisetas y calzoncillos!

—Bueno, por lo menos te has traído eso.

Después cargo también las mochilas de las dos chicas. La de Paula es ligera, ¡pero la de María es una pluma!

Ma vosotras avete capito que vamos a estar tre giorni

—Sí. —Se ríe—. Sólo porto un cepillo de dientes y Chanel… Hace tanto calore. —Y me sonríe tomándome el pelo—. No, no, estoy bromeando, quiero comprare un montón de cose belle aquí en Italia, lo voy a hacer in questo viaggio.

Paula interviene:

—María é una modelo molto importante en España.

Pero María la interrumpe:

—¡Paula! Él no está interesado en eso.

Estas últimas palabras las entiendo perfectamente.

—No es cierto, non è vero, soy curioso di te

Y ella me mira de un modo…, es como si en ese momento hubiera descubierto la combinación perfecta, como en aquella película, El truco final, o como cuando juegas a «Pasapalabra» y encuentras la palabra exacta, en seguida te das cuenta de que la has adivinado porque encaja perfectamente con todas las demás aunque no conozcas exactamente su significado. Todavía no hemos llegado a nuestros asientos cuando el tren empieza a moverse, de modo que me siento junto a la ventanilla. María, después de coger una botellita de agua de su mochila, se sienta a mi lado y se recuesta sobre mi pecho. El tren acelera y fuera el panorama en seguida discurre de prisa. Acabamos de salir de la estación y cruzamos el paso elevado, algunos coches en fila parecen silenciosos, seguro que están tocando el claxon. Después pasamos un tramo entre antiguos y sucios edificios de la Tiburtina y, de repente, aparecen pequeños espacios verdes, un trozo de Tíber, la curva del Aniene y a continuación todo se vuelve amarillo, campos de girasoles y grandes colinas con algunas ovejas blancas. Las saludo y después me meto la mano en el bolsillo.

—¿Qué estás facendo? —María se incorpora y me mira con curiosidad—. ¿Quién hay en las colinas? ¿Algún amico tuyo?

—No, no… Saluto le pecore, es como una broma, dico adiós alle pecore… —Se las señalo—. Si tú le dices adiós a una pecora y ti metti la mano nella tasca, tienes un montón de soldi

—Ah, qué superstizione tan rara.

—No, es algo que es di buona suerte… ¡y buen dinero!

Gio saca su iPad y lo abre.

—¿Incluso eso te has traído?

—Pues claro, Google Translate. A ver… «Saluta le pecore che portano bene e soldi». —Y aparece la traducción: «Da la bienvenida a las ovejas, que llevan bien y el dinero».

María y Paula se ríen como locas, después María me reconviene.

—No, la traduzione correcta es: «Saluda a las ovejas, que traen suerte y dinero». —Después intenta corregir mi pronunciación—. Oveja. Ja, jota. —Y forma un círculo con la boca mientras yo intento desesperadamente imitar el sonido.

—Io… Io…

—No, no es exactamente así…

Y saca los labios hacia afuera y me los muestra, el sonido sale entre los dientes, con ligereza. Y me recuerda a una película que me gustó muchísimo, Para todos los gustos: él es muy rico pero no tiene buen gusto y ella es una profesora de Inglés arruinada pero con un gusto exquisito. Ella intenta enseñarle Inglés de esa misma manera, entonces miro a María y casi no la oigo mientras se señala los labios y sonríe y me invita a hacerlo, y el ruido del tren es fuerte y va cada vez más de prisa. Esa película la vi con Alessia. Cuando salimos del cine me dijo:

—Se parece un poco a nuestra relación: tú nunca te fijas en nada, por ti podrían incluso no existir las estrellas…

Y dio media vuelta y empezó a caminar, pero yo la alcancé, la detuve y luego hice que se volviera lentamente.

—En ti me he fijado. Y eres más que una simple estrella.

Entonces Alessia sonrió.

—¡Oh…, has conseguido decirme algo bonito! ¡Menos mal! Pero ¿qué te hicieron de pequeño?

Y me abrazó con fuerza, después se apartó y me miró a los ojos.

—¡Dime siempre esas cosas, por favor, nunca te canses, invéntalas si quieres, cópialas de los libros, de las canciones!

Luego se echó a reír.

—¡En fin, dime algo! ¡Pero nada de izquierdas o, peor aún, de derechas, dime algo de amor!

Y nos pusimos a caminar otra vez, luego ella me apoyó la cabeza sobre el hombro y yo la abracé con fuerza pero no dije nada más. Estuvimos caminando en silencio, no se oía nada alrededor, ni un coche, ni un autobús, ni una ambulancia, nadie, ni un gato, hasta las estrellas estaban como suspendidas y parecían tener ganas de escuchar algo por mi parte. Pero no dije nada más.

—Dime algo de amor…

Nada, me quedé en silencio, igual que ahora, que miro los campos que pasan cada vez más de prisa por la ventanilla.

María ha dejado sus desesperadas tentativas de pronunciación y se ha recostado sobre mi pecho. Con la mano izquierda juega con el botón de mi camisa mientras yo le acaricio el pelo. De vez en cuando cierra los ojos, luego vuelve a abrirlos y mira por la ventanilla, veo que la punta de su nariz es recta y perfecta, está ligeramente bronceada. Frente a nosotros, Paula y Gio están mirando algo en el ordenador, cada uno lleva sus auriculares conectados con un doble adaptador. De vez en cuando se ríen. La gente que está sentada a su lado en la fila de la derecha de tanto en tanto los mira y echa un vistazo al ordenador, con curiosidad. Sólo espero que no estén viendo una peli porno.

Florencia. Cuando salimos de Santa Maria Novella, María y Paula se quedan con la boca abierta.

Questo posto es mágico…

En seguida abren la Lonely Planet, pero las detengo.

—¡Ahora andiamo al hotel, dejamos i bagagli y andiamo a ver la città!

—¡Sí, perfecto!

Y siento un gran placer, alegría y cierta satisfacción al pensar que en este momento debería estar en el quiosco, y especialmente porque todo esto está sucediendo gracias a Gianni Salvetti.

Nos acercamos a la parada de taxis, mientras caminamos Paula habla con María, no entendemos muy bien lo que dicen, luego, justo cuando llegamos delante del primer taxi libre, María se dirige a mí.

—No, Nicco, ya non stiamo a Roma, por lo que ahora déjanos pagare i biglietti di treno y el taxi…

Gio se acerca.

—¿Qué están diciendo?

—Me parece que quieren pagar algo…

El taxista, un joven florentino con cara de saber latín, se acerca.

—Sí, quieren pagar el tren, o vais a medias u os tocará coger el autobús. —Y pone cara de sabiondo. Lleva unas gafas pequeñas, el pelo rizado, un poco de pelusa en el rostro, debe de tener nuestra edad y se hace mucho el gallito. Sonríe a nuestras amigas—. Lo están decidendo.

—Disculpa… Jefe… Mete nuestras bolsas en tu taxi y limítate a eso. Gracias.

—Perdona, ¿eh?, pero están intentando aprender italiano…

Y le sonrío con suficiencia mientras él se encoge de hombros y agarra nuestro equipaje. Este es el único momento en el que estoy encantado de que Gio se haya traído un montón de cosas. Él me sonríe, levanta la mano y se la pone cerca del pecho, listo para la palmada, chocamos los cinco.

—¡Qué grande eres, Niccolò! —dice en voz baja. Después mira a las extranjeras con más atención—. Pero podríamos hacerles pagar algo, ¿no?

—¡Pero ¿qué dices, Gio?!

—¡Pero si son ellas las que lo quieren así!

—¿A ti te parece que voy a hacer un fondo común con ellas como con Bato y Guido cuando fuimos a Grecia después de la selectividad? Venga, me parece un poco diferente, ¿no?

—No sé, tampoco tanto, viajamos juntos, comemos juntos, es más, a veces Paula come incluso más que nosotros…, ¡diría que es lo mismo!

—¡Claro que no es lo mismo, son mujeres!

—Oye, perdona, ¿en España no hay feministas?

—Está bien, olvídalo, venga… —Bajo los brazos—. Bueno, andiamo, tutti al taxi. —Abro la puerta—. ¡Ahora vosotras estáis nel nostro paese, Roma, Florencia, Venecia es tutto lo mismo, es il nostro paese, la nostra casa! Y vosotras sois nuestras… —Miro a Gio.

—¿Cómo se dice «ospiti»?

Gio pone inmediatamente el traductor.

—«Invitadas»…

—Sí, vosotras sois le nostre invitadas, o sea, ¡niente de dinero con noi!

Y subimos todos al taxi del simpático florentino, que no dice nada más en ningún idioma hasta que llegamos. Bajamos y entramos en la multipropiedad.

—No le habrás dado propina al taxista, ¿no?

A veces Gio se interesa por unas cosas…

—¿A ti qué te parece?

—Me parece… —Me mira, entorna los ojos y me analiza justo igual que cuando jugamos a póquer. Después los abre de repente como si hubiera visto la solución—. ¡Me parece que no!

—¡Muy bien! Pues por eso pierdes siempre conmigo al póquer, todavía no has entendido el contrafarol. Toma, coge tu maleta, que yo no puedo.

Y me dirijo hacia el mostrador, al que llega un simpático señor de unos cincuenta años con el pelo bien peinado y las mejillas rojas.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlos?

—Hemos reservado dos habitaciones, venimos de parte de B&B para supervisar la gestión del inmueble.

Lo comprueba en un registro.

—¡Claro, ya están aquí! Nos ha llamado el señor Salvetti y me ha pedido encarecidamente que les diera las mejores habitaciones del último piso, espero que se encuentren a gusto entre nosotros. —Mete dos tarjetas en una máquina y me las da un instante después—. Avísenme si necesitan cualquier cosa. Me llamo Osvaldo y estaré aquí en la portería hasta mañana por la mañana. ¿Quieren que avise al mozo para que suba las maletas?

—No, no, gracias, no pesan. —Y voy hacia el ascensor, veo reflejada la cara de Gio en el espejo mientras niega con la cabeza y arrastra tras de sí su maleta. Pulso el cuatro.

—Bueno, dejamos las cosas y nos vemos abajo dentro de un rato…

Miro a Gio, que mueve las cejas como diciendo: «Yo haría otra cosa».

—Venga ya, así no vamos a ver la ciudad…

—Pero le haré ver las estrellas.

Se abre el ascensor.

—Ya las verá esta noche si hay, o sea, que dentro de diez minutos abajo.

Salgo con María y las puertas vuelven a cerrarse. Exactamente una hora después llegamos al vestíbulo todos a la vez.

—Nos conocemos muy bien, ¿eh?…

—Pues sí…

Osvaldo se asoma de la habitación de detrás del mostrador.

—¿Todo bien?

—Sí, gracias… Queríamos saber si hay alguna novedad, bueno, en fin, si hoy hay alguna cosa curiosa en Florencia, un sitio especial para tomar el aperitivo, para ir a cenar, algún espectáculo…

Osvaldo pone una hoja sobre el mármol del mostrador.

—Aquí tienen, esto lo preparamos a diario para nuestros clientes. Está todo lo interesante que hay para hoy. —Después añade, más bajito—: También con precios diferentes, hay ofertas…

Cojo el papel, lo doblo y me lo meto en el bolsillo de atrás de los vaqueros.

—Oh, no se preocupe, gracias, el señor Salvetti confía mucho en nuestro trabajo, ¡vamos a gastos pagados!

Y salgo así de la multipropiedad, cogido de la mano de María.

Empezamos a caminar en la preciosa luz del atardecer de Florencia, llegamos al ponte Vecchio.

—Mirad allí… ¡Es lo mismo, come il ponte Milvio di Roma!

Hay algunos candados enlazados justo en el centro del puente.

—Tengo una idea… —Me acerco a un marroquí que está por allí con su tenderete. Veo los candados en una esquina. Se los señalo—. Sí, due

Me mira sorprendido.

—¿Eres straniero? Pareces italiano…

—Sí… —Sonrío—. Me he equivocado. Dame dos, este y aquel, sí, eso… Espera, ¿puedes hacerlo? —Y le señalo la maquinita que tiene al lado con unas pulseras de cuero preparadas.

—¡Claro! —Me sonríe con sus grandes dientes.

Al poco rato regreso con el grupo.

—Aquí está, para vosotros dos he cogido uno más grande, así Gio estará más cómodo.

María y Paula cogen los candados.

—¡Meraviglioso, con nuestros nomi en ellos!

—Sí. ¡Los ho fatto poner!

Y así cerramos los candados justo en la cadena de la farola central.

—¡Eh, tú! ¿Nos haces un favor? —El marroquí se acerca, le paso el iPhone de Gio—. ¿Sabes cómo va?

—¡Claro, yo los vendo!

—Ah, ya, bueno, ¿nos sacas una foto?

Entonces nos ponemos todos de espaldas al Arno y al «¡Tres, dos, uno! ¡Amor!» tiramos hacia atrás las llaves al río. El marroquí hace una serie de fotos justo en ese instante y también después, mientras nos besamos.

—Gracias…

Me devuelve el iPhone, se lo paso a Gio y en seguida nos ponemos todos alrededor para ver las fotos.

—¡Joder, qué rápido es! ¡Mira qué fotos ha hecho! —Es una especie de secuencia de cada uno de nuestros movimientos, con el lanzamiento de las llaves y el beso.

Reímos todos juntos y continuamos nuestro paseo. Vamos a tomar un aperitivo al Note di Vino, en Borgo dei Greci.

—Tomad, probad esto, las hago yo, son únicas… —nos dice Lorenzo, el propietario. Y nos deja allí sobre la mesita de madera unas bruschettine, rebanadas de pan con salsa picante, aceite, queso y rúcula. Después nos trae un plato de embutido y queso.

Gio coge el iPhone.

—Espera, ¿puedes traernos cuatro copas de vino tinto? Un… montepulciano.

Las bruschettine todavía están calientes. María se las come con placer.

—Mmm, molto molto rico…

Después se limpia con el dedo un poco de aceite que le resbala por la comisura de la boca y yo todo eso lo encuentro increíblemente erótico y ella me mira, me sonríe, pero después frunce el ceño como si se hubiera dado cuenta de lo que estoy pensando, como si lo hubiera comprendido. Entonces niega con la cabeza, divertida, coge un pañuelito y se seca la boca con él y casi me regaña.

—Oye, pero si ahí está Santa Croce, tal vez esté un amigo mío, ¿vamos a buscarlo? A lo mejor nos enseña el interior de la iglesia, será algo único para ellas… —Gio señala a las dos extranjeras.

Me parece una excelente idea, de modo que intento explicárselo mientras levanto la mano llamando la atención para que traigan la cuenta.

—Sí, es una cosa molto bella sólo para vosotras…

María y Paula le dan las gracias a Gio contentas por esa oportunidad mientras llega Lorenzo con la cuenta. Miro cuánto es, hago ademán de pagar pero Gio me la quita de la mano.

—¿Treinta y dos euros? —Después recapacita un poco—. Bueno, sí, efectivamente, cuatro copas de vino y dos tablas llenas de comida es un precio honesto… Venga, paga.

Y me la devuelve. María mete la mano en su bolso.

Non ti preoccupare, es por nuestro trabajo. ¡Nosotros no pagamos, paga Salvetti!

—Sí… —añade Gio—. ¡Es come il príncipe Colonna!

De modo que María y Paula se miran perplejas, sin acabar de entenderlo, pero después a María se le ocurre una idea, coge la copa todavía medio llena de vino tinto y la levanta:

—¡Gracias, Salvetti!

Me hace una gracia tremenda cuando dice según qué cosas con ese acento español, y de este modo brindamos todos a la vez.

Después Paula pone su mano sobre la de María.

—¡Quieren ser amables, y eso significa que si alguna vez vienen a España serán nuestros invitados! —se dirige a nosotros con una sonrisa.

Al poco rato Gio llama al portón del convento de Santa Croce.

—Perdona, pero… —digo, y él ya me entiende.

—Les copiaba los DVD…

—Pero ¿cuáles? ¿Esos?

No le da tiempo a contestar, justo en ese momento se abre la puerta.

—Buenos días, ¿qué deseáis?

Es el custodio, un señor de unos cincuenta años con un uniforme que me recuerda al bedel que había cuando iba a primaria.

—Buscábamos al padre Fiasconaro.

—Esperad aquí.

Deja la puerta abierta y se aleja. Veo una larga extensión de césped perfectamente cuidado en el interior del patio.

—Perdona, ¿puedes decirme, por favor, qué DVD? No será de esos, ¿no?…

Gio se vuelve hacia mí, levanta una ceja y se queda en silencio con una cara que me recuerda a John Belushi de los Blues Brothers.

—No, por favor, dime que no. ¡Yo me voy!

Cojo a María de la mano y hago ademán de irme cuando él me detiene.

—Que no, venga, ¡era una broma! Les dupliqué un DVD, le hice cien copias.

—Sí, pero ¿de qué clase?

—Era una grabación en la que se explicaba la importancia de san Francisco, después se veían las imágenes de la iglesia, los cuadros que hay en ella, y hablaba de Hermana Arte, que es una fundación que tienen, creo…

—Y ningún otro tipo de imagen, ¿verdad?…

—¡Por supuesto… que no!

—Y, por curiosidad, ¿cuánto ganaste con eso?

—Nada. Lo hice gratis… —Después levanta la mirada hacia arriba—. Y me gustó hacerlo… —Y también levanta la voz—: Va bien reservarte algún pequeño favor, ¿no? Al menos me borrarán algún pecadillo…

Lo miro pasmado.

—No me lo puedo creer, ¡¿incluso tienes tratos con Dios?!

Hay una película, El lado bueno de las cosas, creo, en la que dicen una frase buenísima: «Cuando nací, creo que Dios tenía otras cosas que hacer». Aunque tal vez no fuera esa la película.

—¡Gio! —Llega un párroco, camina de prisa con sus cortas piernas y abre los brazos con una sonrisa sincera—. ¡Qué contento estoy de verte! ¡Qué bonita sorpresa!

Y abraza a Gio intentando, dentro de lo posible, abarcarlo por entero. El párroco nos mira.

—Hola, yo soy Niccolò, y ellas, unas amigas nuestras.

—Pasad, pasad adentro, os ofreceré algo de beber, yo soy el padre Paolo Fiasconaro. —Y dicho esto cierra la puerta y nos lleva al interior de la increíble basílica.

María y Paula abren su Lonely Planet y están encantadas cuando oyen que el padre Fiasconaro habla perfectamente español y les explica que la iglesia está cerrada, pero que nosotros podemos entrar por detrás. Y es muy amable porque también habla un poco en italiano para nosotros.

—Aquí fuera habéis visto la plaza, es muy grande, en el Renacimiento jugaban a fútbol y todavía hoy, todos los años, en junio, se disputa un partido con trajes de época.

—¡Ah, pues entonces vendré a jugar, padre Paolo!

—¡Se juega con un balón hecho de trapos, es una especie de rugby!

—Mejor, yo puedo ser un excelente pilar. ¡Y también para esta basílica!

El padre Fiasconaro se echa a reír, después abre una puertecita de madera que da directamente al interior de la basílica.

—En el pasado las iglesias eran horizontales. Los franciscanos, en cambio, fueron los primeros que se decidieron a seguir un mismo patrón para que la iglesia representara un punto de referencia para la gente. Tiene forma de cruz, como una «T», típica de otras grandes iglesias conventuales. Desde que se fundó hace siete siglos, poco a poco ha ido transformando su simbología, nació como iglesia franciscana y más tarde pasó a ser un obrador, e incluso un taller artístico.

Veo que María y Paula escuchan al padre Fiasconaro, consultan la Lonely y asienten. Después deciden cerrar la guía y dedicarse sólo a escuchar. Miramos todos hacia arriba.

—¿Veis allí?, la luz procede de aquellas altísimas naves llenas de ventanas con muchos colores distintos y se difunde por el interior matizando las columnas. Mirad las estatuas.

Alrededor está lleno de cuadros y bustos.

—Aquí fueron enterrados Miguel Ángel, Galileo, Maquiavelo… Os acordáis de quiénes eran, ¿no?

Nos mira preocupado por si ya lo hemos olvidado todo.

Intento tranquilizarlo.

—Sí, sí, claro…

Gio me da una palmada en el hombro.

—Él iba bien en el instituto, yo un poco menos.

El padre Fiasconaro asiente.

—Me lo imagino… ¿Veis esta estatua de Dante? Él también tenía que haber sido enterrado aquí en Florencia, pero Ravenna no lo permitió. ¿Veis esta mujer inclinada sobre el sarcófago? Es la poesía llorando.

María y Paula se emocionan al escuchar esa historia.

—Eran otros tiempos… —concluye el padre Fiasconaro, y nos conduce al interior.

Continuamos con la visita descubriendo el comedor de los franciscanos y probamos un peculiar licor de rosoli que elaboran ellos mismos.

—¿Os gusta?

María lo saborea lentamente.

—Es incredibile.

—Tiene su secreto… —El padre sonríe.

Después vamos a ver las obras que están haciendo, subimos por los andamios y llegamos a lo más alto, hasta el crucifijo. Estoy preocupado por Gio: no sólo está sin aliento por el ascenso, sino que además, y lo más importante, ¿el andamio aguantará? Pero no digo nada.

—Eh, deberías venir a verme más a menudo, te quedarías como un figurín…

—¡Sí, ya! —es lo único que Gio consigue decir.

Después bajamos a las celdas, donde encontramos viejos cuadros, documentos y antiguas botellas.

—¡Gracias! —María y Paula se despiden así de él cuando nos acompaña de nuevo a la puerta, están realmente contentas.

—Faltaría más. Volved cuando queráis, rezaré por vosotras… —Y se lo dice cogiéndolas de la mano a las dos con un verdadero y sincero afecto.

Después nos dirigimos hacia el Palazzo Vecchio.

—¿Aquí no has hecho nada? ¿DVD, descargas, tesis? ¿Nada?

—No, no conozco a nadie.

De modo que tenemos que hacer veinte minutos de cola para entrar en la Galleria degli Uffizi. Pero Gio siempre consigue sorprenderme, coge su iPhone y empieza a trastear, y cuando llegamos a la caja me sale con estas:

—He reservado cuatro entradas, ¡así que sólo pagaremos cuatro euros por entrada en vez de seis con cincuenta! Hemos hecho un poco de cola, pero algo nos hemos ahorrado.

María y Paula cogen la audioguía y siguen perfectamente todo el recorrido.

Después vamos a cenar a Latini, en via dei Palchetti. Incluso aquí Gio es un genio.

—Tenemos reserva, gracias, perdonad, gracias… —Y de este modo nos saltamos una fila de al menos treinta personas.

Nos sentamos a una gran mesa al lado de unos señores alemanes. Gio, que lo ha leído todo en TripAdvisor, las tranquiliza.

—Aquí funciona así, es normale, ¡mangiamo todos juntos pero ognuno con su plato!

Se ríen divertidas, sólo Paula se queda un poco descolocada al pedir.

—Un filete bien hecho…

El camarero la mira y le sonríe intentando ser amable.

—Es imposible, la bistecca fiorentina tiene que estar poco hecha.

Al final Paula decide hacerle caso y cuando traen el filete y lo prueba está de acuerdo, con ese punto de cocción está riquísimo, casi se deshace en la boca. Y además de la fiorentina comemos otros platos toscanos acompañados de un buen chianti: jamón cortado a mano, rodajas de salchichón, tostadas y polenta con setas y una sopa de tomate realmente sabrosa. Y al final María y Paula se vuelven locas.

Buono, ¿verdad? —Mojan los cantuccini en el vino de misa.

¡Molto buono! —Y se beben varios vasos, de modo que cuando salimos están un poco achispadas.

Gio besa a Paula, después mira a su alrededor.

—¡Eh, a ver si me va a pillar el padre Fiasconaro y me pondrá a hacer penitencia!

—¡Sí, será por eso! ¡Si le cuentas todo lo demás seguro que te hace entrar en el convento!

—Ja, ja, ja… —Se ríe como un loco y Paula le pregunta, curiosa:

—¿Qué está dicendo?

Niente, es una broma…

Después Gio se acerca a un grupo de chicos que pasa por allí en ese momento, habla con ellos, les pregunta algo.

—¡De acuerdo, gracias! —Y se aleja—. ¡Venga, venid, que están a punto de irse!

—Pero ¿adónde van?

—¿Qué importa? ¡Nos lo pasaremos bien!

Y entonces compra los billetes en un puesto de periódicos y nos hace subir a un autobús que sale en ese momento. Viajamos en silencio, ligeramente borrachos, digiriendo ese extraño sosiego. Gio y Paula hablan de no sé qué, otras personas, en cambio, están en silencio. María y yo nos miramos fijamente, y es una mirada hecha de mil palabras en cualquier idioma, o al menos es lo que me gustaría creer.

Llegamos arriba, al piazzale Michelangelo. La vista de Florencia desde aquí es preciosa. Y permanecemos en silencio como cuatro estatuas, cogidos de la mano. Un viento cálido y ligero revuelve el pelo de María y se desliza más abajo, envolviéndole el vestido, dejándoselo ceñido a su cuerpo, ya de por sí bonito, pero que de este modo todavía lo parece más. Está ahí, con las piernas un poco separadas, con el perfil dibujado en las luces de Florencia.

Nos llega la música de la discoteca Flo, que está allí cerca. Suena como L’immenso de los Negramaro. Y de repente esas notas llegan más nítidas, parece que el viento ha cambiado de dirección. Se potessi far tornare indietro il mondo, farei tornare poi senz’altro te… Si pudiera hacer volver el mundo hacia atrás, sin duda haría que tú volvieras…

María se vuelve y me mira, hay luna llena, preciosa, ella se acerca y me abraza.

Abbracciami… Me encanta questo viaggio, es especial, y lo recordaré sempre. Tú serás mi Italia, ricordaré cada beso segreto.

Y la estrecho con fuerza entre mis brazos y sus palabras medio en español medio en italiano me han gustado más de lo normal, tal vez porque me ha parecido una preciosa declaración de amor, la que yo no le he hecho a nadie. Ahora la música es otra, Girl on fire, de Alicia Keys. This girl is on fire, this girl is on fire, she’s walking on fire, this girl is on fire. Looks like a girl, but she’s a flame, so bright, she can burn your eyes. Better look the other way, you can try but you’ll never forget her name.

María me mira.

Questa canzone es verdad, habla sobre mí, per favore, no te olvides de mi nome.

Yo le sonrío.

—Descuida.

No la he seguido mucho, pero he entendido que no debo olvidar algo, como este momento. Esa canción no la he escuchado nunca con nadie, la estoy oyendo ahora con ella, aquí, entre mis brazos. Y todo es nuevo y único. Un helicóptero pasa en busca de algo, ilumina durante un instante los tejados de Florencia, después apaga las luces y se aleja junto con su ruido. Un gato salta sobre el muro que está frente a nosotros, una mujer pasa por la plaza en bicicleta. Las luces de Florencia son como una poesía junto a las notas que escucho. Ahora. Este instante. Sí, todo esto Alessia nunca lo vivirá, forma parte de este momento, de esta belleza, por insulsa que sea. Cuando ya no estamos con una persona, a medida que seguimos adelante, vivimos nuevos momentos que nos alejan cada vez más de ella. Estos momentos serán míos, no, nuestros, y por mucho que me esfuerce en intentar retener desesperadamente cada fotograma, en recordar todo lo que estoy viviendo sin ella, no podrá ser de otra manera. Antes la habría visto o la habría llamado quizá varias veces en el mismo día. «Ale, ¡no te imaginas qué espectacular, qué puesta de sol en el puente de corso Francia!, ¿tú también la has visto?». O bien: «Tendrías que verlo, es una pasada, hay hidroaviones que vienen del lago Bracciano, amarillos y llenos de agua para apagar el fuego de las colinas del monte Mario». «¿Lo has visto? ¡Está nevando! ¿En tu casa también? Qué espectáculo…». «Estoy aquí en viale Giulio Cesare y unas enormes bandadas de golondrinas bailan juntas en el cielo, formando figuras, una pelota, después un triángulo, una especie de torbellino de pájaros… Los he grabado con el móvil, más tarde te lo enseño». Sin embargo, este espectáculo de ahora, como otros mil pedazos de días que ya han pasado o que vendrán, los habremos perdido para siempre, Alessia. Y sólo en ese instante, por primera vez desde que ocurrió, entiendo que hemos roto de verdad.