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Y de ese modo regreso a casa y preparo la maleta.

—Mamá, tengo una bonita sorpresa… Mamá, ¿estás aquí?

Pero ya no hay nadie. Tal vez haya salido a hacer la compra, mejor así, le dejaré una nota y después la llamaré, si no, tal como es, se preocupará.

—Hola, tío, ¿eres tú? Quería decirte que estaré fuera por trabajo.

—Ah, de acuerdo.

—¿Puede sustituirme Sergio?

—Tú ya sabes que tu primo no quiere oír ni hablar de trabajar en el quiosco, dice que es cheap

Me echo a reír.

—Bueno, en fin, ya me entiendes, ¿cómo lo decís vosotros? ¡Es de macarra, es cutre!

—Que no, tío, que cheap se entendía perfectamente…

—Y entonces, ¿por qué se dice «cheap»? Porque los macarras suelen jugar al póquer, me parece… ¿Es como cuando pones las fichas y dices chip?

—No, tío, es una moda americana.

—Ah, ya entiendo, y ¿sabes cuándo volverás?

Me quedo en silencio.

—No. Pero creo que pronto, ya te lo diré, te llamaré. Adiós. —Y cuelgo.

Poco después estoy en casa de Gio. Toco dos veces al timbre y al cabo de un rato oigo llegar a alguien por detrás de la puerta y luego el sonido de la mirilla.

—¿Quién es?

—¿Yo?

—¿Yo, quién?

—Tu mejor amigo…

—Venga ya… ¡Mark Zuckerberg! ¡Fantástico!

Abre la puerta en calzoncillos, completamente hecho polvo, la deja abierta y se vuelve hacia su cuarto.

—Mark, deja unos cuantos miles de tus acciones en la cocina, por favor, ahora no tengo tiempo…

Después se deja caer en la cama.

—¡Eh, que así la vas a echar abajo! —digo yo cerrando la puerta—. Pero ¿has estado durmiendo hasta ahora?

—Sí.

—¿Y tus padres?

—¡Trabajando!

—¿Y no vuelven para comer?

—Hoy no. Pero ¿esto qué es?, ¿un interrogatorio? Todavía no he desayunado, y con la excusa de Zuckerberg la Gestapo ha entrado en casa.

—¡Vaya unas comparaciones! Venga, ya verás como ahora te despertarás, mira aquí. —Saco de detrás de la espalda una bolsa con todo lo que le gusta.

—Cruasanes normales, cruasanes de chocolate y crema, bollos con nata, emparedados de salmón, emparedados de pollo, mixto de jamón y queso…

—Pero ¿no querías ponerme a dieta?

—Así es, esto es para toda una semana. Salimos en seguida.

—Pensaba que ya me había despertado, pero veo que todavía estoy soñando…

—No, no, hablo en serio, mira… —Me siento a su mesa y toco el ordenador.

—¡Quieto! —Se levanta de golpe, se acerca hacia mí y me quita el ratón de la mano—. Toma, ponte en el otro… —Y hace rodar la silla hasta que acabo frente a otro ordenador—. En ese me estoy bajando unas películas que acaban de salir…

—Me parece que aquí antes o después harán una redada.

Miro a mi alrededor: su habitación es prácticamente como un inmenso Blockbuster, las paredes están llenas de DVD desde el suelo hasta el techo. Se fija en los que estoy mirando.

—Toda esa parte está en versión original, ¿sabes?, ¡hay gente a la que le gusta verlas así!

—O sea, las quieren en versión original… ¡pero copiadas!

—La gente es rara.

Una pared tiene todos los DVD con las carátulas rojas.

—Esto de aquí, en cambio, es el porno, ¡así no se confunden! Ah, ahora que pienso, el domingo recuérdame que lleve una al quiosco cuando estés tú, a las doce y media, o si no te lo doy la noche antes y ya se lo darás al falso cura. ¿A cuánto se lo dejé?

—¡A ocho!

—Eso, muy bien, y encima tienes buena memoria, ¡casi que te voy a coger en la empresa!

Lo apunta en un pósit que pega a un DVD.

—Pues llévale esta, es una de las primeras que hizo Sasha Grey, es buena pero no mucho, hace que tengas ganas de ver más, una peli porno tiene que ser como las cerezas, tiras de una y arrastra a la otra, y al final, te caen un montón, ¡ja, ja, ja!

Mientras dice esas idioteces, encuentro lo que buscaba.

—Aquí está.

Giro el ordenador hacia él y le enseño la oferta especial.

—Guay… —Se ha terminado el cruasán y la mira chupándose los dedos, llenos de chocolate y crema, luego da un sorbo al capuchino, coge una de las servilletas de papel y se seca la boca—. Me parece una oferta excelente… pero ¿qué tiene que ver con nosotros?

Sonrío y entro en la página, introduzco los datos, hora, día y personas, cuatro.

—¡Iremos con las extranjeras!

Gio un poco más y se atraganta.

—Pero… ¿cuánto tiempo estaremos fuera?

—No sé, tres días…

—Tres días, pero… pero yo no puedo, tengo que descargar películas, el jueves es cuando salen las nuevas…

—¿Y qué? Programa las descargas, ¿no?

—¡Pero… pero yo estoy prometido!

—Déjalas a las dos tranquilas un rato, que les irá bien…

—Y ¿qué les digo?

—La verdad, siempre hay que decir la verdad. ¡Que vienes conmigo para ayudarme a hacer una prospección inmobiliaria y que está todo pagado!

—¿En serio?

—Bueno, siempre es necesario decir una parte de la verdad.

—Y ¿cuál es la parte de verdad?

—¡Que en parte está pagado y en parte no, que trabajaremos un poco como agencia inmobiliaria y un poco no!

Gio le hinca el diente a otro cruasán, mira de nuevo al ordenador y después a mí.

—¿Sabes que en América se está imponiendo precisamente este concepto? Dicen que de vez en cuando es necesario hacer vacaciones. ¡Las vacaciones y el juego reposan la mente y la vuelven más productiva! Me parece una excelente idea, y como se trata de una afirmación que he leído, se lo voy a decir también a mis novias.

—Eso, muy bien, ahora que pareces convencido, ¡entra aquí y paga!

—Pero ¿cómo? ¿No has dicho que estaba todo pagado?

—¡En parte! El viaje no está pagado y lo pagas tú…

—Y ¿por qué?

—Porque tienes PayPal y siempre dices que es seguro.

Se queda un instante perplejo.

—Venga, hombre, ¿qué te pasa?, después te lo pago, haremos una nota de gastos para la agencia…

Gio está algo perplejo, pero al final lo convenzo.

—Pero ¿todavía lo estás pensando?

—¿Tú has pensado en el hecho de poner en el quiosco mi línea de DVD «especiales» en oferta reducida? ¡Espera, no me contestes! Podrías precipitarte. Piénsalo durante este viaje, ¿de acuerdo?

Me sonríe, bebe otro sorbo de capuchino y luego empieza a trastear en el teclado del ordenador, entrando en todos los apartados de la página y acabando en poquísimo tiempo toda la operación.

—Ya está, he conseguido todos los descuentos posibles, son cuatrocientos treinta y ocho euros…

—Pues menos mal que hay descuentos…

—Te tocan doscientos diecinueve…, ¿o dividimos entre cuatro?

—Sí, hombre, ahora que te la has tirado ¿te vuelves tacaño? ¡Venga, muévete!

Y lo empujo hacia la ducha.

—Eh, eh, espera. ¡Todavía me queda capuchino! —Pero al final se lo hago dejar en la mesa y, sin darle siquiera tiempo a replicar, abro el grifo.

—¡Está heladaaa!

—¡Mejor, así te despiertas!

Vuelvo a la habitación, abro la ventana, subo la persiana y me tiro en la butaca. El cuarto de Gio está lleno de altavoces Bose último modelo, tres ordenadores, servidores portátiles, impresoras inalámbricas, lámparas halógenas. Las otras habitaciones están mucho más en la línea de las películas italianas como Gomorra. En efecto, Mario y Enrica, los padres de Gio, la verdad es que no tienen nada que ver con él. Son delgados, no saben utilizar un ordenador, los dos trabajan en el ayuntamiento y son de izquierdas, me parece que es adoptado.

—Ya estoy listo, ¿nos vamos?

Cuando lo veo aparecer con todo el pelo engominado hacia atrás, el pantalón negro, al cuello una cadena de acero casi tan gruesa como mi muñeca y una camiseta negra en la que pone «Como como un buitre. Por desgracia el parecido no termina aquí. Groucho Marx», no me cabe duda. No sólo es adoptado, sino que fueron a buscarlo a América, o mejor aún, a Rusia, a esa parte de Rusia que según he leído en los periódicos se está rebelando contra todos los sistemas. En fin, más que educación siberiana, esto es mala educación Gio.

Cuando llegamos delante del hotel, María y Paula están sentadas a una mesa del bar de al lado, tomando el sol, radiantes, con unos botellines de Aquarius sobre la mesa de los que se han bebido la mitad.

—¡Eh, ya estamos aquí!

¡Ciao! —Ya parecen italianas.

—¿Come estáis? ¡Estáis espléndidas!

Luego María me besa, Paula también parece muy contenta de ver a Gio.

—¿Y bene? —María me mira a los ojos—. ¿Qué sorpresa tenete?

Gio saca los billetes del bolsillo de su maleta de ruedas.

—Aquí está, tres días, tre giorni di visita por las ciudades più belle d’Italia. ¡Florencia, Venecia y Nápoles!

—¡Sí! —María me salta al cuello y casi me tira—. ¿Quién ha tenuto esta ocurrenza?

—Creo que pregunta de quién ha sido la idea…

—¡De él! —Y lo decimos a coro, señalándonos el uno al otro, luego nos echamos a reír y nos abrazamos.