Yo, en cambio, me he hartado de ser ingenuo, me he hartado de todo, de esta sociedad, de que todo sea una tomadura de pelo y todo siga siendo igual que antes, basta con mirar la política: nos toman por estúpidos en todo el mundo, hacemos elecciones sólo para que al cabo de dos meses estemos en la misma situación que estábamos, aquí hay mucho listo, siempre pensando en cómo hacerse más rico, me parece estar en esa novela, El gatopardo, con Tancredi, diciendo: «Es necesario que todo cambie para que todo siga igual». Políticos idénticos a los viejos e iguales que los del futuro. Y es que Paolino el Loco, que recorría piazza Barberini con dos especies de muelles en la cabeza colocados alrededor de las orejas, tenía razón cuando decía: «¡El diablo está aquí, el diablo está en el dinero, en el poder, en lo fácil que es todo!».
Y después señalaba a los que pasaban: «¡Tú! ¡Sí, sí, tú! ¡Tú también te venderías por nada! ¡Sois como los futbolistas! Con una semana de diferencia están jugando en el equipo contrario, quizá incluso contra el que han marcado. Por dinero, todo se hace por dinero, hasta las putas son más honestas, ¡al menos ellas no fingen lo que no son!». Y seguía dando vueltas por la plaza y parecía que la tenía tomada con todo el mundo, iba en una especie de bicicleta y llevaba una pequeña radio que ponía con el volumen alto en el borde de la fuente y bailaba, bailaba como un loco, agitándose sin medida, sin criterio. Un loco simpático. Después, de un día para otro desapareció. Gio, Bato y Guido iban de vez en cuando a tomarse una cerveza a piazza Barberini, a escuchar sus invectivas y a reírse. Pero cuando una noche ya no lo encontraron, se sintieron fatal. Entonces en seguida alguien dijo que le había tocado la lotería, otro dijo que siempre había sido rico y había estado tomándonos el pelo. Gio, en cambio, que es más realista y menos romántico, simplemente dijo que había muerto. Yo no sé lo que le ocurrió realmente, pero creo que no estaba tan loco, que decía la verdad. Recuerdo que una vez en el colegio la profesora de Historia del Arte, hablando de Van Gogh, dijo: «Los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios», estaba citando a Carlo Dossi. Nunca le prestaba atención, pero de vez en cuando decía algo interesante.
La mirada se me posa en la foto de Anzio. Sí, creo que lo hemos estropeado todo, que el mar al que me llevaba mi padre cuando era pequeño ya no está tan limpio como en esa foto. Menos mal que todavía quedan esas playas que de vez en cuando veo en internet, aunque nunca he estado allí. ¿O esas también son falsas? Retocadas con Photoshop, como todas las modelos de las revistas o esas tías que ponen la foto en el perfil de Facebook y que se nota que es un engaño y encima está mal retocada. El mundo ya no es limpio, la comida ya no es buena, la mozzarella ya no es sana y todos buscan desesperadamente la manera de construir un futuro que tal vez no existirá.
También pienso que toda esta paja mental es normal en mí, es el clásico efecto después de un colocón, siempre me sienta mal, ¡aunque la noche haya salido perfecta y haya sido divertida como la de ayer! Pero lo más fuerte es que me desaparece el freno inhibidor, de modo que lo digo todo, en fin, me freno poco o nada, y lo más tremendo es que estoy a punto de entrar en el portal de la agencia inmobiliaria. Llamo el ascensor, llega, entro y no tengo tiempo de pulsar el botón cuando ella entra conmigo, con esa tempestividad que sólo el destino puede tener. Pozzanghera.
—Hola, Benedetta.
—¿Hola? ¿Hasta tienes el valor de saludarme?
Bueno. Tal vez no debería haber bebido, pero también es verdad que nunca habría conseguido escapar de esta situación. De modo que sonrío, quizá porque ya me imagino lo que voy a decir. En realidad, si te paras a pensarlo, nunca sabes realmente lo que saldrá de tu boca cuando empiezas una discusión, y a veces puedes sorprenderte porque no te creías capaz de decirlo.
—¿Ah, sí? ¿Y bien, querida Pozzanghera?…
—¿Pozzanghera?
—¡Sí, como la charca que te hace maldecir cuando acabas metido dentro! Pues eso, cuando te pones así eres una verdadera pozzanghera, ¿sabes? ¿Acaso te violé, eh? ¿Fui yo quien te obligó a hacer todo lo que hiciste? ¡No! Es más, ¡tendría que ser yo quien se quejara! Fui a verte para darte mi apoyo, porque vi que estabas desesperada, y ¿qué haces tú? Te aprovechas de mi bondad y te restriegas encima de mí con tetas y culo de una manera que hasta el último de los gais habría pensado que se había equivocado…
—Ejem…
No me lo puedo creer. Hasta ahora no me he dado cuenta de que detrás de mí las puertas están abiertas. Este ascensor lleva directamente a la entrada de la agencia, donde está la recepción, los carteles con las distintas tareas de la semana y, naturalmente, mis compañeros. Están todos allí, y por cómo se han quedado, paralizados y atónitos, deben de haberlo oído todo. Salgo del ascensor como si nada.
—Vale, Benedetta, estoy de acuerdo contigo. Ya verás como haciendo la rebaja que sugieres se venderá en seguida…
Luego cruzo la sala buscando algo dentro de mi bolsa.
—Ah, buenos días a todos… —Y desaparezco detrás de mi escritorio.
Enciendo en seguida el ordenador y reviso el correo escondiéndome detrás de la pantalla, agachándome, como si buscara algo dentro de un rincón de no sé qué indefinido correo. Nada, naturalmente Alessia no me ha escrito. Miro el móvil, allí tampoco nada, ningún mensaje. Lo dejo y abro Facebook. Voy a la página de Alessia, nada, no hay ninguna pista, nada que pueda hacerme imaginar que haya alguna novedad significativa en su vida. Las fotos de siempre. Bueno, debe de haber salido a cenar con sus amigas como todos los sábados que no salía conmigo. Sigo haciendo clic en las fotos, una tras otra. Hay una de ella muy bonita. Es reciente, a saber quién se la habrá hecho, seguramente Alessandra, está obsesionada, continuamente está sacando fotos con el móvil. Se compró el iPhone 5 sólo porque tenía más definición que el 4S. Miro la foto con más detenimiento. «La estructura…». Hay una frase extraña detrás de ella, me parece que la conozco. Tal vez la he visto en algún bar. Ah, claro, ya sé dónde están, en Settembrini, cerca de piazza Mazzini. Pero no es un restaurante, es una librería en la que se puede comer. Qué buena idea poner la cultura al servicio del estómago, sí, han tenido una muy buena idea. Pero es raro que Alessia haya vuelto allí. Recuerdo que el día que fuimos con los demás ella dijo:
—Pero ¿tú te crees que todos estos libros tengan que impregnarse de ese olor a frito? Huele, huele… —Se olía el pelo—. Voy a darme una ducha. —Y se alejó…—. ¿Y esto? —Cogió un libro que se titulaba Crimen y castigo—. ¿Y a Fiódor se le va a quedar pegado este olor a frito? ¡Pues vaya!
—Sí, es realmente un crimen, mejor dicho, un castigo freír un libro como este… —Intenté hacer un chiste, pero ella no se rio.
—Cuando te pones así te mereces los amigos que tienes.
—Venga, era una broma…
—¡Eres un capullo!
—¡Pero, venga, Alessia, estás exagerando! —Y se fue del local. Recuerdo que me encogí de hombros y seguí tomándome el vino blanco que había escogido Guido.
—Qué pesada, ¿eh?… —dijo él.
Yo no contesté. En realidad me habría gustado correr detrás de ella, y si no hubieran estado mis amigos, lo habría hecho. Qué manera tan distinta tenemos de hacer las cosas cuando no estamos solos, y qué cariz toma nuestra vida a veces por culpa de los demás.
Una vez vi un cuadro que me gustó muchísimo. Era una mujer de espaldas y debajo había una frase toda corrida, pero que de lejos se leía con claridad: «Y los demás ¿quiénes son?». Sólo decía eso. Habíamos ido a ver a Gloria a su preciosa galería de arte en piazza di Spagna, Ca’ D’Oro. Esa vez Alessia se lo pasó en grande, la recorrimos juntos, y cuando le enseñé el cuadro no me insultó, al contrario. Le gustó de veras.
—Es verdad… —dijo—. Y los demás ¿quiénes son? ¡Es superguay!
Y en mitad de la exposición me cogió de la mano y me arrastró a la piazza di Spagna, hacia arriba, hasta la parte más alta de la escalinata. Se tomó una cerveza y empezó a bailar sobre los peldaños en medio de los guitarristas que se habían reunido allí para una extraña jam session. Uno llevaba el pelo largo como Kusturica, o como se llame ese director que hace esas películas con un montón de música guay. Pues eso, el tipo tocaba bien y miraba a Alessia un montón, pero ella no veía a nadie, sólo a mí, y me besaba como si los demás no estuvieran, no existieran, porque y los demás ¿quiénes son? Me echo a reír al recordarlo. A eso se refería. Por eso le gustó ese cuadro, por eso aquella noche decidió comportarse así. Y tal vez fuera un mensaje que, sin embargo, no supe escuchar.
No hay ningún correo para mí, ningún mensaje, al otro lado de la sala veo que Pozzanghera me está mirando. Entonces vuelvo a esconderme detrás del ordenador y sin quererlo me impresionan tres cosas de la página de Affari Italiani. La primera es que la gente critica los artículos de Affari Italiani, la segunda es que ahora hay unas ofertas increíbles para viajar por Italia y es una lástima perderlas, y la tercera es la que me hace tomar una importante decisión. De modo que me levanto de mi mesa y cruzo la sala justo en el mismo instante en que Pozzanghera se levanta de la suya para venir hacia mí.
—Oye, Niccolò, para ese ático he pensado…
—No te preocupes, ya no me ocupo yo si no quieres, no hay problema, he dejado las llaves sobre mi mesa.
—Ah. —Y se queda así, sin saber que más decir—. Pero yo no quería decirte eso…
Y antes de que pueda terminar la frase ya estoy en el despacho de Gianni Salvetti.
—Hola, Niccolò…
—¿Puedo?
—Sí, sí…, claro.
—Bueno, anoche nos encontramos en una situación extraña…
Justo en ese momento Marina pasa por delante del despacho, primero me mira, después, sintiendo cierta incomodidad, se vuelve hacia el otro lado.
—¿Cierro la puerta?
Y sin esperar a que me conteste lo hago.
—Bueno, Gianni, yo de alguna manera me he vuelto…, no sé cómo decirlo…
Dejo el móvil sobre la mesa y me quedo un instante en silencio. Gianni mira el teléfono, después de nuevo a mí, de modo que continúo.
—Sí, en fin, he sido testigo de algo. Bueno, yo no tendría que haber estado en ese ático anoche y enterarme de cierta realidad que, las cosas claras, no me esperaba en absoluto…, pero por desgracia ahora estoy al corriente y me encuentro en un aprieto.
Gianni se recuesta en el respaldo de la silla. Está muy pálido, frunce el ceño, junta las manos sobre la barriga. No puedo evitar fijarme en la alianza que lleva en la mano izquierda. Se da cuenta y cambia la posición de las manos, ocultándola.
—Así pues, Niccolò, ¿qué es lo que quieres decirme?
Poco después salgo por esa puerta con una sonrisa. Tengo que decir que Alessia tenía razón, a veces leer el periódico te sugiere una perspectiva que quizá nunca se nos habría ocurrido. Gianni en seguida ha estado de acuerdo, me dedicaré a ampliar el potencial de la agencia, de manera que en los próximos días viajaré, lo que me permitirá evitar a Pozzanghera durante un tiempo, pensar menos en Alessia y sobre todo poder enseñar a nuestras dos bellas extranjeras alguna otra parte de Italia, tal como sugería Affari Italiani. ¿Que cuál era la tercera cosa que me impresionó del periódico? Ah, sí, que cada vez se producen más chantajes en el trabajo.