—¿Sabes que todavía me duele?
—¿El qué?
—¡Todo! Pesas mogollón, me has aplastado.
—¡Venga, no te enrolles!
Gio se ríe divertido, hace un extraño eslalon entre los coches de corso Francia y a toda velocidad emboca la curva en dirección a piazza Euclide.
—Oye, de todos modos, por mucho que digas de María, has ganado un montón de dinero al póquer esta noche…
—Sí, he tenido suerte, pero eso debería hacerte entender algo, por mucha gracia que te haga…
—¿El qué?
—Que con una extranjera no basta…
Gio se ríe.
—¡Y Pozzanghera!
—¡Ni con Pozzanghera es suficiente!
—Mañana deberías presentarte en la oficina con unas flores.
—¿Sí? ¿Por qué? ¿Quién se ha muerto?
Gio levanta las cejas.
—¡Tú, si no lo haces, confía en mí!
—Tengo un as en la manga…
—Si eres tan afortunado como esta noche, entonces sí, tal vez te salga bien… —Gio coge piazza Euclide a toda velocidad, la cruza y sube recto por via Antonelli, luego a la derecha, se pasa un primer semáforo en ámbar, un segundo y va derecho hacia via Veneto.
—¿Tú no has encontrado a Bato un poco raro esta noche?
—No, ¿por qué?
—Ha estado todo el rato pendiente del teléfono…
Gio me mira y se queda un rato en silencio.
—¿Y qué? ¿Qué quieres decir?
—Bueno, siempre ha tenido un montón de chicas, pero nunca le ha importado ninguna, siempre desconectaba el teléfono cuando jugábamos, en cambio, esta noche…
—¿Esta noche?
—¡Esta noche lo miraba a cada mano!
Gio se vuelve a quedar un instante en silencio.
—Ni idea, no sé qué decirte, no me he fijado, sinceramente…
—Qué raro…
—¿Por qué?
—¡Me parece que siempre te fijas en todo!
—Perdona, pero si tú te has fijado tan bien, ¿por qué no se lo has preguntado?
—No sé, me parecía fuera de lugar…
—Mira que eres raro, ¿eh? A mí siempre me tocas los cojones por todo, y con Bato y Guido tienes unas atenciones más extrañas… Pero bueno, de todos modos, qué noche tan mágica, ¿eh?…
—¿Por qué?
—Hemos ganado tú y yo…, ¡y ahora nos lo gastaremos todo con esas dos! ¡Ya las veo!
María y Paula están a la salida del Teatro de la Ópera. Hombres y mujeres de todas las edades bajan de la sala principal, muchos se alejan rápidamente sin hablar, otros forman pequeños corros y comentan, más o menos entusiasmados o críticos, lo que acaban de presenciar.
«Mejor la última de Peter Stein cuando dirigió La nariz de Shostakovich», «Oh, sí, a mí me gustó mucho más…», «Pero ¿por qué esa desmesurada y a mi parecer excesiva afectación?…», «Para parecer extraños a toda costa», «De todos modos, el vestuario era precioso…», «Sí, pero ¿quién era el diseñador?», «Un inglés», «¡Qué raro, si no tienen gusto!».
Y se ríen divertidos por esa opinión general mientras María y Paula se paran y miran a su alrededor.
Gio y yo bajamos del coche.
—¡Eh! ¡Ya estamos aquí!
Movemos los brazos delante del teatro hasta que Paula nos ve y le hace una señal a María para que vea dónde estamos. María se ilumina con una espléndida sonrisa, de tal manera que Gio, aunque de lejos, se da cuenta.
—Es increíble la belleza tan especial de esa chica, desde aquí se nota lo contenta que se ha puesto al verte…
—En realidad es que odia el metro…
—Pero ¿qué dices?…
—Y también los taxis.
—Ahora comprendo por qué Alessia te ha dejado, ¡eres demasiado cínico!
—Qué va, ¿qué tendrá que ver?, pero en este caso es verdad…
—Sí, pero ¿cómo acabó todo con Alessia? ¿Te has preguntado realmente el motivo alguna vez? ¿Has analizado lo que pasó y, sobre todo, por qué?
María y Paula cruzan la placita y vienen hacia nosotros.
—Oye, Gio, perdona, ¿eh?, aclárame una curiosidad: has tenido no sé cuántos días para invitarme a hacer esas importantes reflexiones y ¿cuándo lo haces? ¡Esta noche! Y no sólo eso, sino que encima cuando nuestras amigas están a punto de llegar. O sea, debe de haber un propósito para todo esto, ¿no?, explícamelo porque sinceramente se me escapa.
Gio las mira, pero todavía les queda un trecho por recorrer.
—De acuerdo, tienes razón, pero dime sólo una cosa, Nicco. ¿Alguna vez te declaraste a Alessia? O sea, le dijiste alguna vez lo importante que es para ti, lo que significa… O mejor todavía, ¿le dijiste simplemente «Te quiero» alguna vez? —Y luego me mira fijamente en silencio y yo lo miro y no sé qué decir, entonces él abre los brazos y sonríe—. ¿Lo ves?…
Y justo en ese momento llegan María y Paula.
—¡Oh, molte grazie! ¡Ha sido meraviglioso!
Nos abrazan y nos besan, apartándonos de esa situación.
María sube al coche y no deja de hablar ni un instante, yo me reúno con ella atrás y echo el asiento hacia adelante mientras Paula se sitúa junto a Gio.
—La música era bellissima, te lo juro, he llorado. Ha sido tanto conmovedor. Siente el latido del mio cuore. —Y me coge la mano y se la lleva al pecho.
Gio, naturalmente, me mira por el retrovisor y se ríe.
—¡Y encima has ganado al póquer! Él es un uomo veramente afortunado…
—¿Per qué? —María lo mira con curiosidad.
—¡Primero porque ti ha trovato, y secondo porque me ha dado un fantástico regalo como Paula!
—¡Ohhh! —Paula se emociona con esas palabras, tal vez no se lo esperaba, entonces se quita el bolso del hombro izquierdo y se lanza sobre Gio abrazándolo y estrechándolo con fuerza.
Gio me mira de nuevo por el retrovisor.
—¿Ves lo que quería decir? ¿Qué?, ¿tan difícil es soltar un par de gilipolleces? Ellas son felices así…, ¡pues hazlas felices, ¿no?! ¡Hazme caso, que después tú también eres feliz! —Y traza una curva de noventa grados de tal modo que acabo al otro lado del coche, justo sobre María, y casi no tengo tiempo de poner el brazo contra la ventanilla para no aplastarla del todo.
—Disculpa…
—Oh… —María sonríe—. Es un piacere. Aplástame con amore. —Y lo dice de una manera, con una mirada… que me gustaría seguir las indicaciones de Gio y hacerle una declaración ahora mismo, larga y preciosa. Pero en este caso es distinto, no hablo su idioma, tengo la excusa adecuada.
Gio enciende la radio y pone un CD.
—¿Y bien?, ¿salimos o vamos al hotel?
—¡La noche es larga…, sí!
María se ríe.
—¡Acaba de cominciare!
Y empiezan a bailar con la canción Stay, de Rihanna y Mikky Ekko.
—¿Sabes qué quiere decir esta canción? Habla de nosotros… dice Something in the way you move, Makes me feel like I can’t live without you, It takes me all the way, I want you to stay!; algo en la forma en que ti muovi, me hace sentire come que no puedo vivere senza te, mi porta hasta el final, ¡voglio que te quedes!
Al cabo de un rato llegamos al obelisco del Eur. Gio da otra curva cerrada y empieza a dar vueltas alrededor del obelisco a una velocidad alucinante, haciendo chirriar las ruedas a lo loco. María y Paula están las dos contra la ventanilla, riéndose y gritando como locas.
—¡Sííííí!
Después Gio acaba de dar vueltas y se mete por via Chopin y aparca delante de Spazio 900, a continuación baja como si fuera Bruce Willis en una de sus mejores películas.
—Eh, Danilo… Toma. —Le tira las llaves al aparcacoches del local, un tipo de unos treinta años, rapado y con barriga, pero que sólo debe de haber visto las películas de Verdone, porque no las coge y las llaves caen al suelo.
Haciendo como si nada, entramos en Spazio 900.
—¡Eh, Nicco, esta noche está Coccoluto! ¡Escucha qué música!
Gio se alborota en seguida bailando y pasa por debajo de la cuerda con una agilidad inesperada. El gorila acude rápidamente a su encuentro para echarlo, pero cuando lo reconoce niega con la cabeza.
—¡Sigues siendo el mismo, ¿eh, Gio?!
—El mismo…
—¿Cuántos sois?
—Cuatro.
—Vale.
Alceste, el gorila, habla con Fritz, el director, elegante como siempre, impecable con su bigotillo a la francesa, unos astutos ojos azul claro y esas gafas con una montura distinta cada vez. Fritz lo escucha, después Alceste nos señala, él nos saluda desde lejos y le da algo. Alceste se reúne con nosotros y entrega a Gio cuatro entradas.
—Pasadlo bien y tened cuidado…
—¿Por qué?
—Habéis hecho buena pesca… Estas dos son muy guapas y hoy está lleno de macarras…
Gio sonríe.
—Sabemos defendernos… Oye, si eso nos defiendes tú.
Alceste se ríe como un loco y al final empieza a toser preso de un exceso de animación.
—¡Muy bueno, Gio! Oi lakedaimonioi…
—¡Siempre! —Y entramos.
—¿Qué quería decir esa última frase?
Gio coge a Paula del brazo como si fuera su novia de toda la vida.
—¡Pues nada, es algo que decimos como saludo! Le hice la tesis…
—¿Tú?
—¡Sí, yo! ¿Por qué? Se licenció en Derecho, en Jurisprudencia. ¿Ves cómo es la vida hoy en día? Podría ser un excelente abogado y, sin embargo, con la crisis que hay tiene que trabajar de gorila.
—Perdona, ¿eh?, pero si se licenció gracias a ti, yo alguna duda tendría…
—Bueno, gracias a mí, ¡gracias a la tesis! ¡Oye, que hoy se pueden descargar las tesis de internet, ¿eh?! Hicimos un trato, ¡yo le llevaba la tesis y él me dejaba entrar gratis allí donde estuviera trabajando de gorila!
—Ah, ya…
—Y cuando lo necesito hasta me da algún consejo legal.
—Pues claro…, ¿cómo no se me habrá ocurrido? Así por lo menos haces que se sienta más valorado.
Y entramos en esa especie de guirigay. María y Paula charlan entre sí. María de vez en cuando señala algo a Paula, haciéndole notar algún detalle de la discoteca.
—Queremos ir a bailare…
—Claro…
Y diciendo esto se ponen el bolso en bandolera, se quitan las chaquetas y las colocan de manera que no tengan que llevarlas en la mano. Vaya, qué cosas hacen estas extranjeras. Gio se da cuenta.
—No, no, no es bueno. ¡Cuando estáis con noi no tenéis problemis! —Saca las chaquetas de los bolsos y lo deja todo en una mesa allí al lado, luego se va a hablar con Alceste.
Los veo desde lejos, Gio nos señala, después señala la mesa. Alceste asiente y le dice algo al oído. Gio con un gesto le dice que está loco, cómo se pasa. Entonces Alceste le dice otra cosa al oído. Gio se ríe y le da una palmada en el hombro. Luego, negando con la cabeza, vuelve hacia nosotros con la música de Daft Punk, Get lucky.
—Joder, sí que va fuerte Coccoluto, al menos deben de darle veinte talegos por noche, ¡pero se lo merece, joder!
—Siempre estás hablando de dinero. ¿Qué te ha dicho Alceste?
—¿Eh? —Gio me lleva a la mesa—. Sentémonos aquí…
—¡Primero dime qué te ha dicho!
—No te preocupes…
—¿Has tenido que pagar algo?
Gio se deja caer pesadamente sobre el sofá arrastrándome consigo entre esos cojines de piel negra que todavía huelen no sé a qué ni a quién.
—Esta noche vamos a toda vela… ¡Estate tranquilo! Eh…
Llama a un chico con una bandeja.
—¿Nos traes dos rones con cola? Gracias.
—¡Pero si yo no quiero ron con cola!
El chico se queda esperando. Gio se ríe y me palmea el muslo.
—¡Ay!
—Qué delicado eres, de todos modos yo tengo sed, los dos rones son para mí, ¿tú te crees que iba a pedir lo tuyo sin preguntarte?
El chico con la bandeja en la mano parece impacientarse.
—Entonces ¿tú qué tomas?
Gio se yergue como puede de los cojines del sofá.
—¡Oye, tío! ¡Tranquilo, ¿eh?! Tenemos toda la noche por delante, somos invitados del príncipe Colonna. ¡Sé más amable o ya puedes olvidarte de la propina!
Trago saliva.
—¡Para mí un gin-tonic!
—¡Y trae también una botella de champán con cuatro flautas!
El chico se va sin contestar.
Gio vuelve a hundirse en el sofá.
—¡Estos muchachitos han perdido todo el respeto!
—Pero si casi tiene nuestra edad…
—Le faltan esos dos años que marcan la diferencia. Y además, nosotros tenemos la vida en el bolsillo, se nota que él la pisotea… —Gio levanta la voz intentando hacerse oír en medio de las notas enloquecidas—. ¿Y se dice «flautas» en vez de «copas»? No sé…
Después se levanta y empieza a bailar allí delante.
—Pero ¿en serio que lo paga todo el príncipe?
Me guiña el ojo y asiente, después, bailando siguiendo perfectamente el ritmo, va hacia Paula y María. Se reúne con ellas, la gente le deja sitio, Gio saluda a alguien, luego gira sobre sí mismo y besa a Paula como si no estuviera prometido con nadie y sólo estuviera con ella.
—¿Lo dejo aquí? —Ha vuelto el chico, que pone los dos rones sobre la mesa, mi gintonic, una cubitera llena de hielo y la botella de champán con las flautas.
—Sí.
—¡Muy bien, ahora pon una firma aquí!
Me pasa el bloc, yo miro a Gio para buscar su aprobación, pero él sigue bailando como un loco rodeado por Paula y María y mucha otra gente. Entonces me vuelvo hacia el gorila, que por suerte me está mirando y asiente, de modo que cojo el bloc del chico y, ante la duda, escribo algo que pueda parecer cualquier cosa menos Niccolò Mariani. El joven camarero ni siquiera lo mira, se vuelve, se mete el bloc en el bolsillo de atrás y desaparece en medio de la gente. Yo me vuelvo hacia Alceste, levanto la mano para darle las gracias y hasta me gustaría decirle «Oi lakedaimonioi…», pero no me da tiempo y se gira hacia otro lado haciendo como si nada.
De modo que no me queda más que tomarme mi gintonic. Está frío, está rico, está bien mezclado, pruebo un sorbo, entra de maravilla, así que me lo trinco de un trago y lo termino, qué más me da, mejor dicho, me siento como un príncipe, ¡incluso he firmado como príncipe Colonna! Y con este pensamiento voy a bailar en medio de la pista con ellos.
Me acerco a Gio y le grito al oído:
—¡Gio!
—¿Eh? ¿Qué quieres? ¡Está todo pagado!
—¡Sí, ya lo sé, quiero decirte otra cosa! Pero ¿no te da miedo que te pillen?
—¿Quién? —Me mira perplejo.
—¿Cómo que quién? ¡Tus dos novias!
—¿Qué pasa?, ¿quieres atraer la mala suerte?
Da un paso de baile y sin hacerse notar se toca ahí.
—Pero si ya saben que esta noche jugamos en casa de Bato hasta tarde y las dos ya están durmiendo, he recibido los sms… ¡Y, además, aquí hay más de tres mil personas! Tendría que ser cenizo…
Y sigue bailando con una tranquilidad fantástica. Y la música enloquece, el disc-jockey es realmente bueno, pasa del house con matices y cadencias latinas al minimal techno y la música electrónica. Y de tanto en tanto volvemos a la mesa. Gio se sopla los dos rones, después abre la botella de champán, llena las flautas y las levanta al cielo.
—¡Gracias, príncipe Colonna!
—¿Un príncipe? ¡Qué guay, grazie! —¡Y brindan por él y luego se beben su flauta riendo! Y después otra, y otra más, y luego volvemos a bailar y la música parece todavía más bonita. Con los brazos abiertos y los ojos cerrados, siguiendo el ritmo, con el techo girando al mismo tiempo que la bola de mil colores con la música de Feel this moment.
—¡Qué bueno, Pitbull!
—¡Sí, a noi nos piace!
Y saltan con placer con las notas de nuestro querido capitán. Y regresamos a la mesa y sale otra botella de champán, y esta vez son María y Paula las que levantan sus copas en primer lugar.
—¡Gracias, principale Colonna!
—Que no es «principale»… Príncipe… Bueno… ¡De hecho, principale también suena bien!
¡Y seguimos bailando con la música de Mengoni, Pink, Bruno Mars, Max Gazzè, Ola!, y entre un disco y otro bebemos algo, y luego seguimos bailando. Después Gio se aleja y por un instante me preocupo. ¿Qué va a organizar ahora? ¿Dónde se ha metido? Entonces lo veo de lejos. Está junto a la cabina del disc-jockey y le dice algo. Coccoluto asiente sonriendo. Gio levanta la palma de la mano. ¡No! Incluso chocan los «cinco». No sé. Es el hombre de los mil misterios. Y así, mientras vuelve sonriendo, la música cambia y suena Eros.
Che cosa ti aspetti da noi… Chissà se ci pensi mai… Lo sai che anche il mare è più blu… A veces podemos pensar… en lo que sucederá… Sabes que el mar es más azul…
Y todo el mundo parece estar de acuerdo con Gio, y se abrazan y forman parejas y empiezan a bailar, lentamente, como si no esperaran otra cosa más que ese momento. Se suavizan las luces en todo Spazio 900 y Paula está allí llorando con los brazos a lo largo del cuerpo, ríe y llora.
—Sí…
Llega Gio y le sonríe.
—Questa canzone es la de anoche…
Y ella lo estrecha con fuerza y se esconde entre sus brazos y se pierde en ese pecho entre cadenas y cachivaches y cierra los ojos, enamorada, y yo me pregunto si todo esto es verdad. No, puede que desde el principio me encuentre en un Show de Truman a la italiana dirigido por un gran director: Gio. Pero entonces siento que me abrazan y comprendo que no, que todo es real, y si de todas formas hay una cámara oculta es la broma más bonita que podían hacerme, porque María es única. Y, así, cierro los ojos y me dejo llevar y bailo con ella, y la música es preciosa y Eros es genial: Questa nostra stagione di vita insieme, a innamorare noi è perfetta così, ma non c’è vero amore che non abbia bisogno di un po’ di cure… Este tiempo tan nuestro, de vida juntos, enamorándonos. Es perfecto así, y no hay amor verdadero que no necesite de algún cuidado… Y esas palabras no pueden evitar sugerir ese beso de María, maravillosamente mío. Después ella se aparta y se apoya en mi pecho. Pero ¿cuánto hacía que no iba a una discoteca? ¿La vida se había vuelto aburrida con Alessia? Yo me había vuelto aburrido. O no, ahora lo entiendo, ¡tal vez es que soy aburrido! Miro a María, tiene los ojos cerrados y se balancea conmigo siguiendo el ritmo de la canción. Es preciosa, es cierto, pero ¿qué puede entender una española? Siempre hemos visto a las extranjeras acompañadas de los macarras más macarras, perder la cabeza por los más palurdos, enloquecer por los más horteras. ¿Por qué no tienen el mismo gusto que nuestras italianas? Siempre nos hemos reído con Gio sentados en piazza Navona mirando a los que acompañaban a las extranjeras, siempre hemos pensado que eran las sobras de las chicas italianas, en fin, ¡basura! Pero Gio sale con dos chicas italianas, al único al que han abandonado es a mí, ¡de modo que la basura soy yo! Pero no me da tiempo de acabar ese pensamiento cuando me veo separado de María a la fuerza, alguien me tira del brazo y oigo una voz gritar tan alto que sobrepasa la música:
—¡Ahí tienes el porqué! ¡Porque eres como todos! Mejor dicho, eres el peor de todos, el más gilipollas…
¡No me lo puedo creer! Está allí delante de mí con los brazos en jarras, con los ojos inyectados en sangre, mirándome como asqueada, después mira a María y naturalmente todavía se cabrea más.
—¿Y bien? ¿Qué me contestas? —Y niega con la cabeza—. Qué asco…
—Pero Pozz…, ejem, Benedetta, perdona, pero ¿por qué te pones así?
—¿Por qué? ¿Tú me preguntas por qué?
—Eh, sí, ¿por qué?…
—¡Porque después de todo lo que pasó ni siquiera me has enviado un mensaje! ¡Y no sólo eso, te he escrito y no me has contestado!
—A lo mejor es que no me ha llegado.
—¡Te lo he mandado hace media hora!
—Pues no lo he visto, en serio.
—Déjalo estar, venga, diviértete, me he equivocado… pero del todo, ¿eh? —Hace ademán de irse, yo intento detenerla—. ¡Déjame! —Y me da un empujón—. Total, por desgracia nos veremos en la oficina, ¿no?
Y lo dice en un tono burlón como diciendo: «Te lo haré pagar, ya lo sabes, ¿verdad?». Y se aleja.
—¿Qué?… ¡Lo sabía! —Le doy un empujón a Gio—. ¿Cómo era? Hay tres mil personas, ¿cómo va a encontrarte nadie aquí?…
Y junto el pulgar y el índice dibujando una línea en el vacío.
—Perfecto.
Gio se encoge de hombros.
—Tú mismo has llamado la mala suerte. De todos modos es mejor que haya ocurrido, confía en mí, has puesto las cosas en su sitio y has salido de la mejor de las maneras. Habrías tenido un montón de problemas, en cambio ella ahora ya ha entendido que sólo ha sido un polvo…
Y empieza a bailar otra vez mientras suena un remix de Califano, tipo disco, Tutto il resto è noia. Parece que la hayan elegido adrede para quitarle hierro a la situación. Entonces María se me acerca.
—Eh, ya sé que hai sufrido molto por esa ragazza, mi imaginaba Alessia diferente, en serio. Pero ancora mi piaci di più por lo que sientes por una ragazza como ella… —Y me abraza con fuerza.
Gio se da cuenta de la escena, se me acerca y me grita al oído:
—O sea, no me lo puedo creer, ¡piensa que Pozzanghera es Alessia! ¡Y por eso le gustas todavía más! ¿No te das cuenta? Esta noche puedes pedir todo lo que quieras. ¡Menuda potra tienes, y por partida doble!