Gio y las dos extranjeras están en el restaurante de Renato y Luisa, en una pequeña travesía detrás de largo Argentina, en via dei Barbieri, 25.
Cuando entro los encuentro en la mesa riéndose. Renato se exhibe con unos trucos de magia y hace aparecer unas flores de debajo de una servilleta después de haber hecho desaparecer una rebanada de pan.
—¡Oh, no, Renato! ¡Este pan está superrico! Las flores no pueden comerse…
Gio sigue siendo el de siempre. Me siento con ellos y en un instante me olvido de Vittorio, de Fabiola y de todos sus problemas.
—Pero ¿dónde estabas? ¿Qué habrás estado haciendo? María estaba como loca… —Gio se ríe mientras la mira y le guiña el ojo—. Me da que está loca por ti. Esta noche es como Nutella untada sobre esta rebanada de pan… ¡Sólo tienes que hincarle el diente!
—En este momento me apetece salado…
Y entonces pruebo los palitos.
—Sí, ya, bueno… Es realmente cierto, Dios le da pan a quien no tiene dientes…
—Era broma…
—Pues vete entrenando, ¡toma, prueba esta hogaza!
Está riquísima, se funde en la boca. Sabe a queso, tal vez requesón, y también un poco a menta. Gio, que es un verdadero gourmet, ha escogido un blanco, un sauvignon que acompaña toda la primera parte de la cena.
—¡Luisa, tienes que hacer que estas dos se suelten!
La señora se ríe y niega con la cabeza.
—No, no, yo no quiero tener la culpa de nada…
—No te preocupes… —Luego se dirige a María y a Paula—: ¿Quién está libero di colpa? ¿Capito «colpa»?
Ambas asienten.
—Que tire la primera pietra… ¿lo sapete? ¡Es Jesucristo!
María se ríe, Paula le da un empujón, y justo en ese momento llega Luisa.
—Bueno… Aquí están las provoline gratinadas con jamón serrano ahumado y ciruelas. —Las deja en el medio de la mesa—. Y también os he traído flores de calabacín rellenas de requesón con pipas de girasol… ¡Si con esto no pierden la cabeza quiere decir que no tenéis ni idea! —Y se va dejándonos así, extasiados con el aroma de esos platos recién cocinados.
María y Paula los prueban. Soplan un poco porque todavía queman, pero cuando los muerden los notan supersuaves. El requesón está como aprisionado por la pasta, y la flor de calabacín con anchoas espolvoreadas por encima es un espectáculo. María cierra los ojos mientras come y después los abre lentamente.
—Es fantastici…
Le sonrío.
—Sí, como uno dei tuoi baci.
Ella también me sonríe, se acerca y me da un beso suave en la boca.
—¿Dove estabas? Per un momento pensé que no vendrías. ¿Sabes quello que io he pensato? Que habías tornato con tu ragazza… —Se queda en silencio durante un momento—. Y debo dire que me he sentido triste… Y me he sorprendido molto. —Después sonríe—. ¡Pero adesso estás aquí! —Y yo también sonrío, naturalmente fingiendo que lo he entendido todo, aunque debía de tratarse de algo bonito teniendo en cuenta que me acaricia la mano.
Entonces cojo una pequeña provola y se la ofrezco, ella le da un mordisco para partirla por la mitad y luego la empuja de nuevo y la acompaña hacia mi boca invitándome a comerla. Y eso hago. Está riquísima, con el jamón ahumado y las ciruelas, con ese sabor un poco dulce y un poco salado.
—Esta es su especialidad… —Gio me mira satisfecho—. Rico, ¿eh? Dulce y salado… Dolce y salato, también en las otras portatas.
—¡Sí, es delizioso!
Y siguen trayendo pequeñas porciones, albondiguillas de codillo, boquerones marinados con naranja y después unas fantásticas degustaciones de primeros, tallarines con queso y pimienta y flores de calabacín, tallarines con boquerones y queso de oveja, ñoquis strozzapreti con trufa y hongos con salsa amatriciana.
—Questo está incredibile…
—Sí, si chiama «strozza»…
Gio me pone las manos al cuello fingiendo que me estrangula, yo saco la lengua para seguirle la corriente y simulo un estertor. Entonces Gio se pone a rezar.
—¡Cura!
—¿Cura? ¿Estrangulacuras…? ¿Y perché? —María está sorprendida por el nombre.
Gio se encoge de hombros.
—Non lo so, pero están muy ricos… Repite con me. ¡Sono buoni!
María repite riendo.
—¡Sono buoni!
Y con el acento español todavía hace más gracia. Me viene a la cabeza Alberto Sordi.
—¿Tú conoces a Alberto Sordi?
—Sordi, no. ¿Chi è?
—Es uno molto famoso, una persona estupenda… «¿M’hai provocato? ¡E io me te magno!». —Y me abalanzo sobre esos espléndidos tallarines, imitándolo. Pero está claro que no pueden conocerlo, son demasiado jóvenes, y, sin embargo, su primera película fue precisamente la que hizo que me enamorara de la idea de viajar, de conocer otro país, otro idioma, y quizá sea algo que ocurra antes o después.
—¡Aquí están los segundos! —Esta vez es Renato quien trae varios platos con las dos manos, parece un malabarista, los hace girar y los deja sobre la mesa con delicadeza—. ¡Tiras de carne con nueces, rollitos de berenjena, codillo guisado con patatas! —Cada plato es una degustación de estos manjares distintos, y esta vez Gio ha elegido un buen tinto.
—Es un montepulciano, es excelente, huele, huele, oled.
Lo sirve en las copas que nos han traído y nos lo hace probar a todos. Está realmente rico, más fuerte que el primer blanco.
—¿Notas qué cuerpo?…
—Pero ¿dónde has aprendido todas estas cosas?
—¡Beatrice hizo un curso de sumiller!
—No me lo puedo creer, y ¿cómo fue eso?
—Su padre es propietario de una bodega y ella trabajará allí, me estuvo enseñando algunas cosas…
—Ah. Y ¿a la otra no le extraña que sepas tanto sobre vinos?
—También puedo haberlo aprendido en internet…
—¡Sí, claro, cómo no, ya te veo haciendo un curso de sumiller mientras te descargas el porno!
—Bueno, en todo caso Deborah no se hace tantas preguntas, y además está contenta porque su padre tiene un restaurante… ¡y así puedo enseñarle a maridar los vinos!
—Pues claro… mientras Lucia, la del pub, te cuenta los secretos de la cerveza.
—¡Exacto! ¿Lo ves? Poco a poco me voy enriqueciendo culturalmente…, así los extranjeros nos verán como a un pueblo que ama sus tradiciones y conoce el arte, incluso el culinario. A propósito, ¿has visto estas dos, qué culinarias? Están de vicio, ¡¿eh?!
Se ríe como un loco después de ser el primero en darse cuenta de la enorme chorrada que acaba de decir.
—Esto lo tenéis que probar obligatoriamente, es nuestra especialidad… —Aparecen juntos Renato y Luisa.
En realidad no sé quién de los dos es el cocinero. Tal vez ninguno de los dos y el verdadero mago sea otra persona, pero no importa, nos hacen sentir tan a gusto que casi parece que estés en casa de un amigo, diría que la mejor cualidad que puede tener un restaurante.
—Aquí tenéis, pastelito de chocolate con crema de mascarpone…
Y nos ponen cuatro delante. Paula ni siquiera espera a que le den una mínima explicación: ya ha metido la cuchara en el pastelito, coge una gran porción y se la lleva a la boca como si fuera una niña mimada.
—Mmm. ¡Es incredibile!
Gio no se queda atrás, parece que estén haciendo carreras, casi lo engullen, con la cuchara hacen cada vez más ruido en el plato y al final gana Gio.
—¡Ya está! —Después la mira con aire malicioso, levanta la ceja lleno de deseo y sonríe de manera libidinosa.
—¿Nos tomamos otro? ¿Un altro?
Salimos al cabo de un rato, tengo que decir que la cena ha sido fantástica.
—Venid, tengo una idea genial, estoy seguro de que os quedaréis sin palabras… Ho pensato una grande idea…
Se encamina hacia el gueto, pasa de largo el Bartaruga, en piazza Mattei, y va hasta el pequeño callejón, luego vuelve a girar a la derecha y llega a via Sant’Ambrogio.
—Ya hemos llegado, nos están esperando.
Leo el cartel: ACQUAMADRE HAMMAM.
—No me lo puedo creer, un baño turco… Pero no llevo bañador.
—¡Aquí los tenéis! —Abre la bolsa que lleva colgada a la espalda y saca unos paquetes con cuatro bañadores—. Paula, María, este es para ti y este es el mío. De todos modos estaremos solos, también podríamos bañarnos desnudos. —Me guiña el ojo y desaparece en el interior del establecimiento—. Hola, Manu, vienen conmigo. Ya he hablado con Armando…
Manu, una hermosa muchacha con un piercing en la nariz y absorta con lo que está ocurriendo detrás de la pantalla de un ordenador, ni siquiera nos mira.
—Vale. Ya conoces el camino, ¿no?
—Sí… —Gio baja de prisa algunos peldaños y desaparece en el piso de abajo, nosotros lo seguimos—. Vosotras id hacia allí. ¿Qué os parecen los bañadores? ¿Os piace il colore?
—Sí, perfetto. ¡Hasta la talla va bene!
Y sonriendo le guiña el ojo a Paula, que niega con la cabeza divertida.
—¡Tú estás pazzo!
—Sin duda, di te…
Poco después, Gio y yo estamos en el agua, está estupenda, caliente en su punto justo, y también sentimos un poco de curiosidad porque las estamos esperando.
—¿Has visto qué pasada de noche? Una cena perfecta, ahora aquí en las piscinas, como los antiguos romanos, es más, mucho mejor…
—Y ¿por qué?
—¡Porque ellos no tenían a las extranjeras! ¡Fiuuu! —Profiere un silbido y, rápido como una serpiente de cascabel, me pellizca entre las piernas.
—¡Venga ya! —Me echo en seguida hacia atrás, muy de prisa.
—Además, está todo pagado, ¿qué más quieres?
—Sí, de hecho no creo en lo que ven mis ojos…, mejor dicho, ¡mis bolsillos!
—Ay, tío, yo cuando digo una cosa, la hago. ¡Ya vienen! ¡Ya vienen!
Se ven los reflejos lejanos de ese pelo claro. El vapor crea una niebla ligera que las envuelve, las esconde, las acompaña desvelándolas sólo al final, cuando salen charlando por la puerta de cristal.
—¡No, han encontrado toallas!
Gio está decepcionado. Pero, cuando llegan a la piscina, se las quitan, lo hacen casi a la vez, lentamente, dejándolas allí, en el borde. Paula se avergüenza un poco, se cubre con las manos y entra en seguida en la piscina. María, en cambio, parece más segura, levanta los brazos y se recoge el pelo con calma, se lo sujeta en lo alto de la cabeza. Mientras lo hace, me mira, se pone una goma en la boca y me sonríe. Y yo no puedo evitar mirar su pecho, redondo, firme, sobre el que el pequeño bañador que ha elegido Gio parece estar simplemente apoyado. Ella se da cuenta y se echa a reír, después entra en la piscina y en seguida viene a sentarse junto a mí, recuesta la espalda, cierra los ojos y se relaja. El agua está muy caliente. El teléfono que Gio ha dejado en el borde empieza a sonar, él contesta y se pone a hablar. No oigo lo que dice, estoy demasiado pendiente de María, que ahora se me ha acercado más, me roza con la pierna y yo intento distraerme.
—¿Vi piace aquí?
Y ella empieza a hablarme.
—¡Sí, este lugar es veramente bello! Tú eres bello, es un viaje completamente diferente. Muchas de mis amicas me han dicho lo que es uscire con italiani, pero algunas dijeron que no tuvieron buona fortuna, hicieron amicizia en piazza Navona o los clubes de por allí y luego los ragazzi intentaron llevarlas a la cama subito… No come te. —Entonces ella de repente deja de hablar y me mira—. ¿Has capito?
La miro perplejo.
Ella insiste.
—¿Has capito?
Esta vez me habla más despacio.
—¡Ah, sí, me parece…, o sea…, qualcosa!
Ella se ríe, niega con la cabeza, después da una brazada en la bañera y se reúne con Paula en el otro lado. Justo en ese momento empieza a sonar la música.
Tu vuo’ fa’ l’americano, americano, ma sei nato in Italy…
Gio se me acerca.
—¿Te gusta? ¡Le he dicho a Armando que la ponga! Esta noche vamos sobre seguro. Ya verás luego. Fiuuu…
Y como una serpiente de cascabel vuelve a pellizcarme entre las piernas.
—Qué plasta… —Pego un brinco hacia un lado.
Mientras tanto, María habla con Paula y sigue mirándome, le sonríe, le dice que sí, que lo tiene decidido, que es así, así y punto. Paula le replica algo, María niega con la cabeza, no. «Vale, como quieras», parece decirle Paula, que al final acepta su decisión. Después parece como si fuera una de esas escenas de película, cuando se produce el intercambio: María deja a Paula y viene hacia mí, mientras Gio va hacia ella. Aunque normalmente están en un puente, los rehenes caminan lentamente y cuando llegan a su destino se abrazan. En cambio, ella me besa y me acaricia, me susurra cosas al oído, luego se aleja un poco y me mira con más atención, como si me sondeara. Me parece preciosa y cuando vuelve a acercarse desliza su mano más arriba, sobre mi muslo, cada vez más arriba, y se da cuenta de cómo la deseo. Entonces la atraigo hacia mí y también la acaricio, la beso y le toco el pecho, y lo noto todavía más duro de lo que me había imaginado, lleno, redondo, lozano, y bajo con la mano a las caderas y las tiene delgadas, sin una gota de grasa, pero suaves, sin aristas. Sigo descendiendo, más abajo, la piel tersa, y todavía más abajo… Entonces ella nota como un escalofrío, pero después se deja llevar, separa un poco las piernas y yo meto la mano en su bañador, pequeño, tan pequeño que comprendo como nunca que Gio es un genio.
Lo miro. Está en el otro lado de la piscina con los brazos hacia atrás, en el borde, completamente relajado. Tiene los ojos cerrados y se deja besar por Paula, pero sin prisa, con su famosa filosofía.
«Hay un momento para todo». Se nota que ahora no es ese momento.
María suspira en mi oído, me habla en español, mientras mis dedos se mueven dentro de su bañador, dentro de ella, acompañando sus suspiros mientras me muerde el labio y luego la oreja, se frota contra mí y en un instante siento que llega al orgasmo y al final se deja caer sobre mi pecho y me abraza con fuerza, con mucha fuerza.
—¡Vamos a cerrar! —La muchacha con el piercing en la nariz que estaba en la recepción abre la puerta de cristal de par en par, gritando—. ¡Diez minutos! —Después deja la puerta abierta y desaparece tal como ha venido.
María me sonríe.
—Justo a tempo…
Y me da un último beso. Después sale rápidamente de la piscina, coge la toalla y sin ponérsela siquiera se va hacia los vestuarios seguida de Paula, que, en cambio, va completamente tapada.
Gio se abalanza sobre mí como un halcón.
—¡Joder, vaya tipazo que tiene María! ¡Para quitar el hipo! Tiene un culo que habla y las tetas le hacen eco. Y ya la he visto, oh, estaba llegando a la ebullición.
—Oye, perdona, pero si estabas durmiendo…
—Sí, ya estamos otra vez, tío, ¡yo siempre tengo un ojo abierto!
E, inevitablemente, me hace «fiu…» por tercera vez, rápido como una serpiente de cascabel, y no consigo evitarlo.
—¡Ah, venga ya!
—¡Pellizco a la pitón!
A la salida de los vestuarios estamos más relajados y, mientras esperamos en la entrada, la chica del piercing en la nariz nos da unos folletos.
—Si queréis volver en horario normal, también hacemos muchas otras cosas: limpiezas, arcilla, barro, masajes con aceite de argán, máscara de arcilla, de rosas, masajes con manteca de karité y muchos otros tratamientos… Si os hacéis un bono, os puedo hacer un regalo… —Luego sonríe—. Venga, va, dos, y para vuestras amigas también.
Gio interviene.
—Gracias, lo pensaremos, somos muy amigos de Armando…
—Ah, como queráis.
La chica vuelve a ponerse en el ordenador, debe de ir a comisión, según los carnets que haga, de otro modo no se entiende su interés. Poco después llegan María y Paula, se han secado el pelo, que es suave y vaporoso, y todavía tienen las mejillas coloradas, caldeadas por la temperatura de los vestuarios.
—Ya están aquí, vámonos… ¡Tengo una sorpresa para vosotros!
Gio es el único que parece no acusar el baño en la piscina a temperatura supercaliente. Tiene la adrenalina a tope, como siempre. Coge a Paula de la mano y sale de AcquaMadre.
—¡Aquí está! ¿Vi piace? Facciamo un tour romántico por Roma.
Una carroza con caballo y cochero incluido está allí parada frente a nosotros.
—¡Se llama botticella!
Paula repite, divertida:
—Botichela…
—Sí, pero con due «t» e due «l». Botticella, les gustan los caballos…, ¿vero, Cristiano?
—¿Cómo? —El hombre de la carroza se arregla el extraño sombrero y mira a Gio con curiosidad—. ¿Qué dices?
—Que os encantan vuestros caballos…
—¡Pues claro, a rabiar! Nunca dejo que se cansen, como mucho les hago hacer dos carreras al día, ¡y hasta he puesto unas ruedas grandes de goma que cansan menos! ¡Díselo, soy animalista! ¡Esta tradición no debe desaparecer! En toda Europa todavía quedan carrozas de caballos, las inventamos nosotros, los romanos… y, en cambio, aquí corren el riesgo de desaparecer.
—Sí. Es una nostra idea nel passato, el Imperio romano… ¿Sabéis?, como en Gladiator, Russell Crowe, ¿la habéis visto? ¡Pues eso, es lo mismo! Ci piacciono los caballos.
Las ayuda a subir a la carroza y un instante después estamos dando una vuelta por Roma.
Cristiano nos invita a espumoso. Gio intenta abrirlo desesperadamente, le cuesta un poco pero al final el tapón sale volando de la botticella justo cuando cruzamos piazza Venezia y Gio, como un surfista, abre las piernas e intenta verter el espumoso en las copas que tenemos en la mano, mientras el carro camina decidido y baila sobre los antiguos adoquines. Pasamos por via del Corso, subimos por via del Tritone, giramos a la izquierda por piazza di Spagna y más espumoso. María y Paula se ríen y brindan.
—¡Porque Roma sea sempre tan bella cada vez que ritorniamo!
Y se tragan el espumoso hasta la última gota y se toman otro mientras subimos por via San Sebastianello y piazza Trinità dei Monti. El caballo camina de prisa sin notar nuestro peso y las grandes ruedas de madera antigua giran veloces y silenciosas por viale Gabriele d’Annunzio y luego por viale di Villa Medici, dentro del Pincio. Escondidos por los altos árboles de grandes copas, en la oscuridad del parque, María y yo nos besamos. Después ella se aparta y me mira a los ojos, y me coge las mejillas como si no quisiera dejarme escapar, como si quisiera decirme algo, y lo hace en italiano:
—Tu mi piaci molto. Me gustas mucho.
Y sonríe como si no estuviera muy segura de lo que ha dicho. Sin embargo, lo ha dicho perfectamente, como una preciosa italiana, mientras que yo, dejando a un lado el idioma, me quedo callado, como he hecho otras mil veces, como hice con Alessia. La miro en silencio y sonrío, y todo sería perfecto si sólo supiera decir «Te quiero».