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—¡Estás aquí, ¿qué pasa, Gio?, has vuelto! Felicidades, chicas, habéis hecho la mejor elección, mejor dicho, las dos mejores elecciones: ¡mi restaurante y Gio!

—Franco, que no te entienden…

—¿Por qué? —Las mira con atención—. ¿Son sordas? —Mueve el índice como diciendo: «¿Es que no carburan?».

—Son españolas.

—Ah, bueno. —Se echa una servilleta algo húmeda sobre el brazo—. Pues entonces claro que me entienden… ¡Ay, guapo, estas hablan italiano mejor que tú! Sentaos fuera, que ahora os lo llevo todo… —Y diciendo esto desaparece en el interior del local.

Nos sentamos a una mesa de madera, un poco combada, estropeada, con unas tablas consumidas por el tiempo y el sol, pero que todavía tienen algo de color, un azul oscuro e insolente, en algunas zonas todavía vivo, inmaculado. Delante de nosotros tenemos el lago de Bracciano. Está en calma, no sopla ni una pizca de viento. Una motora lo cruza a toda velocidad. Más hacia la orilla, algunas canoas se agitan, pero tampoco mucho. Estamos a la sombra de unas ramas, en un pequeño restaurante en el que sólo estamos nosotros, a pesar de que es sábado y son casi las dos.

—¿Y bien?, ¿qué os traigo?

—Un poco de vino y agua fresca de la fuente.

—Claro, por supuesto, os traeré un poco del blanco que hago yo. ¿Qué más?

Empezamos a pensar, las chicas han cogido lo que tiempo atrás sería una carta y ahora es una especie de hoja plastificada en la que faltan algunas palabras en los bordes.

—No miréis eso, yo os diré lo mejor que tengo… A ver, unos buenos fettucine con perca o tagliatelle con tomate y luego una fritura del lago y trucha. ¿Os parece? Y de acompañamiento tengo patatas fritas o judías verdes, o bien una ensalada de la huerta fresquísima.

Las chicas se quedan un poco confundidas. Gio, Franco y yo nos divertimos explicándoles los platos lo mejor que podemos, y al final ellas piden tagliatelle y nosotros fettuccine con perca.

Franco nos trae en seguida su vino blanco, seco y frío en su punto, es un placer tomarlo, mientras tanto Gio se come toda la miga de un pan blanco.

—Esto es un pane especial. Su nome es «sciocco», tonto… Sin sal.

Paula lo imita, coge también una rebanada de pan y le hace un agujero sacando toda la miga, después empieza a comérsela. Sonríe dichosa y divertida. Están de acuerdo, al menos coinciden en los gustos.

—Es un pane típico, Franco se lo trajo de cuando vivía en la Toscana, antes de trasladarse aquí. È una vita que Franco hace questo pane

Poco después llegan los primeros.

—Aquí tenéis… —Deja los platos todavía humeantes delante de cada uno—. ¡Cuidado, que queman!

María y Paula empiezan a comer como si nada.

—¿Quieres probar? ¿Vuoi?

Le paso el plato. María sonríe, coge la cuchara y enrolla los fettucine apoyando el tenedor en ella. ¡Qué cosas más raras hacen estos españoles!

—Mmm, qué rico…

Me deja probar sus tagliatelle y están realmente exquisitos, y la cocción es perfecta. ¡Nada que ver con los espaguetis de aquella inglesa de Anzio!

Gio sirve un poco de vino a todos, en eso siempre es atento. Cojo el vaso, es uno de esos viejos y pequeños vasos que me hacen pensar en los cuentos de mi abuelo. Está rayado por el tiempo pero no desportillado, a saber para cuántos tragos habrá servido a lo largo de los años. Miro el vino a través del cristal marcado, es amarillo pajizo. Lo huelo, tiene un aroma fuerte, a continuación me lo bebo lentamente. Qué rico, es seco, se nota que es casero. En la carta pone «Un litro, cuatro euros». Deja un sabor ligeramente amargo, algo más fuerte de lo que parecía, pero acompaña perfectamente nuestra comida. Delante tenemos el lago azul, a nuestro alrededor las amarillas colinas de margaritas y un fondo lejano de cigarras y grillos. Franco pone en medio de la mesa una fritura de pescado y nos la comemos todos juntos, picoteando de aquí y de allá como si fueran patatas fritas, aunque en realidad también nos ha traído, ¡y Gio no las deja escapar! Se las come todas él, aunque nuestras extranjeras han preferido pedir una ensalada de la huerta, al igual que yo, todo sea dicho. Está realmente rica, lleva rúcula, menta y unos tomates fantásticos. Se nota que han madurado al sol y al lado del lago, son fuertes, llenos y sabrosos. De postre, en cambio, las dos toman una crema catalana. Paula, en vista de todo lo que come, es normal que esté un poco rellenita, pero María, que come todavía más, tiene un tipo sorprendente, ¡sin una gota de grasa! Después tomamos fruta y, al final, un café, y cuando Franco vuelve con un papelito escrito a boli, Gio lo coge por debajo del brazo y se aparta con él.

—Pago yo, Franco… —Luego desdobla el papelito—. Joder, ¡¿es que nos has tomado por extranjeros, eh?!

Franco se ríe.

—Pero si os he tratado mejor que a mi propio hijo…

—¡Pero si no tienes!

—¡Por eso!

Entran riendo en el restaurante. Y poco después Gio sale.

—Le he hecho recobrar la razón, le había dado una insolación.

Se ha hecho cargo de la cuenta, en serio.

—¿Cuánto te debo?

—Hoy me ocupo yo de todo, ya te lo dije…

Y bajamos al lago y damos un paseo. Han construido un pequeño camino que lo bordea. Está muy bien cuidado, en el suelo hay piedras cementadas entre sí, y a los lados una valla baja hecha de travesaños redondos lo protege. De vez en cuando se interrumpe permitiendo el acceso a la playa, de modo que entramos por el primer espacio que encontramos.

La hierba verde nos acompaña durante un trecho. Nos quitamos los zapatos, todavía está caliente, es irregular, después deja paso a la arena, oscura, con un poco de hierro, y al final el agua, transparente, fresca. María mete los pies en el lago. Yo también la sigo. Nos quedamos así, uno junto al otro, mirando esa gran extensión de agua inmóvil. Un poco más allá hay unos patos que se persiguen bajo las tablas de un pequeño muelle.

Hacía mucho que no venía al lago. Hay épocas en que se instauran ciertas costumbres, como si fueran etapas de la vida, durante un tiempo haces siempre las mismas cosas sin un verdadero motivo. Hace algunos años venía los domingos aquí a Trevignano con toda mi familia. Era pequeño y siempre me quedaba en el muelle pescando con los gusanitos. Me pasaba horas sentado allí mirando el corcho y, ahora que lo pienso, nunca pensé nada significativo, de lo contrario me acordaría.

Gio y Paula han encontrado una pelota que alguien habrá olvidado allí y se ponen a jugar. Gio se divierte driblándola y ella lo persigue, van arriba y abajo por delante de nosotros, que nos hemos tendido sobre la hierba. Gio chuta hacia las plantas y luego abre los brazos hacia el cielo.

—¡Gol! —Está completamente loco.

Paula va corriendo hacia él y lo abraza.

—¡¡¡Sí, gol!!!

¿Cómo? ¿Pero no eran contrincantes?… Nada, ella también está completamente loca. Y siguen saltando juntos como dos hinchas de quién sabe qué equipo que de repente ha marcado un gol que les ha hecho ganar la liga.

Me quito la cazadora, la pongo detrás de la cabeza de María y me recuesto en su tripa. Un pato pasa por allí cerca, se detiene con curiosidad, tal vez esperando alguna miga. María también se da cuenta.

—Llevo qualcosa en el mio bolso… Espera…

Coge unas galletas y las desmiga, luego las tira hacia él. El pato, poco a poco, empieza a picotearlas temeroso.

Saco el iPhone.

—Ahora voglio que ascolti questa música… —Pongo Ami ancora Elisa—. Empieza así, habla de un pato en el lago y de un hombre que, al contemplarla, se siente tranquilo.

María escucha.

—Es una canzone de Lucio Battisti, un fenómeno… Habla de un pato come lui. —Sacude la cabeza—. Sí, ahora dice que él todavía quiere a una chica, pero que al final ha dejado a un lado la rabia y consigue ver el lado divertido de la vida. Ora está parlando como piaccerebbe a mí…

No me entiende bien, está claro, pero me sonríe.

—Estás pazzo. —Y después me da un beso, de sol, de lago, suave, y yo le acaricio las mejillas, ella sonríe y me abraza con fuerza y se esconde entre mis brazos. Le acaricio el hombro, la cadera, meto la mano por debajo de la blusa y ella me deja hacer, subo un poco más arriba, entonces ella vuelve un poco la cabeza, sonríe…—. Eh, non stiamos solos, los altri pueden vernos… Dame un altro beso.

Y justo en ese momento Gio aparece delante de mí.

—¡Eh, tengo una idea! —Está empapado en sudor, como si hubiera jugado un partido de fútbol de verdad.

—Gio, ¿va todo bien?

—¡Bueno, he perdido! ¿Las llevamos a ver el castillo? ¿Qué dices?

Un rato después estamos delante del castello Odescalchi de Bracciano. Está cerrado. Gio se pega al interfono, llama varias veces, no se da por vencido y al final aparece un señor.

Tiene el rostro más bien enfadado, el pelo blanco alborotado y unos sesenta años más o menos. Estamos demasiado lejos para oír lo que dice Gio, pero habla un montón y nos señala. Sobre todo a mí, y lo hace abriendo los brazos. El señor me mira, no está del todo convencido. Al final Gio le mete algo en la mano y entonces él se aparta a un lado.

—Vale…

Gio sonríe.

—¡Venga, venid, Alberto es superamable, nos deja entrar!

A María y Paula no hace falta que se lo repitan, corren divertidas por esta aventura exclusiva.

—¡Ciao! ¡Grazie!

—No más de una hora, ¿eh?…

—Claro… —Gio le da una palmada en el hombro—. Dentro de una hora estamos fuera.

Grazie

Alberto profiere un extraño gruñido y desaparece por una puertecita de la entrada.

—Vayamos por aquí.

Subimos por una callecita empinada del interior del patio.

—Gio, pero ¿qué le has dicho?

—Pues nada, le he dado veinte euros…

—Eso ya lo he visto, pero me estabas señalando, le has hablado de mí…

—He utilizado el lenguaje que entienden los hombres.

—¿O sea?

—La compasión.

—¿Y eso?

—¡Suele ver «Hay una cosa que te quiero decir»!

—Y ¿eso qué tiene que ver?

—Sí que tiene que ver, con eso sabes que Alberto tiene un alma sensible.

—Sí, eso ya lo entiendo, pero ¿quieres decirme lo que le has dicho o no?

—Que has roto con Alessia, que hace mucho tiempo que no sales con una chica y estas dos podrían ser la única esperanza… Antes de que te hicieras gay.

—Pero ¿qué dices? ¿Gay? Mira que llegas a ser gilipollas…, ¿y si él es gay?

—Lo primero que le he preguntado es si estaba casado.

—No significa nada.

—Y qué le parecían nuestras dos chicas.

—¿Qué ha dicho?

—Que estaban muy buenas, por lo tanto no es gay…

Proseguimos con nuestro recorrido.

—Ya veo, pero ¿por qué todo el mundo tiene que enterarse de mis asuntos?, ¿puedes explicármelo?

Gio me señala a María.

—Tú la ves, ¿verdad?

María ha sacado la guía, la está ojeando en busca de alguna explicación sobre el castillo.

—Claro. ¿Y qué?

—Es guapa, ¿verdad?

—Muchísimo, pero ¿qué tiene que ver?

—¿Te gustaría acostarte con ella?

—Sí, por el momento todavía estoy en esta acera, aunque tú vayas diciendo que estoy a punto de cambiar…

—Eso, muy bien, pues entonces tienes que sacrificar un poco tu privacidad, el mundo debe saber que has roto con Alessia. Inspiras más simpatía, más ternura, María casi se sentiría culpable si te dijera que no. Total, ¡si te la follas, se lo deberás a Alessia!

Me deja con la boca abierta, como sólo él es capaz de hacer. Se acerca a Paula, la abraza y le pone la mano en el trasero. Y ella incluso está contenta, se ríe y lo deja hacer porque Gio lo puede todo. No me lo puedo creer. Por eso gusta tanto, ¡es capaz de embaucar a cualquiera!

Lo alcanzo y caminamos todos juntos por las salas del castillo, los techos son artesonados, hay antiguas banderas en las esquinas, grandes mesas, platos de época colgados en la pared, cuadros del pasado, cortinas gruesas.

Gio se me acerca.

—Ah, otra cosa… ¿Tú por qué crees que Berlusconi sacó tantos votos en las últimas elecciones? ¡¡¡Pues porque Veronica lo había abandonado!!! —Después me guiña un ojo—. Confía en mí… —Y se reúne rápidamente con Paula.

—Tenemos un castello… y yo tengo a mi principessa…, ¡eres tú! —Y la besa.

María niega con la cabeza, me coge del brazo y los adelanta. Lleva la guía abierta y me lee algunas informaciones en español. Me señala la arquitectura, algunos cuadros antiguos, unas viejas armaduras, luego pasa a otra sala.

—Una grande quantità di personas se han casado aquí en el passato, gente importante, además de Martin Scorsese e Isabella Rossellini, Tom Cruise y Katie Holmes…

—Y Eros y Michelle. ¿Los conosci?… Él es un famoso cantante italiano, lui canta Adesso tu: Nato ai bordi di periferia, dove i tram non vanno avanti più, dove l’aria è popolare, è più facile sognare che guardare in faccia la realtà… —continúo cantando de mala manera las estrofas, después incluso me aventuro con el estribillo…— E ci sei adesso tu a dare un senso ai giorni miei, va tutto bene dal momento che ci sei… No, ¿eh? Espera, cojo el móvil, pongo YouTube y lo busco en seguida. —Se lo enseño—. ¿Lo hai visto alguna volta?

María niega con la cabeza.

—No, mai. Parece guapo…

—Sí, muy guapo, y su esposa Michelle molto, molto guapa. Ella ríe sempre. ¡Ma adesso son ex! Divididos. —Pongo los índices juntos y después los separo—. Separados… Ellos no están más juntos.

—Sí, come Martin Scorsese e Isabella Rossellini, e iguale que Katie Holmes y Tom Cruise.

—Y Laura Freddi también se casó aquí con uno y después lo abandonó…

Gio se une al grupo.

—Oye, ¿no será que este castillo trae mala suerte? Una cosa è sicura… ¡Si nos sposiamo, no lo haremos aquí!