20

Y de este modo la noche continúa, y María y Paula nos miran con distintos ojos. Parecemos un par de chicos que controlan la situación, los cabecillas del lugar, los amos del ponte Milvio… Sólo Gio no acaba de entenderlo.

—Pero ¿cómo es posible?, digo, Pepe tenía que hincharte a hostias y en vez de eso te arregla la noche, y de paso a mí también. No, o sea, ¿te das cuenta? Tendremos que darle las gracias a Pepe si esta noche mojamos…

—¿Otra vez? Mira que estás obsesionado. ¡O sea, si ya desde el principio piensas así, lo vas a estropear todo! Yo es que no te entiendo, ya tienes dos novias y ahora encima la del pub, pase lo que pase con la extranjera ¿no podrías simplemente disfrutar de la noche? ¿Qué hambre sexual atávica te empuja a follarte a una tras otra? Pietra seguro que tendría una explicación…

—Pues claro, él lo entiende todo. Eres tú el que me parece que no ha entendido nada…

—¿Qué quieres decir?

—Nada, lo que he dicho.

—¿O sea?

—O sea que no puede ser que sólo porque alguien haya leído un montón de libros, Jung, Popper, Kafka, Nietzsche, todo ese rollo, luego también sepa cómo es la vida. Ten en cuenta que en internet puedes encontrar un montón de frases de esas.

—¿Y qué?

—Pues que sólo hay que hacer clic y cualquiera puede ir de guays…

—De acuerdo, basta, desisto, o sea, no he entendido nada de Guido Pietra, no he entendido su filosofía… Así que, según tú, tiene una visión del mundo completamente distinta de la nuestra sólo porque se sirve de la cultura…

—Eh, y ¿yo qué he dicho?

Nada, no hay manera, y pensar que Pietra era el único al que Alessia salvaba.

—Es feo… ¡Pero cuando habla es incluso mejor que Totti!

—Te doy la razón —decía yo—, ¡pero vaya comparaciones haces, cari!

Y ella se reía…

—¡Sí, pero es gracioso!

Ya basta de recuerdos. Y justo en ese momento María me coge por debajo del brazo y apoya la cabeza sobre mi hombro. Luego me dice casi susurrando:

—¿Nos estás llevando a vedere los lugares più románticos de Roma? ¡Nos gustaría fare un tour latin lover!

Entiendo que quieren dar una vuelta.

—Oye, ¿adónde las llevamos ahora?

—¡Yo me ocupo, no te impacientes, sube al coche!

Gio baja la capota del Tigra y deja pasar a las dos chicas detrás. Yo me siento delante, me pongo el cinturón y me vuelvo hacia ellas:

—¡Comincia el tour!

Ellas se ríen.

Stiamos saliendo del ponte Milvio. Ahora vamos a uno dei più importantis luoghi di Roma…

—Eh, ¿adónde las llevamos?

—Madonnina, andiamos a la Madonnina.

—Ahhh —dicen maravilladas las dos extranjeras mientras un instante después, a toda pastilla, Gio sale flechado por la Camilluccia, piazza Walter Rossi, después via Trionfale y, más abajo, deja atrás Villa Stuart y llega al Zodiaco.

Bajamos del coche. Un cartel anuncia el paseo de los enamorados. Naturalmente, en esa valla también han colgado un mogollón de candados, pero las llaves las han tirado a los arbustos: el Tíber puede verse, pero está a unos kilómetros.

María y Paula sacan unas fotos.

—Eh, tú, ¿nos sacas una a todos juntos?

Un jovencísimo chico de Bangladesh coge la cámara de María.

—Oye, y no te escapes, ¿eh?

A saber si entiende el italiano.

El chico sacude la cámara entre las manos.

—¿Con esto? Ya ves…, ¡por esto no me dan ni un cornete de una bola!

Menos mal que a lo mejor no entendía el idioma.

—¡Echa alguna más!

Después nos devuelve la cámara, le alargo un euro y él se aleja mientras nosotros seguimos con nuestra ruta.

—Y questo es el camino panorámico, muy pericoloso, peligroso. Aquí un sacco de macchine correr mucho…

Gio escucha mi español.

—Tienes algo en la boca, ¿eh?…

Mira a las dos.

—Él mangia algunas palabras spagnole, ¿eh?

—Tiene un español molto sexy. —Y las dos se ríen.

María se levanta y se sienta en el borde de la capota, después ayuda a Paula a reunirse con ella, se cogen de la mano y con la que les queda libre se sujetan a la capota para no acabar en el suelo.

—¡Uoooooooo! —gritan las dos a la vez envueltas por el viento cálido de esta espléndida noche de mayo, y entonces grito yo también.

—¡Sííí!

E inmediatamente después, Gio, que naturalmente sigue siendo el mismo de siempre:

—¡Gracias, Pepeeee!

Un rato más tarde estamos en el bar Dom, en la zona de Monti, en la via degli Zingari, 49. Entramos y nos sentamos en la pequeña sala. Está vacía. En seguida viene una chica delgada, alta, muy elegante, perfectamente en sintonía con esta champañería.

—¿A qué puedo invitaros?

Gio me da un codazo y muy bajito me dice:

—¿Y eso por qué?, ¿aquí no se paga? O sea, ¿tú no pagas? Ahora veo por qué has querido venir.

Ni siquiera le contesto.

—Nos gustaría probar algo bueno.

—Os aconsejo un Antinori rosado que acaba de salir, se llama Gherardo, o si queréis burbujitas, Ca’ del Bosco, un excelente Franciacorta.

—¿Y para ellas? —Gio las señala—. ¿No hay algo más original? Son españolas…

La chica sonríe.

—Nuestro barman prepara un cóctel que se llama la Bomba Roja, por la selección de fútbol.

—Y ¿qué lleva?

—¡Es un negroni con ginebra y ron! Una verdadera bomba.

Gio se relaja contra el respaldo del sofá.

—¡Perfecto! ¿Cómo te llamas?

—Chantal.

—Para ellas, la Bomba Roja, Chantal. Para nosotros un espumoso, tú misma…

La chica se aleja.

María y Paula sienten curiosidad.

—¿Una Bomba Roja? ¿Es forte? ¡Mira que io me emborracho fácilmente!

Están preocupadas por la bebida.

—No… ¡Es suave!

Va bene… ¿Come has podido trovare el bolso? —Y señalan el bolso de María.

—Oh, bueno, niente… Estuve investigando.

No me entienden.

Come Sherlock Holmes… —Hago ver que tengo una lupa y busco por el suelo.

María se ríe un montón.

—¡Oh, Sherlock Holmes! Hicieron una película sobre lui. Senti, tú te pareces al suo ayudante, sai

Me señala.

—¡Ti sembras a Jude Law!

Gio se ríe por un tubo.

—¡Ya, ojalá!

—¡No, es vero! —María está convencida del parecido—. ¿E chi es Pepe?

Gio y yo nos miramos, incómodos.

María insiste.

—Justo prima tú has gritado «¡Gracias, Pepeee!». ¿Per qué? ¿Cosa ha hecho?

Gio y yo nos miramos otra vez.

En ese preciso instante llega Chantal y nos salva en todos los sentidos.

Gio es superrápido.

—¡Pepe nos ha indicado esta champañería! ¡Pepe nos ha enviato aquí a beber questa incredibile bomba de la roja!

María y Paula cogen sus copas, nosotros las nuestras, las alzamos a la vez y nos estrellamos en un ruidoso y festivo tintineo.

María y Paula gritan al unísono:

—¡Y grazie, Pepeeee!

Nosotros estallamos en risas, después pedimos otra ronda y empezamos a hablar en español no se sabe cómo, pero ellas se ríen y poco a poco parece que nos vamos entendiendo o, por lo menos, entre una copa y otra, creo haber entendido esto: las dos van a la universidad, en este momento María no tiene novio y Paula sí.

Gio se encoge de hombros.

Io no soy geloso.

Paula le da un golpe en el hombro. Hacía mil años que querían venir a Italia y estarán unos días en Roma y al final quizá vayan a Grecia o a nuestras islas italianas.

Come Sicilia, ¿no es así? O Sardinia

—Cerdeña.

—Ah, Cerdeña, qué bello, he visto fotos di questa isola, es encantadora, la playa es bellissima

—Sí… —Gio parece especialmente conmovido—. En el norte de Cerdeña está el Billionaire de Briatore y las villas de Berlusconi…

—Aparte de que el Billionaire ha cerrado, ¡a ellas qué más les da! ¿Qué les cuentas de Briatore y Berlusconi?

—Ya verás como los conocen. ¿Verdad? ¿Vosotras conocéis bunga-bunga?

—¡¡¡Oh, sí!!! Lo hemos leído en los giornalis. ¿Sois amicos suyos? Hacen unas fiestas incredibiles

—Sí, por supuesto. Salimos a diario con ellos…

—Oh, no possiamo andare, ellos viven en Milano… —Se miran y se ríen. Cada vez estoy más convencido de que entienden perfectamente el italiano y nos están tomando el pelo.

A continuación nos terminamos las bebidas. Chantal nos prepara la cuenta y después de pagar salimos. Caminamos por las estrechas callejuelas del barrio de Monti. Últimas tiendecitas poco iluminadas, como residuos partisanos que resistieran su antiguo pasado como burdeles. Una mujer gorda, con unas medias demasiado apretadas para sus doloridas piernas y una camiseta roja, tiene unos pechos enormes. La acaricia una luz mortecina que le oculta fácilmente el rostro ajado, la nariz algo pronunciada y el pelo amarillo, estropajoso, sujeto en lo alto con una enorme pinza de carey. Lleva unos zapatos ruidosos que hacen resonar sus pasitos cortos en el callejón y que marcan ese tiempo que para ella parece no pasar.

—Por aquí, venid por aquí, hay una cosa buenísima.

María mete su brazo por debajo del mío.

—¿Es una altra de las sugerencias di Pepe? —Me mira con malicia y yo ya no entiendo nada, quizá estoy más borracho que ella, ¡y eso que no me he tomado la Bomba Roja!

Entramos en Ciuri Ciuri, en via Leonina.

—¡Bueno, esto es como estar en Sicilia!

—Sí, la Sicilia.

Se sientan a la barra y Gio las abraza. Después, se dirige al camarero.

—Amigo, déjales probar un poco de todo a las señoritas…

—Pues claro, haré que se desmayen con los sabores. —Y en un instante pone sobre la barra unos pequeños platos de panelle, una especie de buñuelos de garbanzo, y también un sfincione, pizza siciliana, y bombas de arroz.

María y Paula lo prueban todo.

—Esto es salato… Sal. Quiero decir salado… ¡Y ahora más cosas! Algo dolce.

Lo miramos, lleva su nombre escrito en una placa prendida en el delantal negro. Es simpático, este Giuseppe. Después, María y Paula piden el postre: cassatina, que lleva requesón y fruta, y cannolo, unos canutillos también con requesón.

—¿Queréis el de Palermo o el de Catania?

—¿Qué diferencia hay?

—El de Catania lleva canela, el de Palermo sabe a chocolate. Pero es una discusión que todavía dura. Para mí están ricos los dos, y también los de Messina y Trapani…

—¡Pues déjaselos probar los dos!

Pues claro, Gio, ¿qué problema hay? Total, pago yo… Abro la cartera sin que se den cuenta, menos mal que llevo la tarjeta de débito y la de crédito, en realidad esta última es para los gastos de la oficina. Y ¿María y Paula no querrían comprarse una bonita casa en Roma? Al final, después de probar un granizado de almendras y pistachos, salimos del bar.

—¡Mmm…, delicioso! ¡Inolvidabile! Mai he comido cosas tanto sabrosas. ¡Me acabo de echar due quili encima!

Y paseando llegamos al puente de madera que pasa por delante del Coliseo. Está completamente iluminado. Las oigo hablar. Paula abre la Lonely y busca la página adecuada, María mira el dibujo y señala algunas cosas en la parte baja del Coliseo.

—Sí, es cierto. Deben de ser las ruinas romanas, son increíbles…

—Sí —dice Paula—. ¡Es más espectacular de lo que me imaginaba!

Gio, aunque no entiende nada de lo que están diciendo, se mete en la conversación.

—¡Sí, como Gladiator! ¿Habéis visto il film? ¿Qué vi è sembrato Russell Crowe? Tiene un gruppo di cantantes y suena… —Me mira—. ¿Se dice así? Bueno… Lui suona la batería.

Empieza a imitar un redoble de tambores con unas baquetas virtuales como Bonzo de Led Zeppelin.

María y Paula llevan el compás, después se hacen sacar una foto todos juntos con el Coliseo a la espalda. Poco después subimos al coche y Gio cierra la capota, empieza a hacer fresco. Gio ha querido cambiar la disposición de los sitios, de este modo, ha dicho él, hay más posibilidades de calentar a las chicas.

Voy sentado atrás al lado de María. Ella mira por la ventanilla, sigue con curiosidad las imágenes de Roma que pasan por delante de nosotros, como una película en color con una luz perfecta y llena de figurantes. María lo mira todo con mucha curiosidad y de vez en cuando se echa hacia adelante, atraída por las luces de un local o por un grupo de chicos que entran en algún sitio o están parados charlando, apoyados en los coches o en el borde de las fuentes.

—¡Oye, mañana estaría bien ir a dar un paseo en uno de esos!

María le dice algo a Paula, ella también está de acuerdo.

—¡Me parece que quieren dar una vuelta en el coche de caballos, he visto que lo señalaba!

—Muy bien, Gio, muy perspicaz, pero mañana invitas tú…

—¡Vale! —Gio sonríe a Paula—. ¡Claro, domani lo hacemos tutto juntos!

Y le coge la mano. Paula lo mira, le sonríe y después con ternura se inclina completamente hacia la izquierda y se apoya en su hombro. María, en cambio, sigue mirando por la ventanilla, es como si no quisiera darme muchas confianzas. Tiene las manos sobre la falda, una junto a otra. Le acerco la mía como para tocarla y justo en ese momento ella se mueve en el asiento. La aparto en seguida y me quedo quieto, aguantando la respiración. Poco después lo intento de nuevo y lentamente acerco mi mano a las suyas y la toco. Ella primero da un pequeño respingo, pero después alarga las manos, me coge la mía y la aprieta con fuerza entre las suyas. Se queda así, como si nada, mirando hacia afuera. Pero para mí es una pequeña victoria, tal vez tonta, pero una victoria al fin y al cabo. Naturalmente, es inútil decir que Gio y Paula se están besando, y él sólo se aparta para vigilar que no acabemos en el Tíber.

Después aparcamos el coche en via del Tritone. Gio y Paula caminan delante de nosotros, él está intentando convencerla de continuar la velada en su habitación. Sólo he oído «en tu camera» y «yo sólo quiero parlare toda la notte», y después a ella riéndose y negando con la cabeza con decisión: «No, no es possibile…».

María me coge del brazo y apoya la cabeza en mi hombro, y así, mientras ellos siguen caminando hacia el hotel, nosotros giramos a la derecha hacia la Fontana de Trevi. La plaza está vacía, nos encontramos a un marroquí que en seguida intenta vendernos flores, pero digo que no con la cabeza y al poco rato desiste. Después lo pienso mejor. Voy detrás de él, le doy dos euros y cojo una rosa. Se va sin siquiera discutir ni decir gracias, nada.

María está allí, en medio de la plaza ahora vacía. Me reúno con ella y le doy la flor.

—Para ti. Un fiore para un fiore

Ella la coge, se la lleva a la nariz, la olfatea con fuerza. Yo sólo espero que no se caigan todos los pétalos, que me parece que ya peligran. Pero no, consiguen aguantar.

Entonces ella sonríe y empieza a hablar más de prisa de lo normal.

—Estoy tanto felice de estar aquí, ¿sabes que questa notte no quería ir a Macaroni? Habíamos riservato in otro posto, pero se nos hizo tarde y nos quedamos senza tavola. Debe de essere cosa del destino…, quizá no nos habríamos conoscere.

A juzgar por sus ojos y su sonrisa, seguramente me ha dicho unas cosas preciosas, pero yo no sé qué contestarle, de modo que simplemente le digo de manera natural:

—He estado saliendo durante un año con una chica y hemos roto hace poco. Siempre pienso en ella, aunque Gio y los demás no hablan de ello, no dicen nada. Tú eres muy guapa y yo siempre he soñado con tener una historia con una extranjera. Veía que eso siempre les pasaba a los otros, aunque fueran mucho más macarras que yo… Bueno…, no es una declaración de amor de esas tan bonitas que se ven en el cine, pero…

Miro al cielo.

—La luna está alta y está lleno de estrellas, y una estrella parece haber venido hasta aquí, a encontrarme.

—¿Vuoles besarme? ¿È questo lo que quieres decir con todas queste parole? ¿No lo he capito? Eres gracioso… y eres dolce y me piaces.

Después me mira y sonríe. Ahora no sé exactamente si en cierto modo ha contestado a lo que le he dicho, pero me acerco lentamente, ella cierra los ojos y empezamos a besarnos, primero de una manera casi educada, incluso un poco tímida. Después el beso pasa a ser divertido, e inmediatamente después, apasionado. Casi estoy sorprendido por esta increíble sintonía, porque un beso puede desvelar cualquier cosa, con un beso lo sabes todo. No estoy diciendo que haya besado a un montón de mujeres, sinceramente nunca he llevado la cuenta, pero por lo que recuerdo todas ellas, en ese primer beso, me han revelado mucho de lo que después se ha confirmado.

Por ejemplo, incluso Pozzanghera en su primer beso me dijo dos o tres cosas, sí, es decir, sin querer me habló de sí misma. Lo que pasa es que yo no la escuché. Debería haberme dado cuenta en seguida de que no me convencía, parecían besos convulsos, indecisos, casi intermitentes, como si saltara la luz…, de vez en cuando se apartaba de prisa e incluso chocaban los dientes. Me entran ganas de reír con sólo recordarlo, pero me controlo y me centro en el beso de María, no pienso en nada más. Y me gusta su beso, que parece no acabar, que no empalaga, no aburre, que nunca es suficiente. Sí, me pierdo, con ella sí que lo veo claro, es un beso en todos los idiomas del mundo.