19

María y Paula caminan delante de nosotros cogidas de la mano. De tanto en tanto, María se separa y se detiene a mirar algún escaparate. Paula se reúne con ella, entonces María le señala algo y Paula asiente. Via della Scrofa, la Isola del Sole, el Panteón. Miran a su alrededor iluminadas por el pasado de Roma, por esas fachadas, por esas iglesias, embelesadas, curiosas, de vez en cuando señalan algún monumento y dicen algo en español. Pero creo que, aunque lo entendiéramos, no sabríamos responder a sus preguntas.

Gio, aun así, lo hace.

—Sí, in mile cuatrocientos…

Ellas lo miran perplejas.

—¿Estás seguri?

—Sí, come il cioccolato italiano, es il migliore.

Entonces se dan cuenta de que Gio es un completo liante, niegan con la cabeza, sonríen y buscan información de verdad en la Lonely Planet. Tomamos un helado en Giolitti. Doble de nata, chocolate y ponche de huevo. Gio nos ha obligado a elegir los mismos sabores, una dictadura gustativa. María y Paula lamen el helado con fruición, caminan delante de nosotros y no dejan caer ni una gota.

Gio tiene la mano llena de chocolate derretido, aun así quiere reafirmarse en su elección.

—¿Y bien? ¿Cosa os parece? ¿Tenía ragione al dire que il cioccolato italiano es il migliore del mundo?

Ellas asienten lamiendo el barquillo.

—¡Sí! ¡Sí!

—Huy…, sí, sí. ¡Cómo me gustaría ser ese barquillo!

—Oye, Gio, ojo, que estoy seguro de que nos entienden.

—Pues bueno, aunque me entiendan, ¿qué tiene de malo? Es un deseo… dulce.

Y sigue comiéndose el helado.

Después de Giolitti proseguimos por via di Campo Marzio, pasamos por la piazza del Parlamento, vicolo della Lupa, saludamos a unos amigos de Gio que están sentados en el Leoncino.

Qui si mangia bene la pizza.

—¿Qué? —No lo entienden. En serio.

—Aquí la pizza es molto buena.

—Sí…, ¡geniale!

—Un día dobbiamo probar…

Miro a Gio, sorprendido.

—Pues algo sí que sabes…

—Son frases de canciones, sólo eso…

—Ah…

—¡Pero dan el pego! Es más, hay veces que, como todas son frases románticas, también son las que quedan mejor.

Giramos por via Tomacelli. Estamos delante del Ara Pacis, después delante de Gusto, luego en via Ripetta. De tanto en tanto se les acerca alguno, intenta decirles alguna frase simpática, pero después se va. En cambio, cuando no las dejan en paz, María y Paula se vuelven hacia nosotros.

—Gio, Nicco…, per favori

Pero ni siquiera tenemos que sacarnos las manos de los bolsillos, aquí la cosa funciona así: si te las has ligado tú, son tuyas y punto. No hay que pelearse, no hace falta, hay extranjeras para todos. Y de ese modo seguimos nuestro paseo con esas dos espléndidas chicas delante de nosotros. Se me hace extraño. Siempre he pensado que sólo los macarras, con su ropa brillante, el cuello abierto y enorme, las camisetas de redecilla, las cazadoras ajustadas a la cintura, los cinturones D&G con la hebilla enorme, la gorra Louis Vuitton o Gucci e idénticos zapatos Fendi, tienen éxito con las extranjeras porque son vistosos, llevan el pelo engominado, una sonrisa deslumbrante, zapatillas deportivas con los tacos de goma y los vaqueros superajustados con la cintura baja. Pero esta noche la leyenda se ha venido abajo. Me planteo una duda: ¿no será que nosotros también somos unos macarras? No me da tiempo a contestarme porque María me coge de la mano.

—¿Nos puedes portare a ese ponte…, el que tiene las cerraduras de amore?

No sé muy bien de lo que está hablando, pero entonces María señala el candado de una bicicleta atada a un poste y lanza una hipotética llave por detrás de la espalda, después me mira sonriendo.

—El ponte del amore… ¡En España tutto il mondo habla de ello!

Gio entonces lo pilla.

—¡Ah, ostras, estas quieren poner un candado con nosotros! Moccia, qué grande eres… ¡Esta noche follamos!

Y así, al poco rato, estamos en el ponte Milvio. Hay algunos chicos sentados en la barandilla. Está lleno de inscripciones y de cervezas medio vacías. Paseamos en la penumbra de las farolas. Gio hasta lleva a Paula cogida de la mano, ella lo escucha, no oigo lo que dice, pero es fenomenal: un montón de chorradas en todos los idiomas del mundo.

Se nos acerca un tipo de color y en seguida otro con una gorra calada en la cabeza.

—¿Hachís, coca, marihuana?

Parecen esos que van por el cine o por el campo de fútbol: «Cerveza, patatas, Coca-Cola…».

Los esquivamos. Después Gio ve algo, se aleja y regresa al cabo de un instante.

—Eh, aquí están. Toma, ¡questo es para vosotras!

No sé cómo, pero Gio ha conseguido encontrar unos candados.

—Se los he comprado a ese marroquí de allí. ¡Era el único que no vendía costo! Quería diez euros, pero he negociado, ¡me debes cinco!

—Pero, perdona, ¿cuánto te han costado?

—¡Cinco! ¡Pero no te cobro la mano de obra!

Gio desaparece con Paula. María, al ver el candado, está supercontenta, salta como una niña, lo coge y me mira.

—¿Andiamo también?

Me hace una señal con la cabeza hacia la barandilla.

Hay una cadena en la tercera farola, la han puesto hace poco.

—Me gustaría metterlo con te, pareces muy buen ragazzo, tal vez te ha pasado qualcosa porque se te vede un poco triste, pero in certo modo eso ti fa incluso más dolce…, ¿sabes?

No sé lo que ha dicho, pero por cómo me mira debe de ser algo bonito.

—Sí. —Siempre digo que sí.

De modo que vamos a la tercera farola, atamos el candado a una cadena, nos ponemos de espaldas y lanzamos a la vez la llave al Tíber. María se asoma en seguida por la barandilla para seguir el vuelo, pero ya la ha perdido de vista, o tal vez no.

—¡Sí, allí está! —La señala en el Tíber—. La ho visto. ¡Qué guay! —Está completamente feliz, se vuelve hacia mí y me da un beso en los labios—. Geniale, eres tan dolce.

Después me coge de la mano y pasamos por delante de Gio, que naturalmente ha llegado más lejos. Está como enroscado encima de Paula, la ha hecho sentar en la barandilla, la abraza y la besa apasionadamente. O sea, lleva saliendo más de un año con dos chicas de Roma, se ha liado hace poco con la jovencita del bar y ahora besa a una extranjera en el ponte Milvio. Supera la más optimista de mis previsiones.

Después Gio se aparta de Paula.

—¡Ah, estáis aquí! ¿Habéis puesto el candado?… ¿Has hecho el tortolito?

—¡¿Yo, eh?! ¡Tú sí que hacías el conejito cachondo!

—Qué va, ya he visto que esta no está por la labor…

—Y ¿por qué?

—He intentado encontrar la combinación del cinturón y en seguida me ha parado la mano… ¿A ti cómo te ha ido? ¿Has probado a besarla?

—Sí…

—¿Y bien?

—Muy bien.

—Estupendo, Nicco… ¿Lo ves?, cuando te lo propones, puedes aspirar a mucho más que a una simple Pozzanghera. Aunque allí, por mucho que no me lo quieras contar, estoy seguro de que te cubriste de gloria…, ¿verdad? —Y diciendo esto se inclina hacia adelante con un salto felino y me pellizca entre las piernas con un doble silbido.

—¡Fiu, fiu!

Doy un salto instintivamente.

—¡Para ya!

María y Paula, al vernos, se ríen como locas. Justo en ese momento pasa Bato con dos chicas.

—Eh, qué bien os lo pasáis, ¿no?

A una la conozco, va a la universidad, la he visto alguna vez en Daniele, en piazza Bologna, donde te ponen algo de picar por dos euros. Puede que la chica incluso conozca a Alessia. A la otra, en cambio, no la he visto nunca. Es muy mona. Lleva un piercing en la nariz y dos en la oreja derecha. Tiene el pelo castaño oscuro, bastante fino, que le cae por los hombros, y lleva un ligero vestido azul ciruela que se le desliza por el cuerpo dejando adivinar que no lleva sujetador.

—Ella es la que hizo la lámina que tengo en mi habitación.

—Ah, sí, muy bonita… —Finjo saber a qué se refiere.

Me mira, pero no parece muy convencida.

Gio, como siempre, se escabulle de cualquier posible conflicto.

—Bueno, nosotros nos vamos, nos llamamos luego…

De causalidad encontramos una mesa delante del quiosco y nos sentamos. Está lleno de gente. Miro a mi alrededor, no veo a nadie conocido pero, total, tampoco hay ninguna razón por la que deba preocuparme, por desgracia.

Gio, en cambio, que sí podría tenerlas, está más tranquilo que yo y pide algo para las dos chicas.

—Yo tomaré un ron, ¿y tú?

—¡Quizá otra cerveza, una Corona si tienen!

—Os voy a hacer probar un chupito, ¿vale? Ya veréis, os gustará un montón, ¿estáis de acuerdo?

—¡Sí!

—Qué bien, siempre dicen «sí» y «gracias». ¿Dónde está el truco?

—Siempre hay un truco…

—Ah, ya…

Poco después llegan las bebidas, Gio mira la cuenta.

—Pero veinticuatro euros… Sí que van fuertes, estos del quiosco. Tenemos que hacer un fondo común cuando salimos…

—Ah, claro. —¡Ya, pero lo único que es común es el hecho de que comemos en la misma mesa! Con la excusa de que yo trabajo, Gio me lo hace pagar todo.

Hago el gesto de sacar la cartera de los vaqueros cuando María me detiene.

—No, nos gustaría pagare, al menos questa volta. Vosotros lo estáis pagando tutto.

Quiere pagar. Se vuelve para coger el bolso del respaldo de la silla, pero ya no está.

—¿Me estás gastando una broma? ¿Dónde está? —pregunta a Paula.

Su amiga se vuelve hacia ella.

—No, no he sido yo… ¿De verdad crees que haría algo así?

—Me lo han robado todo…, dinero, cheques de viaje, la tarjeta de crédito, el pasaporte, incluso mi iPhone…

Hablan en español y están muy nerviosas.

—¿Cosa succede?

—¿Hay qualcun problema?

—¡Sí! —María sigue hablando en español y muestra el bolso de su amiga, después señala el respaldo y nos hace ver que ella ya no lo tiene.

—¡Te lo han robado! ¡Ostras, sólo faltaba esto! Quedaos aquí. Venga, Gio, ven conmigo. El que lo haya cogido no debe de estar muy lejos, ¡será uno de esos niñatos idiotas que quiere comprarse hierba y se le ha terminado el dinero de papá! Tú ve por allí, ¿vale?

Nos separamos, corriendo por un lado y por el otro del puente, mirando entre la gente en busca de algún movimiento raro, de alguien escondiéndose o, peor aún, tirando un bolso al río. Nada, no veo nada. Camino agachándome de vez en cuando, intentando mirar entre las piernas de la gente por si lo han tirado por el suelo después de coger el dinero. Nada. De tanto en tanto choco con alguien.

—Perdona, perdonad…

—¡Oye, mira por dónde vas!

—Tienes razón, lo siento…

Hasta que me golpeo con alguien y por poco acabo en el suelo. Vacilo por el porrazo, pero recupero el equilibrio y me levanto antes de caerme del todo.

—Pero ¿adónde cojones vas?

No me lo puedo creer, es la última persona con la que habría querido encontrarme.

—De modo que lo haces a propósito… —Se planta los puños en las caderas, los músculos centellean bajo su camisa, lleva las mangas remangadas y los antebrazos están llenos de tatuajes y, por si no fuera suficiente, el trapecio está abultado como si debajo del cuello de la camisa se hubiera quedado una percha de las grandes.

—Ejem, no…, o sea, perdona, Pepe…

Nos quedamos un instante en silencio. Ahora me hará pedazos. Me va a dar un puñetazo que no me encontrarán ni en el Tíber. Me va a dar una patada en los huevos que me enviará a Ostia, directamente a los coros infantiles de verano. Me va a dar una simple torta y de todas formas me desmayaré. Pero ¿cómo puede mi hermana haber salido con alguien así, que apenas te toca y ya te rompes? Para mí Valeria es una verdadera incógnita, y ¿ahora con quién sale? Con el Poeta. Y Pepe está cabreado con Valeria, con el Poeta… y conmigo.

—No, perdona, Pepe, en serio, no quería, no te he visto. Es que estoy buscando un bolso…

—¿Un bolso? —Aunque parezca raro, eso le interesa.

—Sí, el bolso de una chica… —Y entonces se lo cuento todo, con todos los detalles—. Hemos cenado en Maccheroni…

—Sí, lo conozco…

Sigo hablando del paseo, omito lo del candado, demasiado romántico.

—Y hemos llegado aquí… —Le explico que en el bolso lo llevaba todo, le hago una descripción incluso algo exagerada—. Y, como siempre, los italianos damos una imagen pésima…

—Está bien, vuelve a la mesa y no os mováis de allí.

Entonces se va en la dirección opuesta a la mía. Mientras se aleja, veo que coge el móvil del bolsillo y llama a alguien.

—Oye, Gianca… Soy yo.

Después ya no oigo nada. Vuelvo a la mesa. Paula y María me ven desde lejos y me miran esperanzadas. Cuando estoy cerca, María niega con la cabeza como preguntando: «¿No has encontrado nada?».

Niente, lo siento.

En ese mismo momento llega Gio por el otro lado.

—Nada, ¿eh?, por ahí abajo no se ve una mierda, está completamente oscuro. ¡Si han cogido el dinero y el móvil y han tirado el bolso a los arbustos de la orilla del río tendremos que volver mañana cuando haya luz! —Después se dirige a las dos—: Forse será meglio cercare el bolso…, ¿cómo se dice «bolso»?

—¡Ni idea! Quizá se dice paquete.

—No, qué va. Oye, mañana tenemos que coger un diccionario.

—Pero ¿no puedes mirarlo en el iPhone?

—¡No lo sé, pero aquí hay tan poca cobertura que antes de que encontremos la palabra y la traduzcamos ya nos habremos olvidado de lo que estábamos hablando!

—Es meglio venir aquí otra volta mañana, con el sol. Esperando que no llueva, ¿eh?

Las extranjeras asienten disgustadas.

—Sí, va bene.

Gio me mira.

—¿Qué hacemos?, ¿pagamos?

—Pues sí, pago yo, ¿no?

—Vaya, no te ha salido bien…

—¿Por qué?

—Porque por una vez que querían invitar ellas, van y le birlan el bolso.

—¡Y eso qué importa! ¡Lo peor es que como siempre quedamos como el culo!

—Perdona…

Me vuelvo y delante de mí hay un chico con aspecto espabilado y el pelo largo engominado peinado hacia atrás a la última moda.

—¿Eres Nicco?

—Sí, ¿por qué? ¿Qué ha pasado?

—Nada, tranqui. Quieren que vayas a la caja.

Gio se ríe.

—Han visto que ibas a pirarte…

Chasqueo la lengua. Me alejo de la mesa detrás de él.

—Por aquí.

Me hace entrar en el quiosco. Al lado de la caja, apoyado en la barra, hay un bolso. A su lado está Pepe, tiene un pasaporte español en la mano.

—¿Es esta de aquí? María… —Lo abre y me lo pone delante de la cara.

Me parece ella, aunque en la foto tiene el pelo más oscuro, pero la forma de la cara, las pecas, los ojos…, es ella.

—Sí… —lo digo con la voz algo insegura. Cojones, tampoco hacía falta. Me la aclaro un poco—. Ejem, sí. Es ella.

—¡Pues toma! —Y me arroja el bolso golpeándome en la barriga—. Así no tendremos tan mala fama.

Acuso el golpe pero no dejo que se note.

—Gracias. ¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo que dar algún dine…?

—No.

—¿Al menos puedo invitar a alguien a algo? No sé, ¿una ronda de cerveza?

El muchacho del pelo engominado mira a Pepe con curiosidad y quizá también un poco esperanzado.

Pepe levanta una mano.

—Está todo arreglado. ¡He querido que vinieras aquí a recogerlo, así puedes decir que lo has encontrado tú y ella estará contenta!

—Sí… —No sé qué más decir—. Vale. ¿Seguro que no puedo invitar a nada?

—No, en serio…

Entonces asiento, me vuelvo y me dispongo a salir.

—Ah, Nicco…

Me paro en la puerta del quiosco.

—¿Sí?

—Cuando te la folles…, piensa en nosotros dos.

Pepe y el chico engominado se echan a reír. El chico exagera un poco, parece que se esté desternillando, tanto que al final Pepe le da un mamporro en el hombro que lo desplaza unos metros.

—Ah…

No digo nada y salgo.

Estoy solo en medio de la gente, llevo el bolso en la mano y todavía oigo que se están riendo. De repente una imagen me viene a la cabeza: a mi hermana en la cama con Pepe. Intento no pensar en ello y al final consigo borrarla. Llego delante de nuestra mesa.

María está charlando con Paula, parece divertida, para nada preocupada. Cuando se vuelve, me ve y me sonríe, entonces levanto el brazo mostrándole el bolso.

—¿Es la tua?

—¡Vaya!

Se levanta de golpe, vuelca la silla a su espalda y me salta encima.

—¡Incredibile! —Me envuelve con sus piernas largas y me llena de besos, en la mejilla—. ¡Gracias! ¡Gracias!

Yo doy vueltas con ella, que me envuelve con su falda vaquera que se ha levantado un poco, y todo el mundo me mira con curiosidad, alguien incluso aplaude. Un chico dice algo a otro que tiene al lado, no entiendo bien el qué, pero luego leo en los labios lo que le responde el otro.

—Sí, está muy buena…

Y entonces yo, como un estúpido, miro a lo lejos entre la gente, hacia la entrada del puente… Ahora me gustaría que llegara ella, se está riendo con una amiga suya, luego nos ve y deja de reír, no le sienta bien, pero después corre hacia mí y me dice: «Sí, Nicco, es verdad, ¡lo siento! Quiero decir que me he equivocado en todo, pero hazla bajar». Sin embargo, Alessia no está. Qué raro, no había vuelto a pensar en ella hasta este momento.

María se aparta y me mira a los ojos.

Grazie.

Después pone las manos en mis mejillas y me da un beso en los labios, más largo que el de antes y, a decir verdad, también más bonito.