13

—¡Eh, ¿qué pasa, Nicco?!

Entra en el quiosco con su habitual buen humor.

—¿Qué pasa, Gio?, ¿qué te cuentas?

—¡Que va todo superbién! Eso es todo.

Me deja en el mostrador, encima de Oggi, una aromática bolsa y una botellita.

—Café y cruasanes. Bar Due Pini, cruasán de chocolate y capuchino sin azúcar, ¡como a ti te gusta!

Cojo la bolsa, saco el cruasán, y huele muy bien, todavía está caliente, tiene trocitos de chocolate que sobresalen de las puntas.

—Mmm, debe de estar riquísimo. ¿Qué quieres a cambio?

—La Virgen, qué desconfiado. —Se sienta en una silla al fondo del quiosco, entre Porta Portese y Leggo.

Le doy un mordisco al cruasán mientras vierto el capuchino en un vaso de plástico que había en la bolsa de papel.

—¿No debería? Nunca se ha dado el caso de que me invitaras a algo sin que inmediatamente después me dijeras: «Ah, oye, ¿podrías acompañarme a…? ¿Sabes?, es que la moto no funciona. ¿Sabes?, es que he tenido un problema con el coche. ¿Sabes?, es que tengo que…».

Doy otro bocado al cruasán, a continuación tomo un sorbo de capuchino.

—Pero bueno, está todo que te mueres…, vale la pena. Venga, ¿adónde tengo que acompañarte?

Gio niega con la cabeza.

—¿Lo ves? ¡Te equivocas!

—Ya, vale, pues será la única vez que me he equivocado… Y, oye, anoche te llamé y no contestabas.

—¡Ya lo vi! Estaba ocupado. Por eso hoy te he traído cruasanes y capuchino, quería celebrarlo contigo, me trajiste suerte.

—¿Cómo dices?

—La del pub, Lucia.

—No me lo creo, no me lo puedo creer. Me estás contando una trola.

—No. —Señala la bolsa con los cruasanes—. ¿Iba a traerte todo esto si no fuera cierto?

En eso también tiene razón.

—Ni te lo imaginas, fue una pasada. Me llamó ayer por la tarde hacia las tres y fui a verla a su casa. ¿Dónde crees que puede vivir alguien como ella?

—Pues no sé… —Me quedo con la duda. Vestida de esa manera, con el piercing, los tatuajes—. Puede que en piazza Vittorio, no, mejor en San Giovanni…

Niega con la cabeza.

—¿Pigneto? —intento adivinarlo.

—No, no lo adivinarás. Camilluccia. Tiene un chalet precioso, mirando hacia la Madonnina, o sea, para ella el pub es una distracción, no necesita nada. Tiene un biplaza rojo, fuimos a tomarnos un helado al Alaska y al volver me lo dejó probar. Es un Maserati, o sea, ¿sabes qué coche te digo? Cogí los doscientos en la Camilluccia, y ¿sabes los militares que hay delante de la embajada?, ¿sabes cuáles te digo? No les dio tiempo a verme pasar de lo zumbando que iba.

—Sí, ya…

—Te lo juro… Después quiso que lo llevara por la circunvalación. Mientras tanto, yo me preguntaba, pero ¿qué querrá esta de mí? ¿Por qué me ha llamado? Y en ese momento me llamas tú por teléfono. La miro y le digo: «Es mi amigo Nicco…», y ella dijo… Bueno, no, es igual, eso me lo ahorro…

—No, no, di, ¿qué dijo?

—Como quieras… Dijo: «Pero ¿cuál?, ¿el triste?».

—¿Eso dijo?, ¿en serio?

—En serio. Y entonces yo le sonreí y le dije: «Tiene algunos problemas…». «Ya se nota». Entonces yo le dije: «¿Sabes qué voy a hacer? No contesto». «¡Muy bien! ¡Esta noche tenemos que estar alegres!». Y ella cogió y empezó a desabrocharme el cinturón…

—Sí, venga ya, Gio, dices unas chorradas.

—¡Que te lo juro! A mí también me pareció algo alucinante, una chica rica que estudia Arte, que además está muy buena, que tiene un Maserati rojo descapotable y como no te contesto me hace una mamada por la circunvalación. ¡Qué pasada! ¿Te mereces o no cruasanes y capuchino?

—¡¿Sabes?, con todas esas gilipolleces que cuentas consigues hacerme reír y ponerme de buen humor!

—Pero ¿por qué siempre dices que no paro de decir gilipolleces? Incluso lo de que salía con dos y que estaban buenas… Al final tuviste que cambiar de opinión, ¿o no?

Lo miro, me encojo de hombros y al final asiento. Desgraciadamente tiene razón.

—¿Lo ves? Y dime, ¿por qué me buscabas anoche?

Le cuento toda la historia de Pepe, de Valeria, de sus principios con el móvil y de la aparición del Poeta.

—Mira que tu hermana llega a ser extravagante, pero en sentido positivo, ¿eh? O sea, es una pasada, arma un montón de líos, no se detiene ante nada.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, por el simple hecho de salir con Pepe tendría que estar aterrorizada y, en cambio, ella nada…, al contrario.

—Tienes razón. Me parece que hasta le parece estimulante, le excita…

—¿Eso crees? ¿Tú qué sabes?

—No, de hecho no tengo ni idea, Gio… Y seguramente tampoco tengo ganas de descubrirlo…

—Pues te equivocas, se trata de entresijos psicológicos que te iría bien conocer… En la vida son fundamentales, ya lo verás. Quizá Valeria empezó a salir con Pepe convencida de que podía redimirlo, y luego, al ver que no lo conseguía, escogió al Poeta como rebeldía por su fracaso, y la poesía, la delicadeza, para castigarlo a él…

—Pero ¿a quién?

—¡A Pepe!

—Pues a mí me parece que con todo este follón sólo me ha castigado a mí.

—Pero venga, después de la muerte de tu padre, tu hermana ahora necesita cariño, más que ninguno de vosotros… Es la más pequeña, tienes que comprenderla, Nicco… Venga, no es propio de ti.

Lo miro. O sea, cuando dice esas cosas hasta parece una persona seria. Y me gustaría contestarle: «¿Y en mí, Gio? ¿Quién piensa en mí, eh? ¿Quién se preocupa por mí?». Pero desisto. En cambio, él no me da tregua, al contrario.

—Y, además, estoy seguro de que las mujeres viven esa clase de dolor de una manera muy difícil, aparte de tu madre, que es una gran mujer, ya verás como tu hermana mayor, Fabiola, también liará alguna…, puede que revolucione su vida por la única razón de que ahora le falta una pieza importante. O sea, tu padre era la pieza clave en esa casa, no es ninguna tontería.

Gio tiene una capacidad para decir las cosas claras que a veces envidio de verdad. Las dice sin pensar, tal vez porque lo hace con tanta honestidad que no le hace falta. De hecho, continúa con su narración como si no hubiera dicho nada del otro mundo.

—Pues bueno, te estaba contando que fui a casa de Lucia, que prácticamente vive en un parque, por un lado está la gran casa de sus padres y, por el otro, un anexo sólo para ella. Me cogió de la mano y me llevó a su dormitorio, que se asoma a la parte de atrás del chalet, la zona más silenciosa. Tiene una cristalera con un gran olivo delante, mientras que una glicina trepa hacia el tejado de la ventana. Empezó a encender todo de velas alrededor de su cama de matrimonio, luego puso un CD, y ¿sabes cuál era?

Lo miro negando con la cabeza.

—No, no me lo puedo imaginar.

—El último de Tiziano Ferro, Hai delle isole negli occhi. Islas en tus ojos. Luego se desnudó y se metió en la cama… O sea, una pasada, Nicco. No me lo creía. Así debe de ser el paraíso… De hecho, después hasta nos tomamos un café y nos sentamos fuera, bajo las glicinas. Desde allí se ve el monte Mario, o sea, puedes ver los partidos del Olímpico, o sea, ¿te das cuenta?, ¡puedes disfrutar de la Mágica desde la cama y sin pagar entrada!

—Entiendo…

—¿Y sabes lo más alucinante de todo?

—No, ¿qué?

Aunque pienso que ya no puede haber nada que me sorprenda.

—¡Que sus padres volvieron y me invitó a cenar! O sea, comí con su padre y su madre, servidos por filipinos que cocinan maravillosamente. Su padre, además, era un figura, supersimpático, no se comía la olla…

—¿Con qué?

—Bueno, ya sabes, con la idea de que quizá antes me hubiera follado a su hija…

—Ah, claro…

—Al revés, ¡era como un hermano! Puede que porque le sintonicé el Sky, que no se veía en su dormitorio. Una chorrada, se había aflojado la clavija de uno de los transmisores. O sea, hasta un ciego podría haberlo hecho sin problema.

No puedo creerlo. Escucho toda esa historia y me parece alucinante que a Gio le pasen cosas tan raras, con qué facilidad se va a la cama con una chica como la del pub, Lucia, que es realmente mona, o sea, no es mi tipo pero lo cierto es que no se puede decir nada en contra. No sólo va a dar esa vuelta «especial» con el Maserati, no sólo va a su habitación para una segunda vuelta «especial», sino que además cena con su familia.

—¿Sabes que, si corto con Beatrice y Deborah, Lucia podría ser la mejor opción? A mí me parece que tenemos un montón de cosas en común, aunque creo que si tienes todo ese dinero, unos padres fantásticos, filipinos que cocinan de miedo y luego vas y trabajas en un pub con ese tocapelotas de Alfredo, es que algún problema debes de tener.

—Ah, claro…

—Bueno, Nicco, nos vemos luego. Podemos quedar en Ponte o ir a comer algo. Ah, sí, ahora que me acuerdo, te voy a llevar a la inauguración de un local que abre un amigo mío. Venga, paso a recogerte por tu casa a las ocho. Adiós, tío.

Y se marcha así, con sus zapatos desabrochados, con las pantorrillas saliendo por debajo de ese pantalón azul de pescador, lleno de bolsillos, que a su vez están llenos de qué sé yo cuántas cosas, con un jersey azul que en cierto modo pretende esconder algún kilo de más, con varios colgantes al cuello, cadenas, cordones llenos de medallones que tintinean al ritmo de sus pasos, ni que estuviéramos en Nueva York. Sin embargo, estamos en Roma Norte, a veces Gio parece vivir fuera de su tiempo.