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Estoy arreglando los periódicos cuando veo aparecer a mi espalda dos mocasines elegantes. Más arriba hay unas medias finas de color miel. Es una mujer, sobre eso no hay duda.

—Buenos días, Niccolò.

Dejo el último paquete lleno de Ville & Casali y me vuelvo hacia ella.

—Oh, encantado de verla, señora De Luca… ¿Adónde va tan temprano?

Me mira y no contesta en seguida, permanece unos instantes en silencio, como si no hubiera debido hacerle esa pregunta, como si buscara la respuesta adecuada. Y por un segundo me arrepiento, me gustaría no habérsela hecho nunca. Entonces la señora sonríe.

—Ya ves…

Pero no está muy convencida. Casi parece disgustada, como si hubiera querido decir otra cosa y dar la respuesta adecuada, en caso de que hubiera una.

—¿Qué le doy, señora?

—Justo lo que acabas de poner en su sitio.

—¿Ville & Casali? Está muy bien. Aunque no es que sea barata, cuesta cinco euros setenta. Pero tiene unos reportajes muy bonitos, excelentes oportunidades en toda Italia, y además está llena de fotografías, así en seguida puedes hacerte una idea de cómo es y de qué vista se tiene desde la casa…

—Sí…

Le paso la revista y me da seis euros.

—¿Y qué?, ¿por casualidad no querrá cambiarse de casa? No, disculpe que se lo pregunte… Es que por la tarde trabajo en una agencia inmobiliaria, de modo que tal vez pueda echarle una mano en ese aspecto…

—Sí, lo sé…

Luego casi se arrepiente de haberlo dicho. Me ve sorprendido: en efecto, no pensaba que lo supiera. Bueno, el barrio es algo así como un pueblo pequeño, se sabe todo de todo el mundo, pero ¿cómo lo ha sabido? ¿Lo ha preguntado ella? ¿Se ha enterado por casualidad? En resumen, ¿cómo ha ido la cosa? Pero no me da tiempo a hacerme más preguntas.

—Lo sé porque has llevado la venta de la casa de una amiga mía. Lorenza Maina.

—Ah, sí, claro. Fue todo muy bien.

—Sí, me lo dijo, de todos modos de momento no tengo intención de trasladarme, ¡pero llegado el caso serás la primera persona en saberlo! —Y vuelve a sonreírme.

Qué simpática es esta señora, aunque haga extraños silencios después de cada frase, como si siempre faltara algo… Pero tal vez sea una manía mía.

—Bueno, hasta luego…

—Espere…

Se vuelve.

—¿Sí?

Y me mira esperanzada, como si yo me hubiera decidido a hacer algo que había que hacer, a decir algo que ella se guarda dentro. Pero no es así, lo siento. Lo mío es sólo una trivial forma de honestidad.

—Me olvidaba de su vuelta… —Y le dejo caer las tres monedas en la mano.