Aparco, pero no me da tiempo a llegar al portal.
—A ti te estaba yo esperando.
Me tira de la chaqueta y me empuja contra la pared.
—Pero ¿dónde coño has estado hasta ahora, eh? Mira qué hora es.
—Son las dos y media, ¿y qué?
Le aparto las manos del cuello de la camisa y me la pongo bien.
—En serio, ¿se puede saber qué problema tienes, hermanita?
Valeria se ríe, está loca. La verdad es que mi hermana está un poco mal de la cabeza.
—Tienes razón. Tengo un montón de problemas, joder, ¡y sólo puedo contar contigo! Pero en serio, normalmente siempre vuelves temprano, ¿qué has hecho esta noche para llegar tan tarde?
—Nada.
—Sí, vale, nada…
Se enciende un cigarrillo y se echa a reír.
—¡Pues imagínate si llegas a hacer algo! ¿Qué haces a estas horas de la madrugada? Problemas con la novia, ¿eh?
Sonríe en la oscuridad del vestíbulo apenas iluminado por la brasa del cigarrillo cuando da una calada. Se ven sus dientes, blancos, perfectos, y sus ojos oscuros. Lleva el pelo suelto, largo, mi hermana es de tez oscura. Es guapa, parece india. Son muchos los que se lo dicen desde siempre, hasta que al final se lo ha creído. Se hizo tatuajes tribales, lleva unos extraños aros, anillos en forma de serpiente y pulseras de plata, en resumen, hace cualquier cosa para parecerse a una piel roja, y además tiene un carácter rebelde y no acepta que nadie le dé órdenes. Da una última calada al cigarrillo.
—Bueno, ya te apañarás, en cualquier caso todos tenemos nuestros problemas, yo por ejemplo, o sea, me siento abandonada…
Se queda callada y me mira fijamente esperando que esté mínimamente intrigado. Pero no lo estoy en absoluto.
—Oye, vale, he tenido una noche de mierda, ¿no podríamos irnos a dormir y hablamos mañana?
Suelta el humo con un soplido.
—¡Ojalá! Me muero por darme una buena ducha y meterme en la cama, pero hay un pequeño inconveniente: tenemos un problema: Pepe va a venir.
—¿Cómo? ¿Y por qué dices «tenemos»? ¿Qué tengo yo que ver con ese Pepe?
Da otra calada para parecer tranquila, me da la impresión, y está tan loca que quizá lo esté realmente.
—Porque si Pepe viene y yo no bajo, es capaz de derribar la casa, por lo que el problema es también tuyo.
Permanezco un instante en silencio. Sabía que debería haber aceptado la oferta del director y quedarme un pequeño apartamento al lado de la agencia, quería ir descontándomelo poco a poco, pero yo preferí quedarme en casa para que mi madre no se sintiera demasiado sola, y además porque de todos modos, desde que papá no está, el dinero nunca es suficiente, pero sobre todo porque Valeria sola en casa con mamá me preocupaba más que cualquier otra cosa. Y por lo visto no me equivocaba.
—No lo entiendo, ¿por qué no vas a bajar? Perdona, pero eres tú quien ha querido liarse con él, ¿no?
Pepe es un macarra de Tor Bella Monaca, aunque no lo digo por el barrio, que es peligroso pero no es ni mejor ni peor que muchos otros, sino para que se entienda qué clase de tío es: en Tor Bella Monaca le tienen miedo a Pepe. Al principio, cuando Valeria me habló de él, me eché a reír. Estábamos sentados a la mesa.
—Tengo que darte una noticia, brother…
Me estaba comiendo tranquilamente unos excelentes ñoquis con salsa que mi madre había preparado con todo su cariño.
—Me he prometido.
—Qué palabra más fuerte…, y ¿quién es el desgraciado?
—Bueno, esta vez me parece que podrá conmigo.
—Bah. Entonces debe de ser un tío duro.
—Sí, se llama Pepe.
Me quedo con un ñoqui a medio camino.
—¿Es extranjero?
—No.
—Ah. ¿Es el futbolista?
—¡No! —Valeria se ríe—. Pepe, como la pimienta… Es su mote.
—Ah, ¿y por qué le llaman así? ¿Es muy moreno?
—Un poco, pero no es por eso…, creo que el mote le viene porque una vez alguien miró a su pareja y entonces él se fue hacia el tío y le hizo tragar un pimentero enterito… Se dice así, ¿no?
—No lo sé.
—Bueno, si se dice «salero», entonces «pimentero» debería ser correcto…
Pensaba que estaba bromeando, a Valeria siempre le gusta dar la nota. Pero unos días después, hablando con Gio, comprendí que la situación era más complicada de lo previsto.
—¿Qué? ¿Con Pepe? ¿Pero tu hermana está loca? ¡Se arriesga a que la mate! ¡Pepe molió a palos a su última novia, y como intervinieron su padre y su hermano los zurró a ellos también! Creo que es uno de los personajes más violentos de Roma en los últimos tiempos, y además trafica. El mote de Pepe precisamente le viene porque su coca no es buena, está cortada y pica, pero todos se la compran igualmente porque tienen miedo de él.
Como suele ocurrir, nunca se acabaría sabiendo de dónde procedía realmente ese mote, pero una cosa era segura: Valeria esta vez se la estaba jugando de lo lindo.
—Y ¿por qué no quieres bajar?
—Porque quiere esto —dice enseñándome un móvil.
—¿Se lo has mangado?
—Es el mío.
—Y ¿por qué lo quiere? —Empiezo a comprender de qué va, pero es mejor esperar antes de preocuparse.
—Porque quiere leer los mensajes.
—Y tú no quieres dárselo porque hay mensajes que no debe leer, pero no puedes sencillamente borrarlos y dárselo.
—No, es una cuestión de principios.
—Oye, Valeria, si la mitad de las cosas que me han dicho del tal Pepe son ciertas, no sé hasta qué punto es de los que se preocupan por los principios…
—¡Bueno, pues ya va siendo hora de que empiece!
—Y ¿tienes que ser precisamente tú quien se lo enseñe?
—¡Nosotros!
—¿Nosotros? ¿Nosotros, quiénes, perdona?
—Nosotros, tú y yo.
—¡Pero tú estás completamente loca! Yo no quiero enseñar nada a nadie, y menos aún a Pepe… Ni siquiera quiero hablar con él… ¡y de principios, nada menos!
Valeria se sienta en la escalera, recoge las piernas, da una última calada al cigarrillo y lo tira al suelo.
—Lo sabía. Si papá todavía estuviera, las cosas no habrían ido así…
Piso el cigarrillo con todo el tacón y lo apago con fuerza, con la misma rabia que no puedo emplear con mi hermana.
—Entonces, si papá estuviera, tú no fumarías aquí en el vestíbulo, quizá no saldrías con ese Pepe, y lo que es seguro es que si lo hubiera sabido se habría pasado tardes, días y noches hablando contigo intentando convencerte para que lo dejaras… ¿Es así?
—Sí, pero papá ya no está…
Valeria agacha la cabeza entre las piernas. La miro en silencio. Me siento culpable por el rapapolvo. Ella es la más pequeña de los tres. ¿Qué siente por la pérdida de papá? No puedo saberlo, no lo sé…
—Vale, pero ¿no podríamos saltarnos eso de los principios? Por favor, hazlo por mí, estoy pasando una época realmente complicada…
Valeria levanta la cabeza y me mira.
—Para mí también lo es…
—Ya veo, ¡pero ahora el problema lo estás creando tú! ¿No podríamos arreglarlo de alguna manera?
—Pero ¿cómo?
—Dándole el dichoso móvil.
—No puedo…
—¿Por qué?
—Conocí a un chico hace unos meses, una persona muy dulce…
—Sí, ¿y qué?
—Nos besamos.
—¿Mientras salías con Pepe?
—Sí.
—¡Pero entonces tú estás como una cabra! O sea, es que te lo has buscado.
Se queda callada y me mira con chulería.
—Así que sales con Pepe y besas a otro.
—Sí, me apetecía.
—¡Claro! No pongo en duda que te apeteciera, faltaría más, pero ¿por qué no dejabas primero a Pepe y después lo besabas?
—Lo intenté, pero Pepe no quiere que cortemos.
Ya no sé qué decir, esta vez soy yo quien se queda un segundo en silencio.
—Y ¿ese chico sabe que sales con otro?
—Sí.
—Y ¿sabe que ese otro es Pepe?
—Sí.
—O sea, ¿encima sabe quién es Pepe?
—Sí, lo sabe perfectamente.
—Pues entonces será que es otro criminal, otro al que le va la violencia, más que a Pepe.
—No, es un chico normalísimo y tranquilo. Es un poeta.
—¡No, es un kamikaze! ¡O sea, alguien que te besa sabiendo que sales con Pepe seguro que es un suicida!
—Me besó precisamente para demostrarme que no tiene miedo.
—Pero entonces, perdona, ¿no podemos mandarlo a él a hablar con Pepe? Tal vez se entiendan, tal vez el poeta lo convenza, le haga ver los principios que hay que respetar…, eso, ¡tal vez se lo explique en verso!
—Idiota. ¡Ya sabes que si va a hablar con Pepe lo matará!
—¡Sí, ya, y en cambio tengo que ir yo, ¿no?!
—Pero tú no me has besado.
—¡No, pero te molería a palos!
—Venga, Nicco, tú al final siempre acabas convenciendo a todo el mundo.
—Sí, gracias… Pero bueno, ¿te estás cachondeando de mí? Nunca he convencido a nadie. No he podido convencerte a ti para que llevaras una vida un poco más «normal»… Y ¿ahora qué? ¡Ahora, en cambio, quieres que convenza a Pepe para que respete tus principios!
—Sí.
—¡Sí, claro! ¡Qué fácil!
—No quieres ayudarme…
Dobla de nuevo la cabeza entre las piernas y se queda mirando al suelo.
—Perdona, ¿eh, Valeria?, pero aclárame una cosa: ¿ese chico también tiene algún mote? Tal vez Pipo… Quedarían perfectos en un artículo de esos que aparecen en la sección de sucesos: «Pipo y Pepe acaban en un mar de sangre».
—Lo llaman «Poeta», y no me ha hecho gracia.
—Ni tú a mí. ¡Me gustaría olvidarme de todo por un momento e irme a dormir!
—Mira quién habla… ¡Y a mí!
—Sí, pero hay un pequeño detalle: ¡yo no he besado a nadie mientras salía con Pepe!
—De acuerdo, pero es lo que pasó, ¿qué quieres que haga?
—Dale el dichoso móvil y así se calmará y tendremos la noche en paz. En lo demás ya pensaremos mañana.
—No puedo…
—¿Otra vez con tus principios? ¡Pero déjalos de lado por un rato!
—Están sus mensajes.
—¿Del Poeta?
—Sí, de Ernesto.
—¡Ah, el que nos ha metido en este lío se llama Ernesto! Y ¿por qué no los borras?
—¡Porque me gustan mucho!
—Ya veo, pues los copias en el ordenador, en una libreta, en alguna parte, pero quítalos de ese móvil, venga ya, Valeria, joder.
—No quiero… —Lentamente empieza a llorar—. No es justo.
—¿Qué es lo que no es justo?
—Son míos…
En ese preciso momento llega una Harley a toda velocidad. El motor retumba en la noche, quien la conduce aminora con violencia y da gas sin importarle nada ni nadie. Valeria me mira ligeramente asustada.
—Ahí está, es él.
—¡Bueno, qué bien! No esperaba otra cosa. Pepe es justamente la guinda que le faltaba a la noche.
Suspiro alzando los ojos al cielo, pero no me da tiempo a añadir nada más cuando oigo su voz rasgar el silencio de la noche.
—¡Vale, ¿dónde cojones estás?, baja!
Sacudo la cabeza.
—Lo de usar el interfono no le va, ¿eh? Demasiado trivial, ¿no?
—¡Ya ves!
Y hasta me sonríe.
—Pues nada… —Suspiro, niego con la cabeza y me dirijo a la puerta.
Antes de salir, cojo el teléfono e intento llamar a Gio. Ya suena, por suerte no lo tiene apagado. Quizá él lo conozca, quizá sepa aconsejarme qué decir, quizá me sugiera qué hacer, quizá… ¡si contestara! Nada, corto y salgo a la calle. El tío conduce una Harley 1200 que parece pequeña debajo de él. Lleva una camiseta ajustada que pone de relieve todos sus músculos, incluso el más pequeño, que de todos modos me parece grande. Es como uno de esos cómics que de tan violentos que son hasta el dibujante se inquieta por cómo le ha salido. Es una tabla de violencia pura. Tiene unas piernas tan musculosas que los cuádriceps parece que estallen en los vaqueros. Apaga el motor de la moto. Lleva la cabeza afeitada, una barba ligera, no sé cuántos años tiene, pero su mirada es la de alguien que ha visto muchas cosas en la vida, sus ojos parecen escarbar en la oscuridad, buscar hambrientos cualquier presa, hasta que me ve.
—Hola, Pepe…
—Y ¿tú quién cojones eres?
—Soy Niccolò, el hermano de Valeria.
—Haz bajar a tu hermana.
No le gusta hacer nuevas amistades.
—¡Ahora!
No le gusta nada de nada en general.
—Oye, Pepe, ya sé que a veces las situaciones son un poco complicadas…
Levanta una ceja y me mira ligeramente perplejo. Creo que la interpretación exacta de esa mirada es: «No me lo puedo creer, o sea, este microbio me está dirigiendo la palabra…».
Pero no le doy tiempo a interrumpirme.
—¿Sabes?, la semana pasada corté con mi novia.
Hago una pequeña pausa para dar todavía más peso a mi confesión con la esperanza de que él quede tocado con la noticia. No parpadea lo más mínimo. Yo sólo sé que esta noche ya he contado la historia dos veces. Espero que no haya una tercera.
—Y ¿a mí qué cojones me importa?
—No…, es que…
—Es asunto tuyo. Será mejor que hagas bajar a tu hermana ahora mismo.
—Es que…
—Veo que no me has entendido. ¿Quieres que suba yo?
Me sonríe, pero de tal manera que me hace comprender a qué me estoy enfrentando, qué riesgo estamos corriendo todos. En ese momento no sé bien qué contestar. Mientras tanto, Pepe baja de la moto, deja el casco sobre el sillín y se queda de pie delante de mí. Es realmente enorme, una de esas personas que cuando te las cruzas por la calle cambias de acera, uno de esos tipos que sólo ves en las películas americanas, que crees que no existen de verdad, que la mayor parte la han hecho con Photoshop. Sin embargo, este Pepe de aquí es de verdad y por desgracia ni siquiera puedo cambiar de acera.
—¿Y bien? Oye, hermano de Valeria, hazla bajar en seguida, estoy perdiendo la paciencia.
—No, es que…
—No irás a decirme que no está, ¿verdad? Me ha escrito que se iba a casa.
—Sí, de hecho sí que está.
—Así, muy bien, entonces hazla bajar, tiene que darme una cosa.
—Sí, el teléfono…
—Ah, te lo ha dicho.
Bueno, he hecho una gilipollez, una tremenda gilipollez. Me gustaría decirle sencillamente: «Oye, Pepe, pero ¿yo qué tengo que ver con esto? Dejadme en paz, estoy hecho polvo, ya te lo he dicho, he cortado con mi novia, con Alessia, y esta es la tercera vez que lo cuento», pero ya sé que igualmente no serviría de nada. De modo que opto por otra vía, completamente distinta, que me sorprende incluso a mí.
—Mira, mi hermana me lo cuenta todo, me ha hablado del teléfono y del hecho de que se lo hayas pedido…
—Ah, ¿eso también te lo ha contado?
¿Cómo que «eso también»? Pero qué lento es este Pepe. ¿Qué otra cosa iba a decirme si no? ¡Es ese el problema!
—Sí, pero ya sabes cómo son las mujeres, ¿no? Y Valeria las gana a todas, tú la conoces bien. Es una chica muy orgullosa, llena de fijaciones, de criterios complicados, no te imaginas las discusiones que tenemos a veces…
Y mientras hablo, en realidad pienso en algo muy distinto, me vienen a la cabeza las cosas más absurdas: por ejemplo, ¡cómo debe de ser el acto sexual entre esa bestia y mi hermana! Pero cómo se le ha podido ocurrir a mi hermana juntarse con alguien así, y por voluntad propia… No me atrevo a imaginarlo. ¿No se puede dimitir del papel de hermano? No, si es que con este Pepe Valeria se ha pasado tres pueblos. Mientras tanto, continúo hablando, sonrío de vez en cuando y no sé exactamente lo que digo, sólo espero que esté siendo convincente, pero es una verdadera bestia, tiene una mirada atónita, o mejor dicho, catatónica, una marca en el labio seguramente de alguna pelea, un corte en la ceja, en esa cara no hay nada estéticamente en su sitio.
—¿Sabes lo que quiero decir? Mi hermana es así, Pepe, y en cierto modo me parece que incluso puede entenderse, o sea, para ella entregar el móvil sería como faltar a un principio. Es sólo eso, ¿sabes?, no tiene absolutamente nada que esconder…
Y luego sonrío y permanezco en silencio delante de él, intentando parecer creíble. Puede que haya hecho un buen discurso, sí, quizá acepte la versión que le he dado. Estoy contento por no haber metido la historia de mi padre en medio, por el hecho de que ahora Valeria se dirige a mí porque no tiene a nadie más. Eso lo he llevado con más dignidad. Puede que ella incluso se lo haya contado y él valore que yo no lo haya sacado.
—Oye, gilipollas…
Ni por asomo, y hace un gesto tan rápido y violento que sin darme cuenta me veo a pocos centímetros de su cara con toda la camisa rasgada. En el silencio de la noche oigo un leve tintineo no muy lejos de mí: son los botones de mi camisa, que han conseguido ponerse a salvo. Eran de nácar, y la camisa era Replay azul marino y me gustaba muchísimo porque me la regaló Alessia. Pero tampoco es el caso de hacérselo notar a Pepe. Y justo en ese momento…
—¿Niccolò? ¿Qué ocurre?
Pepe y yo levantamos la cabeza hacia el cuarto piso.
—No pasa nada.
—¿Seguro?
—Seguro.
—De acuerdo, entonces espero a que entres.
Mamá se queda asomada a la ventana, en silencio, mirándome desde arriba en la oscuridad de la noche. Y ahora que me fijo, unas estrellas lejanas, detrás de ella, le enmarcan la cabeza, dando a esa imagen un matiz beatífico. Pepe me arregla la camisa rota, la alisa e intenta alinear un lado con el otro, cosa inútil, ya que de todos modos no queda ni un botón.
—Ya lo has oído, venga, vete…
Y me da un empujón tan fuerte con la mano abierta en todo el pecho que me corta la respiración y me hace dar media voltereta, pero me quedo de pie. Cuando me vuelvo, Pepe ya se ha alejado, su Harley sale flechada por detrás de la esquina de la plaza que amplifica el ruido del silenciador y él se pliega desapareciendo así con toda aquella violencia sin estallar. Vuelvo a entrar y Valeria viene corriendo hacia mí.
—¿Y bien?, ¿cómo ha ido?
—Muy bien, ¿no lo ves?
Le enseño lo que queda de la camisa.
—¿Sólo esto? ¡Pues entonces ha ido muy bien!
Entramos en el ascensor y pulso el cuatro.
—Oye, Valeria, ¿no podrías dejarlo estar? Ah, y gracias…
—Huy, huy, huy. Cuando me llamas Valeria quiere decir que la cosa no va muy bien, cuando éramos pequeños hacías lo mismo…
—De hecho, va fatal.
—Si es por la camisa, te compraré otra. ¿Me dejas ver? Ah, Replay, ¡será fácil encontrarla!
Le aparto las manos.
—¿La quieres de este color azul, con los pespuntes en azul celeste? No, porque ya que nos ponemos, si la quieres distinta no será un problema. Al final hasta me va a salir barato, estas Replay tampoco son tan caras…
—Oye, ¿por qué no te estás calladita? Esta camisa fue el primer regalo que me hizo Alessia. Cállate, por favor, que me harás menos daño.
Llegamos al rellano, mamá está en la puerta.
—Ah, tú también estás. Pero ¿dónde te habías metido?, no te he visto entrar.
—En el vestíbulo, estaba esperando a Nicco.
—Y ¿ese quién era, si puede saberse?
Intento quitarle importancia.
—No, nada, mamá, un pelmazo.
—Sí…, deja que te vea un momento.
Me vuelve, busca marcas en mi cara. Luego deja escapar un suspiro; en efecto, gracias a ella no le ha dado tiempo a partirme la cara.
—¿Y la camisa? ¿Por qué la llevas así? ¿Ha sido ese chico? ¿De qué discutíais?
—De nada, mamá, ya te lo he dicho, una idiotez.
Me gustaría soltarle un rollo de una discusión sobre una casa en venta o en alquiler, pero entonces se preocuparía por mi trabajo y acabaría diciendo lo de siempre: «¿Ves como tu padre y yo teníamos razón cuando te decíamos que te sacaras la carrera? Y tú perdiendo el tiempo con esos trabajillos…». Pero, curiosamente, antes de que me decida a inventarme algo, Valeria se adelanta.
—Nada, mamá, Nicco no tiene nada que ver, era Pepe.
—Ah, ¿ese chico que siempre llama con esa voz tan ronca y que no saluda? También te buscaba esta noche…
—Sí… Y como no me encontraba ha venido aquí a buscarme. Pero se ha acabado, mamá, no te preocupes, ya no vendrá más, ya no salgo con él.
—Ah, ya… ¡Y tú has ido a defender a tu hermana como un buen hermano mayor! ¿Querías emprenderla a tortas con él? Entonces es que tu padre y yo no te hemos enseñado nada, ¿eh?
Me echo a reír.
—¿Que yo quería pegarme con él, mamá? ¿Pero no lo has visto desde arriba? ¡Es un ogro asesino, a ese no lo derribarían ni los que hacen wrestling!
—¿Quiénes?
—Sí, mamá, los de lucha libre… Esos que de vez en cuando ves en Italia 1 y siempre me preguntas si se pegan de verdad o no.
—Ah, sí. ¿Ni esos lo conseguirían?
—No, ni siquiera todos a la vez. Yo sólo he ido a calmarlo. Porque Valeria ahora ha liado una…
—Ah, claro, resulta que es culpa mía… Oye, que yo sólo quería mi libertad y él no lo aceptaba.
—¿Qué quieres decir, Valeria?
—Que me gusta otro, mamá, he intentado decírselo de todas las maneras posibles, pero él no quiere entenderlo.
—Pero a lo mejor es que no has sido clara.
—¡Ya basta, me estáis hartando! No me apetece que me riñáis vosotros también, ¿entendido?
Y se va a su habitación dando un portazo. No tengo palabras.
—Pero, oye, Nicco, dime una cosa, ¿ahora tu hermana sale con otro?
—Sí.
—¿Alguien como ese?
—No, espero que no, mamá, según ella es poeta…
—Y no podrían hablarlo ellos dos, el de la voz ronca, ¿cómo se llama?…
—Pepe…
—Eso, Pepe y el Poeta… En vez de ir tú a discutir y dejarte hasta la camisa que te regaló Alessia…
—Tienes razón, mamá… Me he equivocado. Debería haberme mantenido al margen de este asunto…
—Ya sabéis cómo estoy últimamente…, tendríamos que estar todos un poco más tranquilos…
Después me quedo en silencio, busco algo que decir, pero no se me ocurre absolutamente nada. Entonces la miro y de repente me doy cuenta de una cosa y después de todo. La veo sola. La veo envejecida, la veo sin su habitual ironía, la broma fácil que se le habría ocurrido al vuelo si todavía estuviera papá. Se habría reído de Pepe. Se habría reído de mi camisa rota. Tal vez habría dicho: «Y ¿a ti qué más te da, Nicco?, ¿no es así como se llevan ahora?». Sin embargo, ya no ve el lado irónico de la vida. Cuando te quitan a la persona a la que quieres, ya no hay nada que hacer, ya nada te hace gracia. Y encima está lo de Valeria… Y en este caso la cosa tiene menos gracia. Hace que todo sea más difícil. ¡Si hay alguna posibilidad de complicarle la vida a alguien, ella siempre consigue encontrarla! Sólo estoy cansado, cansado de todo.
De repente mamá da con una respuesta.
—Y ¿no podrías hacer como Fabiola, eh? Ella nunca me da ninguna preocupación.
Y a esa última afirmación no sé qué objetar, me quedo con la boca abierta, la miro y me gustaría contárselo todo: «Pero ¿qué dices, mamá? ¿Fabiola? ¡Fabiola, no! ¡Si Fabiola todavía está más loca, Fabiola ha vuelto con Claudio! ¿Te acuerdas de aquel tocapelotas que nos amargó la vida cuando salían juntos en el instituto y en la universidad? ¡Pues ese! ¡Fabiola vuelve a estar con él a pesar de tener un hijo, un marido, una bonita casa, un trabajo!».
Pero, en cambio, no digo nada.
—Tienes razón, mamá. Intentaremos hacer como tú dices. Mañana hablaré con Valeria.
Me acaricia por debajo de la barbilla y me pone la mano en la mejilla.
—Gracias.
Y me siento estúpido y me imagino a mi madre entre el público de Maria de Filippi. Me mira, sonríe, me muestra su apoyo. Yo estoy sentado en el sofá y están retirando el sobre. Al otro lado me gustaría ver a Alessia, en cambio, está Pepe y un tío desconocido, delgado, con el pelo largo. Sí, debe de ser el Poeta. Sólo estoy seguro de una cosa: me siento fatal.