8

Me habría gustado ser mejor, más fuerte, más decidido, más hombre. Me habría gustado aguantar, saber imponerme, que no me importara, poder reírme de ello, hacer otra cosa, ir a algún local, a casa de Gio, ponerme el chándal y salir a correr por la Camilluccia en subida y de noche, ir a tomar una cerveza por ahí, al centro, a ese bar lleno de extranjeros, el Trinity College. Pero no, no he podido, estoy debajo de casa de Alessia, estoy al otro lado de la calle, he apagado el motor. Quiero ver si es ella la que ha salido con ese, con el guaperas. Enciendo la radio, busco una canción adecuada. Cambio de emisora todo el rato. Just Give Me a Reason de Pink, Umbrella de Rihanna, Amami de Emma, esta sí que no, y luego When I Was Your Man de Bruno Mars. ¿Qué pasa?, ¿se están quedando conmigo? No, ninguna va bien, cuando estás mal no va bien nada. Y entonces ocurre. Oh, siempre pasa igual, es como si hubiera momentos en que el destino se encarnizara contigo.

Solo per te io cambierò pelle per non sentir le stagioni passare senza di te… Sólo por ti mudaré la piel para no sentir las estaciones pasar sin ti…

Nuestra canción. Qué tristeza. Ahora las palabras parecen tener un significado muy distinto. Solo per te. La escuchamos justo en ese momento, en su casa, un día que sus padres no estaban. Se habían ido de fin de semana y ella me llamó.

—¿Qué haces esta noche? ¿Has quedado?

—Sí, contigo…

—Ah, vale, quería ver…

Y luego se rio. La manera en que se reía al teléfono era pura poesía. Empezaba a reírse y ya no paraba, a veces tan ligera, a veces con una carcajada tan bella que no sé cómo describirla, sólo sé que yo me quedaba escuchándola. No decía nada y ella, cuanto más oía mi silencio, más seguía riendo.

—Oh, Dios mío, basta, no puedo más, me haces reír demasiado.

—Pero si no estoy diciendo nada…

—Por eso, basta, basta…

—¡Pero qué quieres que haga! ¡Si no digo nada!

Y eso todavía la hacía reír más. Después, al final se recuperaba.

—Ay, madre mía, basta, no puedo más, me duele la barriga, venga, pásate por mi casa. ¿Cuánto tardas en llegar?

—Ya estoy allí.

Y volvió a reírse de nuevo, una carcajada más breve esta vez. Después, de repente, bajó un poco la voz.

—¿Te quedarás a dormir conmigo? Te deseo.

Y colgó así, sin decir nada más, porque no hacía falta decir nada más.

Llega un coche, aparca un poco más adelante de la entrada. Al cabo de un momento se apea una pareja, los señores que viven en la segunda planta, ambos son pequeñitos, tranquilos. Se dicen algo, hablan de esto y de aquello, tal vez de la velada o de lo que tienen que hacer mañana, de cómo han cenado o de lo simpática que era alguna persona de la mesa.

Al final sólo entiendo:

—¿Tienes las llaves?

—Sí.

Y desaparecen detrás de la puerta. La calle vuelve a estar en silencio. Estoy bajo la farola rota, en la parte más oscura de la calle. La canción ya casi ha terminado.

Come la neve non sa coprire tutta la città come la notte non faccio rumore se cado è per te… Como la nieve no sabe cubrir toda la ciudad, como la noche no hago ruido, si caigo es por ti…

Tal vez ellos también la estén escuchando en este momento, tal vez él le está acariciando las piernas, le levanta un poco la falda… Tal vez se han parado en alguna parte, tal vez sus padres no se han ido afuera y entonces él la ha llevado a su casa. Este último pensamiento me destroza.

Come la notte non faccio rumore se cado è per te… Como la noche no hago ruido, si caigo es por ti…

La canción ya se ha terminado.

—Hola…, venga, entra, qué de prisa has venido…

Me moría de ganas de estar con ella. Todavía me acuerdo, era como si volviera a tener dieciocho años, ella tenía la capacidad de excitarme de una manera única.

Se mueve por el pasillo con sus largas piernas acariciadas por la falda del vestido blanco de flores rojas, lleva zapatos altos pero no demasiado, de corcho, con unas tiras blancas de charol y pétalos rojos.

—¿Quieres tomar algo?

Me lo dice de espaldas, sin dejar de caminar, pero a mí no me apetece beber nada, miro sus braguitas dibujadas bajo la ligera transparencia del vestido, ella se para, se vuelve, me sonríe.

—¿Y bien? ¿Quieres algo o no?

La alcanzo y me paro delante de ella, me mira con curiosidad, estamos muy cerca.

—¿Qué pasa?

—Pasa que eres preciosa…

—¿Y…?

Y… no pude decir nada, ni siquiera en ese momento.

—Y quiero besarte.

No le doy tiempo a añadir nada más, la estrecho con fuerza, la beso apasionadamente, un largo rato, casi cortándole la respiración, como si fuera un beso desesperado, como si de alguna manera yo ya supiera… O quizá sólo era estúpidamente ingenuo y feliz. No lo sé, pero un instante después estamos en la habitación de sus padres y nos desnudamos en silencio. Se quita el vestido lentamente, lleva ropa interior de algodón suave, negra, de encaje, y en el perfil de la luz que entra por la ventana la veo agacharse para dejarla sobre la silla, luego se vuelve de repente hacia mí.

—¡Venga! No me mires…

—Cómo no voy…

Pero en seguida se mete en la cama y se tapa.

—Tonto… —Luego sonríe, se lleva una mano a la espalda y desde debajo de las sábanas desliza el sujetador, después las bragas… Un instante y estoy a su lado, la huelo, le rozo la piel con los labios, le beso el pecho, me como dulcemente su pezón, le acaricio las piernas, luego lentamente las separo un poco y empiezo a tocarla. Ella también está excitada, siento cómo se mueve poco a poco bajo mi mano. Con dulzura, paso por encima de sus piernas.

—Ten cuidado, ¿eh?…

—Sí, claro… —le sonrío.

—¿Llevas preservativo?

—Ya tengo cuidado…

—Sí, me lo imagino… Como el beso de antes, un poco más y me quedo directamente embarazada.

Me hace reír. Me levanto y cojo el preservativo del bolsillo del pantalón.

—¿Cuánto hace que lo llevas encima?

—Lo he cogido esta noche…

—¿Seguro? A ver si estará agujereado…

—¡Venga ya!

Ella me mira sonriendo.

—¿Quieres que te ayude?

—No, gracias, ya lo hago yo…

Intento abrirlo pero casi se me escurre de las manos, trato de rasgarlo juntando los dedos, nada. Me lo meto en la boca, ella se da cuenta.

—¡Eh, a ver si se va a romper!

—Que no, voy con cuidado…

Y por fin lo consigo, rasgo el envoltorio, lo saco y lo desenrollo. Por un instante se me pasa por la cabeza: ¿y si lo he agujereado? Podría ponerme a hincharlo para ver si pierde, pero parecería un verdadero imbécil, ¡como cuando los hinchábamos para hacer guerra de agua en la escuela! No, no, no se puede. Entonces me lo pongo y por suerte estoy bastante tranquilo, sí, mejor, así no me juega malas pasadas. Después me meto en la cama a su lado y la beso, le separo despacio las piernas, meto la mía y luego me subo delicadamente encima de ella, y estoy excitado y la deseo y…

—Espera, espera, falta una cosa…

No sé qué será, pero se queda debajo de mí y se curva a un lado y palpa a tientas en la mesilla de noche hasta que encuentra la radio y la enciende. Justo en ese momento empieza a sonar aquella canción.

Solo per te convinco le stelle a disegnare nel cielo infinito qualcosa che somiglia a te… Sólo por ti convenzo a las estrellas para que dibujen en el cielo infinito algo que se parezca a ti…

—Esta, esta será la nuestra, ¿te das cuenta? Será nuestra canción para siempre…

E hicimos el amor y fue precioso, lentamente, con pasión y sin cosas raras, después nos metimos en la bañera de sus padres y abrimos una botella de champán.

—Espera, voy a meter otra en la nevera, así no se darán cuenta cuando vuelvan…

—Mmm, riquísimo… Sí, está a la temperatura ideal…

Miro a Alessia y me pregunto si ya ha hecho todas estas cosas con otro. Ella sonríe, yo también, seguro que no puede imaginar en lo que estoy pensando. Me gustaría saberlo todo de ella, entrar en su cabeza, ojear sus recuerdos, ver lo lanzada que ha sido con otros chicos, qué ha hecho, qué le han hecho, cómo ha reaccionado…

—¿En qué piensas?

—¿Yo? En lo rico que está el champán… Y en lo bonito que es estar aquí contigo.

—Sí. —Se pone seria—. ¿Sabes una cosa, Nicco? Nunca he dejado subir a ninguno de mis novios a casa… Tú eres el primero, ¿me crees?

—Claro… ¿Por qué no iba a creerte?

Se lleva la copa a la boca.

—No, por nada, por decir algo…

Asiento y sonrío, bebo un poco más de champán. «Mis novios». Pero ¿qué quiere decir? ¿Cuántos son? O mejor dicho, ¿cuántos han sido? Aunque ninguno ha subido nunca a su casa. Y todo eso me excita. ¿Por qué no iba a creerla? Le acaricio un tobillo. Sí, aunque ella habrá ido a casa de alguno. Pero ¿de cuántos? Poco a poco Alessia desliza las piernas, las pone por dentro de las mías y empieza a mover el pie arriba y abajo mientras bebe champán. Mueve el pie con fuerza.

—¡Ah!

Se ríe por detrás de la copa de champán.

—Perdona… No quería.

—No pasa nada.

No es verdad, me ha hecho un daño atroz. Esas cosas son terribles cuando suceden, te quitan toda la excitación. No, por suerte eso no ha pasado. Investigo con la mano, está todo en su sitio. Ahora Alessia, con más delicadeza, intenta acariciarla de nuevo. Mueve la pierna con más cuidado. Lo consigue. Cierro los ojos, me está gustando una barbaridad, me deslizo un poco hacia atrás con la cabeza.

—En esta bañera tan pequeña no cabemos…

—Sí…

Pero es precioso. Sí, me está haciendo gozar, pero tengo que aguantar, tengo que aguantar. ¿En qué puedo pensar? Los periódicos, sí. Eso es, por la mañana temprano llega el repartidor y descarga los periódicos. Pongo en su sitio todos los que hay. Los cambio de sitio, los doblo, los pongo uno encima del otro, hago lo mismo varias veces, es muy cansado y muy aburrido. Ella, mientras tanto, me acaricia, pero no debo pensar en ello. Ahora cambio de sitio las revistas infantiles. Los tebeos. Alessia poco a poco se mueve, siento que el agua baja por mis hombros, me quedo al descubierto. Abro los ojos, se ha levantado. Está con las piernas abiertas encima de mí. Su sexo está completamente mojado, gotitas de agua prisioneras entre su vello con una ligera espuma. Me sonríe.

—¿Puedo subirme encima?

Asiento.

—Sí…

Pero no sé cuánto podré resistir. Periódicos de economía. Revistas de jardinería. Diarios de ofertas de trabajo. Y, sobre mis piernas, se agacha hacia adelante y después se sumerge un poco bajo el agua. Revistas y platos y cazuelas. Consigue cogerla con la boca. La besa. Revistas de cocina. Revistas de costura. Revistas de vino. Entonces se acuclilla sobre mí, se la mete dentro y empieza a cabalgarme. Revistas de caza, revistas de coches, revistas de motores. Va cada vez más rápido. La veo echar la cabeza hacia atrás, casi grita de placer, sus espléndidos pechos bailan delante de mis ojos, mojados, enjabonados, brillantes. Se mueve cada vez más de prisa. Revistas de náutica, revistas de barcos, de lanchas, de pesca, de playas. Revistas porno. ¡¡¡Nooo!!! ¡Esas, no! No puedo más. Consigo por un pelo quitármela de encima y por suerte nos corremos juntos al mismo tiempo, en el agua caliente, todavía más, sin miedo, sin problemas, abrazándonos hasta el final. Y nos quedamos así, ella encima de mí, perfumados y enjabonados, con las bocas muy cerca, respirándonos. Veo que sus labios sonríen. Luego lo dice en voz baja, casi susurrando:

—Ha sido precioso, amor mío… Te quiero.

Y yo me quedo en silencio durante un rato, después al final digo simplemente:

—Sí…

No pude decirle nada mejor, ni aquella noche ni nunca. Y ahora estoy en el coche debajo de su casa, en silencio, y quizá ya no se puede hacer nada. Miro el reloj, ha pasado una hora y cuarenta minutos. Sólo han llegado esos dos señores, aquella pareja. ¿Y si ya la hubiera dejado en casa? ¿Y si no fuera él? ¿Y si no ha salido? ¿Y si ha vuelto un minuto antes de que yo llegara aquí debajo de su casa? Es la una menos cuarto. De acuerdo. A la una me voy. Me doy ese último cuarto de hora de margen, si no viene me voy. Empiezo a pensar en la visita de esta tarde, en la posibilidad de que se queden con el piso, en lo antipático que era el rumano, en cuánta gente inútil hay en este mundo, en cuánta gente interesante, en cambio, me gustaría conocer. Echo de menos a mi padre. ¿Qué me diría él en esta situación? ¿Se lo contaría? Tal vez sí. «¿Sabes, papá?, ayer estuve debajo de casa de Alessia toda la noche…».

Y él me habría hecho una de sus bromas: «¿Por qué…? ¿Te habías dejado algo?».

Y yo me habría enfadado o quizá no. Sólo ahora me doy cuenta de las veces que me enfadé cuando tú me tomabas el pelo, sin entender, en cambio, que lo hacías porque estabas seguro de tu amor. Ahora bromeo con Francesco, le hago enfadar, pero sólo porque me inspira ternura, porque lo veo pequeño e indefenso, porque me lo comería, porque eso es lo que tú, papá, debías de sentir por mí y yo ya no me acuerdo. Yo estaba allí, pero no se me ha quedado grabado. Te echo de menos, papá. Más que a nada, porque para lo demás siempre hay tiempo. Más que a Alessia, porque a ella siempre puedo volver a conquistarla. Tal vez. Miro el reloj, es la una menos un minuto. Muy bien, espero a la una y cuarto y después juro que me voy. Y, sin embargo, ya sé cómo acabará, seguiré esperando, porque a veces el tiempo no cuenta nada, absolutamente nada, y otras veces, en cambio, lo es todo, y en esos casos nunca tienes el suficiente. Ahí está. Mi tenacidad ha sido premiada. A las dos y cinco llega el BMW conducido por el guaperas. Ahora lo que quiero es ver lo que dice. Bajo del coche y me dirijo a la verja.