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—Hola, Alfredo, nos sentamos allí.

El local está medio vacío. Alfredo, que está en la caja, hace un gesto de asentimiento, levanta los hombros, hace una mueca, o sea, es su particular manera de decir «Ponte donde quieras, ¿no ves que no hay nadie?».

Gio elige la esquina más al fondo del local.

—Pongámonos aquí, que se está más fresco.

Se deja caer.

—Ah…

Se repantiga estirándose en la silla, aparta la que tiene más cerca y tira la chaqueta encima, deja los dos móviles sobre la mesa de al lado, en cierto modo ocupa toda esa esquina del local. No me da tiempo ni a sentarme cuando aparece una chica, tendrá más o menos dieciocho años, lleva un piercing en la ceja, el pelo largo, rapado por un lado y con algún toque azul. Tiene los labios carnosos, los ojos verdes, el flequillo oscuro. Parecería un cuadro de Lempicka si no fuera por esa sonrisa tímida.

—¿Qué os traigo de beber?

—Agua sin gas.

—Para mí una cerveza.

Gio no se corta. La chica se aleja, se contonea de manera provocativa, no puedo evitar notarlo.

—Bonito culito, ¿eh? —Gio aflora entre mis pensamientos.

No le hago mucho caso. Me encojo de hombros, aunque ahora puedo mirar a quien quiera, vuelvo a estar soltero, estoy en el mercado, puedo hacer el idiota todo lo que quiera, el idiota, sí… Puedo charlar con cualquier chica. Estoy solo. Sí, esa es la verdad. Estoy solo. Gio empieza a hablar, pero no lo sigo mucho. Abro el móvil y mientras hago ver que escucho su historia voy a Facebook. Me meto en la página de Alessia. No. No me lo puedo creer, ha cambiado su situación sentimental, ha puesto relación complicada… con sus amigas. Cierro el móvil. Primero estaba comprometido/a oficialmente… conmigo. Me siento morir, entonces es verdad, es exactamente así, algo ha cambiado. Me da vueltas la cabeza. Gio me mira pero no se da cuenta de nada, no ha dejado de hablar en ningún momento.

—O sea, hemos llegado al final del trayecto, no puedo seguir así, mejor dicho, no quiero. Ya hace más de un año que salgo con dos chicas, de acuerdo, conozco a gente que lleva años así, incluso desde siempre, pero lo más alucinante es que ellas nunca me han pillado, ni siquiera una duda… Y mira que alguna vez me he dejado el teléfono en casa de la una o de la otra…, ¿qué puede significar? Pero ¿me estás escuchando?

Se vuelve hacia mí, me da un empujón, casi me caigo de la silla.

—¿Has entendido lo que he dicho?

—Sí, sí… —Total, siempre es la misma historia—. Quieres dejarla…

—Pero ¿a cuál?

—¡Y yo qué sé si tú no me lo dices! ¿Qué quieres?, ¿que decida por ti?

—Ojalá… A veces me dan ganas de echarlo a cara o cruz, sí, a quien le toca le toca…, sin pensarlo. O quedarme con la primera que llegue, la primera que pase por aquí me la quedo… —Justo en ese momento se acerca la chica con las consumiciones—. Eso, como ella… Cojo y salgo con ella y ya está, pum, sin tener que estar discutiendo, pensando, escogiendo, que si después tengo dudas va a ser un problema, ¿no?

—Qué, ¿habéis decidido?

Elijo a voleo algo del menú. Gio, en cambio, se justifica con la chica.

—Disculpa, eh, o sea, no, he dicho tú, pero estaba poniendo un ejemplo. Que luego a veces las cosas empiezan así, con una broma, que son las más bonitas, las que no calculas… y además el amor no puede ser un cálculo…, ¿es o no es?

O sea, no me lo puedo creer, Gio dice todas esas chorradas y ella se ríe.

—¿Cómo te llamas?

—Lucia.

Y siguen charlando como si yo no existiera. O sea, Gio sabe que acabo de cortar, que necesitaría hablar con él, que soy yo quien tiene un verdadero problema y, sin embargo, no, habla con esa tal Lucia de dieciocho años como si nada y ella lo escucha, o sea, hasta se miran con cierta intensidad, puede que hasta se hayan dado los números de teléfono. Ella ha cambiado el peso hacia la otra pierna, se ha puesto las manos en las caderas y parece sinceramente divertida con las gilipolleces que debe de estar contándole Gio. Ahí lo tienes, Lucia se ha reído, ha levantado la mano como diciendo «Exagerado» y se va con nuestro pedido. No hay nada que hacer, hay personas que tienen facilidad para todo lo que hacen, igual que Gio o como esos sobre los que a veces leo en los periódicos en el quiosco.

Por ejemplo, algunos ricos, ¿no? Unos ya nacen así, pero otros inventan gilipolleces absurdas y se enriquecen, y ni ellos mismos se lo habrían imaginado nunca. O cuando ves a tipos realmente feos que suelen llevar mujeres incomprensiblemente guapas a su lado… O sea, hay cosas en esta vida que no puedo explicarme. Como los que les toca la lotería. ¿Les toca de verdad? ¿Les dan el dinero, y si han jugado en grupo después van todos juntos a recoger el premio? ¿No les da miedo que alguno se lo quede todo y se largue? O sea, en las películas siempre ocurre eso, tal vez porque si las cosas no fueran de esa manera, la película no tendría ningún éxito… A menudo ganan los malos. Por ejemplo, no, en los periódicos salen tipos a los que han descubierto y muchos siguen con su vida igual que antes, como si sólo los arrestaran allí, en los periódicos. Pero tal vez todo sea de mentira. Tal vez esté deprimido, tal vez esté deprimido porque Alessia me ha dejado. O sea, no me ha dejado, sólo me ha dicho: «Lo siento…», y se ha ido así. ¿El dolor de un jodido adiós es siempre igual? ¿Tanto si lo siente un niñero, un basurero, un bandolero o un simple portero? Nada, estoy perdiendo la cabeza.

Gio sigue hablando, se ríe, bromea, se toma la cerveza que le ha traído Lucia y vuelve a bromear con ella. Sí, ahora estoy seguro, Lucia le ha dado su número. No me lo puedo creer, parece todo tan fácil.

Para mí conocer a Alessia resultó casi imposible. Cuando entró en el gimnasio, yo estaba en secretaría, estaba renovando el abono… y la vi. Sin querer se me cayó todo al suelo, se me volcó la mochila y ella se echó a reír. Fue un instante, se llevó el largo pelo hacia un lado, inclinó la cabeza y sonrió, era como si dijera: «Eh, chico patoso…, ¿en serio quieres enamorarte de mí?».

Tenía que haber entendido que aquella sonrisa quería decir eso, y no lo que, en cambio, pensé entonces: «Eres divertido, si insistes me apunto».

Y me quedé mirándola mientras se alejaba. Qué bonitos son los detalles de las mujeres. En un segundo tienes mil. Los pendientes largos moviéndose caprichosamente entre el pelo, haciendo ruido, el esmalte de las uñas, su manera de vestir. Estamos a finales de mayo y es difícil resistirse. Van más ligeras de ropa y sus piernas, vaya, huelen a crema, y luego sus curvas, te pierdes en ellas, como la belleza de su cintura, pero no esa que enseñan, vete a saber, sino la que se esconde bajo los cinturones más diversos. Así es, cuando abrazas a una chica, es lo primero que sientes, que notas, que te impresiona… Además del pecho y las piernas, la sonrisa, los ojos y naturalmente el culo… Pues sí, todo eso es imposible encontrarlo en un hombre, por eso no entiendo a los gais: pueden aprovechar mucha menos belleza.

Alessia se para en la puerta, se vuelve y me sonríe como si supiera que todavía la estoy mirando, como si estuviera segura de ello, tal vez demasiado segura, pero en aquel momento no lo pensé en absoluto. Después abre la puerta del vestuario y entra. Y yo me quedo allí con los papeles entre los brazos, la mochila todavía abierta y la boca colgando.

—¿Y bien?, ¿renovamos la matrícula o no?

Sonrío.

—Sí, claro…

Tal vez hayan cogido a Alessia como promotora del gimnasio. En ese caso quiero tener un abono vitalicio.

Un rato más tarde, empiezo a entrenar y me esfuerzo al máximo. Ella está en la otra sala. Yo estoy haciendo steps, pero de tanto en tanto, cuando me echo hacia adelante, consigo verla. Está en la máquina del trapecio, sólo tiene un disco de cinco kilos, lo hace subir siguiendo perfectamente las indicaciones sobre cómo hay que respirar, y cuando suelta el aire lo hace de una manera… ¡Me gustaría ponerme cerca y hacer ejercicio en la máquina de al lado, siendo consciente de que yo cargo al menos diez discos! Pero parecería un fanfarrón, y encima frívolo. Quizá es lo que ella espera. Al final no hago nada, acabo mi ejercicio y luego voy a la máquina expendedora a ver lo que hay. Tengo sed, pero sobre todo tengo ganas de ella. Miro hacia la otra sala, ya no está, tal vez esté en la esquina que no puedo ver. Entonces oigo que meten dinero en la máquina.

—He metido dos euros, ¿a qué te invito?

Es ella, ha llegado por mi espalda sin que me diera cuenta y me invita a tomar algo, esas cosas absurdas e imprevistas que hacen que te sientas estúpido y al mismo tiempo también feliz.

—Sí, gracias.

—No. —Se ríe—. Te preguntaba que qué quieres.

—Ah, claro…

Y después de pasarme un Powerade de naranja se va y la cosa termina ahí, al menos de momento. Pero ya me sentía atrapado, aunque en absoluto inseguro, puede que porque en esa época tenía mucha fe en mí. Puede que porque acababa de salir de una relación de unos meses que me había hecho sentir mejor que guay, o como decía Giorgia: «Estás poseído por un cabrón, ¡eso es lo que pasa!».

Giorgia está delante de mí, mirándome, medio en broma medio en serio.

—Déjalo salir, joder, pero ¿por qué no quieres vivir esta preciosa historia de amor que tenemos, eh?

Me la quedo mirando, allí, frente a mí, en su preciosa casa llena de cosas de alta tecnología, de cuadros y sofás, tiene un buen físico, de cara es mona, y está ahí con la boca abierta pidiendo explicaciones, sonriéndome, y levanta una ceja como diciendo: «Porque es una preciosa historia de amor, ¿verdad?».

Pero ella también está un poco dudosa. Y como respuesta niego con la cabeza y le sonrío con esa seguridad y esa tranquilidad que me han inspirado Paul Newman y Steve McQueen, tal vez de manera subliminal a través de alguna escena de sus películas. Qué guays que eran esos dos. Sí, en este momento yo soy como ellos, si no más. Esa manera de ir de sobrado, de cabrón y, también hay que decirlo, de gilipollas, que tanto les gusta a las mujeres. Y que sólo sacas a raíz de un inexplicable momento de seguridad. Sí, estoy poseído por un cabrón, pero sólo porque una mujer lo ha dejado entrar.

—Mira, Giorgia, hemos estado muy bien juntos, pero…

Me permito una pausa y le sonrío, aunque intentando no burlarme de ella, para que entienda que todo lo que está pasando es natural.

—Ahora ya no.

Oh, Dios mío, qué frase más tremenda, «Ahora ya no», pero ¿cómo demonios se me ha podido ocurrir? Por otra parte, yo ya no sé qué explicaciones darle. No queda nada, no queda amor, es así… Aunque en realidad nunca lo ha habido. Pero al menos antes no me lo preguntaba, seguía adelante, un buen polvo, nada de demasiadas fantasías, pero sí, bueno, estaba por la labor. Eso es. ¡Quizá precisamente ese fuera el motivo de que se terminara! Ya no había pasión, y cuando empieza a faltar, al cabo de poco tiempo se acaba todo. Le sonrío de nuevo. Esa idea me ha iluminado, me ha aclarado el motivo del final de nuestra relación: Giorgia, sólo eras un polvo mediocre. Pero aunque sea verdad tampoco es que pueda decírselo, el hombre y la mujer se tienen prohibida la sinceridad. ¡Quizá para ti sólo ha sido sexo, y para ella, de todo menos sexo! Pero, en cualquier caso, no puedes decirlo. De modo que tienes que ser un buen actor, sobre todo si insiste y no quiere ni oír hablar de cortar.

—Pero, perdona…, y entonces todas las cosas que hemos tenido…

Giorgia me mira con aire insistente como diciendo «Y tú sabes cuántas son, ¿verdad?».

—¿Eh? O sea, no, dime, ¿para ti no han significado nada? Las veces en el coche bajo la lluvia, y en el cine, al fondo de la sala, con toda esa gente… Nada, no significan nada…

Se queda en silencio, baja la cabeza, empieza a llorar y yo me quedo allí mirándola. Quieto, Nicco, si haces algo lo estropearás todo. Nicco, pasa, déjalo estar y saldrás de esta, si no seguirá dándote el coñazo, haz caso, no te acerques.

—Giorgia, yo…

Nada, es más fuerte que yo, oh, no puedo, tengo el síndrome de querer que todo esté siempre bien. Pero por suerte Giorgia lo arregla.

—¡Vete! —Me da un fuerte empujón—. Vete, sal de mi casa…

Sigue dándome empujones hacia la puerta.

—Tranquila, tranquila, ya salgo.

—Noooo, he dicho que te vayas.

Me empuja por el pasillo cada vez más fuerte, cada vez más, hacia la puerta de su casa.

—¡Fuera he dichooooo! —Y acabo contra uno de esos muebles antiguos de imitación del recibidor. El jarrón que hay encima termina en el suelo hecho mil pedazos. Entonces ella se para de golpe y empieza a llorar.

—¡Pero, Giorgia, si era un jarrón horrible!

Se pone seria de repente.

—Vete, sal de mi vida.

Entonces me da un último empujón fuera de casa y me cierra la puerta en las narices. Me quedo allí, parado, en silencio. Seguramente me estará observando por la mirilla, así que me muestro suficientemente disgustado, sí, al menos lo he intentado. Bueno, ahora ya puedo irme.

Cuando termina una relación lo importante es no volver a caer en ella. O sea, si ya ves que no funciona, que te aburres, que siempre estáis discutiendo, que ya no se te levanta, entonces ¿para qué vamos a ir para atrás? ¿Por qué siempre hacemos esa enorme gilipollez? ¿Por qué hay un día en que no sabemos resistirnos y volvemos a marcar su número? ¿Es que ya nos hemos olvidado de todo ese coñazo? Nada, no hay manera, nos hemos acostumbrado a la idea de estar en pareja.

En cualquier caso, ya hace un año que no veo a Giorgia, desde que empecé a salir con Alessia. A decir verdad, no corté hasta que tuve claro que Alessia y yo estábamos juntos, creo que así me sentía más seguro.

Bueno, llegan el filete y las patatas fritas. Empiezo a picotear algo. Digo un despegado «Gracias», total, Gio ya se encarga de darle palique a Lucia.

—No, no, salgo con un chico, pero es un palo, es demasiado posesivo, y encima es superceloso…

—Para mí no puede haber amor sin libertad… De lo contrario, no es verdadero amor, ¿no?

Gio a veces es capaz de decir gilipolleces de tal manera que al final todo el mundo se las cree, incluida Lucia, que lo mira a los ojos como alelada, y Gio naturalmente lo aprovecha.

—Y, además, si una persona te quiere no hay motivo para que esté celosa, porque para ella no hay nada más que tú. Pero si no es así… Pues, bueno, como no podrás cambiar las cosas, es inútil estar celoso.

Ahora Lucia parece otra, se ha puesto seria, la jovencita; tiene una mirada tipo «Joder, pero si eres tú el hombre de mi vida, lástima que los dos estemos ocupados…».

Gio sonríe y asiente, entonces levanta una ceja como contestando: «Sí, pero todo puede ser, porque… en el amor todo es posible».

Yo no sé si se han dicho todo eso, pero me temo que sí. Sin embargo, sí estoy seguro de una cosa: fui un auténtico gilipollas con Giorgia, y tengo la sensación de que estoy pagando por todo aquello. Es extraño, a veces te sientes seguro de ti mismo y ni siquiera sabes bien por qué, y sabes que puedes manejar la situación, decidir cuándo empieza y cuándo acaba, si es que quieres que se acabe. En cambio, otras veces no. Y precisamente en esos casos es cuando te das realmente cuenta de qué es el amor y del daño que puede hacer. Pero también de lo bonito que es, joder, porque el amor te arrolla, no mira a nadie a la cara, te hace cometer locuras, te hace sentir feliz como ni siquiera podías imaginarte que podías serlo y después te hunde, como por ejemplo ahora, cuando no eres tú quien decide las cosas… Sí, por ejemplo, la idea de no saber dónde está Alessia hace que me sienta fatal.

—Lo que falta lo pone él.

Lucia le sonríe, después me pasa la cuenta.

—Toma.

Miro a Gio con sorpresa.

—¿Pero no ibas a pagar tú?

—Y de hecho he pagado con los vales. Pero tú has pedido filete y patatas fritas y ya se pasa… Tienes que darle diez euros.

—Ah, o sea, ¿pagabas tú, pero resulta que tengo que poner diez euros?

—¿Qué problema hay?

—Ninguno. —Siempre lo ve todo muy fácil. Echo mano a la cartera y la saco del bolsillo. Miro dentro: cincuenta, veinte, diez y cinco. Saco el de diez y lo dejo en la bandejita de plata.

—¡Pero venga! ¡No seas tacaño!

Cuando quiere, Gio es rapidísimo, coge cinco euros al vuelo y los pone en la bandejita.

—Adiós, Lucia. ¡Un beso! —Y le hace un gesto de que la llamará pronto o quizá simplemente la saluda como si fuera el surfista que seguro no es. Luego me coge por el cuello con un abrazo muy típico suyo y me lleva hasta el exterior del bar—. Venga, no te pongas así… Tienes que ser generoso, quien bien siembra bien cosecha…

No sé qué contestar. ¿Esos cinco euros pueden servir para que Alessia me llame? No lo creo.