Conclusión -
EL ORDEN DE LA CARIDAD Y EL MISTERIO DEL AMOR DIVINO

El deber del hombre. Objeción: que la religión cristiana no es única

824. Acerca de que la religión cristiana no sea única. No sólo es una razón que puede hacer creer que no es la verdadera, sino que, por el contrario, esto es lo que hace ver que lo es.

825. TITULO: A qué se debe que se crea a tantos mentirosos que dicen haber visto milagros, y que no se crea a ninguno de los que dicen que tienen secretos para hacer inmortal al hombre o para rejuvenecerlo. Después de reflexionar sobre a qué se debe que se dé tanto crédito a tantos impostores que dicen tener remedios, a menudo hasta poner la vida entre sus manos, me ha parecido que la verdadera causa es que los hay verdaderos; pues no sería posible que hubiera tantos falsos, y que se les diese tanto crédito, si no los hubiera verdaderos. Si jamás hubiera habido remedio para ningún mal, y todos los males hubieran sido incurables, es imposible que los hombres se hubieran imaginado poderlos proporcionar; y aún más que tantos otros hubieran dado fe a los que se vanagloriaban de tenerlos; porque si alguien se jactase de tener el secreto que impide la muerte, nadie le creería, porque no hay ningún ejemplo de ello. Pero como ha habido una multitud de remedios que han resultado verdaderos, y que han sido aceptados hasta por los hombres más eminentes, los hombres se han acostumbrado a creerlo; y al saber que tal cosa es posible, se ha sacado la conclusión de que era. Porque el pueblo ordinariamente razona así: «Una cosa es posible, luego es»; puesto que, como la cosa no puede negarse en general, ya que tiene efectos particulares que son verdaderos, el pueblo, que no sabe distinguir cuáles de estos efectos particulares son los verdaderos, cree en todos. Semejantemente, la razón de que se crea en tantos falsos efectos de la luna es que los hay verdaderos, como el flujo del mar.

Lo mismo puede decirse de las profecías, milagros, adivinaciones por sueños, sortilegios, etc. Pues si nunca hubiese habido en todo eso nada verdadero, nunca nadie habría creído en tales cosas; y así, en lugar de decir que no hay milagros verdaderos porque hay muchos falsos, por el contrario hay que decir que sin duda hay milagros verdaderos, puesto que los hay falsos, y que si los hay falsos es por la razón de que los hay verdaderos. De modo semejante hay que razonar en cuanto a la religión; porque no sería posible que los hombres hubieran imaginado tantas religiones falsas de no haber una verdadera. A eso puede objetarse que los salvajes tienen una religión, pero respondemos que porque han oído hablar de ella, como se advierte por el diluvio, la circuncisión, la cruz de san Andrés, etc.

La locura de la cruz

826. «Voy a dejar con vida a siete mil». (I Rey., XIX, 18).

Amo a los adoradores desconocidos para el mundo y para los propios profetas.

827. Esta religión, tan grande en milagros —santos, puros, irreprochables, sabios y grandes testigos, mártires, reyes (David) entronizados, Isaías príncipe de la sangre—, tan grande en ciencia, después de haber mostrado todos sus milagros y toda su sabiduría, rechaza todo eso y dice que no tiene ni sabiduría ni señales, sino la cruz y la locura.

Pues aquellos que, por estas señales y esta sabiduría, merecieron vuestra adhesión y que os probaron su carácter divino, os dicen que nada de todo eso puede cambiarnos y hacernos capaces de conocer y amar a Dios, y que hay que abrazar la virtud de la locura de la cruz, sin sabiduría ni señales, y no las señales sin esta virtud. Así nuestra religión es loca, por lo que respecta a la causa efectiva, y cuerda, sapientísima por lo que respecta a la sabiduría que nos prepara para ella.

828. Nuestra religión es cuerda y loca; cuerda porque es la más sabia y la más fundada en milagros, profecías, etcétera; loca porque nada de todo eso hace que sea lo que es. Eso permite condenar a los que no pertenecen a ella, pero no creer a los que pertenecen a ella: lo que les hace creer es la cruz, ne evacuata sit crux[208] (I Cor., I. 17). Y así san Pablo, que vino rodeado de sabiduría y de señales, dice que no ha venido ni en sabiduría ni en señales: porque ha venido para convertir. Pero los que sólo vienen para convencer pueden decir que vienen en sabiduría y en señales.

El orden de los cuerpos, el orden del entendimiento, el orden de la caridad

829. La distancia infinita que separa los cuerpos de los entendimientos figura la distancia infinitamente más infinita de los entendimientos respecto a la caridad; porque ésta es sobrenatural.

Todo el esplendor de las grandezas no es nada para las personas que se dedican a las cosas del entendimiento.

La grandeza de los hombres de entendimiento es invisible a los reyes, a los ricos, a los capitanes, a todos esos grandes de la carne.

La grandeza de la sabiduría, que no es nada si no es de Dios, es invisible a los carnales y a las personas de entendimiento. Éstos son tres órdenes diferentes.

Los grandes genios tienen su imperio, su esplendor, su grandeza, su victoria, su brillo, y no tienen ninguna necesidad de las grandezas carnales, con las que no tienen nada que ver. Se ven no con los ojos, sino con el entendimiento, y eso basta.

Los santos tienen su imperio, su esplendor, su victoria, su brillo, y no tienen ninguna necesidad de las grandezas carnales o del entendimiento, con las que no tienen nada que ver, porque no les añaden ni quitan nada. Son vistos por Dios y por los ángeles, y no por los cuerpos ni por las mentes curiosas: Dios les basta.

Arquímedes, sin ningún estruendo, gozaría de la misma veneración. No libró batallas para los ojos, sino que dio a todos los entendimientos sus invenciones. ¡Y cómo deslumbra a los entendimientos!

Jesucristo, sin bienes y sin ninguna obra que pueda llamarse de ciencia, pertenece al orden de la santidad. No hizo ningún invento, no reinó; sino que fue humilde, paciente, santo, santo, santo para Dios, terrible para los demonios, sin ningún pecado. ¡Con qué pompa, con qué prodigiosa magnificencia se mostró a los ojos del corazón y a los que saben ver la sabiduría!

A Arquímedes le hubiera sido inútil dárselas de príncipe en sus libros de geometría, aunque lo fuese.

Hubiera sido inútil a Nuestro Señor Jesucristo adoptar grandes apariencias en su reino de santidad, presentarse como un rey; ¡pero sí se mostró a nosotros con todo el esplendor de su orden!

Nada más ridículo que escandalizarse por la bajeza de Jesucristo, como si esta bajeza fuera del mismo orden al que pertenecía la grandeza con que se manifestaba. Piénsese en esta grandeza en su vida, en su pasión, en su oscuridad, en su muerte, en la elección de los suyos, en su abandono, en su secreta resurrección y en todo lo demás, y se verá tan grande que no habrá motivo de escandalizarse por una bajeza que no es tal.

Pero hay quienes sólo pueden admirar las grandezas carnales, como si no las hubiese de entendimiento; y otros que no admiran más que las del entendimiento, como si no hubiese otras infinitamente más altas en la sabiduría.

Todos los cuerpos, el firmamento, las estrellas, la tierra y sus reinos, no valen lo que el menor de los entendimientos; porque el entendimiento conoce todo eso en sí mismo, y los cuerpos no conocen nada.

Todos los cuerpos juntos y todos los entendimientos juntos, y todas sus obras no valen lo que el menor impulso de la caridad. Ésta es de un orden infinitamente más elevado.

De todos los cuerpos juntos sería imposible obtener el más ínfimo pensamiento; porque eso pertenece a otro orden. De todos los cuerpos y entendimientos no es posible sacar un impulso de verdadera caridad; porque ésta pertenece a otro orden, de carácter sobrenatural.

La vida sobrenatural

830. Por mucho que se diga. Hay que reconocer que la religión cristiana tiene algo de sorprendente. «Porque habéis nacido en ella», se me dirá. Ni mucho menos; soy más exigente con ella, por la sencilla razón de que tengo miedo de que este hecho me influya; pero, aunque nací en su seno, no dejo de verla tal como la veo.

831. Las profecías, incluso los milagros y las pruebas de nuestra religión no son de tal naturaleza que pueda decirse que son absolutamente convincentes. Pero lo son también de tal manera que no puede decirse que sea contrario a la razón creer en estas cosas. Así, hay evidencia y oscuridad para iluminar a unos y oscurecer a otros. Pero la evidencia es tal que sobrepasa o al menos iguala la evidencia de lo contrario; de tal modo que la razón no puede decidirnos a no seguirla; y así ello sólo puede deberse a la concupiscencia y a la malicia del corazón. Y por este medio hay suficiente evidencia para condenar pero no la suficiente para convencer; a fin de que se manifieste que en los que la siguen es la gracia, y no la razón, lo que hace seguirla; y en los que huyen de ella es la concupiscencia, y no la razón, lo que hace huirla.

Vere discipuli (Juan, VIII, 31), vere Israelita (I, 47), vere liberi (VIII, 36), vere cibus[209] (VI, 56).

832. Es injusto que se apeguen a mí, aunque lo hagan con placer y voluntariamente. Yo engañaría a aquellos en quienes hiciera nacer este deseo, porque no soy el fin de nadie y no tengo con qué satisfacerles. ¿Acaso no estoy sujeto a la muerte? Y así el objeto de su apego morirá. O sea, que, del mismo modo que sería culpable haciendo creer una falsedad, aunque convenciese de ella suavemente, y que la creyeran con gusto, soy también culpable de hacerme amar; y si contribuyo a que alguien se apegue a mí, debo advertir a los que se mostrarían dispuestos a consentir en la mentira, que no la deben creer, aunque sea ventajoso para mí, y semejantemente, que no deben apegarse a mí; porque conviene que dediquen su vida y todos sus afanes a complacer a Dios o a buscarle.

Es accesible a todos

833. Lo que, sirviéndose de sus luces más altas, los hombres hayan podido saber, esta religión lo enseñaba ya a sus hijos.

834. Las demás religiones, como las paganas, son más populares, porque son exteriores; pero no son para las personas inteligentes. Una religión puramente intelectual sería más adecuada para los inteligentes; pero no serviría para el pueblo. Sólo la religión cristiana es adecuada a todos, por su mezcla de exterior y de interior. Eleva al pueblo a lo interior y abate a los soberbios a lo exterior; y no es perfecta sin ambas cosas: porque es preciso que el pueblo entienda el espíritu de la letra, y que los inteligentes sometan su espíritu a la letra.

835. No os extrañe ver a personas sencillas creer sin razonar. Dios les da amor por Él y odio por sí mismos. Inclina su corazón a creer… Nunca se creerá de un modo útil y con fe si Dios no mueve el corazón; y se creerá cuando Él lo mueva. David sabía esto muy bien: Inclina cor meum, Deus, in testimonia tua[210] (Sal., CXVIII, 36).

836. La religión es adecuada a toda clase de entendimientos. Los primeros se detienen en su situación actual; y esta religión es tal que basta su situación actual para probar su verdad. Otros se remontan a los apóstoles. Los más instruidos llegan hasta el comienzo del mundo. Los ángeles la ven aún mejor, y de más lejos.

837. Los que creen sin haber leído los Testamentos creen porque tienen una disposición interior muy santa, y porque lo que oyen decir de nuestra religión está conforme con ella. Comprenden que hay un Dios que les creó; no quieren amar más que a Dios; sólo quieren odiarse a sí mismos. Comprenden que carecen de fuerza suficiente; que son incapaces de ira hacia Dios; y que si Dios no va a ellos, son incapaces de tener ninguna comunicación con Él. Y oyen decir en nuestra religión que sólo hay que amar a Dios y que no hay que odiar a nadie, salvo a nosotros mismos; pero que, como todos estamos corrompidos y somos incapaces de alcanzar a Dios, Dios se hizo hombre para unirse a nosotros. Basta con eso para persuadir a unos hombres que tienen tal disposición en el corazón y este conocimiento de su deber y de su impotencia.

838. Los que vemos que son cristianos sin el conocimiento de las profecías y de las pruebas no por eso dejan de juzgarlas igual de bien que los que tienen este conocimiento. Las juzgan por el corazón como los otros las juzgan por el entendimiento. Es el mismo Dios quien les mueve a creer; y así quedan muy eficazmente persuadidos.

Admito que uno de estos cristianos que creen sin pruebas quizá no sepa convencer a un infiel, que puede decir lo mismo. Pero los que conocen las pruebas de la religión demostrarán sin dificultad que este fiel está verdaderamente inspirado por Dios, aunque no pueda probarlo. Pues, como Dios dijo en sus profecías (que son indudablemente profecías) que en el reinado de Jesucristo derramaría su espíritu sobre las naciones, y que los hijos y las hijas de la Iglesia profetizarían, no hay la menor duda de que el espíritu de Dios está con ellos, y no está en cambio con los otros.

839. En vez de lamentaros de que Dios esté oculto, dadle gracias por haberse manifestado tanto; y también tenéis que darle gracias de que no se haya manifestado a los sabios soberbios, indignos de conocer a un Dios tan santo.

Dos clases de personas conocen: los que tienen el corazón humilde y aman la bajeza, sea cual sea su entendimiento grande o pequeño; o los que tienen suficiente entendimiento para ver la verdad, por muchas cosas que se opongan a ella.

El misterio del amor divino

840. Eorum qui amant.[211]

Dios mueve el corazón de aquellos a los que ama.

Deus inclinat corda eorum.[212]

De aquél que le ama.

De aquél a quien Él ama.