Capítulo III -
LA IGLESIA

1. LOS CAMINOS POR LOS QUE SE ESTABLECIÓ LA RELIGIÓN CRISTIANA. VERDAD DE LA HISTORIA EVANGÉLICA. LOS APÓSTOLES

738. Los apóstoles fueron engañados o engañaron; ambas cosas son difíciles, porque no es posible confundir a un hombre con un resucitado.

Mientras Jesucristo estaba a su lado les podía sostener; pero después, si no se les apareció, ¿quién le movía a obrar?

739. Prueba de Jesucristo. La hipótesis de los apóstoles que engañan no puede ser más absurda. Imaginémoslo hasta sus últimas consecuencias. Imaginemos a esos doce hombres reunidos después de la muerte de Jesucristo, confabulándose para decir que había resucitado. De este modo se enfrentan con todos los poderes. El corazón de los hombres está fortísimamente inclinado a la ligereza, al cambio, a las promesas, a los bienes. Sólo con que uno de ellos se hubiese retractado por alguna de estas tentaciones, o, más aún, por las cárceles, por las torturas y por la muerte, y estaban perdidos. Piénsese en esto.

740. Varios evangelistas para la confirmación de la verdad: sus diferencias son útiles.

741. ¿Quién enseñó a los evangelistas las cualidades de un alma perfectamente heroica para pintarla tan perfectamente en Jesucristo? ¿Por qué le hacen débil en su agonía? (Luc., XXII, 41-44). ¿No saben pintar una muerte constante? Sí, porque el mismo san Lucas pinta la de san Esteban como con más entereza que la de Jesucristo (Act., VII, 59).

Le hacen, pues, capaz de temer antes de que llegue la necesidad de morir, y luego muy fuerte; pero cuando le presentan tan turbado es cuando se turba Él mismo; y cuando los hombres le turban, Él es muy fuerte.

742. El estilo del Evangelio es admirable por muchos conceptos, y entre otros por no incluir nunca la menor invectiva contra los verdugos y enemigos de Jesucristo. Porque en los historiadores no leemos ninguna contra Judas, Pilatos ni ninguno de los judíos.

Si esta moderación de los historiadores evangélicos hubiese sido afectada, lo mismo que tantos otros rasgos tan hermosos, y que la afectación no hubiese tenido más objeto que el hacerse notar, ya que no se habían atrevido a pronunciarse ellos mismos, no hubieran dejado de procurarse amigos que hubiesen hecho estas observaciones ventajosas para ellos. Pero como obraron así sin afectación y por un impulso completamente desinteresado, no hicieron que nadie lo dijera por ellos. Y me parece que varias de estas cosas no se habían dicho nunca antes de ahora, lo cual demuestra la frialdad con que se hizo todo eso.

743. Un artesano que habla de las riquezas, un abogado que habla de la guerra, de los reyes, etc.; pero el rico habla bien de las riquezas, el rey habla fríamente de un gran don que acaba de hacer, y Dios habla bien de Dios.

744. Pruebas de Jesucristo. Jesucristo decía las cosas grandes con tanta sencillez que parece que no las había pensado, y sin embargo con tanta claridad que vemos perfectamente lo que pensaba. Esta claridad unida a esta espontaneidad es admirable.

2. LOS CAMINOS POR LOS QUE SE HA MANTENIDO LA RELIGIÓN CRISTIANA

Los milagros y la gracia, fundamentos sobrenaturales de una religión sobrenatural

745. Los dos fundamentos, uno interior y otro exterior: la gracia, los milagros; ambos sobrenaturales.

746. Los milagros y la verdad son necesarios porque hay que convencer al hombre entero, en cuerpo y en alma.

747. Los milagros demuestran el poder que Dios tiene sobre los corazones por el que ejerce sobre los cuerpos.

748. Siempre o los hombres han hablado del verdadero Dios o el verdadero Dios ha hablado a los hombres.

749. Milagros. ¡Cómo detesto a los que se erigen en doctores de los milagros! Montaigne habla de ellos muy bien en los dos lugares. En uno se advierte que es muy prudente, y sin embargo cree, y en el otro se burla de los incrédulos.

Sea como fuere, la Iglesia carece de pruebas si ellos tienen razón.

Discernimiento de los milagros y de la doctrina según los casos y según los tiempos

750. Comienzo. Los milagros permiten apreciar la doctrina, y la doctrina permite apreciar los milagros.

Los hay falsos y verdaderos. Se requiere una señal para reconocerlos; de no ser así serían inútiles. Ahora bien, no son inútiles, sino que son por el contrario fundamento. Luego es preciso que la regla que nos da sea tal que no destruya la prueba que dan de la verdad los verdaderos milagros, que es el fin principal de los milagros.

Moisés dio dos: que la predicción no se cumpla, Deut., XVIII, y que no conduzcan a la idolatría, Deut., XIII; y Jesucristo una (Marc., IX, 38).

Si la doctrina regula los milagros, los milagros son inútiles para la doctrina.

Si los milagros regulan…

Objeción a la regla. Hay que distinguir los tiempos. Una regla en tiempos de Moisés, distinta ahora.

751. Hay mucha diferencia entre no estar con Jesucristo y decirlo, y no estar con Jesucristo y fingir estarlo. Unos pueden hacer milagros, los otros no; porque está claro que unos van contra la verdad, lo cual no ocurre con los otros; y así los milagros son más claros.

752. En el Antiguo Testamento, cuando os aparten de Dios; en el Nuevo cuando os aparten de Jesucristo: éstas son las circunstancias en las que hay que excluir la fe en los milagros. No hay que excluirlos por otras razones.

¿Quiere eso decir que hubieran tenido derecho a rechazar a todos los profetas que se les presentaban? No. Hubiesen pecado no rechazando a los que negaban a Dios, y hubiesen pecado rechazando a los que no negaban a Dios.

Así pues, ante un milagro lo que hay que hacer es o someterse o tener pruebas manifiestas de lo contrario. Hay que comprobar si niega a un Dios, a Jesucristo o a la Iglesia.

753. «Si no creéis en mí, creed al menos en los milagros». (Juan, X, 38). Así les remite al mayor argumento.

Se había dicho a los judíos, lo mismo que a los cristianos, que no creyesen siempre a los profetas (Deut., XIII, 1-3). Sin embargo, los fariseos y los escribas hacen mucho caso de sus milagros, y tratan de demostrar que son falsos u obra del diablo (Mar., III, 22); porque hubieran tenido que declararse convencidos en caso de reconocer que eran de Dios.

Hoy en día no tenemos que hacer el esfuerzo de esta averiguación. Y sin embargo es fácil de hacer: los que no niegan ni a Dios ni a Jesucristo no hacen milagros que sean seguros. Nemo facit virtutem in nomine meo, et cito possit de me male loqui.[186] Pero no tenemos que hacer esta distinción. He aquí una espina de la corona del Salvador del mundo, ante quien el príncipe de este mundo carece de poder, que hace milagros por la propia virtud de esta sangre derramada por nosotros.[187] El propio Dios elige esta casa para que en ella resplandezca su poder. No son hombres los que hacen estos milagros, por un poder desconocido o dudoso, que nos obliga a un difícil discernimiento. Es el mismo Dios; es el instrumento de la Pasión de su único Hijo que, encontrándose en diversos lugares, ha elegido éste, y hace acudir de todas partes a los hombres para recibir aquí estos remedios milagrosos para sus males.

754. No es éste el país de la verdad, ya que vaga desconocida por entre los hombres. Dios la ha descubierto con un velo que hace que no la conozcan aquellos que no oyen su voz. El lugar está abierto a la blasfemia, e incluso sobre verdades al menos muy manifiestas. Si se proclaman las verdades del Evangelio se proclama también lo contrario, y se oscurecen las cuestiones de tal manera que el pueblo no puede distinguirlas. Y preguntan: «¿Qué tenéis para hacer que os creamos más que a los otros? ¿Qué señal hacéis? Sólo tenéis palabras, igual que nosotros. Si hicierais milagros…». Esto es verdad, la doctrina ha de ser apoyada por los milagros, de los que se abusa para blasfemar de la doctrina. Y si se producen milagros, dicen que los milagros no bastan sin la doctrina; y es otra verdad para blasfemar de los milagros.

Jesucristo curó al ciego de nacimiento e hizo multitud de milagros en sábado. Con lo cual cegaba a los fariseos, que decían que había que juzgar los milagros por la doctrina: «Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés; cuanto a éste, no sabemos de dónde viene». (Juan, IX, 29). Esto es lo asombroso, que no sepáis de dónde viene; y sin embargo hace grandes milagros.

Jesucristo no hablaba ni contra Dios ni contra Moisés. El Anticristo y los falsos profetas, anunciados por los dos Testamentos, hablarán abiertamente contra Dios y contra Jesucristo. Quien no se oculta… Quien sea enemigo disfrazado, Dios no permitirá que haga milagros manifiestos. Nunca, en una disputa pública en la que los dos bandos dicen ser de Dios, de Jesucristo y de la Iglesia, los milagros están del lado de los falsos cristianos, y el otro bando carece de milagros. «Está endemoniado», Juan, X, 21. Y los otros decían: «Ni el demonio puede abrir los ojos a los ciegos».

Las pruebas que Jesucristo y los apóstoles sacan de la Escritura no son demostrativas; porque solamente dicen que Moisés afirmó que vendría un profeta, pero eso no prueba que sea éste, y ahí estriba toda la cuestión. O sea que estos pasajes sólo sirven para demostrar que no se es opuesto a la Escritura, y que no hay contradicción con ella, pero no que haya acuerdo. Ahora bien, esto basta, no hay contradicción con milagros.

Existe un deber recíproco entre Dios y los hombres para hacer y para dar. Venite.[188] Quid debui?[189] «Acusadme», dice Dios en Isaías (I, 18; V, 4). Dios debe cumplir sus promesas, etc.

Los hombres deben a Dios el recibir la religión que les envía. Dios debe a los hombres el no inducirles a error. Pero serían inducidos a error si los que hacen milagros anunciasen una doctrina que no pareciese manifiestamente falsa a la luz del sentido común, y si un hacedor de milagros aún más grande no hubiese advertido que no había que creer en ellos. Así, de haber división en la Iglesia, y si los arríanos, por ejemplo, que decían fundarse en la Escritura, como los católicos, hubiesen hecho milagros, y no los católicos, se nos hubiese inducido a error. Pues del mismo modo que un hombre que nos anuncia los secretos de Dios no es digno de ser creído por su autoridad privada, y por este motivo los impíos dudan de él, así un hombre que, como prueba de la comunicación que tiene con Dios, resucita a los muertos, predice el porvenir, transporta los mares, cura los enfermos, etc., no hay impío que no se rinda ante él, y la incredulidad del faraón y de los fariseos es el efecto de un endurecimiento sobrenatural. Así, pues, cuando se ven milagros y una doctrina no sospechosa todo junto, no existe dificultad. Pero cuando se ven en el mismo lado milagros y una doctrina sospechosa, entonces hay que ver cuál es el más claro. Jesucristo era sospechoso.

Barjesus cegado[190] (Act., XIII, 11): la fuerza de Dios supera a la de sus enemigos.

Los exorcistas judíos vencidos por los diablos que decían:

«Conozco a Jesús y sé quién es Pablo, pero ¿vosotros quiénes sois?». (Act., XIX, 15).

Los milagros son para la doctrina y no la doctrina para los milagros.

Si los milagros son verdaderos, ¿podrán avalar cualquier doctrina? No; porque tal cosa no sucederá. Si angelus…[191]

Regla: hay que juzgar la doctrina por los milagros, hay que juzgar los milagros por la doctrina. Todo esto es verdad, pero no se contradice, porque hay que distinguir los tiempos.

¡Qué satisfecho estáis de conocer las reglas generales, creyendo así confundirlo todo y hacer que todo sea inútil! No lo lograréis, padre, la verdad es una y firme.

Es imposible, por el deber de Dios, que un hombre ocultando su mala doctrina y haciendo que sólo se manifieste una buena, y diciéndose conforme a Dios y a la Iglesia, haga milagros para difundir insensiblemente una doctrina falsa y sutil: eso no es posible. Y aún menos que Dios, que conoce los corazones, haga milagros en favor de semejante persona.

755. Milagro. Es un efecto que excede a la fuerza natural de los medios que se emplean para lograrlo; y no milagro es un efecto que no excede a la fuerza natural de los medios que se emplean para lograrlo. Por eso los que curan invocando al diablo no hacen un milagro; porque ello no excede la fuerza natural del diablo. Pero…

756. Jamás, cuando se disputa acerca del verdadero Dios, de la verdad de la religión, ha ocurrido un milagro que favoreciese al error y no a la verdad.

757. Si el diablo favoreciese la doctrina que le destruye, se vería dividido, como dijo Jesucristo. Si Dios favoreciese la doctrina que destruye la Iglesia, estaría dividido: Omne regnum divisum.[192] Porque Jesucristo obraba contra el diablo y destruía su imperio sobre los corazones, del que el exorcismo es la figuración, para establecer el reino de Dios.

Y así añade: In digito Dei… regnum Dei ad vos.[193]

758. Hay mucha diferencia entre tentar e inducir al error. Dios tienta, pero no induce al error. Tentar es proporcionar las ocasiones que sin ninguna imposición necesaria, si no se ama a Dios pueden llevar a hacer determinadas cosas. Inducir a error es poner al hombre en la necesidad de convencerse de algo falso y de seguirlo.

759. Si no hubiera falsos milagros habría certidumbre. Si no hubiera una norma para distinguirlos, los milagros serían inútiles, y no habría razones para creer en ellos. Ahora bien, aunque no existe humanamente una certidumbre humana, sí hay razones para creer en ellos.

760. Razones de no creer en ellos.

Juan, XII, 37. Cum autem tanta signa fecisset, non eredebant in eum, ut sermo Isaiae impleretur: «Excaecavit», etc. Haec dixit Isaías, quando vidit gloriam ejus et locutus est de eo.[194]

«Judaei signa petunt et Graeci sapientiam quaerunt, nos autem Jesum crucifixum». Sed plenum signis, sed plenum sapientia; vos autem Christum non crucifixum et religionem sine miraculis et sine sapientia.[195]

Lo que impide creer en los milagros verdaderos es la falta de caridad. Juan: Sed vos non creditis, quia non estis ex ovibus.[196] Lo que hace creer en los falsos es la falta de caridad. 2 Test., 11.

Fundamento de la religión. Es los milagros. ¿Puede Dios hablar contra los milagros, contra los fundamentos de la fe que se tiene en Él?

Si existe un Dios, era preciso que la fe de Dios estuviese en la tierra. Ahora bien, los milagros de Jesucristo no son anunciados por el Anticristo, pero los milagros del Anticristo sí han sido anunciados por Jesucristo; y así, si Jesucristo no fuese el Mesías hubiera inducido a error; pero el Anticristo no puede inducirnos a error. Cuando Jesucristo predijo los milagros del Anticristo, ¿creía destruir la fe en sus propios milagros?

Moisés predijo a Jesucristo y ordenó que se le siguiera (Deut., XVIII, 15); Jesucristo anunció al Anticristo, y prohibió seguirle (Mat., XXIV, 23).

Era imposible que en tiempos de Moisés se creyera en el Anticristo, que les era desconocido; pero en tiempos del Anticristo es fácil creer en Jesucristo, ya conocido.

No hay ninguna razón para creer en el Anticristo que no sirva para creer en Jesucristo; pero hay razones para creer en Jesucristo que no sirven para el otro.

761. O Dios denunció los falsos milagros o los anunció; y tanto en un caso como en otro, se elevó por encima de lo que es sobrenatural respecto a nosotros, elevándonos también con Él.

762. Los milagros no sirven para convertir, sino para condenar (Summ. Theol., la 2ae), q. 113, a. 10, ad 2.

763. Abraham, Gedeón: por encima de la revelación. Los judíos estaban ciegos al juzgar los milagros por la Escritura. Dios nunca ha abandonado a sus verdaderos adoradores.

Prefiero seguir a Jesucristo que a cualquier otro, porque Él tiene los milagros, profecías, doctrina, perpetuidad, etcétera.

Donatistas: no hay milagros, que obligan a decir que son obra del diablo. Cuanto más se particulariza Dios, Jesucristo, la Iglesia.

764. Es imposible que los que aman a Dios con todo su corazón ignoren la Iglesia, hasta tal punto es evidente. Es imposible que los que no aman a Dios estén convencidos de la Iglesia.

Los milagros tienen una fuerza tal que Dios tuvo que advertir que no se viera en ellos nada contra Él, por claro que sea que Dios existe; de otro modo hubiesen podido turbar.

Y así, tanto da que esos pasajes, Deut., XIII, ataquen la autoridad de los milagros, porque nada subraya más su fuerza. Semejantemente en cuanto al Anticristo: «Para inducir a error, si posible fuera, a los mismos elegidos». (Mat., XXIV, 24).

765. Dicho está «Creed en la Iglesia». (Mat., XVIII, 17); pero no está dicho: «Creed en los milagros», porque esto último es natural, y lo primero no. Una cosa necesitaba un mandato, la otra no. Ezequías.

766. Los milagros aclaran cuestiones dudosas: entre los pueblos judío y pagano, judío y cristiano; católico, hereje; calumniados y calumniadores; entre las dos cruces.

Pero para los herejes los milagros serían inútiles; porque la Iglesia, legitimada por los milagros que han favorecido el creer, nos dice que ellos no tienen la fe verdadera. No cabe duda que no la tienen puesto que los primeros milagros de la Iglesia excluyen la fe de las otras. De este modo hay milagro contra milagro, y los primeros y mayores están del lado de la Iglesia.

767. La Iglesia nunca ha aprobado un milagro entre los herejes.

Los milagros, apoyo de religión: distinguieron a los judíos, han distinguido a los cristianos, a los santos, a los inocentes, a los creyentes verdaderos.

Un milagro entre los cismáticos no es tanto de temer; porque el cisma, que es más visible que el milagro, indica visiblemente su error. Pero cuando no hay cisma y el error se discute, el milagro zanja la cuestión.

«Si non fecissem quae alius non fecit…»[197] (Juan, XV, 24). ¡Esos desventurados que nos obligan a hablar de milagros!

Abraham, Gedeón: confirmar la fe por medio de milagros.

Judit. Por fin Dios habla en las últimas opresiones. Si el enfriamiento de la caridad deja a la Iglesia casi sin verdaderos adoradores, los milagros suscitarán otros. Son los últimos efectos de la gracia.

768. Primera objeción: «Ángel del cielo (Gál., I, 8). No hay que juzgar la verdad por los milagros, sino los milagros por la verdad. O sea que los milagros son inútiles». No, ya que sirven; y no hay que oponerse a la verdad; y como dice el P. Lingendes que «Dios no permitirá que un milagro pueda inducir a error…». Cuando haya discusión en el seno de la misma Iglesia, el milagro decidirá.

Segunda objeción: «Pero el Anticristo hará señales». Los magos del Faraón no inducían a error. Así, no se podrá decir a Jesucristo a propósito del Anticristo: «Me habéis inducido a error». Porque el Anticristo los hará contra Jesucristo, y de este modo no pueden inducir a error. O bien Dios no permitirá que haya falsos milagros o hará otros mayores.

Desde el comienzo del mundo Jesucristo subsiste: esto es más fuerte que todos los milagros del Anticristo.

Si en el seno de la misma Iglesia hubiera algún milagro entre los que se equivocan, se nos induciría a error. El cisma es visible; el milagro es visible. Pero el cisma es más indicio de error de lo que él milagro lo es de verdad. Luego el milagro no puede inducir a error. Pero fuera del cisma el error es menos visible de lo que lo es el milagro; luego el milagro induciría a error.

Ubi est Deus tuus?[198] Los milagros lo muestran y son un relámpago.

769. Si la misericordia de Dios es tan grande que nos instruya saludablemente incluso cuando se esconde, ¿qué luz no debemos esperar de Él cuando se manifiesta?

770. Una de las antífonas de las vísperas de Navidad: Exortum est in tenebris lumen rectis corde.[199]

3. LA PERPETUIDAD

La verdad subsistente

771. Dos fundamentos sobrenaturales de nuestra religión completamente sobrenatural: uno visible, el otro invisible. Milagros con la gracia; milagros sin la gracia.

La sinagoga, que fue tratada con amor, por ser figura de la Iglesia, y con odio, porque no era más que su figura, fue exaltada, estando a punto de sucumbir, cuando estaba a bien con Dios; y así figura.

772. La sinagoga era figura, y por eso no perecía; y no era más que figura, y por eso ha perecido. Era una figura que contenía la verdad, y por eso ha subsistido hasta que ya no ha tenido la verdad.

Mis reverendos padres, todo eso sucedía en figuras. Las otras religiones perecen; ésta no perece.

Los milagros son más importantes de lo que os creéis: sirvieron para la fundación y servirán para la continuación de la Iglesia hasta el Anticristo, hasta el fin.

Los dos Testigos.

En el Antiguo Testamento y en el Nuevo los milagros se hacían para llamar la atención sobre las figuras. Salvación o cosa inútil, sino para indicar que hay que someterse a las criaturas: figura del sacramento.

773. La sinagoga no perecía porque era la figura; pero, como no era más que la figura, ha caído en la servidumbre. La figura ha subsistido hasta la verdad, para que la Iglesia fuese siempre visible, ya fuese en la imagen que la anunciaba, ya en el efecto.

774. Perpetuidad. El Mesías siempre fue creído. La tradición de Adán aún era nueva en Noé y en Moisés. Luego los profetas lo anunciaron prediciendo siempre otras cosas, predicciones que se cumplían con el tiempo a la vista de los hombres, con lo cual sellaban la verdad de su misión, y por consiguiente la de sus promesas respecto al Mesías. Jesucristo hizo milagros, y los apóstoles también, que convirtieron a todos los paganos; y así, cumpliéndose todas las profecías, se prueba la verdad del Mesías para siempre.

775. Perpetuidad. Piénsese que desde el principio del mundo la espera o la adoración del Mesías subsiste sin interrupción; que ha habido hombres que dijeron que Dios les había revelado que debía nacer un Redentor que salvaría a su pueblo; que posteriormente Abraham dijo que se le había revelado que nacería de él por un hijo que tendría; que Jacob afirmó que de sus doce hijos, nacería de la estirpe de Judá; que Moisés y los profetas anunciaron luego el tiempo y la manera de su venida; que dijeron que la ley que tenían iba a ser sustituida por la del Mesías; que hasta entonces sería perpetua, pero que la otra iba a durar eternamente; que así su ley, o la del Mesías, de la que era la promesa, existiría siempre en la tierra; que en efecto ha durado siempre; que por fin vino Jesucristo, de acuerdo con todas las circunstancias anunciadas. Esto es admirable.

776. Perpetuidad. Esta religión, que consiste en creer que el hombre perdió un estado de gloria y de comunicación con Dios para caer en un estado de tristeza, de penitencia y de alejamiento de Dios, pero que después de esta vida seremos restablecidos por un Mesías que debe venir, ha existido siempre en el mundo. Todas las cosas han pasado, y ésta, por la cual existen todas las cosas, ha durado.

En las primeras edades del mundo, los hombres se dejaron arrastrar a toda suerte de desórdenes, y sin embargo había santos como Enoc, Lamec y otros, que esperaban pacientemente al Cristo prometido desde el comienzo del mundo. Noé vio la malicia de los hombres que había llegado a su mayor exceso; y mereció salvar al mundo en su persona por la esperanza del Mesías del que era figura. Abraham vivía rodeado de idólatras cuando Dios le hizo conocer el misterio del Mesías, al que reconoció (Juan, VIII, 56). En tiempos de Isaac y de Jacob la abominación se había extendido por toda la tierra; pero estos santos vivían en su fe; y Jacob, al morir bendiciendo a sus hijos, prorrumpe en una exclamación que le hace interrumpir lo que estaba diciendo: «Tu salvación espero, oh Yavé». Salutare tuum expectabo, Domine[200] (Gén., XLIX, 18). Los egipcios estaban inficionados de idolatría y de magia; hasta el pueblo de Dios se había contaminado con sus ejemplos; pero mientras, Moisés y otros creían en Aquél a quien no veían, y le adoraban pensando en los dones eternos que les preparaba.

Los griegos y luego los latinos hicieron reinar las falsas divinidades; los poetas les atribuyeron cien teologías diversas; los filósofos se dividieron en mil sectas diferentes; y mientras había siempre en el corazón de Judea hombres elegidos que predecían la venida de aquel Mesías, que sólo era conocido por ellos.

Llegó por fin la consumación de los tiempos; y desde entonces hemos visto nacer tantos cismas y herejías, hundirse tantos estados, haber tantos cambios en toda cosa; y esta Iglesia que adora a Aquél que siempre ha sido adorado, sigue subsistiendo sin interrupción. Y lo que es admirable, incomparable e indiscutiblemente divino, es que esta religión, que siempre ha existido, siempre ha sido combatida. Mil veces ha estado a punto de ser objeto de una destrucción completa, y cada vez que se ha visto en este estado, Dios la ha salvado con acciones extraordinarias de su poder. Porque lo asombroso es que se haya mantenido sin inclinarse ni ceder a la voluntad de los tiranos. Porque no es raro que un estado subsista, cuando de tiempo en tiempo sus leyes se acomodan a la necesidad, pero que… (Véase el círculo en Montaigne, I, 23 ad fin).

777. Los estados perecerían si a menudo sus leyes no se inclinasen ante la necesidad. Pero la religión nunca ha admitido eso, no ha recurrido a tal expediente. Pero o hay estas acomodaciones o milagros. No es de extrañar que se conserven doblegándose, y entonces no puede decirse propiamente que se mantienen; y aun así acaban por perecer del todo: no hay ninguno que haya durado mil años. Pero que esta religión se haya mantenido siempre, y además inflexible, es algo divino.

La historia de la verdad. Las herejías. La unión de los contrarios

778. La historia de la Iglesia debe llamarse propiamente la historia de la verdad.

779. Dos clases de hombres en cada religión (véase perpetuidad) : superstición, concupiscencia.

780. La piedad es distinta de la superstición. Sostener la piedad hasta la superstición es destruirla. Los herejes nos reprochan esta sumisión supersticiosa: ello equivale a hacer lo que nos reprochan.

Impiedad, no creer en la Eucaristía porque no la vemos.

Superstición, creer en unas proposiciones. Fe, etc.

781. Los cristianos verdaderos son pocos, incluso desde el punto de vista de la fe. Hay muchos que creen, pero por superstición; también hay muchos que no creen, pero por libertinaje. Pocos son los que están entre unos y otros.

No incluyo en esto a los que viven según una verdadera piedad de costumbres, y a todos aquellos que creen por un sentimiento del corazón.

782. Después de tantos indicios de piedad, tienen además la persecución, que es el mejor indicio de piedad.

783. Se encuentra placer estando en una nave azotada por la tempestad cuando se está seguro de que no va a hundirse. Las persecuciones que se abaten sobre la Iglesia son de esta naturaleza.

784. ¡Qué hermosa situación la de la Iglesia cuando sólo está sostenida por Dios!

785. Canónicos. Al comienzo de la Iglesia, los herejes sirven para probar la verdad de los canónicos.

786. Claridad, oscuridad. Habría demasiadas oscuridades si 'la verdad no tuviera señales visibles. Una de ellas, y admirable, es permanecer siempre en una Iglesia y asamblea de hombres visibles. Habría demasiada claridad si no hubiese más que una opinión en esta Iglesia. El que siempre ha pertenecido a ella está en lo cierto; porque lo verdadero siempre ha estado en ella, y ninguna falsedad ha estado siempre en su seno.

787. Dios (y los apóstoles), previendo que las semillas de orgullo harían nacer las herejías, y no queriendo darles ocasión de surgir apoyándose en sus propias palabras, puso en la Escritura (y en las preces de la Iglesia) palabras y semillas contrarias para producir sus frutos en el tiempo.

Del mismo modo que da en la moral la caridad, que produce frutos contra la concupiscencia.

788. La Iglesia siempre ha sido combatida por errores contrarios, pero quizá nunca al mismo tiempo, como ahora.

Y aunque sufre más por ello, a causa de la multiplicidad de errores, también se beneficia de la ventaja de que se destruyen entre sí.

Se lamenta de los dos, pero mucho más de los calvinistas a causa del cisma. Con toda certeza algunos de los dos contrarios se equivocan; hay que sacarles de su error.

La fe comprende diversas verdades que parecen contradecirse. Tiempo de reír, de llorar, etc. (Ecl., III, 4). Responde. Ne respondeas[201] etc. (Prov., XXVI, 4).

El origen de todo ello es la unión de las dos naturalezas en Jesucristo.

Y también los dos mundos. La creación de un nuevo cielo y de una nueva tierra (2 Pedro, III, 13). Nueva vida, nueva muerte. Todas las cosas dobladas, y los mismos nombres permanecen.

Y en resumen los dos hombres que están en los justos. Porque son los dos mundos, y un miembro e imagen de Jesucristo. Y así todos los nombres les convienen, justos pecadores, muerto vivo, vivo muerto, elegido réprobo, etc.

Existen, pues, un gran número de verdades, tanto de fe como de moral, que parecen excluirse entre sí, pero que subsisten todas en un orden admirable.

La fuente de todas las herejías consiste en no concebir la armonía de dos verdades opuestas y creer que son incompatibles. El origen de todas las herejías es la exclusión de algunas de nuestras verdades.

Y de ordinario sucede que, al no poder concebir la relación de dos verdades opuestas, y creyendo que la admisión de una significa la exclusión de la otra, se aferran a una, apartan la otra y creen que nosotros hacemos lo contrario. Ahora bien, la exclusión es la causa de su herejía; y la ignorancia de que nosotros también creemos la otra es el motivo de sus objeciones.

Primer ejemplo: Jesucristo es Dios y hombre. Los arríanos, al no poder conciliar ambas cosas, que creen incompatibles, dicen que es hombre; y en esto son católicos. Pero niegan que sea Dios, y en esto son herejes. Afirman que negamos su humanidad, y en esto son ignorantes.

Segundo ejemplo: acerca del Santísimo Sacramento. Nosotros creemos que, como la sustancia del pan se cambia, se transustancia en la del cuerpo de Nuestro Señor, Jesucristo está presente en él de una forma real. Ésta es una de las verdades. Otra es la de que este sacramento es al mismo tiempo una figura de la cruz y de la gloria, y una conmemoración de ambas. Tal es la fe católica, que comprende ambas verdades que parecen opuestas.

La herejía de hoy, Lutero, al no concebir que este sacramento contenga a la vez la presencia de Jesucristo y su figura, y que sea sacrificio y conmemoración de sacrificio, cree que no se puede admitir una de estas verdades sin excluir por esta razón la otra.

Así se aferran sólo a este punto, a que este sacramento es figurativo; y en esto no son herejes. Creen que nosotros excluimos esta verdad; y de ahí que nos hagan tantas objeciones acerca de los pasajes en que los Padres de la Iglesia la afirman. Finalmente niegan la presencia real, y en esto son herejes.

Tercer ejemplo: las indulgencias.

Ésta es la razón de que el medio más rápido de impedir las herejías sea el instruir acerca de todas las verdades; y el medio más seguro de refutarlas, es declararlas todas. Pues, ¿qué dirán los herejes?

Para saber si una opinión es de un Padre de la Iglesia.

789. Todos se equivocan de un modo tanto más peligroso cuanto que cada uno de ellos sigue una verdad. Su error no consiste en adherirse a algo falso, sino en no seguir otra verdad.

790. Si hay alguna ocasión en la que hay que afirmar dos contrarios, es cuando se reprocha que se omite uno de ellos. Luego los jesuitas y los jansenistas se equivocan ocultándolos; pero los jansenistas más porque los jesuitas se han adherido mejor a ambos.

791. Las dos razones contrarias. Hay que comenzar por ahí; sin eso no se entiende nada y todo es herético; e incluso al final de cada verdad hay que añadir que uno se acuerda de la verdad opuesta.

792. Los malintencionados son personas que conocen la verdad, pero que no la defienden más que en la medida en que les interesa; pero al margen de este interés, renuncian a ella.

793. La verdad está tan oscurecida en estos tiempos, y la mentira tan bien implantada, que a menos que se ame la verdad no es posible conocerla.

794. Nunca se hace el mal tan plena y alegremente que cuando se hace por conciencia.

795. Al mostrar la verdad hacemos que los demás crean en ella; pero al mostrar la injusticia de los que mandan, ésta no se corrige. Reafirmamos nuestra conciencia denunciando la falsedad; pero no ponemos a salvo nuestra bolsa denunciando la injusticia.

796. Los que aman a la Iglesia se lamentan de ver cómo se corrompen las costumbres; pero al menos las leyes subsisten. Pero éstos corrompen las leyes: el mismo modelo queda deteriorado.

797. El servidor no sabe lo que hace el amo, porque él amo sólo le dice la acción y no el fin; y éste es el motivo de que se entregue servilmente a lo que hace y peque a menudo contra el fin. Pero Jesucristo nos ha dicho cuál era el fin. Y vosotros destruís este fin.

798. No pueden tener la perpetuidad y buscan la universalidad; y por eso suponen corrompida a toda la Iglesia, para que ellos sean santos.

799. En vano la Iglesia estableció estas palabras de anatemas, herejías, etc.: los utilizan contra ella.

800. Herejes. Ezequiel. Todos los paganos hablaban mal de Israel, y también el profeta; y aunque los israelitas tuvieran derecho de decirle «Hablas como los paganos», su gran argumento es que los paganos hablan como él (XXXVI).

801. Se hace sacerdote a quien quiere serlo, como en tiempos de Jeroboam (III Reyes, XII, 31). Es una cosa horrible que la disciplina de la Iglesia nos propone hoy como tan buena que se considera un crimen quererla cambiar. Antaño era infaliblemente buena, y creemos que se pudo cambiar sin pecado; y ahora, tal como es, no podemos ni desear que cambie. Se permitió cambiar la costumbre de ordenar sacerdotes sólo con tanta circunspección que casi no había ninguno que no fuese digno; ¡y no se nos permite quejarnos de la costumbre que hace tantos indignos!

802. …De tal modo que si es verdad de una parte que algunos religiosos relajados y unos cuantos casuistas corrompidos, que no son miembros de la jerarquía, se han visto mezclados en estas corrupciones, por otra parte siempre los verdaderos pastores de la Iglesia, que son los verdaderos depositarios de la palabra divina, la han conservado inmutablemente contra los esfuerzos de los que se proponen arruinarla. Y así los fieles no tienen ningún pretexto para seguir estas relajaciones, que sólo les proponen las manos ajenas de estos casuistas, en lugar de la sana doctrina que les ofrecen las manos paternales de sus propios doctores. Y los impíos y los herejes no tienen derecho a considerar tales abusos como indicios de la falta de providencia de Dios respecto a su Iglesia, puesto que la Iglesia, encontrándose propiamente en el cuerpo de la jerarquía, del estado actual de cosas no puede deducirse que Dios la haya abandonado a la corrupción, ya que jamás se ha manifestado con más claridad que ahora que Dios la defiende visiblemente de la corrupción.

Porque, aunque algunos de esos hombres que, por una vocación extraordinaria, eligieron abandonar el mundo y abrazar el estado religioso para vivir de un modo más perfecto que la mayoría de los cristianos, han caído en extravíos que causan horror a la mayor parte de los cristianos y se han convertido entre nosotros en lo que eran los falsos profetas entre los judíos, ésta es una desgracia particular y personal que ciertamente es deplorable, pero de la que no se puede sacar ninguna consecuencia contraria al cuidado que Dios tiene con su Iglesia; puesto que todas estas cosas están tan claramente anunciadas y que se anunció hace ya tanto tiempo que estas tentaciones surgirían por culpa de ese tipo de personas, que, siendo debidamente instruidos, hay que ver en ello más bien indicios de la providencia de Dios que de su olvido respecto a nosotros.

803. Lo que nos impide comparar lo que pasó antaño en la Iglesia con lo que ahora sucede es que de ordinario se ve a san Atanasio, a santa Teresa y a los demás, como coronados de gloria y de años, y juzgados ante nosotros como si fueran dioses. Ahora que el tiempo ha aclarado las cosas, así les vemos. Pero en los tiempos en que se le perseguía, este gran santo era un hombre que se llamaba Atanasio; y santa Teresa era una mujer. «Elías era un hombre como nosotros, y sujeto a las mismas pasiones que nosotros», dice Santiago,[202] para quitar a los cristianos esa falsa idea que nos hace rechazar el ejemplo de los santos como desproporcionado a nuestro estado. «Eran santos», decimos, «no eran como nosotros». ¿Qué ocurría, pues, en aquel entonces? San Atanasio era un hombre llamado Atanasio, acusado de diversos crímenes, condenado en tal y cual concilio, por tal y cual crimen; todos los obispos están de acuerdo en ellos, y el Papa finalmente también. ¿Qué se dice a los que se oponen? Que perturban la paz, que favorecen los cismas, etc.

Celo, luz. Cuatro géneros de personas: celo sin ciencia; ciencia sin celo; ni ciencia ni celo; y celo y ciencia. Los tres primeros le condenan, y los últimos le absuelven y son excomulgados por la Iglesia, y sin embargo salvan a la Iglesia.

804. Si san Agustín viviera hoy y tuviese tan poca autoridad como sus defensores, no conseguiría nada. Dios dirige bien su Iglesia, y por eso le envió por delante con autoridad.

4. LA INFALIBILIDAD DOCTRINAL DE LA IGLESIA. EL PAPA Y LA UNIDAD

805. La Iglesia ha subsistido gracias a que la verdad no se discutió, o si se discutió estaba el Papa, o si no estaba la Iglesia.

806. Nos gusta la seguridad. Nos gusta que el Papa sea infalible en la fe y que los doctores graves lo sean en las costumbres, a fin de tener su seguridad.

807. Dios no hace milagros en la dirección ordinaria de su Iglesia. Y sería un milagro prodigioso que la infalibilidad dependiera de uno; pero que dependa de la multitud parece tan natural que la intervención de Dios queda oculta bajo la naturaleza, como en el resto de todas sus obras.

808. No hay que juzgar lo que es el Papa por algunas palabras de los Padres de la Iglesia (como decían los griegos en un concilio, reglas importantes), sino por las acciones de la Iglesia y de los Padres, y por los cánones.

Duo aut tres in unum.[203] La unidad y la multitud: error al excluir una de las dos, como hacen los papistas, que excluyen a la multitud, o los hugonotes, que excluyen la unidad.

809. Iglesia, Papa. Unidad, multitud. Considerando la Iglesia en su unidad, el Papa, que es su cabeza, es como todo. Considerándola como multitud, el Papa no es más que una parte. Los Padres de la Iglesia la consideraron tan pronto de una manera como de otra; y así hablaron diversamente del Papa (san Cipriano: Sacerdos Dei).[204] Pero al afirmar una de estas dos verdades no excluían la otra. La multitud que no se reduce a la unidad es confusión; la unidad que no depende de la multitud es tiranía. Francia es casi el único país en el que se permite decir que el Concilio está por encima del Papa.

810. El Papa es primero. ¿Quién más es conocido de todos? ¿Quién más es reconocido por todos y tiene el poder de penetrar en todo el cuerpo, ya que tiene la rama principal que penetra por todas partes? ¡Qué fácil era que eso degenerara en tiranía! Por esta razón Jesucristo les dio este precepto: Vos autem non sic.[205]

811. Injusticia. La jurisdicción no se da para el jurisdiciente, sino para el jurisdiciado. Es peligroso decírselo al pueblo. Pero el pueblo tiene demasiada fe en vosotros; eso no le dañará, y puede serviros. O sea que hay que proclamarlo. Pasee oves meas, no tuas.[206] Nos debéis pasto.

812. Los reyes disponen de su mando; pero los papas no disponen del suyo.

813. ¿Sería deshonrar al Papa que debiera a Dios y a la tradición sus luces? ¿Acaso no es deshonrarlo separarle de esta santa unión?

814. Hay dos maneras de convencer de las verdades de nuestra religión: una por la fuerza de la razón, otra por la autoridad del que habla. No nos servimos de la última, sino de la primera. No se dice: «Hay que creer esto porque la Escritura, que lo dice, es divina»; sino que se dice que hay que creerlo por tal o cuál razón, que son argumentos débiles, ya que la razón es flexible a todo.

815. Todas las religiones y las sectas del mundo han tenido por guía la razón natural. Solamente los cristianos se han visto obligados a tomar sus normas fuera de sí mismos, y a informarse de las que Jesucristo dio a los antiguos para que las transmitieran a los fieles. Tal obligación molesta a nuestros padres. Ellos quieren tener, como los demás pueblos, la libertad de seguir sus ideas. En vano les gritamos, como los profetas decían antaño a los judíos: «Id en medio de la Iglesia; informaos acerca de las leyes que los antiguos le dejaron y seguid estos senderos». Ellos responden lo mismo que los judíos: «No haremos tal cosa, seguiremos los impulsos de nuestro corazón»; y nos han dicho: «Así seremos como todos los pueblos». (I Sam., VIII, 20).

816. Si la antigua Iglesia hubiera estado en el error, éste sería el fin de la Iglesia. Aunque se equivocara hoy, no sería lo mismo; porque sigue teniendo la máxima superior de la tradición, de las creencias de la antigua Iglesia; y así esta sumisión y esa conformidad a la antigua Iglesia prevalece y lo corrige todo. Pero la antigua Iglesia no suponía la Iglesia futura y no pensaba en ella, como nosotros pensamos en la antigua y volvemos la cabeza hacia ella.

817. La Iglesia enseña y Dios inspira, ambos infaliblemente. Lo que hace la Iglesia no sirve más que para preparar a la gracia o a la condenación. Lo que hace sirve para condenar, no para inspirar.

818. Dios no quiso absolver sin la Iglesia; como participa en la ofensa, quiere que participe también en el perdón; la asocia a este poder, como los reyes a los parlamentos. Pero si absuelve o si ata sin Dios ya no es la Iglesia; como en el parlamento; ya que, aunque el rey haya concedido la gracia a un hombre, tiene que ser confirmada; pero si el parlamento confirma sin el rey o si se niega a confirmar ante una orden del rey, ya no es el parlamento real, sino una asamblea rebelde.

819. Sobre las confesiones y absoluciones sin indicios de dolor de los pecados. Dios sólo atiende a lo interior; la Iglesia solamente juzga por lo exterior. Dios absuelve cuando ve la penitencia en el corazón; la Iglesia cuando la ve en las obras. Dios hará una Iglesia pura por dentro que confunda por su santidad interior y completamente espiritual la impiedad interior de los sabios soberbios y de los fariseos; y la Iglesia hará una asamblea de hombres cuyas costumbres exteriores sean tan puras que confundan las costumbres de los paganos. Si en ella hay hipócritas, aunque tan bien disfrazados que no reconoce el veneno, los tolera; pues, aunque no sea admitido por Dios, a quien no pueden engañar, los admiten los hombres, a quienes engañan. Y así no se mancha con su proceder, que parece santo, pero vosotros queréis que la Iglesia no juzgue ni según lo interior…

Hay que ir a Dios por la Iglesia. Quien no está a favor suyo está en contra suya

820. Contra los que abusan de los pasajes de la Escritura y se valen de que encuentran alguno que parece favorecer su error. El capítulo de vísperas, el domingo de Pasión, la oración por el rey. Explicación de estas palabras: «El que no está conmigo está contra mí». (Mat., XII, 30). Y estas otras: «El que no está contra nosotros, está con nosotros». (Mar., IX, 40). Alguien que diga: «Yo no estoy ni a favor ni en contra», a éste hay que responderle…

821. Summum jus, summa injuria.[207]

La mayoría es el mejor camino, porque es visible y tiene fuerza para hacerse obedecer; sin embargo es lo que eligen los menos inteligentes.

De haber podido, se hubiera puesto la fuerza en manos de la justicia; pero como la fuerza no se deja manejar como queremos, porque es algo palpable, mientras que la justicia es algo espiritual de la que se dispone a nuestro arbitrio, se ha puesto la justicia en manos de la fuerza; y así se llama justo lo que hay que hacer obligadamente.

De ahí procede el derecho de la espada, porque la espada da un verdadero derecho: de otro modo se vería la violencia de un lado y la justicia de otro (fin de la duodécima Provincial). De ahí la injusticia de 'la Fronda, que eleva su supuesta justicia contra la fuerza. No sucede lo mismo con la Iglesia; porque hay una justicia verdadera y ninguna violencia.

822. Del mismo modo que la paz en los Estados no tiene más objeto que conservar con seguridad los bienes de los pueblos, la paz en la Iglesia no tiene más fin que conservar y asegurar la verdad, que es su bien, y el tesoro en el que está su corazón. Y como sería ir contra el fin de la paz dejar entrar a extranjeros en un Estado para que lo saquearan, sin oponer resistencia, por temor a turbar el reposo, porque dado que la paz sólo es justa y útil por la seguridad del bien. se convierte en injusta y perniciosa cuando lo deja perder, y la guerra que lo puede defender se hace justa y necesaria; semejantemente en la Iglesia, cuando la verdad es atacada por los enemigos de la fe, cuando se la quiere arrancar del corazón de los fieles para hacer que en él reine el error, permanecer en paz, ¿sería entonces servir a la Iglesia o traicionarla? ¿Sería defenderla o arruinarla? ¿Y no es evidente que de la misma manera que es un crimen turbar la paz donde reina la verdad, es también un crimen conservar la paz cuando se destruye la verdad? Hay, pues, un tiempo en el que la paz es justa, y otro en el que es injusta. Escrito está que hay un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra (Eccl., III, 8), y la causa de la verdad es la que los distingue. Pero no hay un tiempo para la verdad y un tiempo para el error, y por el contrario está escrito que la verdad de Dios permanece eternamente (Sal., CXVI, 2). Por eso Jesucristo, que dijo que venía a traer la paz (Juan, XIV, 27), dijo también que había venido a traer la guerra (Mat., X, 34). Pero no dijo que había venido a traer la verdad y la mentira. La verdad es, pues, la norma primera y el fin último de todas las cosas.

823. La más grande de las verdades cristianas es el amor de la verdad.