Capítulo II -
EL NUEVO TESTAMENTO. JESUCRISTO

INTRODUCCIÓN. JESUCRISTO, HOMBRE DIOS, CENTRO DE TODO

600. Por eso rechazo todas las demás religiones.

Por eso tengo respuestas para todas las objeciones.

Es justo que un Dios tan puro sólo se descubra a aquellos cuyo corazón está purificado.

Ésta es la causa de que nuestra religión me parezca tan admirable, y de que la considere ya legitimada por una moral tan divina; pero aún hay más.

Me parece convincente que, desde que existe la memoria de los hombres, haya un pueblo que subsiste, más antiguo que cualquier otro pueblo; se ha anunciado constantemente a los hombres que caerán en una corrupción universal, pero que vendrá un reparador: un pueblo entero lo predijo antes de su venida, un pueblo entero le adora después de su venida; que no es un hombre quien lo dice, sino una infinidad de hombres, y un pueblo entero profetizando los hechos más concretos durante cuatro mil años. Sus libros dispersados duran cuatrocientos años. Cuanto más los examino, más verdades descubro en ellos; lo precedente y lo posterior; y esta sinagoga que lo predijo; finalmente ellos sin ídolos ni rey, miserables y sin profetas, que la siguen y que, siendo enemigos de los profetas, son para nosotros testigos admirables de la verdad de estas profecías, en la que incluso se anuncian sus miserias y su ceguera.

Descubro este encadenamiento; esta religión tan divina en su autoridad, en su duración, en su perpetuidad, en su moral, en su proceder, en su doctrina, en sus efectos; y las tinieblas de los judíos espantosas y anunciadas: Eris palpans in meridie.[124] Dabitur liber scienti litteras et dicet: «Non possum legere»;[125] cuando el cetro estaba aún en manos del primer usurpador extranjero, el rumor de la venida de Jesucristo.

Así, tiendo los brazos a mi Libertador, que después de haber sido anunciado durante cuatro mil años, ha venido a sufrir y a morir por mí en la tierra en los tiempos y en todas las circunstancias que fueron predichas; y por su gracia espero la muerte en paz, en la esperanza de estar eternamente unido a Él; y entretanto vivo con alegría, ya sea en los bienes que se digna darme, ya en los males que me envía para mi bien, y que me ha enseñado a sufrir con su ejemplo.

601. Fuente de las contradicciones. Un Dios humillado y hasta la muerte en cruz; un Mesías triunfando de la muerte con su muerte. Dos naturalezas en Jesucristo, dos advenimientos, dos estados de la naturaleza del hombre.

602. Blasfeman de lo que ignoran. La religión cristiana consiste en dos puntos; es importante que los hombres los conozcan, y es también peligroso que los ignoren; y es también una muestra de la misericordia de Dios haber dado indicios de los dos.

Y sin embargo creen poder concluir que uno de estos puntos no existe, apoyándose en lo que les hubiera debido convencer del otro. Los sabios que dijeron que no hay más que un Dios fueron perseguidos, los judíos odiados, los cristiano todavía más.

Han visto por sus luces naturales que si hay una verdadera religión en la tierra, todas las cosas deben tender hacia ella como hacia su centro: la dirección de todas las cosas ha de tener por objeto el establecimiento y la grandeza de la religión; los hombres han de alimentar dentro de sí sentimientos adecuados a lo que ella nos enseña; y en resumen, debe ser hasta tal punto el objeto y el centro al que tienden todas las cosas, que quien conozca sus principios puede explicar no sólo toda la naturaleza del hombre en particular sino también todo el orden del mundo en general.

Y apoyándose en esto, blasfeman de la religión cristiana porque la conocen mal. Imaginan que consiste sencillamente en la adoración de un Dios considerado como grande, poderoso y eterno; lo cual es propiamente el deísmo, algo casi tan alejado de la religión cristiana como él ateísmo, que es su polo opuesto. De ahí sacan la conclusión de que esta religión no es verdadera, porque no ven que todas las cosas contribuyan al establecimiento de este punto, ya que Dios no se manifiesta a los hombres con toda la evidencia que podría hacerlo.

Pero sea cual fuere la conclusión que saquen contra el deísmo, ello no afecta para nada a la religión cristiana, que consiste propiamente en él misterio del Redentor, el cual, juntando en Él las dos naturalezas, humana y divina, sacó a los hombres de la corrupción del pecado para reconciliarlos con Dios en su divina persona.

Enseña, pues, a los hombres estas dos verdades hermanadas: que existe un Dios del cual los hombres son dignos, y que existe una corrupción en la naturaleza que les hace indignos de Él. Es muy importante que los hombres conozcan ambas cosas; y es tan peligroso para él hombre conocer a Dios sin conocer sus miserias, como conocer sus miserias sin conocer al Redentor que las puede sanar. Conocer una sola de estas dos cosas inclina, o a la soberbia de los filósofos, que han conocido a Dios, pero no sus miserias, o a la desesperación de los ateos, que conocen sus miserias sin redentor.

Y así como para el hombre es necesario el conocimiento de ambas cosas, también era necesario que la misericordia de Dios nos las hiciera conocer. La religión cristiana lo hace; consiste precisamente en esto.

Examinad el orden del mundo y ved si todas las cosas no tienden al establecimiento de estos dos núcleos de esta religión: Jesucristo es el objeto de todo y el centro al que todo tiende. Quien le conoce, conoce la razón de todas las cosas.

Los que se extravían sólo se extravían por dejar de ver una de estas dos cosas. Es, pues, posible conocer a Dios sin nuestras miserias, o conocer nuestras miserias sin Dios; pero no es posible conocer a Jesucristo sin conocer al mismo tiempo a Dios y a nuestras miserias.

Ésta es la causa de que no emprenda aquí la tarea de probar por razones naturales la existencia de Dios, la Trinidad, la inmortalidad del alma ni ninguna otra cuestión de esta naturaleza; no sólo porque no me sentiría capaz de descubrir en la naturaleza con qué convencer a ateos empedernidos, sino también porque este conocimiento, sin Jesucristo, es inútil y estéril. Aunque un hombre estuviera persuadido de que las proporciones de los números son verdades inmateriales, eternas y que dependen de una verdad primera a la que deben su sustancia y que se llama Dios, yo no le consideraría muy adelantado en el camino de su salvación.

El Dios de los cristianos no consiste en un Dios simplemente autor de las verdades geométricas y del orden de los elementos: esto corresponde a paganos y a epicúreos. No consiste solamente en un Dios que manifiesta su providencia en la vida y en los bienes de los hombres, para conceder una dichosa sucesión de años a los que le adoran; esto corresponde a los judíos. Sino que el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios de los cristianos es un Dios de amor y de consuelo; es un Dios que llena el alma y el corazón de aquellos a quienes posee; es un Dios que les hace sentir interiormente sus miserias y su misericordia infinita; que se les une en el fondo de su alma; que la llena de humildad, de alegría, de confianza, de amor; que les hace incapaces de tender hacia otro fin que no sea £1 mismo.

Todos los que buscan a Dios fuera de Jesucristo y se detienen en la naturaleza, o bien no encuentran ninguna luz que les satisfaga o llegan a forjarse un medio de conocer a Dios y de servirle sin mediador, con lo cual caen o en el ateísmo o en el deísmo, que son dos cosas que la religión cristiana aborrece casi por igual.

Sin Jesucristo el mundo no subsistiría; pues, o bien hubiera tenido que ser destruido o bien convertirse en un infierno.

Si el mundo existiese para iluminar al hombre respecto a Dios, su divinidad reluciría en todas partes de una manera indiscutible; pero como sólo existe por Jesucristo y para Jesucristo, y para iluminar a los hombres acerca de su corrupción y de su redención, todo resplandece con las pruebas de estas dos verdades.

Lo que se muestra en él no indica ni una exclusión total ni una presencia manifiesta de divinidad, sino la presencia de un Dios que se esconde. Todo lleva este carácter.

El único que conoce la naturaleza, ¿cómo va sólo a conocerla para ser desdichado? El único que la conoce, ¿puede ser el único desdichado? No puede ser que no vea nada; y tampoco puede ser que vea lo suficiente para creerse que la posee; ve lo suficiente para conocer que la ha perdido; pues para saber que se ha perdido algo, es necesario ver y no ver. Y éste es precisamente el estado en que se encuentra la naturaleza.

Sea cual fuere la decisión que adopte, yo no voy a dejarle reposar.

603. Es, pues, verdad que todo instruye al hombre acerca de su condición, pero esto hay que entenderlo bien: porque no es cierto que todo descubre a Dios, como tampoco es cierto que todo oculta a Dios. Pero sí es cierto a la vez que Él se oculta a los que le tientan y que se manifiesta a los que le buscan, porque los hombres son al mismo tiempo indignos de Dios y capaces de Dios: indignos por su corrupción, capaces por su naturaleza primera.

604. ¿Qué conclusión sacaremos de todas nuestras oscuridades sino la de nuestra indignidad?

605. Si se quiere decir que el hombre es demasiado poco para merecer la comunicación con Dios, hay que ser muy grande para poder juzgarlo.

606. Si nunca se hubiese manifestado nada de Dios, esta privación eterna sería equívoca, y podría explicarse tanto por la ausencia de toda divinidad como por la indignidad que tendrían los hombres de conocerle; pero como se manifiesta de vez en cuando, y no siempre, ello deshace el equívoco. Si se manifiesta una vez, existe siempre; y por lo tanto sólo se puede sacar la conclusión de que existe un Dios y que los hombres son indignos de Él.

PRUEBAS DE JESUCRISTO

1. EN ÉL SE CUMPLEN LAS PROFECÍAS Y LOS TIPOS

607. Jesucristo no quiso el testimonio de los demonios ni de los que carecían de vocación; sino de Dios y de Juan Bautista.

608. La caridad no es un precepto figurativo. Decir de Jesucristo, que vino para quitar las figuras y mostrar la verdad, que sólo vino para mostrar la figura de la caridad, con el fin de quitar la realidad que existía antes, es horrible. «Si la luz que hay en ti es tinieblas, ¡qué tales serán las tinieblas!». (Mat., VI, 23).

609. Los profetas predijeron, pero nadie les predijo. Luego se predijo de los santos, pero ellos no predijeron. De Jesucristo se predijo y Él a su vez predijo.

610. Jesucristo figurado por José: inocente, predilecto de su padre, enviado por el padre para ver a sus hermanos, fue vendido por sus hermanos por veinte monedas de plata, y más tarde se convirtió en su señor, en su salvador, en el salvador de los extranjeros y el salvador del mundo; todo lo cual no hubiera sucedido sin el propósito de perderle, la venta y la reprobación de sus hermanos.

En la prisión, José inocente entre dos criminales; Jesucristo en la cruz entre dos ladrones. Anunció la salvación a uno y la muerte al otro por los mismos signos. Jesucristo salva a los elegidos y condena a los réprobos por los mismos crímenes. José no hace más que vaticinar; Jesucristo hace. José pide a aquél que ha de salvarse que se acuerde de él cuando esté en la gloria; y aquél a quien Jesucristo salva le pide que se acuerde de él cuando esté en su reino.

611. Después de la venida de muchos, llegó por fin Jesucristo y dijo: «Heme aquí, el tiempo ha llegado. Lo que los profetas dijeron que tenía que ocurrir, Yo os digo que lo harán mis apóstoles. Los judíos serán repudiados; Jerusalén no tardará en ser destruida; y los paganos accederán al conocimiento de Dios. Mis apóstoles así lo harán después de que hayáis matado al heredero de la viña». (Marc., XII, 6).

Y luego los apóstoles dijeron a los judíos: «Seréis malditos»; y a los paganos: «Acceded al conocimiento de Dios».

Y todo esto se realizó. (Celso se mofaba de ello).

612. Mientras vivió el Mesías. Aenigmatis.[126] Ezequiel, XVII.

Su precursor. Malaquías, III. Nacerá un niño. Isaías, IX. Nacerá en la ciudad de Belén. Miqueas, V. Se mostrará principalmente en Jerusalén y nacerá de la familia de Judá y de David.

Tiene que cegar a los juiciosos y a los sabios, Isaías, VI, VIII, XXIX, etc., y anunciar el Evangelio a los pobres y a los humildes, devolver la salud a los enfermos y conducir a la luz a los que sufren en las tinieblas. Is., LXI.

Tiene que enseñar el camino perfecto y ser el preceptor de los gentiles. Is., LV, XLII, 1-7.

Las profecías han de ser ininteligibles para los impíos, Dan., XII, Oseas, últ. 10, pero comprensibles para los que están debidamente instruidos. Las profecías que le representan pobre, le representan dueño de las naciones. Is., LII, 14, etc., LUI. Zac., IX, 9. Las profecías que anuncian el tiempo de su venida hablan de Él como señor de los gentiles y doliente, no entre las nubes ni juez. Y las que le representan así, juzgando y glorioso, no indican el tiempo.

Que ha de ser la víctima de los pecados del mundo. Is., XXXIX, LUI, etc. Ha de ser la piedra fundamental y preciosa. Is., XXVIII, 16. Ha de ser la piedra de tropiezo y de escándalo. Is. VIII. Jerusalén ha de tropezar con esta piedra. Los arquitectos tienen que rechazar esta piedra. Sal., CXVII, 22. Dios hará de esta piedra angular. Y esta piedra debe crecer en una inmensa montaña y ha de llenar toda la tierra. Dan., II.

Y que será rechazado, incomprendido, traicionado, Sal., CVIII, 8; vendido, Zac., XI; escupido, abofeteado, mofado, afligido de una infinidad de maneras, y que le darán hiel cuando tenga sed, Sal., LXVIII; traspasado, Zac., XII; los pies y las manos taladrados, muerto y que se echarán a suerte sus ropas, Sal., XXL. Que resucitará, Sal., XV; al tercer día. Oseas, VI, 3. Que subirá a los cielos para sentarse a la diestra. Sal, CIX. Que los reyes se armarán contra Él. Sal., II. Que una vez a la diestra del Padre, será victorioso de sus enemigos. Que los reyes de la tierra y todos los pueblos le adorarán. Is., LX.

Que los judíos seguirán siendo una nación. Jer., XXXI. Que andarán errantes, sin reyes, etc., Oseas, III; sin profetas, Amos; esperando la salvación y sin encontrarla, Is. LIX.

Vocación de los gentiles por Jesucristo. Is., LII, 15; LV, 5; LX, etc.; Sal., LXXXI. Os., I, 9: «Vosotros no sois ya mi pueblo, y yo no soy ya vuestro Dios, una vez os hayáis multiplicado en la dispersión. Los lugares donde no se llame mi pueblo, yo los llamaré mi pueblo».

613. Profecías. Que los judíos rechazarían a Jesucristo y que serían reprobados por Dios, y que por esta razón la viña elegida sólo daría agraces, Que el pueblo elegido serla infiel, ingrato e incrédulo, populum non credentem et contradicentem[127] (Rom., X, 21), Que Dios le haría ciego y que andaría a tientas a pleno día como los ciegos. Que un precursor vendría antes que Él.

614. Que entonces la idolatría sería vencida; que este Mesías derribaría todos los ídolos, y haría que todos los hombres participasen en el culto del verdadero Dios (Ez., XXX, 12). Que los templos de los ídolos serían destruidos, y que en todas las naciones y en todos los lugares del mundo se le ofrecería una hostia pura, y no animales (Mal., I, 11). Que sería rey de los judíos y de los gentiles. Y que este rey de los judíos y de los gentiles, oprimido por los unos y por los otros que traman su muerte, dominador de los unos y de los otros, destruiría no sólo el culto de Moisés en Jerusalén, que era su centro, del que hace su primera Iglesia, sino incluso el culto de los ídolos en Roma, que era también su centro, y donde establece su principal Iglesia.

615. Predicciones. Dicho está que en tiempos del Mesías vendría a establecer una nueva alianza, que haría olvidar la salida de Egipto, Jer., XXIII, 5; Is., XLIII, 16; que pondría su ley, no en el exterior, sino en el corazón (Jer., XXXI, 33). Que infundiría su temor, que sólo había sido por fuera, en medio del corazón (XXXII, 40). ¿Quién no ve la ley cristiana en todo esto?

616. Que enseñaría a los hombres el camino perfecto (Is., II, 3). Y jamás ha venido, ni antes ni después de Él ningún hombre que enseñara nada divino parecido a esto.

617. Que entonces ya no se señalará al prójimo diciendo:

«He aquí al Señor», sino que todos me conocerán (Jer., XXXI, 34). «Vuestros hijos profetizarán». (Joel, II, 28). «Yo pondré mi espíritu y mi temor en vuestro corazón». (Jer. XXXI, 33).

Todo esto es la misma cosa. Profetizar es hablar de Dios, no por pruebas exteriores, sino por sentimiento interior e inmediato.

618. Transfixerunt,[128] Zac., XII, 10. Que iba a venir un libertador que aplastaría la cabeza al demonio, que debía librar a su pueblo de sus pecados, ex omnibus iniquitatibus [129] (Sal., CXXXIX, 8); que debía haber un Nuevo Testamento que sería eterno; que debía haber otro sacerdocio según el orden de Melquisedec (Sal., CIX, 4); que éste sería eterno; que el Cristo debía ser glorioso, poderoso, fuerte, y sin embargo tan desdichado que no se le reconocería; que no le tomarían por quien es; que le rechazarían, que le darían muerte; que su pueblo, después de renegar de Él, ya no sería su pueblo; que los idólatras le acogerían y acudirían a Él; que dejaría Sión para reinar en el centro de la idolatría; que sin embargo los judíos seguirían existiendo siempre; que debía ser de Judá, y cuando ya no hubiese reyes.

619. Figuras. Salvador, padre, sacrificador, hostia, alimento, rey, sabio, legislador, afligido, pobre, teniendo que engendrar un pueblo al que tenía que conducir y alimentar, hasta introducirlo en la tierra…

Jesucristo. Servicios. Él debía engendrar un gran pueblo, elegido, santo y escogido; conducirlo, alimentarlo, introducirlo en el lugar de reposo y de santidad; hacerlo santo para Dios; convertirlo en el templo de Dios, reconciliarlo con Dios, salvarlo de la cólera de Dios, redimirlo de la servidumbre del pecado, que reina visiblemente en el hombre; dar leyes a este pueblo, grabar estas leyes en su corazón, ofrecerse a Dios por ellos, sacrificarse por ellos, ser una hostia sin mácula, y él mismo sacrificador; teniendo que ofrecer él mismo su cuerpo y su sangre, y sin embargo ofrecer pan y vino a Dios…

Ingrediens mundum [130] (Hebr., X, 5): «Piedra sobre piedra». (Marc., XIII, 2). Lo precedente, lo que pasó después. Todos los judíos aún existen y llevan una vida vagabunda.

2. HIZO MILAGROS

620. Jesucristo hizo milagros, y luego los apóstoles y los primeros santos, en gran número; porque, como las profecías aún no se habían cumplido y tenían que cumplirse por ellos, el único testimonio que tenían era el de los milagros. Estaba escrito que el Mesías convertiría a las naciones. ¿Cómo podía cumplirse esta profecía sin la conversión de las naciones? ¿Y cómo se hubieran convertido las naciones al Mesías, al no ver este último efecto de las profecías que son su prueba? O sea que antes de que hubiese muerto, resucitado y convertido a las naciones, todo no se había cumplido; y por eso se necesitaron milagros durante todo este tiempo. Ahora ya no se necesitan contra los judíos, porque el cumplimiento de las profecías es un milagro perenne.

621. Las profecías eran equívocas; ahora ya no lo son.

622. La historia del ciego de nacimiento (Juan, IX, 141).

¿Qué dice san Pablo? ¿Se remite constantemente a las profecías? No, sino a su milagro (2 Cor., XII, 12). ¿Qué dice Jesucristo? ¿Remite a las profecías? No; su muerte no las había cumplido; pero dice: si non fecissem[131] (Juan, XV, 24). Creed en las obras.

623. Jesucristo dice que las Escrituras dan testimonio de Él (Juan, V, 39), pero no dice en qué.

Ni siquiera las profecías podían demostrar quién era Jesucristo durante su vida; y así, no se hubiera sido culpable no creyendo en Él antes de su muerte, si los milagros no hubiesen bastado sin la doctrina. Ahora bien, los que no creían en Él durante su vida, eran pecadores, como Él mismo dice, y sin excusa (Juan, XV, 22). Era forzoso, pues, que tuviesen ante los ojos una demostración a la que opusieran resistencia. No tenían la Escritura, sino solamente los milagros; en consecuencia bastan, cuando la doctrina no es contraria, y hay que creer en ellos.

Juan, VII, 40: Disensiones entre los judíos, como hoy entre los cristianos. Unos creían en Jesucristo, otros no creían, a causa de las profecías que afirmaban que tenía que nacer en Belén. Hubieran tenido que hacer más comprobaciones, aun en este caso. Porque sus milagros eran convincentes, y así tenían que cerciorarse de esas supuestas contradicciones de su doctrina con la Escritura; y esta oscuridad no les disculpaba, sino que les cegaba. Por eso, los que se niegan a creer en los milagros de hoy, por una supuesta contradicción imaginaria, no están excusados.

El pueblo creía en Él por sus milagros, y los fariseos les decían: «Este pueblo está maldito, no conoce la ley; ¿hay acaso algún príncipe o fariseo que haya creído en Él? Porque nosotros sabemos que de Galilea no puede salir ningún profeta». Nicodemo respondió: «¿Es que nuestra ley juzga a un hombre antes de haberle escuchado, y además un hombre que hace tales milagros?».

624. Nadie hubiera pecado no creyendo en Jesucristo, de no ser por los milagros.

625. Yo no sería cristiano sin los milagros, dice san Agustín (Civ. Dei, XXII, 9).

626. No es posible creer razonablemente contra los milagros.

627. Jesucristo demostró que era el Mesías, nunca certificando su doctrina por la Escritura o las profecías, y siempre por sus milagros.

Demuestra que perdona los pecados con un milagro (Marc., II, 10).

«No os alegréis de que los espíritus os estén sometidos, alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en los cielos». (Luc., X, 20).

Si no creen en Moisés, no creerán a un resucitado.

Nicodemo reconoce por sus milagros que su doctrina es de Dios: «Scimus quia venisti a Deo magister; nemo enim potest haec signa facere quae tu facis nisi Deus fuerit cum eo.»[132] No juzga los milagros por la doctrina, sino la doctrina por los milagros.

Los judíos tenían una doctrina de Dios como nosotros tenemos una de Jesucristo, y confirmada por milagros; y tenían prohibido creer en los que hacían milagros, y además se les había ordenado que acudieran a los grandes sacerdotes y que se atuvieran a su opinión (Deut., XVIII, 10-18).

Y por lo tanto, todas las razones que nosotros tenemos para no creer en los que hacen milagros, las tenían ellos respecto a sus profetas. Y no obstante, eran muy culpables de rechazar a los profetas, a causa de sus milagros, y a Jesucristo; y no hubiesen sido culpables de no haber visto los milagros: «Nisi fecissem… peccatum non haberent[133] Por lo tanto toda la fe reposa en los milagros.

A la profecía no se le llama milagro: así, san Juan habla del primer milagro en Caná, y luego de lo que Jesucristo dice a la samaritana al revelarle toda su vida oculta, y más tarde cura al hijo de un cortesano, y san Juan llama a éste «el segundo milagro». (IV, 54).

628. Juan, VI, 26: «Non quia vidistis signa, sed quia saturad estis.»[134] Los que siguen a Jesucristo a causa de sus milagros honran su poder en todos los milagros que éste hace; pero aquellos que diciendo que le siguen por sus milagros, en realidad sólo le siguen porque les consuela y les sacia de los bienes del mundo, deshonran sus milagros, aunque se opongan a sus comodidades.

629. Es algo tan visible que hay que amar a un solo Dios, que no se necesitan milagros para probarlo.

3. LA OSCURIDAD DE JESUCRISTO. EL MISTERIO DE LA EUCARISTÍA

630. Sobre el hecho de que ni Josefo ni Tácito ni los demás historiadores hablaron de Jesucristo. No sólo no es una prueba en contra, sino que es algo a favor. Porque es seguro que Jesucristo existió, que su religión dio mucho que hablar y que ellos no ignoraban su existencia, por lo cual es indudable que si lo ocultaron fue a propósito; o bien hablaron de Jesucristo y alguien suprimió estos pasajes o los desfiguró.

631. Jesucristo en una oscuridad tal (según lo que el mundo llama oscuridad) que los historiadores, que sólo tratan de las cosas importantes de los estados, apenas se enteraron de su existencia.

632. ¿Por qué Jesucristo no vino de una manera visible, en vez de fundar su prueba en profecías precedentes? ¿Por qué se hizo anunciar de un modo figurado?

633. Jesucristo no dice que no es de Nazaret, para dejar a los malos en la ceguera, ni tampoco que no es hijo de José.

634. A la Iglesia le ha costado tanto esfuerzo demostrar que Jesucristo era hombre, ante los que lo negaban, como demostrar que era Dios; y las apariencias eran las mismas en ambos casos.

635. Los judíos, al querer cerciorarse de que era Dios, demostraron que era hombre.

636. ¿Qué hombre se manifestó alguna vez con mayor gloria? Todo el pueblo judío le predijo antes de su venida. El pueblo gentil le adora después de su venida. Los dos pueblos, gentil y judío, le consideran como su centro.

Y no obstante, ¿qué hombre gozó menos que Él de esta gloria? De treinta y tres años, vivió treinta siendo desconocido. Durante tres años se le mira como a un impostor; los sacerdotes y los principales le rechazan; sus amigos y sus más allegados le desprecian. Finalmente muere traicionado por uno de los suyos, después de que otro renegara de Él y abandonado por todos.

¿Qué le correspondió, pues, de esta gloria? Jamás hubo hombre que tuviese tanta, ni jamás hubo hombre que sufriera también mayor ignominia. Toda esta gloria sólo nos ha servido a nosotros, para reconocerle; y para Él no hubo ninguna.

637. Si Jesucristo sólo hubiese venido para santificar, toda la Escritura y todas las cosas tenderían a ello, y sería muy fácil convencer a los infieles. Si Jesucristo sólo hubiese venido para cegar, todo su proceder sería confuso, y no tendríamos ningún medio de convencer a los infieles. Pero como vino in sanctificationem et in scandalum[135] como dice Isaías, no podemos convencer a los infieles y ellos no pueden convencernos a nosotros; pero por eso mismo les convencemos, ya que decimos que no hay ninguna prueba en todo lo que hizo en favor de unos u otros.

638. Del mismo modo que Jesucristo vivió desconocido entre los hombres, su verdad subsiste entre las opiniones comunes sin ninguna diferencia exterior. Como la Eucaristía entre el pan común.

639. Según su jerga, la Eucaristía es toda ella el cuerpo de Jesucristo, pero lo que no puede decir es que es todo el cuerpo de Jesucristo. La unión de dos cosas sin cambio no permite poder decir que una de ellas se convierte en la otra: así el alma está unida al cuerpo, el fuego a la leña, sin cambio. Pero se requiere un cambio para que la forma de la una se convierta en la forma de la otra: así la unión del Verbo con el hombre. «Porque mi cuerpo sin mi alma no formaría el cuerpo de un hombre, luego mi alma, unida a cualquier materia, dará lugar a mi cuerpo». No distingue la condición necesaria de la condición suficiente. El brazo izquierdo no es el derecho. La impenetrabilidad no es una propiedad de los cuerpos. Identidad de número respecto al mismo tiempo exige la identidad de la materia. Así, si Dios uniese mi alma a un cuerpo en la China, el mismo cuerpo, idem número, estaría en la China. El mismo río que fluye allí es idem número que el que fluye al mismo tiempo en la China.

4. JESUCRISTO REDENTOR DE TODOS

640. Nosotros no concebimos ni el estado glorioso de Adán, ni la naturaleza de su pecado, ni la transmisión de su culpa a nosotros. Son cosas que ocurrieron en el estado de una naturaleza muy distinta de la nuestra, y que sobrepasan el estado de nuestra capacidad presente. Es inútil que conozcamos todo ello para salir de esta situación; y lo único que nos importa saber es que somos miserables, corrompidos, separados de Dios, pero redimidos por Jesucristo; y de eso tenemos pruebas admirables en la tierra. Así, las dos pruebas de la corrupción y de la redención se fundan en los impíos, que viven en la indiferencia religiosa, y en los judíos, que son los enemigos irreconciliables de la religión.

641. De todo lo que existe en la tierra, sólo participa en las contrariedades, no en los placeres. Ama a su prójimo, pero su caridad no se encierra en estos límites, sino que se vierte sobre sus enemigos, y luego sobre los de Dios.

642. Jesucristo para todos, Moisés para un pueblo.

Los judíos benditos en Abraham: «Bendeciré a los que te bendigan». (Gén. XII, 3). Pero: «Se gloriarán en tu descendencia todos los pueblos de la tierra». (XIII, 18), Parum est ut,[136] etc.

Lumen ad revelationem gentium.[137]

Non fecit taliter omni nationi,[138] decía David hablando de la ley. Pero al hablar de Jesucristo hay que decir: Fecit taliter omni nationi. Parum est ut,[139] etc.; Isaías. Porque Jesucristo es universal; la propia Iglesia sólo ofrece el sacrificio por los fieles; Jesucristo ofreció el de la cruz por todos.

643. Hay herejía en explicar siempre omnes de todos, y herejía al no explicarlo a veces de todos. Bibite ex hoc omnes.[140] Los hugonotes son herejes al entender de todos. In quo omnes peccaverunt:[141] los hugonotes son herejes al exceptuar a los hijos de los fieles. Así, pues, hay que seguir a los Padres y a la tradición para saber cuándo, puesto que hay peligro de caer en la herejía de una y otra parte.

644. La discordancia aparente de los Evangelios.

645. Las figuras de la totalidad de la redención, como que el sol alumbra a todos (Mat., V, 45) sólo indican una totalidad; pero las que señalan exclusiones, como de los judíos elegidos excluyendo a los gentiles, indican la exclusión.

«Jesucristo redentor de todos». Sí, porque Él lo ofreció, como un hombre que redimió a todos aquellos que quisieran ir hacia Él. Los que mueran por el camino, ay de ellos; pero Él les ofrecía la redención. Esto sirve en este ejemplo, en el que quien redime y quien impide morir son dos personas distintas, pero no por lo que se refiere a Jesucristo, que reúne ambas condiciones. No, porque Jesucristo en calidad de redentor, quizá no sea señor de todos; y así, en la medida en que es en Él, es redentor de todos.

Cuando se dice que Jesucristo no murió por todos,[142] abusáis de un vicio de los hombres, que se aplican en seguida esta excepción, lo cual equivale a inclinar a la desesperación; en vez de apartarles de ella para empujar a la esperanza. Porque uno se acostumbra así a las virtudes interiores por estas costumbres exteriores.

646. Jesucristo nunca condenó sin antes escuchar. A Judas: Amice, ad quid venisti?[143] Al que no llevaba vestidos nupciales, lo mismo (XXII, 12).

647. El mundo subsiste para ejercer misericordia y juicio, no como si los hombres acabasen de salir de las manos de Dios, sino como enemigos de Dios, a los cuales Él da, por gracia, luz suficiente para volver a Él, si le quieren buscar y seguir, aunque también para castigarles si se niegan a buscarle y a seguirle.

5. LOS EFECTOS DE LA REDENCIÓN. LA GRACIA

648. Sólo nos alejamos alejándonos de la caridad.

Nuestras oraciones y nuestras virtudes son abominables para Dios, si no son las oraciones y virtudes de Jesucristo.

Y nuestros pecados nunca serán objetos de su misericordia, sino de la justicia divina, si no son los de Jesucristo. Él adoptó nuestros pecados y nos admitió en su alianza; porque las virtudes le son propias y los pecados ajenos; y las virtudes nos son ajenas, y nuestros pecados nos son propios.

Mudemos la norma que hemos adoptado hasta aquí para juzgar lo que es bueno. Habíamos convertido nuestra voluntad en norma, sigamos ahora la de la voluntad de Dios: todo lo que Él quiere es para nosotros bueno y justo, todo lo que Él no quiere, malo e injusto.

Todo lo que Dios no quiere está prohibido. Los pecados están prohibidos por la declaración general que hizo Dios, al, y que por esta razón llamamos permitidas, no son, sin embargo, siempre permitidas. Pues cuando Dios aleja alguna de nosotros y por este hecho, que es una manifestación de la voluntad divina, se manifiesta que Dios no quiere que tengamos aquella cosa, entonces ello nos está prohibido como el pecado, puesto que la voluntad de Dios es que no tengamos ni una cosa ni otra. Entre ambas hay solamente una diferencia, la de que es seguro que Dios no querrá nunca el pecado, mientras que no lo es que no quiera nunca lo otro. Pero mientras Dios no lo quiera, debemos considerarlo como pecado; en tanto que la ausencia de la voluntad de Dios, que encierra únicamente toda la bondad y toda la justicia, la hace injusta y mala.

649. La victoria sobre la muerte. ¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? Quien quiera salvar su vida la perderá (Luc., IX, 25, 24).

«No he venido a abrogar la ley, sino a consumarla». (Mat., V, 17).

«He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». (Juan, 1,29).

«Moisés no os dio el pan del cielo. Moisés no os sacó del cautiverio ni os hizo verdaderamente libres». (Juan, VI, 32, VIII, 36).

650. Santidad. Effundam spiritum meum.[144] Todos los pueblos vivían en la infidelidad y en la concupiscencia: toda la tierra fue ardiente de caridad, los príncipes abandonan su pompa, las vírgenes sufren el martirio. ¿De dónde viene esta fuerza? El Mesías ha venido; éste es el efecto, tales son las señales de su venida.

651. Entonces Jesucristo vino a decir a los hombres que sus únicos enemigos son ellos mismos; que son sus pasiones las que les apartan de Dios; que Él viene para destruirlas y para darles su gracia, a fin de hacer con todos ellos una Iglesia santa; que incluirá en esta Iglesia a los paganos y a los judíos; que viene a destruir los ídolos de los unos y la superstición de los otros.

A eso se oponen todos los hombres, no sólo por la oposición natural de la concupiscencia; sino que también, por encima de todo, los reyes de la tierra se juntan para abolir esta religión naciente, como ya se había anunciado. Proph.: Quare fremerunt gentes… reges terrae… adversus Christum[145] (Sal., II, 1-2). Todo lo que hay de grande en la tierra se junta, los juiciosos, los sabios, los reyes. Unos escriben, otros ordenan, otros matan. Y a despecho de todas estas oposiciones, estas personas rústicas y sin fuerzas resisten a todos estos poderosos, y acaban por someterse estos reyes, estos sabios, y quitan la idolatría de todo el haz de la tierra. Y todo eso se hizo por la fuerza que lo había anunciado.

652. La conversión de los paganos sólo estaba reservada a la gracia del Mesías. Durante mucho tiempo los judíos les combatieron sin éxito; todo lo que les dijeron Salomón y los profetas fue inútil. Los sabios, como Platón y Sócrates, no pudieron convencerle.

653. Los impulsos de gracia, la dureza de corazón; las circunstancias exteriores.

654. Para hacer de un hombre un santo se necesita la gracia, y quien dude de ello no sabe ni lo que es un santo ni lo que es un hombre.

655. ¡Que Dios no nos impute nuestros pecados, es decir, todas las consecuencias y frutos de nuestros pecados, que son espantosos, incluso para las culpas más pequeñas, si queremos averiguarlos sin misericordia!

656. Todo puede sernos mortal, hasta las cosas hechas para servirnos; como en la naturaleza las murallas pueden matamos, y las escaleras también, si no andamos con cuidado.

El menor movimiento afecta a toda la naturaleza; el mar entero cambia por una piedra. Así ocurre con la gracia, la menor acción alcanza por sus consecuencias a todo. Luego todo es importante.

En cada acción, hay que considerar, además de la acción, nuestro estado presente, pasado, futuro, y de los demás a los que afecta, y ver las relaciones de todas estas cosas. Entonces se obrará con más precaución.

La oración y el mérito

657. Consolaos: no es de vosotros de quien debéis esperarlo, sino, al contrario, no esperando nada de vosotros es como debéis esperarlo.

658. Jesucristo vino a cegar a los que veían claro y a devolver la vista a los ciegos; a sanar a los enfermos y a dejar morir a los sanos; a llamar a penitencia y a justificar a los pecadores, y a dejar a los justos con sus pecados; a colmar a los indigentes y a dejar vacíos a los ricos.

659. ¿Por qué Dios estableció la oración?

1.° Para comunicar a sus criaturas la dignidad de la causalidad.

2.” Para enseñarnos a quien debemos la virtud.

3.° Para hacernos merecer las demás virtudes por esfuerzo.

Pero, para reservarse la primacía, da la oración a quien le place.

Objeción: Pero se creerá que debemos la oración a nosotros mismos. Esto es absurdo, pues teniendo la fe no se pueden tener las virtudes, ¿cómo vamos a tener la fe? ¿Acaso hay más distancia de la infidelidad a la fe que de la fe a la virtud?

Mérito, esta palabra es ambigua: Meruit habere Redemptorem[146] (Oficio del Sábado Santo). Meruit tam sacra membra tangere.[147] Digno tan sacra membra tangere[148] (Himno Vexilla regis).[149] Non sum dignus[150] (Mat., VIII, 8). Qui manducat indignus[151] (I Cor., XI, 29). Dignus est accipere[152] (Apoc., IV, 11). Dignare me[153] (Ave Regina).

Dios sólo da según sus promesas. Prometió conceder la justicia a las oraciones (Luc., XI, 9-13); sólo prometió las oraciones a los hijos de la promesa (Rom., IX, 8).

San Agustín dice exactamente que se quitarán las fuerzas al justo. Pero es casual el hecho de que lo dijera; porque podía haber sucedido que la ocasión de decirlo no se presentara. Pero sus principios permiten advertir que, al presentarse la ocasión, era imposible que no lo dijera o que dijese lo contrario. Cuenta, pues, más el verse obligado a decirlo, al presentarse la oportunidad, que el haberlo dicho, una vez se dio la ocasión: lo primero es de necesidad, lo otro de casualidad. Pero ambos son todo lo que se puede pedir.

660. Los efectos in communi e in particulari,[154] Los semipelagianos se equivocan al decir de in communi lo que sólo es verdad in particulari; y los calvinistas diciendo in particulari lo que es verdad in communi, o eso me parece.

La salvación

661. «Con temor y temblor trabajad por vuestra salud». (FÍL, II, 12).

Pobres de la gracia: Petenti dabitur[155] (Mat., VII, 7). O sea que está en nuestras manos el pedir. Al contrario Dios. No lo está, puesto que la obtención que lo pide no lo está. Pues dado que la salvación no lo está, y la obtención sí, la oración no lo está.

O sea que el justo ya no debería esperar en Dios, puesto que no debe esperar, sino esforzarse por obtener lo que pide.

662. El que conoce la voluntad de su amo recibirá más azotes, a causa del poder que tiene por el conocimiento (Luc., XII, 47-48). Qui justus est, justificetur adhuc,[156] a causa del poder que tiene por la justicia. Al que ha recibido más, se le pedirán más cuentas, a causa del poder que tiene por la ayuda.

663. Toda situación, e incluso los mártires, no está libre del temor, por la Escritura. La mayor pena del purgatorio es la incertidumbre del juicio. Deus absconditus.[157]

664. Saquemos, pues, la conclusión de que, puesto que el hombre es incapaz ahora de usar de este poder próximo, y que Dios no quiere que por este medio nos alejemos de Él, no se aleja por un poder eficaz.

Es decir, que los que se alejan no tienen ese poder sin el cual nadie se aleja del Dios, y los que no se alejan tienen este poder eficaz. O sea que los que después de perseverar durante un tiempo por este poder eficiente, dejan de rezar, carecen de este poder eficiente.

Y en consecuencia Dios es el primero en dejarnos en este sentido.

665. «Orad, no sea que caigáis en la tentación» (Luc., XXII, 46). Es peligroso ser tentado; y cuando alguien es tentado, ello se debe a que no reza. Et tu conversus confirma fratres tuos.[158] Pero antes, conversus Jesus respexit Petrum.[159] San Pedro pide permiso para herir a Maleo y le hiere antes de oír la respuesta, y Jesucristo responde después.

666. Los elegidos ignorarán sus virtudes y los condenados la magnitud de sus crímenes. «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, etc.?». (Mat., XXV, 37).

La gracia y la ley: el justo

667. La ley obligaba a lo que no daba. La gracia da a lo que obliga.

668. Rom., III, 27. Gloria excluida. ¿Por qué ley? ¿Las obras? No, sino por la fe. O sea que la fe no está en nuestras manos como las obras de la ley, y se nos da de otra manera.

669. La ley no destruía la naturaleza; la enseñaba; la gracia no destruye la ley, sino que la hace ejercer. La fe recibida en el bautismo es la fuente de toda la vida del cristiano y de los conversos.

670. Juan, VIII: Multi crediderunt in eum. Dicebat ergo Jesus: «Si manseritis…, VERE mei discipuli eritis, et VERITAS LIBERABIT VOS». Responderunt: «Semen Abrahae sumus, et nemini servivimus unquam.» [160]

Hay mucha diferencia entre los discípulos y los verdaderos discípulos. A éstos se les reconoce diciéndoles que la verdad les hará libres; porque, si responden que son libres y que por sí mismos pueden librarse de la esclavitud del demonio, son discípulos, pero no verdaderos discípulos.

671. … falta de caridad, causa de la privación del espíritu de Dios, y sus malas acciones, a causa del paréntesis o interrupción del espíritu de Dios en él; y se arrepiente de ello afligiéndose.

El justo obra por fe en las menores cosas: cuando reprende a sus servidores desea su enmienda por el espíritu de Dios, y pide a Dios que se enmienden, y espera tanto de Dios como de sus reprensiones, y ruega a Dios que bendiga sus palabras de corrección. Y así en las demás acciones.

672. Abraham no tomó nada para sí, solamente para sus siervos (Gén., XIV, 24); semejantemente, el justo no toma nada del mundo para sí, ni tampoco de los aplausos del mundo; sino sólo para sus pasiones, de las cuales se sirve como amo, diciendo a una: Ve, y a otra: Ven (Mat., VIII, 9). Sub te erit appetitus tuus.[161] Sus pasiones así dominadas son virtudes: la avaricia, la envidia, la cólera, el propio Dios se las atribuye (Mat., XXV; Éx., XX, 5, etc.), y son tan virtudes como la clemencia, la compasión, la constancia, que también son pasiones. Hay que servirse de ellas como de esclavos y, dejándoles su alimento, impedir que el alma caiga en su poder; porque cuando las pasiones señorean, son vicios, y entonces dan al alma su alimento, y el alma se nutre de él y se emponzoña.

673. Los filósofos han consagrado los vicios, atribuyéndolos al propio Dios; los cristianos han consagrado las virtudes.

674. La gracia estará siempre en el mundo —y también la naturaleza—, de tal modo que es cierta manera natural.

Y así siempre habrá pelagianos y siempre habrá católicos y siempre habrá combate; porque el primer nacimiento hace a los unos y el segundo nacimiento hace a los otros.

6. LA MORAL

675. Toda la fe consiste en Jesucristo y en Adán; y toda la moral en la concupiscencia y en la gracia.

676. No hay doctrina más adecuada al hombre que ésta, que le instruye acerca de su doble capacidad de recibir y de perder la gracia, a causa del doble peligro al que siempre está expuesto, de desesperación o de orgullo.

677. La miseria persuade a la desesperación; el orgullo persuade para caer en la presunción. La Encarnación muestra al hombre la magnitud de su miseria por la magnitud del remedio que tuvo que emplearse.

678. Jesucristo es un Dios al que nos acercamos sin orgullo y ante el cual nos humillamos sin desesperación.

679. Ni una humillación que nos haga incapaces del bien, ni una santidad exenta del mal.

680. Alguien me decía cierto día que sentía una gran alegría y confianza después de una confesión. Otro me decía que conservaba el temor. Yo pensé, al oírles, que con los dos podría hacerse uno bueno y que cada cual fallaba en no tener el sentimiento del otro. Lo mismo sucede a menudo en otras cosas.

681. No hay más que dos clases de hombres: los justos que se creen pecadores y los pecadores que se creen justos.

682. Debemos mucha gratitud a los que avisan de los defectos, porque mortifican. Enseñan que hemos merecido el desprecio; no impiden que también nos desprecien más adelante, porque no faltan otros defectos para ello; preparan para el ejercicio de la corrección y de la supresión de un defecto.

683. La Escritura tiene pasajes para consolar a todas las condiciones, y para intimidar a todas las condiciones.

La naturaleza parece haber hecho lo mismo por sus dos infinitos, naturales y morales: porque tendremos siempre superiores e inferiores, más inteligentes que nosotros y menos, más elevados y más humildes, para abatir nuestro orgullo y levantar nuestra abyección.

684. El cristianismo es extraño. Ordena al hombre que admita que es vil e incluso abominable, y le ordena que quiera ser parecido a Dios. Sin tal contrapeso, esta elevación le haría horriblemente vanidoso, o la humillación le haría terriblemente abyecto.

685. ¡Con qué poco orgullo se cree un cristiano unido a Dios! ¡Con qué poca abyección se iguala a los gusanos de la tierra!

¡Qué hermosa manera de recibir la vida y la muerte, los bienes y los males!

686. ¿Qué diferencia hay entre un soldado y un cartujo, en cuanto a la obediencia? Porque ambos son igualmente obedientes, ambos están del todo sujetos, y llevan un género de vida igualmente penosa. Pero el soldado siempre espera convertirse en amo, y no llega a serlo nunca, porque los capitanes y hasta los príncipes son siempre esclavos y dependientes; pero sigue confiando, y se esfuerza siempre por alcanzar esta meta; mientras que el cartujo hace voto de vivir siempre en sujeción. Así, no se diferencian en la servidumbre perpetua, que uno y otro siempre tienen, sino en la esperanza, que tiene el uno y no tiene el otro.

687. La esperanza que albergan los cristianos de poseer un bien infinito se mezcla con el goce efectivo y con el temor; porque no es lo mismo que los qúe esperan un reino que nunca alcanzarán, porque seguirán estando sujetos; ellos esperan la santidad, la exención de injusticia, y algo de ello consiguen.

688. Nadie es tan dichoso como un verdadero cristiano, ni nadie es tan razonable, virtuoso y digno de amor.

689. Jesucristo no hizo más que enseñar a los hombres que se amaban a sí mismos que eran esclavos, ciegos, enfermos, desventurados y pecadores; que era preciso que Él les salvase, iluminase, santificase y curase; y que para lograr esto tenían que odiarse a sí mismos y seguirle por el camino del dolor y de la muerte en cruz.

690. Sin Jesucristo, es forzoso que el hombre viva en el vicio y en el dolor; con Jesucristo, el hombre se ve libre del vicio y del dolor. En Él reside toda nuestra virtud y toda nuestra felicidad; fuera de Él no hay más que vicio, dolor, errores, tinieblas, muerte, desesperación.

691. Razón de los efectos. Epicteto. Los que dicen: «Os duele la cabeza», no es lo mismo. Podemos tener seguridades sobre la salud y no sobre la justicia; y en efecto la suya era una puerilidad. Y no obstante creía demostrarla diciendo: «O está en nuestro poder o no». Pero no se daba cuenta de que no está en nuestras manos ordenar el corazón y se equivocaba al concluir semejante cosa por el hecho de que había cristianos (Coloquios, IV, 7).

692. Aunque Epicteto hubiese visto con toda claridad el camino, dice a los hombres: «Seguís uno equivocado»; señala que el camino es otro, pero no conduce a él. El camino es querer lo que Dios quiere; sólo Jesucristo lleva por este camino: Via, veritas.[162]

También los vicios de Zenón.

693. Es bueno sentirse cansado, abrumado por la búsqueda inútil del verdadero bien, para tender los brazos al Libertador.

694. Comminuentes cor[163] (san Pablo), éste es el carácter cristiano. Alba quiso nombraros, yo ya no sé quién sois[164] (Corneille), éste es el carácter inhumano. El carácter humano es lo contrario.

695. Sólo la religión cristiana hace al hombre amable y feliz al mismo tiempo. Según el mundo no es posible ser amable y feliz a la vez.

696. «Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida». (I Juan, II, 16): libido sentiendi, libido sciendi, libido dominandi. ¡Ay de la tierra maldita que estos tres ríos de fuego encienden más que riegan! ¡Bienaventurados aquellos que, encontrándose en estos ríos, no sumergidos en ellos ni arrastrados por sus aguas, sino firmemente inmóviles, no de pie, sino sentados en una posición baja y segura, de la que no se levantan antes de que haya luz, sino que después de haber reposado allí en paz, tienden la mano a Aquél que debe elevarles para hacerles estar de pie y firmes en los pórticos de la santa Jerusalén, donde el orgullo no podrá combatirles ni abatirles; y que mientras, lloran, no de ver cómo pasan todas las cosas perecederas que se llevan estos torrentes, sino por el recuerdo de su amada patria, de la Jerusalén celestial de la que sin cesar se acuerdan mientras dura su destierro!

697. Los ríos de Babilonia fluyen, se despeñan y arrastran. ¡Oh, santa Sión, donde todo es estable y nada se despeña!

Hay que sentarse sobre los ríos, no debajo ni dentro, sino encima; y no de pie, sino sentado: para ser humilde, por estar sentado, y para estar seguro estando encima. Pero permaneceremos de pie en los pórticos de Jerusalén.

Veamos si este placer es estable o fugitivo: si se nos va de las manos es un río de Babilonia.

698. Concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos, orgullo, etc. Hay tres órdenes de cosas: la carne, el entendimiento, la voluntad. Los carnales son los ricos, los reyes: tienen por objeto el cuerpo. Los curiosos y doctores tienen por objeto él entendimiento. Los sabios tienen por objeto la justicia.

Dios ha de reinar sobre todo y todo referirse a Él. En las cosas de la carne reina propiamente la concupiscencia; en las del entendimiento, propiamente la curiosidad; en la sabiduría propiamente el orgullo. No porque no podamos sentirnos satisfechos por los bienes o por los conocimientos, pero no es el lugar del orgullo; pues al conceder a un hombre que es sabio, no se le dejará de convencer de que obra mal al ser soberbio. El lugar propio de la soberbia es la sabiduría: porque no se puede conceder a un hombre que se ha hecho sabio y que obra mal cayendo en la soberbia; porque esto es de justicia. Por eso sólo Dios da la sabiduría; y por este motivo, Qui gloriatur, in Domino glorietur.[165]

7. EL ORDEN DE LA JUSTICIA UNIVERSAL. LA RENUNCIA

699. «Si hubiese visto un milagro», dicen, «me hubiera convertido». ¿Cómo aseguran que harían lo que ignoran? Se imaginan que esta conversión consiste en una adoración que se hace de Dios como un trato y una conversación tal como se lo figuran. La verdadera conversión consiste en aniquilarse ante este Ser universal al que se ha enojado tantas veces, y que puede perderos legítimamente en cualquier instante; en reconocer que no es posible hacer nada sin Él, y que lo único que hemos merecido que nos dé es la desgracia. Consiste en comprender que hay una oposición invencible entre Dios y nosotros, y que, sin un mediador, no puede haber ningún trato entre nosotros.

700. Ninguna otra religión propone odiarse. Ninguna otra religión puede, pues, atraer a aquellos que se odian y que buscan un ser verdaderamente digno de ser amado. Y éstos, aunque nunca hubiesen oído hablar de la religión de un Dios humillado, la abrazarían en el acto.

701. Cuando queremos pensar en Dios, ¿acaso no hay nada que nos distrae, que nos tienta a pensar en otra cosa? Todo esto es malo y nació con nosotros.

702. La voluntad propia nunca se dará por satisfecha, aunque pudiese hacer todo lo que quiera; pero nos sentimos satisfechos en el mismo instante en que renunciamos. Sin ella no se puede estar descontento; por ella no se puede estar contento.

703. Es falso que seamos dignos de que los demás nos amen, es injusto que lo queramos. Si hubiéramos nacido razonables e indiferentes, y conociéndonos a nosotros mismos y a los demás, no daríamos esta inclinación a nuestra voluntad. Sin embargo, nacemos con ella; o sea que nacemos injustos, porque todo tiende a sí mismo. Esto va contra todo orden: hay que tender a lo general; y la inclinación hacia uno mismo es el comienzo de todo desorden, en guerra, en sociedad, en economía, en el cuerpo particular del hombre. La voluntad está, pues, depravada.

Si los miembros de las comunidades naturales y civiles tienden al bien del cuerpo, las comunidades mismas deben tender a otro cuerpo más general, del que son miembros.

Hay, pues, que tender a lo general. En consecuencia, nacemos injustos y depravados.

Ninguna religión, salvo la nuestra, enseña que el hombre nace en pecado, ninguna secta de filósofos lo dice: o sea que ninguna ha dicho la verdad.

No ha habido nunca en la tierra ninguna secta ni religión, salvo la religión cristiana.

Miembros pensantes

704. Imaginemos un cuerpo lleno de miembros pensantes.

705. Miembros. Empezar por ahí. Para ordenar el amor que nos debemos a nosotros mismos, hay que imaginar un cuerpo lleno de miembros pensantes, porque nosotros somos miembros del todo, y ver cómo cada miembro debería amarse, etc.

706. Si los pies y las manos tuvieran una voluntad particular, sólo podrían permanecer en su orden sometiendo esta voluntad particular a la voluntad primera que gobierna el cuerpo entero. De no hacerlo así, vivirían en el desorden y en la desdicha; pero al no desear más que el bien del cuerpo, trabajan para su propio bien.

707. Solamente hay que amar a Dios y no odiarse más que a uno mismo.

Si el pie hubiera ignorado siempre que pertenece al cuerpo y que existe un cuerpo del que depende, si sólo hubiese tenido el conocimiento y el amor de sí mismo, y descubriera que pertenece a un cuerpo del que depende, qué pesar, que lamentaciones por su vida pasada, por haber sido inútil al cuerpo que le infundió la vida, que le hubiera aniquilado de haberlo rechazado y separado de sí, como el pie se separaba de él. ¡Qué agradecidas oraciones por haberse conservado unido al cuerpo! ¡Y con qué sumisión se iba a dejar gobernar por la voluntad que rige el cuerpo, hasta el punto de consentir en que lo corten si ello es preciso! O bien perdería su calidad de miembro; porque es necesario que todo miembro esté dispuesto a perecer por el cuerpo, que es lo único por lo que todo existe.

708. Para hacer que los miembros sean dichosos es preciso que tengan una voluntad, y que la sometan al cuerpo.

709. Moral. Como Dios hizo el cielo y la tierra, que no comprenden la felicidad de su ser, quiso hacer seres que la conociesen, y que compusieran un cuerpo de miembros pensantes. Porque nuestros miembros no entienden la dicha de su unión, de su admirable inteligencia, del cuidado con que la naturaleza les infundió los espíritus, haciéndoles crecer y durar. ¡Qué felices serían si lo entendiesen, si lo viesen! Pero para ello sería preciso que tuvieran inteligencia para conocerlo y buena voluntad para adecuarse al alma universal. Pues si, aun teniendo inteligencia, se sirviesen de ella para retener los alimentos sin permitir que pasaran a los demás miembros, no sólo serían injustos, sino además desdichados, y se odiarían en vez de amarse. Porque su felicidad, lo mismo que su deber, consiste en consentir en la dirección del alma entera a la que pertenecen, que les ama más de lo que ellos se aman a sí mismos.

710. Ser miembro consiste en no tener vida, ser ni movimiento más que por el espíritu del cuerpo y para el cuerpo.

El miembro separado, como ya no ve al cuerpo al que pertenece, no es más que un ser que perece, moribundo. Sin embargo, cree ser un todo, y al no ver ningún cuerpo del que dependa, cree no depender más que de sí mismo y quiere hacerse centro y cuerpo él mismo. Pero como carece en sí de principio de vida, no hace más que extraviarse, y se pasma en la incertidumbre de su ser, comprendiendo que no es cuerpo, y no obstante no viendo que es miembro de un cuerpo. Finalmente, cuando consigue conocerse, es como si volviera a sí mismo y sólo se ama para el cuerpo. Y lamenta sus pasados extravíos.

Por su naturaleza no podría amar otra cosa, si no es para sí mismo y para dominarla, porque cada cosa se ama más que todo. Pero al amar al cuerpo se ama a sí mismo, porque sólo tiene ser en él, por él y para él: Qui adhaeret Deo unus spiritus est.[166]

El cuerpo ama la mano; y la mano, si tuviese una voluntad, debería amarse del mismo modo que el alma la ama. Todo amor que va más allá es injusto.

Adhaerens Deo unus spiritus est. Nos amamos porque somos miembros de Jesucristo. Se ama a Jesucristo porque es el cuerpo del que somos miembros. Todo es uno, uno está en el otro, como las tres Personas.

711. El señor de Condren: [167] no existe, dice, punto de comparación entre la unión de los santos y la de la Santísima Trinidad. Jesucristo dice lo contrario (Juan, XVII, 11).

712. La verdadera y única virtud está, pues, en odiarse (ya que somos dignos de odio por nuestra concupiscencia) y en buscar a un ser verdaderamente digno de amor para amarle. Pero, como no podemos amar lo que está fuera de nosotros, hay que amar a un ser que esté en nosotros, sin que sea lo mismo que nosotros, y eso puede aplicarse a todos y cada uno de los hombres. Ahora bien, solamente el Ser universal es así. El reino de Dios está en nosotros: el bien universal está en nosotros, es nosotros mismos, y no es nosotros.

El amor de Dios

713. Dos leyes bastan para regir toda la República cristiana, y son mejores que todas las leyes políticas.

714. Los ejemplos de las muertes generosas de los lacedemonios y otros no nos conmueven demasiado. Pues ¿qué es lo que nos enseña? Pero el ejemplo de la muerte de los mártires nos conmueve; pero ellos son «nuestros miembros». (Rom., XII, 5). Nos une a ellos un vínculo común: su resolución puede formar la nuestra, no sólo por el ejemplo, sino también porque quizá nos mereció la nuestra. No hay nada semejante en los ejemplos de los paganos: no nos une ningún vínculo con ellos; como uno no se convierte en rico por ver a un extraño que lo es, pero sí porque su padre o su marido lo son.

8. LOS CAMINOS DE LA SALVACIÓN

La verdad y la caridad

715. La comprensión de las palabras de bien y de mal.

716. Si es una ceguera sobrenatural vivir sin esforzarse por averiguar lo que somos, es una ceguera terrible vivir mal creyendo en Dios.

717. La experiencia nos enseña a ver una diferencia enorme entre la devoción y la bondad.

718. Primer peldaño: ser vituperado obrando mal y elogiado obrando bien. Segundo peldaño: no ser ni elogiado ni vituperado.

719. Obras exteriores. No hay nada más peligroso que lo que complace a Dios y a los hombres; porque los estados que complacen a Dios y a los hombres tienen una parte que complace a Dios y otra que complace a los hombres; como la grandeza de santa Teresa: lo que complace a Dios es su profunda humildad en sus revelaciones; lo que complace a los hombres son sus luces. Y así, se dedican grandes esfuerzos a imitar sus razonamientos, creyendo imitar así su condición; y por lo tanto, amar lo que Dios ama, poniéndose en el estado que Dios ama.

Es mejor no ayunar y ser humilde de corazón que ayunar y felicitarse por ello. Fariseo, publicano (Luc., XVIII, 9-14).

¿De qué me sirve recordarlo si ello puede igualmente dañarme y servirme, y que todo depende de la bendición de Dios, que sólo da a las cosas hechas para Él, y según sus reglas y en sus caminos, porque la manera de hacerlo es tan importante como lo que se hace, y tal vez más, puesto que Dios puede sacar bien del mal y que sin Dios se saca mal del bien?

720. Las condiciones más fáciles de vivir según el mundo son las más difíciles de vivir según Dios; y al contrario: nada es más difícil según el mundo que la vida religiosa; nada es más fácil que vivirla según Dios. Nada es más fácil que ocupar un alto puesto y tener grandes bienes según el mundo; y nada es más difícil que vivir así según Dios, y sin poner afición en ello.

721. El Dios de los cristianos es un Dios que hace sentir al alma que Él es su único bien, que todo su solaz está en él y que su única alegría está en amarle; y que al mismo tiempo le hace aborrecer los obstáculos que le retienen y que le impiden amar a Dios con todas sus fuerzas: el amor propio y la concupiscencia, que le entorpecen, le son insoportables. Este Dios le hace sentir que tiene este fondo de amor propio que la pierde, y que sólo Él puede sanarla.

722. Fascinatio[168] (Sab., IV, 12). Somnum suum[169] (Sal., LXXV, 6). Figura hujus mundi[170] (I Cor., VII, 31).

Inimici Dei terram lingent[171] (Sal., LXXI, 9). Los pecadores lamen la tierra, es decir, aman los placeres terrenales.

El Antiguo Testamento contenía las figuras del goce futuro, y el Nuevo contiene los medios de alcanzarlo. Las figuras eran de alegría, los medios de penitencia; y sin embargo, el cordero pascual se comía acompañado de lechugas silvestres, cum amaritudinibus (Éx., XII, 8).

Singularis sum ego donec transeam[172] (Sal. CXL, 10). Antes de su muerte, Jesucristo era casi él único mártir.

La Eucaristía. Comedes panem tuum[173] (Deut., VIII, 9). Panem nostrum[174] (Luc., XI, 3).

La penitencia

723. Es cierto que hay dolor al entrar en la piedad. Pero este dolor no se debe a la piedad que empieza a existir en nosotros, sino a la impiedad que aún queda. Si nuestros sentidos no se opusieran a la penitencia, y nuestra corrupción no se opusiera a la pureza de Dios, no habría en todo ello nada penoso para nosotros. Solamente sufrimos en la medida en que el vicio, que no es natural, resiste a la gracia sobrenatural. Nuestro corazón se siente desgarrado entre dos esfuerzos contrarios; pero sería muy injusto achacar esta violencia a Dios que nos atrae, en lugar de atribuirla al mundo que nos retiene. Como un niño, al que su madre arranca de los brazos de los ladrones, ha de amar, en el dolor que sufre, la violencia amorosa y legítima de la que le proporciona la libertad, y no detestar más que la violencia injuriosa y tiránica de los que le retienen injustamente. La guerra más cruel que Dios puede declarar a los hombres en esta vida es dejarles sin esta guerra que Él vino a traer. «Yo he venido a traer la guerra», dijo (Mat., X, 34); y en cuanto a los instrumentos de esta guerra: «Yo he venido a echar fuego en la tierra». (Luc., XII, 49). Antes de su venida, el mundo vivía en esta falsa paz.

724. La penitencia es el único de todos los misterios que fue declarado manifiestamente a los judíos, y por san Juan, precursor; y luego los demás misterios: para indicar que en cada hombre, como en el mundo entero, había de observarse este orden.

725. Contra aquellos que, confiando en la misericordia de Dios, permanecen en la molicie sin hacer buenas obras. Como las dos fuentes de nuestros pecados son el orgullo y la pereza, Dios nos ha descubierto dos virtudes que hay en Él para curarlos: su misericordia y su justicia. Lo propio de la justicia es abatir el orgullo, por santas que sean las obras, et non intres in judicium,[175] etc., y lo propio de la misericordia es combatir la pereza invitando a las buenas obras, según este pasaje: «La misericordia de Dios invita a la penitencia». (Rom., II, 4); y este otro de los ninivitas: «Hagamos penitencia, quién sabe si así Dios se apiadará de nosotros». (Jonás, III, 9). Y así no sólo la misericordia no autoriza la dejadez, sino que, por el contrario, es la virtud que la combate formalmente; de tal modo que, en lugar de decir: «Si en Dios no hubiese misericordia habría que hacer todo género de esfuerzos por la virtud», hay que decir por el contrario que puesto que en Dios hay misericordia, hay que hacer todo género de esfuerzos.

726. La única ciencia que va contra el sentido común y la naturaleza de los hombres es la única que siempre ha subsistido entre los hombres.

727. La única religión contra la naturaleza, contra el sentido común, contra nuestros placeres, es la única que siempre ha existido.

9. JESUCRISTO

728. No sólo es imposible, sino inútil conocer a Dios sin Jesucristo. No se han alejado de Él, sino que se han acercado; no se han humillado, sino.

Quo quisque optimus, eo pessimus, si hoc ipsum, quod sit est, adscribat sibi.[176]

729. No sólo no conocemos a Dios más que por Jesucristo, sino que incluso sólo nos conocemos a nosotros mismos por Jesucristo. Sólo conocemos la vida y la muerte por Jesucristo. Fuera de Jesucristo no sabemos lo que es ni nuestra vida, ni nuestra muerte, ni Dios, ni nosotros mismos.

Así, sin la Escritura, cuyo único objeto es Jesucristo, no sabemos nada y no vemos más que oscuridad y confusión en la naturaleza de Dios y en nuestra propia naturaleza.

730. Dios por Jesucristo. Sólo conocemos a Dios por medio de Jesucristo. Sin este Mediador quedamos privados de toda comunicación con Dios; por Jesucristo conocemos a Dios. Los que pretendían conocer a Dios y probarlo sin Jesucristo no tenían más que pruebas impotentes. En cambio, para probar a Jesucristo contamos con las profecías, que son pruebas sólidas y palpables. Y como estas profecías se cumplieron y quedaron verdaderamente certificadas por la venida de Cristo, indican la certidumbre de estas verdades, y por lo tanto son pruebas de la divinidad de Jesucristo. En Él y por Él conocemos, pues, a Dios. Sin Él y sin la Escritura, sin el pecado original, sin Mediador necesario, prometido y encarnado, no es posible probar la existencia de Dios, ni enseñar buena doctrina ni buena moral. Pero por Jesucristo y en Jesucristo se demuestra a Dios y se enseña la moral y la doctrina. Jesucristo es, pues, el verdadero Dios de los hombres.

Pero conocemos al mismo tiempo nuestra miseria, porque este Dios no es más que el Reparador de nuestra miseria. Por lo tanto para conocer bien a Dios hay que conocer nuestras iniquidades. Así, los que conocieron a Dios sin conocer sus pecados, no le glorificaron, sino que se glorificaron a sí mismos. Quia non cognovit per sapientiam, placuit Deo per stultitiam praedicationis salvos facere.[177]

731. Considerar a Jesucristo en todas las personas y en nosotros mismos: Jesucristo como padre en su padre, Jesucristo como hermano en sus hermanos, Jesucristo como pobre en los pobres, Jesucristo como rico en los ricos, Jesucristo como doctor y sacerdote en los sacerdotes, Jesucristo como soberano en los príncipes, etc. Porque Él es por su gloria todo lo que es grande, ya que es Dios, y por su vida mortal es todo lo miserable y abyecto de este mundo. Para eso tomó esa desventurada condición, para poder ser en todas las personas, y modelo de todas las condiciones.

732. Amo a todos los hombres como hermanos míos porque todos han sido redimidos. Amo la pobreza porque Él la amó. Amo los bienes porque dan los medios de socorrer a los necesitados. Guardo fidelidad a todo el mundo. No devuelvo el mal a los que me lo hacen; sino que les deseo una condición semejante a la mía en la que no recibo mal ni bien por parte de los hombres. Trato de ser justo, veraz, sincero y fiel a todos los hombres; y siento especial afecto en mi corazón por aquellos a quienes Dios me ha unido más estrechamente; y, ya me encuentre solo, ya ante la vista de los hombres, tengo en todos mis actos la visión de Dios que debe juzgarlas, y a quien las he consagrado todas.

Éstos son mis sentimientos, y todos los días de mi vida bendigo a mi Redentor que me los ha infundido, y que, de un hombre lleno de flaquezas, de miserias, de concupiscencia, de orgullo y de ambición, ha hecho un hombre libre de todos estos males por la virtud de su gracia, a la que se debe toda la gloria, porque míos no son más que la bajeza y el error.

733. Dignior plagis quam osculis, non timeo quia amo.[178]

734. Parece que Jesucristo sólo deja tocar sus heridas después de haber resucitado: Noli me tangere.[179] Sólo hay que unirse a sus sufrimientos.

Se da a comulgar como mortal en la Cena, como resucitado a los discípulos de Emaús, como subido al cielo a toda la Iglesia.

735. Sepulcro de Jesucristo. Jesucristo estaba muerto, pero ante la vista de todos, en la cruz. Está muerto y oculto en el sepulcro.

Jesucristo sólo fue sepultado por santos.

Jesucristo no hizo ningún milagro en el sepulcro.

Sólo santos entran allí.

Allí es donde Jesucristo adquiere una nueva vida, no en la cruz.

Es el último misterio de la Pasión y de la Redención.

En esta tierra Jesucristo no tuvo más lugar donde reposar que el sepulcro.

Sus enemigos sólo dejaron de acosarle en el sepulcro.

El misterio de Jesús

736. El misterio de Jesús. Jesús sufre en su pasión los tormentos que le causan los hombres; pero en la agonía sufre los tormentos que se da a sí mismo: turbare semetipsum.[180] Es un suplicio de una mano que no es humana, sino todopoderosa, y que hay que ser todopoderoso para soportar.

Jesús busca algún consuelo, al menos en sus tres amigos más queridos, y éstos duermen; les pide que velen un poco con Él, y le abandonan de un modo total, con tan poca compasión que ni siquiera podía impedirles dormir un momento. Y así se dejaba a Jesús completamente solo, abandonado a la cólera de Dios.

Jesús está solo en la tierra, no sólo no hay nadie que sienta y comparta su dolor, sino que ni siquiera hay alguien que lo conozca: el cielo y Él son los únicos que lo conocen.

Jesús está en un huerto, en un jardín, no de delicias como el primer Adán, donde se perdió él y todo el género humano, sino en uno de suplicios, donde se salva con todo el género humano.

Sufre este dolor y este abandono en el horror de la noche.

Creo que Jesús únicamente se quejó en esta ocasión. Pero entonces se queja como si ya no pudiese contener un dolor excesivo. «Mi alma está triste hasta la muerte.»[181]

Jesús busca compañía y consuelo entre los hombres. Esto me parece que es un hecho único en toda su vida. Pero no se la dan, porque sus discípulos duermen.

Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: no hay que dormir durante este tiempo.

Jesús, en medio de ese abandono universal y de sus amigos escogidos para velar con Él, al encontrarles durmiendo se enoja a causa del peligro no que le hacen correr a Él, sino a ellos mismos, y les aconseja por su propia salvación y por su bien con un afecto cordial que contrasta con su ingratitud, y les dice que el espíritu está pronto, pero la carne es flaca.[182]

Jesús, al volverles a encontrar durmiendo, a pesar de lo que les había dicho de ellos y de sí mismo, tiene la bondad de no despertarles, y les deja descansar.

Jesús ora en la incertidumbre de la voluntad del Padre, y teme a la muerte; pero al conocer esta voluntad, se adelanta para cumplirla y ofrecerse: Eamus. Processit[183] (Joannes).

Jesús rogó a los hombres y éstos no le escucharon.

Jesús, mientras sus discípulos dormían, obró su salvación. Como lo hizo a cada uno de los justos mientras dormían, y en la nada anterior a su nacimiento, y en los pecados posteriores a su nacimiento.

Sólo una vez pide que pase de Él aquel cáliz, y lo hace con sumisión, y dos veces dice que está dispuesto si es necesario.

Jesús en la angustia.

Jesús, viendo a todos sus amigos dormidos y a todos sus enemigos alerta, se pone por completo en manos de su Padre.

Jesús no ve en Judas su traición, sino la voluntad de Dios que Él abraza, y ve tan poca traición en Judas que le llama amigo.

Jesús se aparta de sus discípulos para entrar en la angustia; como hay que apartarse con violencia de los más próximos y de los más íntimos para imitarle.

Como Jesús en la angustia y en las mayores congojas, oremos sin descanso.

Imploramos la misericordia de Dios, no para que nos deje en paz con nuestros vicios, sino para que nos libre de ellos.

Si Dios nos señalase personalmente unos amos, ¿cómo no íbamos a obedecerles de buen grado? Pues la necesidad y las circunstancias son infaliblemente lo mismo.

—«Consuélate, no me buscarías si ya me hubieses encontrado. Pensaba en ti en mi agonía, vertí aquellas gotas de sangre por ti.

»Es tentarme más que ponerte a prueba, imaginar que harías bien tal o cual cosa que no sucede: Yo la haré en ti si sucede.

»Déjate guiar por mis mandatos; mira cómo guie bien a la Virgen y a los santos que me dejaron obrar en ellos.

»El Padre ama todo lo que Yo hago.

¿Quieres que siga costándome sangre mi humanidad, sin que tú des lágrimas?

»Tu conversión es tarea mía; no temas nada y ora con confianza como para mí.

«Estoy contigo por mi palabra en la Escritura, por mi espíritu en la Iglesia y por las inspiraciones, por mi poder en los sacerdotes, por mi oración en los fieles.

»Los médicos no te sanarán; porque finalmente morirás. Pero soy Yo quien sana y hace inmortal el cuerpo.

«Sufre las cadenas y la servidumbre corporal; ahora yo no te libro más que de la espiritual.

»Soy más amigo tuyo que éste o aquél; porque he hecho por ti más que ellos, y ellos no te tolerarían lo que Yo he tolerado de ti, y no morirían por ti en el tiempo de tus infidelidades y crueldades, y como hice y estoy dispuesto a hacer y hago, en mis elegidos y en el Santísimo Sacramento.

»Si conocieses tus pecados, te desalentarías».

—Me desalentaré, pues, Señor, porque creo en su malicia, ya que Vos me lo decís.

—«No, porque Yo, por quien tú sabes esas cosas, puedo curarte de tus pecados, y el hecho de que te lo diga es un indicio de que te quiero curar. A medida que los expíes los conocerás, y se te dirá: Mira, los pecados que te son perdonados. Haz, pues, penitencia por tus pecados ocultos y por la malicia oculta de los que conoces».

—Señor, yo os lo doy todo.

—«Yo te amo más aún de lo que tú amabas tus impurezas, ut immundus pro luto.[184]

»Que la gloria sea para mí, y no para ti, gusano y tierra.

»Di a tu director que mis propias palabras te son ocasión de mal, de vanidad o de curiosidad».

—Veo mi abismo de orgullo, de curiosidad, de concupiscencia. No hay ninguna proporción entre Dios y yo, entre el justo Jesucristo y yo. Pero £1 se hizo pecado por mí; todos vuestros azotes cayeron sobre Él. Es más abominable que yo, y en vez de aborrecerme se considera honrado porque yo vaya a Él y le socorra. Pero Él mismo se sanó, y con mayor razón me sanará. Hay que añadir mis llagas a las suyas, y unirme a Él, y Él me salvará al salvarse. Pero no hay que añadir más en el futuro.

Eritis sicut dii scientes bonum et malum.[185] Todo el mundo hace de Dios al juzgar: «Esto es bueno o malo», y al afligirse o alegrarse demasiado por lo que sucede.

Hacer las cosas pequeñas como si fueran grandes, a causa de la majestad de Jesucristo, que las hace en nosotros y que vive nuestra vida; y las grandes como pequeñas y fáciles, a causa de su omnipotencia.

737. «No te compares a los demás, sino a mí. Si no me encuentras en aquellos con quienes te comparas, te comparas con alguien abominable. Si me encuentras en ellos, compárate. Pero ¿qué es lo que compararás? ¿Tú o Yo en ti? Si eres tú, es alguien abominable. Si soy Yo, me comparas conmigo mismo. Porque Yo soy Dios en todo.

»A menudo te hablo y te aconsejo porque tu guía no te puede hablar; porque no quiero que te falte guía. Y quizá lo hago movido por sus oraciones, y así él te guía sin que tú lo veas.

»No me buscarías si ya me poseyeras. O sea que no te inquietes».