1. LOS FILÓSOFOS
371. Ex senatus-consultis et plebiscitis scelera exercentur.[59] Sén., 588. Pedir pasajes parecidos.
Nihil tam absurde dici potest quod non dicatur ab aliquo philosophorum.[60] Divin.
Quibusdam destinatis sententiis consecrati quae non probant coguntur defendere.[61] Cic.
Ut omnium rerum sic litterarum quoque intemperantia laboramus.[62] Sén.
Id maxime quemque decet, quod est cujusque suum maxime.[63] Sén., 558.
Hos natura modos primum dedit. [64] Geórg.
Paucis opus est litteris ad bonam mentem.[65]
Si quando turpe non sit, tamen non est non turpe quum id a multitudine laudetur.[66]
Mihi sic usus, tibi ut opus est facto,[67] fac. Ter.
372. Rarum est enim ut satis se quisque vereatur.[68]
Tot circa unum caput tumultuantes deos.[69]
Nihil turpius quam cognitioni assertionem praecurrere.[70] Cic.
Nec me pudet ut istos jateri nescire quid nesciam.[71]
Melius non incipient.[72]
373. Las tres concupiscencias han formado tres sectas, y los filósofos no han hecho otra cosa que seguir una de las tres concupiscencias.
374. Estoicos. Sacan la conclusión de que se puede hacer siempre lo que alguna vez ha sido posible hacer, y que, puesto que el deseo de la gloria puede hacer obrar bien a los que posee, los otros también podrán imitarles: son movimientos febriles que la salud no puede imitar.
Epicteto concluye del hecho de que haya cristianos constantes que todo el mundo puede también serlo (Col., IV, 7).
375. El soberano bien. Disputa del soberano bien. Ut sis contentus temetipso et ex te nascentibus bonis.[73] Aquí caen en la contradicción, porque en resumidas cuentas aconsejan matarse. ¡Oh, qué vida más feliz aquélla de la que uno se libra como de la peste!
376. Lo que proponen los estoicos es tan difícil y tan inútil…
Los estoicos afirman: Todos aquellos que no han alcanzado un alto grado de sabiduría son igualmente locos y viciosos, como los que sólo se sumergen dos dedos en el agua.
377. Filósofos. ¿De qué sirve gritar a un hombre que no se conoce que vaya por su propio impulso hacia Dios? ¿Y de qué sirve decirlo a un hombre que se conozca?
378. Búsqueda del verdadero bien. La mayor parte de los hombres pone el bien en la fortuna y en los bienes exteriores, o al menos en la diversión. Los filósofos han demostrado la vanidad de todo eso, y han identificado el bien con lo que han podido.
379. Contra los filósofos que tienen a Dios sin Jesucristo.
Filósofos. Creen que Dios es el único digno de ser amado y admirado, y desean ser amados y admirados por los hombres; y no conocen su corrupción. Si se sienten llenos de sentimientos para amarle y adorarle, y encuentran en ello su goce principal, que se consideren buenos, me parece bien. Pero si se juzgan repugnantes, si no sienten ninguna inclinación a buscar la estima de los hombres, y, por toda perfección, se empeñan solamente en que, sin forzar a los hombres, éstos encuentren su felicidad en amarles, yo diría que esta perfección es horrible. ¡O sea que han conocido a Dios y no desean únicamente que los hombres le amen, sino que pretenden que los hombres se conformen con ellos! ¡Quieren ser el objeto de la dicha voluntaria de los hombres!
Dogmáticos y pirronianos
380. Si todas las noches soñamos lo mismo, nuestro sueño acabará afectándonos tanto como los objetos que vemos todos los días. Y si un artesano estuviese seguro de soñar todas las noches, durante doce horas, que es rey, supongo que sería casi tan dichoso como un rey que soñase todas las noches, durante doce horas, que es un artesano.
Si todas las noches soñásemos que nos persiguen nuestros enemigos y nos viésemos así atormentados por tan horribles fantasmas, y luego pasáramos todos los días en diversas ocupaciones, como cuando se viaja, sufriríamos casi tanto como si ello fuese de verdad, y temeríamos el sueño como se teme el despertar cuando se teme entrar en tales desgracias efectivas. Y en efecto, sufriríamos más o menos los mismos males que la realidad.
Pero como los sueños son todos diferentes, y uno mismo se diversifica, lo que vemos en ellos nos afecta mucho menos de lo que se ve durante la vigilia a causa de la continuidad, que sin embargo no es tan continua e igual que no cambie también, pero menos bruscamente, salvo en excepciones como cuando se viaja; y entonces se dice: «Me parece estar soñando»; porque la vida es un sueño un poco menos inconstante.
381. El sentido común. Se ven obligados a decir: «No obráis de buena fe; no dormimos, etc». ¡Cómo me gusta ver a esta soberbia razón humillada y suplicante! Porque no es así como habla un hombre a quien se disputa lo que es suyo por derecho, y que defiende con las armas y con todas sus fuerzas. No se entretiene en decir que no se actúa de buena fe, sino que castiga esta mala fe con la fuerza.
382. Es posible que haya verdaderas demostraciones; pero no es seguro. Por lo tanto lo único que se demuestra es que no es seguro que todo sea inseguro, a mayor gloria del pirronismo.
383. Contra el pirronismo. Es muy extraño que no se puedan definir estas cosas sin oscurecerlas. Hablamos de ellas continuamente. Suponemos que todos las conciben de la misma manera; pero lo suponemos muy gratuitamente, porque no tenemos ninguna prueba de ello. Lo que sí veo es que se aplican estas palabras en las mismas ocasiones, y que cada vez que dos hombres ven que un cuerpo cambia de lugar, ambos expresan la visión de este mismo objeto con la misma palabra, diciendo uno y otro que se mueve; y de esta conformidad de aplicación se hace una importante conjetura de una conformidad de ideas; pero ello no es absolutamente convincente, deja algún resquicio para la duda, aunque podríamos apostar que es así, puesto que sabemos que a menudo se sacan las mismas consecuencias de suposiciones distintas.
Ello basta para confundir un poco la materia; no porque eso apague por completo la claridad natural que nos permite conocer esas cosas: los académicos habrían ganado; pero algo la oscurece y turba a los dogmáticos, favoreciendo a la camarilla pirroniana, y ello consiste en una ambigüedad engañosa, en una cierta oscuridad dudosa, de la que nuestras dudas no pueden eliminar toda claridad, ni nuestras luces naturales expulsar todas las tinieblas.
384. El pirronismo es lo verdadero. Porque al fin y al cabo los hombres, antes de Jesucristo, no sabían dónde estaban ni si eran grandes o pequeños. Y los que decían algo no sabían nada, y adivinaban sin razón y por azar; e incluso se equivocaban siempre excluyendo una u otra cosa.
Quod ergo ignorantes quaeritis, religio anrumtiat vobis.[74]
385. ¡Dios mío! ¡Qué razonamientos más necios! ¿Es posible que Dios haya hecho el mundo para condenarlo? ¿Se puede pedir tanto de seres tan débiles?, etc. El pirronismo es el remedio a este mal, y humillará tal vanidad.
386. Pirroniano por obstinado.
387. Conversación. Grandes palabras: la religión, yo la niego.
Conversación. El pirronismo sirve para la religión.
388. Nadie más ha sabido que el hombre es el más elevado de los seres de la creación. Unos, que conocían bien la realidad de su superioridad, tomaron por cobardía e ingratitud las opiniones ruines que los hombres tienen naturalmente de sí mismos; y los otros, que conocieron bien hasta qué punto esta bajeza es afectiva, juzgaron de una soberbia ridiculez esas ansias de grandeza que son también naturales en el hombre.
«Alzad los ojos hacia Dios», dicen unos; «mirad a Aquél a quien os parecéis y que os creó para que le adorarais. Podéis haceros semejantes a Él. La sabiduría os igualará a Él si queréis imitarle». «Levantad la cabeza, hombres libres», dice Epicteto. Y los otros le dicen: «Bajad vuestros ojos hacia la tierra, porque sois viles gusanos, y contemplad los animales de los que sois compañeros».
¿Cómo es, pues, el hombre? ¿Es igual a Dios o a los animales? ¡Qué espantosa distancia! ¿Qué somos? ¿Quién no ve por todo eso que el hombre anda perdido, que ha caído de su lugar y que lo busca con inquietud, sin que pueda volver a encontrarlo? ¿Y quién le encaminará hacia allí? Los mayores de los hombres no lo han conseguido.
389. Todos sus principios son verdaderos, los de los pirronianos, los estoicos, los ateos, etc. Pero sus conclusiones son falsas, porque los principios opuestos son verdaderos también.
390. Filósofos. Estamos llenos de cosas que nos arrojan fuera de nosotros.
Nuestro instinto nos hace sentir que hay que buscar la felicidad fuera de nosotros. Nuestras pasiones nos empujan hacia afuera, aun cuando los Objetos no se ofreciesen para excitarlas. Los objetos de fuera nos tientan por sí mismos y nos llaman, aunque nosotros no pensemos en ellos. Y así, por mucho que los filósofos digan: «Retiraos en vosotros mismos, allí encontraréis vuestro bien», no se les cree; y quienes les creen son los más hueros y los más necios.
391. Los estoicos dicen: «Meteos dentro de vosotros mismos; allí encontraréis el reposo». Y eso no es verdad.
Los otros dicen: «Salid afuera: buscad la dicha divirtiéndoos». Y eso tampoco es verdad. Vienen las enfermedades.
La dicha no está ni fuera de nosotros ni dentro de nosotros; está en Dios, a la vez fuera y dentro de nosotros.
392. Los filósofos no prescribían sentimientos proporcionados a los dos estados.
Inspiraban impulsos de grandeza pura, y ésta no es la condición del hombre.
Inspiraban impulsos de bajeza pura, y ésta no es la condición del hombre.
Se requieren impulsos de bajeza, no de naturaleza, sino de penitencia, no para permanecer en ellos, sino para elevarnos a la grandeza. Se requieren impulsos de grandeza, no de mérito, sino de gracia, y después de haber pasado por la bajeza.
2. LAS RELIGIONES
393. Al ver la ceguera y la miseria del hombre, al contemplar todo el universo mudo, y al hombre sin luz, abandonado a sí mismo y como extraviado en este rincón del universo, sin saber quién le ha puesto aquí, qué es lo que ha venido a hacer, qué será de él cuando muera, incapaz de todo conocimiento, se apodera de mí el espanto, como un hombre a quien hubieran llevado dormido a una isla desierta y terrible, y que se despertara sin saber dónde está y sin medios de salir de allí. Y por eso me admira ver cómo nadie se desespera ante una condición tan miserable. Veo a otras personas junto a mí, de una naturaleza parecida: les pregunto si saben más que yo; me dice que no; y esos desventurados perdidos, después de mirar a su alrededor, al ver que tienen cerca algunos objetos agradables, se entregan a ellos, se les apegan. En cuanto a mí, no he podido apegarme a nada, y teniendo en cuenta hasta qué punto hay más apariencia que otra cosa en todo lo que veo, me he empeñado en averiguar si Dios no ha dejado alguna señal suya.
Veo varias religiones contrarias, y por lo tanto todas falsas, excepto una. Cada una de ellas quiere ser creída por su propia autoridad y amenaza a los incrédulos. En consecuencia no les doy crédito. Cada cual puede decir eso, cada cual puede llamarse profeta. Pero veo la cristiana en la que encuentro profecías, y esto es lo que todas no pueden hacer.
394.
395. Para las religiones hay que ser sincero: verdaderos paganos, verdaderos judíos, verdaderos cristianos.
396. Falsedad de las otras religiones. Carecen de testigos. Éstas los tienen. Dios desafía a las demás religiones a aportar semejantes indicios (Isaías, XLIII, 9; XLIV, 8).
397. Historia de la China. Sólo creo en las historias cuyos testigos se dejarían degollar.
¿Cuál es más creíble de los dos, Moisés o la China?
No se trata de ver esto a grandes rasgos. Os digo que hay cosas que ciegan y cosas que iluminan.
Con una sola frase echo por tierra todos vuestros razonamientos. «Pero la China oscurece», decís; y yo respondo: «La China oscurece, pero hay ahí una claridad que puede encontrarse; buscadla».
Así, todo lo que decís contribuye a una de las ideas, y no ataca a la otra. Así sirve y no daña.
Conviene, pues, ver esto en detalle; pongamos las cartas sobre la mesa.
398. Contra la historia de la China. Los historiadores de México; los cinco soles, el último de los cuales existió hace solamente ochocientos años (Mont., III, 6).
Diferencia de un libro recibido de un pueblo o que forma a un pueblo.
399. Mahoma sin autoridad. Sus razones tendrían que ser muy poderosas, ya que no dispone más que de su propia fuerza.
¿Y qué nos dice? ¡Que hay que creerle!
400. No pretendo que se juzgue a Mahoma por lo que contiene de oscuro, y que puede hacerse pasar por un sentido misterioso, sino por lo que hay en él de claro, por su paraíso, y por todo lo demás. Esto es lo que le hace ridículo. Y por este motivo no es justo tomar sus oscuridades por misterios, dado que sus claridades son ridículas.
No sucede lo mismo con la Escritura. Admito que contiene oscuridades que pueden parecer tan extrañas como las de Mahoma; pero contiene también claridades admirables, y profecías manifiestas y cumplidas. O sea que no pueden equipararse. No hay que confundir e igualar las cosas que sólo se parecen por la oscuridad, y no por la claridad, que merece que se reverencien las oscuridades.
401. Contra Mahoma. El Corán no es más obra de Mahoma que el Evangelio lo es de san Mateo, porque diversos autores lo citan de siglo en siglo; incluso los enemigos, como Celso y Porfirio, nunca han dejado de reconocerlo.
Ahora bien, el Corán dice que san Mateo era hombre de bien. Por lo tanto era un falso profeta, ya fuera llamando gente de bien a los malvados, ya fuera no estando de acuerdo en lo que dijeron de Jesucristo.
402. Diferencia entre Jesucristo y Mahoma. Mahoma no predijo; Jesucristo predijo.
Mahoma matando; Jesucristo haciendo que mataran a los suyos.
Mahoma prohibiendo leer; los apóstoles ordenando que se leyera (I Tim., IV, 13).
En resumen, son posiciones tan contrarias, que Mahoma siguió el camino del triunfo humano, y Jesucristo el de perecer humanamente; y en vez de sacar la conclusión de que puesto que Mahoma triunfó, Jesucristo bien pudo triunfar, hay que decir que puesto que Mahoma triunfó, Jesucristo debía perecer.
403. Todo hombre puede hacer lo que hizo Mahoma; porque no hizo ningún milagro; nadie predijo su vida. Nadie puede hacer lo que hizo Jesucristo.
404. Los salmos cantados por toda la tierra.
¿Quién da testimonio de Mahoma? Él mismo. Jesucristo quiere que su testimonio no sea nada (Juan, V, 31).
La calidad de testigos hace que tengan que existir siempre y en todas partes; y, miserable, él está solo.
3. EL PUEBLO JUDÍO
Sus ventajas
405. Orden. Ver lo que hay de claro en todo el estado de los judíos, y de indiscutible.
406. Esto es concluyente. Mientras todos los filósofos se separan en diferentes sectas, hay en un rincón del mundo personas que son las más antiguas del mundo, afirmando que todo el mundo está en el error, que Dios les reveló la verdad y que ésta existirá siempre en la tierra. En efecto, todas las demás sectas se agotan, ésta dura sin cesar y desde hace cuatro mil años.
Dicen: que saben por sus antepasados que el hombre perdió la comunicación con Dios, hasta caer en un completo alejamiento de Dios, pero que Éste prometió redimirlo, y que esta doctrina durará para siempre; que su ley tiene un doble significado; que durante mil seiscientos años ha habido entre ellos personas a quienes consideraron profetas, que predijeron el tiempo y el modo; que cuatrocientos años después fueron dispersados por toda la tierra, porque Jesucristo tenía que ser reconocido en todas partes; que desde entonces los judíos viven dispersos, malditos en todas partes, y sin embargo subsistiendo.
407. Veo la religión cristiana fundada en una religión precedente, y esto es lo que me parece efectivo.
No hablo aquí de los milagros de Moisés, de Jesucristo y de los apóstoles, porque en un principio pueden no parecer convincentes, y aquí sólo quiero poner en evidencia todos los fundamentos de esta religión cristiana que son indudables, y que nadie puede poner en duda. Es seguro que encontramos en diversos lugares del mundo un pueblo particular, separado de todos los demás pueblos del mundo, que se llama el pueblo judío.
Veo, pues, fundadores de religiones en diversos lugares del mundo y en todas las épocas, pero no tienen ni una moral que pueda agradarme, ni pruebas capaces de convencerme, y así rechazo por igual la religión de Mahoma y la de la China, la de los antiguos romanos y la de los egipcios, por la única razón de que ninguna de ellas posee más indicios de verdad que otra, ni nada que me convenza necesariamente, de tal modo que la razón no puede inclinarse por una en vez de por otra.
Pero al reflexionar así sobre esta inconstante y extraña variedad de costumbres y de creencias en los tiempos más diversos, descubro en un rincón del mundo un pueblo diferente, separado de todos los demás pueblos de la tierra, el más antiguo de todos, y cuyas historias preceden en varios siglos a las más antiguas que conocemos.
Veo, pues, a este pueblo grande y numeroso, salido de un solo hombre, que adora a un solo Dios, y que se rige por una sola ley que, según dicen, procede de Él. Afirman que son los únicos del mundo a los que Dios reveló sus misterios, que los hombres están corrompidos y que cayeron en desgracia ante Dios, que están todos abandonados a sus sentidos y a su propio entendimiento, y que a eso se deben los portentosos extravíos y los cambios continuos que se dan entre ellos, así como los cambios de religiones y de costumbres, mientras ellos permanecen inmutables en su proceder; pero que Dios no dejará eternamente a los demás pueblos en estas tinieblas, que vendrá un libertador para todos, que están en el mundo para anunciarlo a los hombres, que les crearon ex profeso para ser los nuncios y los heraldos de tan gran acontecimiento, y para llamar a todos los pueblos con el fin de que se unan a ellos en la espera de este libertador.
El descubrimiento de este pueblo me maravilla y me parece digno de atención. Examino esta ley que ellos se jactan de que procede de Dios, y la encuentro admirable. Es la primera de todas las leyes, de tal modo que incluso antes de que la palabra ley estuviera en uso entre los griegos, hacía ya cerca de mil años que la habían recibido y que la observaban sin interrupción. Así me parece extraordinario que la primera ley del mundo resulte ser también la más perfecta, hasta el punto de que los más grandes legisladores la han imitado para las suyas, como se advierte en la ley de las Doce Tablas de Atenas, que más tarde fue adoptada por los romanos, y como sería fácil de probar si Josefo (Ap., II, 16) y otros no hubiesen ya tratado sobradamente este asunto.
408. Ventajas del pueblo judío. En esta investigación el pueblo judío empieza por atraer mi atención por multitud de cosas admirables y singulares que se dan en él.
Para empezar, veo que es un pueblo compuesto enteramente de hermanos, y así como todos los demás están formados por la reunión de una infinidad de familias, éste, aun siendo tan prodigiosamente abundante, salió todo de un único hombre, y, siendo todos de la misma carne y miembros los unos de los otros, componen un poderoso estado de una sola familia. Esto es único.
Esta familia o este pueblo es el más antiguo del que han tenido conocimiento los hombres; lo cual a mi entender les atrae una veneración particular, y principalmente en la búsqueda a la que nos entregamos, aunque Dios se haya comunicado en todas las épocas con los hombres, hay que recurrir a éstos para conocer tal tradición.
Este pueblo no sólo es considerable por su antigüedad sino que también es singular en cuanto a duración, que se ha mantenido siempre desde su origen hasta ahora. Pues, así como los pueblos de Grecia y de Italia, de Lacedemonia, de Atenas, de Roma y los otros que se han sucedido posteriormente han desaparecido hace ya mucho tiempo, éstos subsisten, y a pesar de los intentos de tantos reyes poderosos que cien veces han tratado de exterminarlos, como lo atestiguan sus historiadores, y como es fácil observar por el orden natural de las cosas, durante un número tan dilatado de años, a pesar de todo se han mantenido (y esta conservación había sido anunciada); y extendiéndose desde los primeros tiempos hasta los últimos, su historia contiene en su duración la de todas nuestras historias.
La ley por la que se rige este pueblo es a un tiempo la ley más antigua del mundo, la más perfecta y la única que siempre se ha guardado sin interrupción en un Estado. Tal es lo que Josefo demuestra admirablemente contra Apión (II, 39) y Filón judío en diversos lugares, donde se echa de ver que es tan antigua que el mismo nombre de ley sólo fue conocido de los más antiguos más de mil años después; de tal suerte que Homero, que escribió la historia de tantos Estados, jamás se sirvió de esta palabra. Y es fácil juzgar su perfección por la simple lectura, por la que vemos que se han previsto todas las cosas con tanta sabiduría, tanta equidad y discernimiento, que los más antiguos legisladores griegos y romanos, debido a que algo se les alcanzó de esta ley, la imitaron en sus leyes principales; lo cual se advierte en la que llaman de las Doce Tablas, sin contar las demás pruebas que de ello da Josefo.
Pero esta ley es al mismo tiempo la más severa y la más rigurosa de todas en lo referente al culto de su religión, obligando a este pueblo, con el fin de mantenerlo fiel a su deber, a mil cumplimientos particulares y penosos, bajo pena de muerte; de tal modo que nada más asombroso que se haya conservado siempre de manera constante durante tantos siglos por un pueblo rebelde e impaciente como éste, mientras que todos los demás Estados cambiaban de vez en cuando sus leyes, a pesar de ser mucho más fáciles.
El libro que contiene esta ley, la primera de todas, es a su vez el libro más antiguo del mundo, ya que los de Homero, Hesíodo y los demás no se escribieron hasta seis o setecientos años después.
409. Después de la creación y el diluvio, cuando Dios ya no debía volver a destruir el mundo, como tampoco a volverlo a crear ni a manifestarse de un modo clamoroso, empezó a establecer un pueblo en la tierra, formado ex profeso, que debía durar hasta el pueblo que formase el Mesías por su espíritu.
El libro de este pueblo
410. Cuando la creación del mundo empezaba a ser un hecho lejano, Dios suscitó un historiador único contemporáneo y encomendó a todo un pueblo la guarda de este libro, con objeto de que esta historia fuese la más auténtica del mundo y que todos los hombres pudiesen aprender por ella algo que era muy necesario saber, y que no podía saberse de otro modo.
411. Si la fábula de Esdras es creíble, hay que creer que la Escritura es una Escritura santa; porque esta fábula sólo se funda en la autoridad de los que afirman la de los Setenta, que demuestra que la Escritura es santa.
Así, pues, si este relato es verdadero ya sabemos a qué atenernos; si no lo es, hay que recurrir a otras fuentes. Y así, los que quisieran arruinar la verdad de nuestra religión, fundada en Moisés, la establecen por la misma autoridad por la que la atacan. De este modo, por tal providencia, subsiste sin cesar.
412. Antigüedad de los judíos. ¡Qué diferencia entre un libro y otro! No me extraña que los griegos compusieran la Ilíada y los egipcios y los chinos sus historias.
Basta con ver cómo nació esto. Estos historiadores fabulosos no son contemporáneos de las cosas acerca de las que escriben. Homero escribe una novela que nos presenta como tal, y que como tal leemos; porque nadie dudaba de que Troya y Agamenón no habían existido, como no existió la manzana de oro. Tampoco pensaba en escribir una historia, sino solamente una obra de entretenimiento. Es el único que escribe en su tiempo; la belleza de la obra la hace duradera; todo el mundo la lee y habla de ella; hay que conocerla; todo el mundo se la sabe de memoria. Cuatrocientos años después, los testigos de aquello ya no viven; ya nadie sabe por su experiencia si aquello es una fábula o una historia: lo único que saben es que se la enseñaron sus antepasados; por lo tanto puede pasar por verdadero.
Toda historia que no sea contemporánea es sospechosa; así, los libros de las Sibilas y de Trimegisto, y tantos otros que gozaron de crédito en el mundo, son falsos y se han revelado falsos con el paso del tiempo. No sucede lo mismo con los autores contemporáneos.
No hay poca diferencia entre un libro que escribe un hombre y que entrega al pueblo, y un libro que hace por sí mismo un pueblo. No es posible dudar que el libro sea tan antiguo como el pueblo.
413. La religión pagana hoy en día carece de fundamento. Se dice que antaño lo tuvo por lo que decían los oráculos. Pero ¿cuáles son los libros que nos lo atestiguan? ¿Son tan dignos de fe por la virtud de sus autores? ¿Se han conservado tan cuidadosamente que pueda asegurarse que no están corrompidos?
La religión mahometana tiene por fundamento el Corán y Mahoma. Pero este profeta, que debía ser la última espera del mundo, ¿fue anunciado? ¿Qué señal tiene que no tenga también cualquier hombre que quiera llamarse profeta? ¿Qué milagros dice él mismo haber hecho? ¿Qué misterios enseñó, según su misma tradición? ¿Qué moral y qué felicidad?
La religión judía ha de considerarse diferentemente en la tradición de los Libros Santos y en la tradición del pueblo. La moral y la felicidad resulta ridícula en la tradición del pueblo; pero es admirable en la de los Libros Santos. (Y toda religión es igual: porque la cristiana es muy diferente en los Libros Santos y en los casuistas). Su fundamento es admirable: es el libro más antiguo del mundo, y también el más auténtico; y así como Mahoma, para hacer que el suyo durara prohibió leerlo, Moisés, para hacer que el suyo durara, ordenó a todo el mundo que lo leyera.
Nuestra religión es tan divina que su fundamento fue otra religión divina.
4. LA DIFICULTAD
414. «Esto es lo que veo y lo que me turba. Miro por doquier y por todas partes veo solamente oscuridad. La naturaleza no me ofrece nada que no sea materia de duda y de inquietud. Si no viese nada que indicase la existencia de una Divinidad, me decidiría por negarla; si viese por todas partes señales de la existencia de un Creador, descansaría en paz en la fe. Pero viendo demasiado para negar y demasiado poco para cerciorarme, me encuentro en un estado lastimoso en el que cien veces he deseado que, si un Dios está detrás del mundo, se manifestara sin equívoco, y que, si las manifestaciones que da el mundo son engañosas, se suprimieran del todo; que se diga todo o nada, a fin de que pueda decidir qué camino seguiré. Pero en el estado en que me veo, ignorando lo que soy y lo que debo hacer, no conozco ni mi condición ni mi deber. Mi corazón aspira todo él a conocer dónde está el verdadero bien para seguirlo. Nada me resultaría demasiado difícil para la eternidad».
«Envidio a los que veo en la fe vivir con tanto descuido y que usan tan mal de un don que me parece que yo emplearía de un modo muy distinto».
415. Si el hombre no está hecho para Dios, ¿por qué sólo es feliz en Dios? Si el hombre está hecho para Dios, ¿por qué es tan contrario a Dios?
416. La naturaleza tiene perfecciones para enseñarnos que es la imagen de Dios, y defectos para enseñarnos que no es más que su imagen.
417. Mitón comprende que la naturaleza está corrompida y que los hombres son contrarios a la rectitud; pero no sabe por qué no pueden volar más alto.
418. Orden. Después de la corrupción, decir: «es justo que todos los que están en este estado lo conozcan, tanto los que se complacen en él como aquellos a quienes desagrada. Pero no es justo que todos vean la redención».
419. Si uno no se ve a sí mismo lleno de soberbia, de ambición, de concupiscencia, de debilidad, de miseria y de injusticia, está completamente ciego. Y si viéndose así no desea verse libre de esta condición, ¿qué puede decirse de un hombre…?
¿Cómo puede no estimarse una religión que conoce tan bien los defectos del hombre, y qué decir del deseo de verdad de una religión que promete remedios tan deseables?
5. SOLUCIÓN DE LA DIFICULTAD: LA NATURALEZA CAÍDA
420. Todas las objeciones de unos y otros sólo se dirigen contra sí mismos, y no contra la religión. Todo lo que dicen los impíos…
421. Por lo que a mí se refiere, reconozco que apenas la religión cristiana descubre este principio, que la naturaleza de los hombres está corrompida y que perdió el favor de Dios, se nos abren los ojos y ven por todas partes pruebas de tal verdad; porque la naturaleza señala por doquier a un Dios perdido, tanto en el hombre como hiera del hombre, y una naturaleza corrompida.
422. Naturaleza corrompida. El hombre no obra por la razón, que le hace ser como es.
423. La corrupción de la razón se manifiesta por tantas costumbres diferentes y extravagantes. Tuvo que llegar la verdad para que el hombre no siguiera viviendo en sí mismo.
424. Cuando era inocente, la dignidad del hombre consistía en usar de las criaturas y en dominarlas, pero ahora consiste en separarse de ellas y en someterse a ellas. Los sentidos.
425. ¿Acaso diremos que, por haber dicho que la justicia se ha ido de la tierra, los hombres conocieron el pecado original? Nemo ante obitum beatus,[75] es decir, ¿acaso han sabido que con la muerte comienza la felicidad eterna y esencial?
6. LOS INDICIOS DE LA VERDADERA RELIGIÓN
426. Después de haber entendido toda la naturaleza del hombre. Para que una religión sea verdadera es preciso que haya conocido nuestra naturaleza. Tiene que haber conocido la grandeza y la pequeñez, y la razón de una y de otra. ¿Quién la ha conocido salvo la religión cristiana?
427. Grandeza, miseria. A medida que se tienen más luces, se descubre más grandeza y más bajeza en el hombre. La mayoría de los hombres; los que están más elevados, los filósofos: sorprenden a la mayoría de los hombres; los cristianos: sorprenden a los filósofos.
¿Quién puede extrañarse, pues, no haga más que conocer a fondo lo que se conoce tanto mejor cuanto más luces se tienen?
428. La verdadera naturaleza del hombre, su verdadero bien, la verdadera virtud y la verdadera religión son cosas cuyo conocimiento es inseparable.
429. Pero es imposible que Dios pueda ser el fin si no es el principio. Dirigimos la vida hacia arriba, pero nos apoyamos en la arena. Y la tierra se hundirá y caeremos contemplando el cielo.
430. Es falsa toda religión que en su fe no adore a un Dios como principio de todas las cosas, y que en su moral no ame a un solo Dios como objeto de todas las cosas.
431. Si hay un solo principio de todo, un solo fin de todo, todo por Él, todo para Él. Es preciso, pues, que la verdadera religión nos enseñe a no adorar más que a Él y a no amar más que a Él. Pero como nos vemos impotentes para adorar lo que no conocemos y para amar algo que no seamos nosotros mismos, es preciso que la religión, que instruye acerca de estos deberes, nos instruya también acerca de estas impotencias, y que nos muestre asimismo los remedios. Nos enseña que por un hombre todo se perdió, rompiéndose el vínculo que nos unía a Dios, y que por un hombre se restableció este vínculo.
Nacemos tan contrarios a este amor de Dios, y es tan necesario, que teníamos que nacer culpables, de lo contrario Dios sería injusto.
432. La verdadera religión ha de tener como característica el obligar a amar a su Dios. Ello es muy justo, y no obstante ninguna lo ha ordenado; la nuestra lo hace. También tiene que haber conocido la concupiscencia y la impotencia; la nuestra lo hace. Y haber aprestado los remedios; uno de ellos es la adoración. Ninguna religión pide a Dios el amarle y seguirle.
433. Si existe un Dios, no hay que amar más que a Él, y no a las criaturas pasajeras. El razonamiento de los impíos, en la Sabiduría (II, 6) sólo se funda en que Dios no existe. «Dicho eso», dice, «gocemos, pues, de lo creado». Es ponernos en el peor de los casos. Pero si existiese un Dios al que hay que amar, no sería ésta la conclusión, sino la contraria. Y ésta es la conclusión de los sabios: «Existe un Dios, no gocemos, pues, de lo creado».
En consecuencia, todo lo que nos mueve a apegarnos a las criaturas es malo, ya que nos impide, o servir a Dios, si le conocemos, o buscarle, si le ignoramos. Ahora bien, estamos llenos de concupiscencia; por lo tanto estamos llenos de mal; por lo tanto debemos odiamos a nosotros mismos y a todo lo que nos empuja a cualquier amor que no sea sólo el de Dios.
434. Quien no odia en sí mismo su amor propio y ese instinto que le conduce a hacerse Dios, está bien ciego. ¿Quién puede dejar de ver que nada es más opuesto a la justicia y a la verdad? Pues es falso que merezcamos esto; y es injusto e imposible conseguirlo, puesto que todos piden la misma cosa. Es, pues, una manifiesta injusticia en la que nacimos, de la que no podemos librarnos y de la que tenemos que libramos.
Sin embargo, ninguna religión nos ha dicho que fuese un pecado, ni que nacimos en él, ni que estamos obligados a resistirlo, ni ha pensado en ofrecemos los remedios.
435. La verdadera religión nos enseña nuestros deberes, nuestras impotencias: orgullo y concupiscencia; y los remedios: humildad, mortificación.
436. La verdadera religión ha de enseñar la grandeza y la miseria, moviendo a la estima y al desdén de uno mismo, al amor y al odio.
437. Todas estas contradicciones, que parecían alejarme mucho del conocimiento de una religión, son las que más aprisa me han conducido a la verdadera.
7. CONCLUSIÓN
438. Los principales argumentos de los pirronianos, dejo de lado los menores, son: que no poseemos ninguna certeza de la verdad de estos principios, fuera de la ley y de la revelación, excepto en la medida en que los sentimos naturalmente en nosotros. Ahora bien, este sentimiento natural no es una prueba convincente de su verdad, puesto que, al carecer de certeza, fuera de la ley, si el hombre fue creado por un Dios bueno, por un demonio malvado o por el azar, es dudoso que estos principios nos hayan sido inculcados o sean verdaderos, o bien falsos o inciertos, según sea nuestro origen. Además, dejando de lado la fe, nadie está seguro de si vela o duerme, dado que durante el sueño creemos estar despiertos con la misma seguridad que si lo estuviéramos: creemos ver los espacios, las figuras, los movimientos; sentimos pasar el tiempo, lo medimos; y en resumen se obra igual que si estuviéramos despiertos; de tal modo que, como la mitad de la vida transcurre en sueños, según admitimos, y mientras soñamos, opinemos una u otra cosa, no tenemos ninguna idea de lo verdadero, porque todos nuestros sentimientos son entonces ilusiones, ¿quién sabe si esta otra mitad de la vida en la que pensamos estar despiertos no es más que otro sueño un poco distinto del anterior, del que despertamos cuando creemos dormir?
¿Y quién duda de que, si se soñase en compañía, y por casualidad los sueños concordasen, lo cual es bastante frecuente, y al despertar estuviéramos solos, no íbamos a creer que las cosas son al revés? En resumen, como a menudo se sueña, acumulando un sueño sobre otro, ¿acaso la vida no es en sí misma un sueño en el cual los otros se injertan, del que nos despertamos a nuestra muerte, durante la cual sabemos tan poco de los principios de lo verdadero y de lo bueno como durante el sueño natural? Y esas diversas ideas que nos agitan, ¿no serán tal vez simples ilusiones, semejantes al paso del tiempo y a los vanos fantasmas de nuestros sueños?
Éstos son los principales argumentos de una y otra parte.
Dejo de lado los menores, como lo que dicen los pirronianos contra las influencias de los usos, de la educación, de las costumbres, de los países y demás cosas parecidas, las cuales, aunque arrastraran a la mayor parte de los hombres corrientes, que sólo dogmatizan a partir de esos vanos fundamentos, quedan desbaratadas al menor soplo de los pirronianos. Basta con ver sus libros, si aún no estamos totalmente persuadidos de ello; no tardarán en convencernos, y tal vez excesivamente.
Traigo aquí a colación el único argumento sólido de los dogmáticos, según el cual, hablando de buena fe y sinceramente, no es posible dudar de los principios naturales. A lo cual los pirronianos oponen en resumen la incertidumbre de nuestro origen, que contiene la de nuestra naturaleza; a eso los dogmáticos aún tienen que responder desde que el mundo existe.
Ya tenemos entablada la guerra entre los hombres, y cada cual tiene que tomar partido y alinearse necesariamente con el dogmatismo o con el pirronismo. Porque quien quiera permanecer neutral será pirroniano por excelencia; esta neutralidad es la esencia del partido pirroniano: quien no está contra ellos está declaradamente a favor suyo, con lo cual advertimos la ventaja que llevan. No abogan por su causa: son neutrales, indiferentes, suspenden el juicio sobre todo, sin excluirse a ellos mismos.
¿Qué hará, pues, el hombre en tal situación? ¿Dudará de todo? ¿Dudará de si está despierto si se le pellizca, si se le quema? ¿Dudará de que duda? ¿Dudará de que existe? Es posible llegar a este extremo; y yo estoy seguro de que jamás ha habido un pirroniano efectivo completo. La naturaleza sostiene la razón impotente, y le impide que caiga en tales extravagancias.
¿Dirá, pues, al contrario, que posee ciertamente la verdad, él, que por poco que se le apriete, no puede probarlo de ninguna manera y se ve obligado a suspender el juicio?
¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¡Qué rareza, qué monstruo, qué caos, qué motivo de contradicción, qué prodigio! Juez de todas las cosas y gusano estúpido; depositario de la verdad y cloaca de la incertidumbre y del error; gloria y desecho del universo.
¿Quién puede aclarar tal confusión? La naturaleza quita la razón a los pirronianos y la razón confunde a los dogmáticos. ¿Qué será, pues, de vosotros, oh hombres, que buscáis averiguar vuestra verdadera condición por vuestra razón natural? No podréis evitar caer en una de estas sectas, ni subsistir tampoco en ninguna.
Sabed, pues, oh soberbios, la paradoja que sois para vosotros mismos. Humíllate, razón impotente; calla, naturaleza imbécil: aceptad que el hombre es algo infinitamente superior al hombre, y aprended de vuestro maestro vuestra verdadera condición que ignoráis. Escuchad a Dios.
Porque, en resumen, si el hombre nunca se hubiese corrompido, gozaría en su inocencia tanto de la verdad como de la felicidad seguras; y si el hombre hubiese estado siempre corrompido, no tendría la menor noción ni de la verdad ni de la dicha. Pero, desventurados de nosotros, y más aún que si en nuestra condición no se diese ni un adarme de grandeza, tenemos cierta noción de la dicha y no podemos alcanzarla; nos formamos una imagen de la verdad, y no poseemos más que la mentira: incapaces de ignorar por completo y de saber con certidumbre, ¡hasta tal punto es manifiesto que hemos conocido un grado de perfección que por desgracia no poseemos ya!
No obstante, no deja de asombrar que el misterio más alejado de nuestro conocimiento, que es el de la transmisión del pecado, sea algo sin lo cual nos es imposible tener el menor conocimiento de nosotros mismos. Porque sin duda no hay nada que violente más nuestra razón que decir que el pecado del primer hombre hizo culpables a los que, siendo tan alejados de esta fuente, parecen incapaces de participar en él. Esta transmisión no sólo nos parece imposible, incluso nos parece muy injusta; pues, ¿acaso hay algo más contrario a las normas de nuestra pobre justicia que condenar eternamente a un niño incapaz de voluntad por un pecado en el que parece haber tenido tan poco que ver, que se cometió seis mil años antes de que él naciera? Ciertamente, nada nos repugna más que esta doctrina; y sin embargo, sin este misterio, el más incomprensible de todos, somos incomprensibles para nosotros mismos. El nudo de nuestra condición forma sus vueltas y revueltas en este abismo; de tal modo que el hombre es más inconcebible sin este misterio de lo que este misterio es inconcebible para el hombre.
De donde se advierte que Dios, queriendo que la dificultad de nuestro ser fuese ininteligible para nosotros mismos, ocultó el nudo tan arriba, o, para decirlo mejor, tan abajo, que éramos completamente incapaces de llegar a él; de tal suerte que, no es por las soberbias agitaciones de nuestra razón, sino por la sencilla sumisión de la razón, como podemos conocernos verdaderamente.
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Estos fundamentos, sólidamente establecidos sobre la autoridad inviolable de la religión, nos permiten saber que hay dos verdades de fe igualmente constantes: una, que el hombre, en el estado de la creación o en el de la gracia, es elevado por encima de toda la naturaleza, hecho como semejante a Dios, y participante de su divinidad; otra, que en el estado de la corrupción y del pecado, pierde este estado y se hace semejante a los animales.
Estas dos proposiciones son igualmente firmes y ciertas. La Escritura nos lo declara manifiestamente cuando dice en diversos lugares: Deliciae meae esse cum filiis hominum.[76] Effundam spiritum meum super omnem carnem.[77] Dii estis,[78] etcétera.; así como dice en otros: Omnis caro faenum.[79] Homo assimilatus est jumentis insipientibus et similis factus est illis.[80] Dixi in corde meo de filiis hominum[81] (Ec., III, 18).
De donde se advierte con claridad que el hombre por la gracia se hace semejante a Dios y participante de su divinidad, y que sin la gracia es como semejante a los brutos.
439. Sin estos divinos conocimientos, ¿qué podían hacer los hombres sino o elevarse en el sentimiento interior que les queda de su grandeza pasada o abatirse ante la visión de su debilidad presente? Pues, al no ver la verdad completa no podían alcanzar una perfecta virtud. Unos considerando la naturaleza como incorrupta, otros como irreparable, no pudieron huir ya fuera del orgullo ya de la pereza, que son las dos fuentes de todos los vicios; puesto que sólo pueden o abandonarse al vicio por flojedad o salir de él por orgullo. Ya que si conocieran la excelencia del hombre, ignoraban su corrupción; de modo que evitando la pereza, se perdían en la soberbia; y si reconocían la debilidad de la naturaleza, ignoraban su dignidad; de tal modo que al evitar la vanidad se precipitaban en la desesperación. De ahí las diversas sectas de los estoicos y de los epicúreos, de los dogmáticos y de los académicos.
Sólo la religión cristiana pudo curar estos dos vicios, no venciendo el uno por el otro, mediante la sabiduría del mundo, sino venciendo a ambos por la sencillez del Evangelio. Porque enseña a los justos, a los que eleva hasta la participación de la misma divinidad, que en este estado sublime llevan aún la fuente de toda la corrupción que durante toda la vida les somete al error, a las miserias, a la muerte, al pecado; y grita a los más impíos que pueden recibir la gracia de su Redentor. Así, haciendo temblar a los que justifica y consolando a los que condena, atempera tan delicadamente el temor y la esperanza por esa doble capacidad que es común a todos, la de la gracia y el pecado, que humilla infinitamente más de lo que la sola razón puede hacer, pero sin desesperar; y eleva infinitamente más de lo que puede hacerlo el orgullo de la naturaleza, pero sin hinchar; haciendo ver así que, por ser la única exenta de error y de vicio, sólo a ella le corresponde instruir y corregir a los hombres.
¿Quién puede, pues, negarse a creer y a adorar esas luces celestiales? Pues, ¿acaso no es claro como la luz que descubrimos en nosotros mismos rasgos imborrables de excelencia? ¿Y no es también verdad que sentimos sin cesar los efectos de nuestra deplorable condición? ¿Quién proclama, pues, dentro de nosotros ese caos y esa confusión monstruosa, sino la verdad de estos dos estados, con una voz tan potente que no es posible oponerle resistencia?