Capítulo III -
LO QUE DISTINGUE A LA GRANDEZA DEL HOMBRE

254. La naturaleza del hombre puede verse de dos maneras: una, según su fin, y entonces es grande e incomparable; otra según la multitud, del mismo modo que se juzga la naturaleza del caballo y del perro por lo que hace la mayoría de los miembros de la especie, et animum arcendi;[44] y entonces el hombre es abyecto y vil. Y éstos son los dos caminos que hacen que se le juzgue diversamente, y que tanto hacen discutir a los filósofos.

Porque uno niega la suposición del otro; uno dice: «No ha nacido para este fin, porque todas sus acciones están de acuerdo con él»; y otro dice: «Se aleja de su fin cuando incurre en acciones tan bajas».

1. GRANDEZA QUE DERIVA DE CONOCER SU PROPIO INFORTUNIO. EL PENSAMIENTO

255. La grandeza del hombre es grande por el hecho de saberse infortunado. Un árbol no se sabe infortunado.

Saberse infortunado es, pues, ser infortunado; pero hay una grandeza en saber que se es infortunado.

256. No se es infortunado sin conocimiento: una casa en ruinas no lo es. Sólo el hombre es infortunado. Ego vir videns.[45]

257. El pensamiento hace la grandeza del hombre.

258. Puedo concebir un hombre sin manos, sin pies, sin cabeza (pues sólo la experiencia nos enseña que la cabeza es más necesaria que los pies). Pero no puedo concebir al hombre sin pensamiento: sería una piedra o un bruto.

259. La historia del lucio y de la rana de Liancourt: [46] lo hacen siempre, y nunca de otro modo, ni nada más atribuible a la inteligencia.

260. Si un animal hiciese por inteligencia lo que hace por instinto, si hablase por inteligencia en vez de hablar por instinto, por ejemplo en la caza, y para advertir a sus compañeros que ha encontrado o perdido la presa, también hablaría sobre las cosas que le atañen más directamente, como para decir: «Roed esta cuerda que me hiere y de la que no me puedo librar».

261. El pico del loro que él mismo se limpia, aunque no esté sucio.

262. La máquina de aritmética hace cosas que se parecen más al pensamiento que todo lo que hacen los animales; pero no hace nada que permita decir que tiene voluntad, como los animales.

263. Pensamiento. Toda la dignidad del hombre está en el pensamiento. Pero ¿qué es este pensamiento? ¡Qué necio es!

Así, pues, el pensamiento es algo admirable e incomparable por su naturaleza. Para ser digno de desprecio necesitaría tener defectos prodigiosos; pero los tiene tales que no hay nada más ridículo. ¡Qué grande es por su naturaleza! ¡Qué vil por sus defectos!

264. El hombre no es más que una caña, lo más débil que existe en la naturaleza; pero es una caña que piensa. No es preciso que el universo entero se alce contra él para aplastarle: un vapor, una gota de agua basta para matarle. Pero aunque el universo le aplastase, el hombre seguiría siendo más noble que lo que le da muerte, puesto que sabe que muere y conoce la superioridad que el universo tiene sobre él, mientras que el universo no sabe nada.

Toda nuestra dignidad estriba, pues, en el pensamiento. Debemos apoyarnos en él, y no en el espacio y en la duración, que no podríamos llenar. Esforcémonos, pues, por pensar bien: éste es el principio de la moral.

265. Caña que piensa. No es en el espacio donde debo buscar mi dignidad, sino en el orden de mi pensamiento. No tendré más poseyendo tierras. Por el espacio el universo me abarca y me absorbe como un punto; por el pensamiento, soy yo quien lo abarca.

266. La razón nos manda con mucho más imperio que un amo; porque si se desobedece a un amo nos hacemos acreedores de infortunio, pero si se desobedece a la razón nos hacemos necios.

267. El estornudo absorbe todas las funciones del alma, lo mismo que el amor carnal; pero de ello no se saca las mismas consecuencias contra la grandeza del hombre, porque en el primer caso es contra su voluntad. Y aunque lo provoquemos, a pesar de todo se provoca contra nuestra voluntad; y no es para convertirlo en un fin en sí mismo, sino para otro fin; y por eso no se considera un indicio de la debilidad del hombre y de su servidumbre bajo esta acción.

No es vergonzoso que el hombre sucumba bajo el dolor, pero sí es vergonzoso sucumbir bajo el placer. Y ello no se debe a que el dolor nos viene de afuera, y que buscamos el placer; porque se puede buscar el dolor y sucumbir deliberadamente a él, sin caer en la bajeza. ¿A qué se debe, pues, que sea glorioso para la razón sucumbir bajo el esfuerzo del dolor, y que le parezca vergonzoso sucumbir bajo el esfuerzo del placer? A que no es el dolor lo que nos tienta y nos atrae; somos nosotros mismos los que lo elegimos voluntariamente y queremos hacer que nos domine, de tal suerte que señoreamos la cosa, y de ese modo el hombre sucumbe a sí mismo; en cambio en el placer es el hombre el que sucumbe al placer. Ahora bien, sólo el dominio y el imperio dan la gloria, mientras que la servidumbre proporciona vergüenza.

2. LA GRANDEZA SE DERIVA DE SU BAJEZA. EL INSTINTO DE LA VERDAD Y DEL BIEN EN SUS MISMOS EXTRAVÍOS

268. La grandeza del hombre. La grandeza del hombre es tan visible que puede deducirse hasta de sus calamidades. Porque lo que es naturaleza en los animales, lo llamamos calamidad en el hombre; con lo cual reconocemos que puesto que su naturaleza es hoy semejante a la de los animales, se vio desposeído de una naturaleza mejor que antaño le era propia.

Porque, ¿quién se siente desventurado por no ser rey sino un rey depuesto? ¿Se juzgaba desdichado a Paulo Emilio[47] por no ser ya cónsul? Al contrario, todo el mundo consideraba que podía darse por dichoso al haberlo sido, porque la condición de cónsul no era perpetua. Pero se juzgaba a Perseo[48] tan desdichado por haber dejado de ser rey porque la condición de rey consistía en serlo siempre, y se extrañaban de que pudiese soportar la vida. ¿Quién se considera desventurado por no tener más que una boca? ¿O por no tener más que un ojo? Quizá nunca se nos haya ocurrido quejarnos de no tener tres ojos, pero nadie se consuela de no tener ninguno.

269. Todas estas calamidades prueban incluso su grandeza. Son calamidades de un gran señor, calamidades de rey depuesto.

270. Deseamos la verdad y en nosotros solamente encontramos incertidumbre.

Buscamos la felicidad y no encontramos más que males y muerte.

Somos incapaces de no desear la verdad y la dicha, y también somos incapaces de alcanzar la certeza y la dicha. Se nos ha dejado este deseo tanto para castigarnos como para hacernos comprender que hemos caído de muy arriba.

271. Dos cosas instruyen al hombre acerca de toda su naturaleza: el instinto y la experiencia.

272. Instinto y razón: indicios de dos naturalezas.

273. Instinto, razón. Tenemos una impotencia para probar que resiste a todo el dogmatismo. Tenemos una idea de la verdad que resiste a todo el pirronismo.

274. A pesar de la visión de todas nuestras calamidades, que nos hieren, que nos agobian, tenemos un instinto que no podemos reprimir y que nos eleva.

275. El hombre no sabe en qué condición situarse. Está visiblemente caído y como perdido del verdadero lugar al que pertenece, sin poderlo volver a encontrar. Lo busca por doquier con desazón y sin fortuna en medio de las tinieblas impenetrables.

276. La mayor calamidad del hombre es la búsqueda de su gloria, pero esto mismo es la mejor prueba de su superioridad; pues, sea cual fuere la posesión que tenga sobre la tierra, por mucha salud, por mucho bienestar sustancial que goce, no se da por satisfecho si no disfruta de la alta estima de los hombres. Tiene una idea tan alta de la razón del hombre, que por buena que sea su situación en la tierra, no está contento si no ocupa también un lugar ventajoso en la razón del hombre. Es el lugar más hermoso del mundo: nada le puede apartar de este deseo, y es el rasgo más imborrable del corazón del hombre.

Y aquellos que más desprecian a los hombres, y que los igualan a las bestias, también quieren ser admirados y creídos, y se contradicen a sí mismos por lo que sienten; porque su naturaleza, que es más fuerte que todo, les convence de la grandeza del hombre con más energía de lo que la razón les convence de su bajeza.

277. Gloria. Los animales no se admiran unos a otros. Un caballo no admira a otro caballo; entre ellos, cuando corren se da la emulación, pero sin más consecuencias; porque, una vez en las cuadras, el más lento y el que tiene peor estampa no cede su cebada al otro, como los hombres esperan que se haga. Su vigor se satisface a sí mismo.

278. Grandeza del hombre. Tenemos una idea tan alta del alma del hombre que no podemos soportar que alguno nos desprecie o que algún alma no nos estime; y toda la felicidad de los hombres consiste en esta estima.

279. El mal es fácil, hay una infinidad de males; el bien es casi único. Pero cierto género de mal es tan difícil de encontrar como lo que se llama bien, y a menudo se hace pasar por bien ese mal particular. Incluso se necesita una grandeza de alma extraordinaria para alcanzarlo, tanto como para conseguir el bien.

280. No es raro que haya que reprender al mundo por un exceso de docilidad. Es un vicio natural como la incredulidad, y tan pernicioso como ella: superstición.

281. Incrédulos, los más crédulos. Creen en los milagros de Vespasiano para no creer en los de Moisés.

282.

Superstición--------y concupiscencia.

Escrúpulos,---------malos deseos.

Temor malo:

temor, no el que inspira lo que se cree Dios, sino debido a que se duda si existe o no existe. El buen temor procede de la fe, el temor falso procede de la duda. El buen temor unido a la esperanza porque nace de la fe, y que se espera en el Dios en el que se cree; el malo va unido a la desesperación, porque se teme a un Dios en el cual no se tiene fe. Unos temen perderle; otros temen encontrarlo.

3. LA JUSTICIA HUMANA Y LA RAZÓN DE LOS EFECTOS

283. Grandeza. Las razones de los efectos indican la grandeza del hombre, haber extraído de la concupiscencia un orden tan excelente.

284. Grandeza del hombre en su misma concupiscencia, haber sabido extraer de ella una ordenación admirable, y haberla convertido en una imagen de la caridad.

285. Justicia, fuerza. Es justo que lo justo sea obedecido, es necesario que lo más fuerte sea obedecido. La justicia sin la fuerza es impotente; la fuerza sin la justicia es tiránica. La justicia sin fuerza encuentra oposición, porque siempre hay malvados; la fuerza sin la justicia es acusada. Hay, pues, que unir la justicia y la fuerza, y conseguir así que lo justo sea fuerte, y que lo fuerte sea justo.

La justicia está sujeta a discusión, la fuerza se reconoce en seguida y sin disputa. Por eso no se pudo dar la fuerza a la justicia, porque la fuerza se opuso a la justicia diciendo que era injusta, y que sólo ella era justa. Y así, al no poder lograr que lo justo fuese fuerte, se ha hecho que lo que es fuerte fuese justo.

286. No deja de ser muy curioso pensar que hay personas en el mundo que, después de renunciar a todas las leyes de Dios y de la naturaleza, han forjado otras leyes a las que obedecen con toda exactitud, como por ejemplo, los soldados de Mahoma, los ladrones, los herejes, etc. Y también los lógicos. Hubiérase podido pensar que su libertad no iba a tener ningún límite ni obstáculo, ya que han dejado atrás límites tan justos y tan santos.

287. Montaigne se equivoca: la costumbre sólo debe seguirse porque es costumbre, y no porque sea razonable o justa; pero el pueblo la sigue por la única razón de que la cree justa. De lo contrario no la seguiría, aunque fuese costumbre; pues nadie quiere someterse más que a la razón o la justicia. De no ser así, la costumbre parecería tiranía; pero el imperio de la razón y de la justicia es tan poco tiránico como el del agrado: son los principios naturales en el hombre.

Lo mejor sería, pues, que se obedeciera a las leyes y a las costumbres porque son leyes; que se comprendiera que no es posible idear ninguna verdadera y justa, que no entendemos nada de todo eso y que por 'lo tanto hay que conformarse con seguir las heredadas: de este modo no las abandonaremos nunca. Pero el pueblo no se deja convencer por esta doctrina; y así, como cree que la verdad es asequible, y que está en las leyes y costumbres, cree en ellas y considera su antigüedad como una prueba de su verdad (y no de su única autoridad sin verdad). Por eso las obedece; pero puede rebelarse cuando se le hace ver que no valen nada; lo cual podría hacerse con todas, si se las analiza desde ciertos aspectos.

288. Injusticia. Es peligroso decir al pueblo que las leyes no son justas, porque sólo las obedece a causa de que las cree justas. Por esta razón hay que decirle al mismo tiempo que conviene obedecer porque son leyes, como hay que obedecer a los superiores, no porque sean justos, sino porque son superiores. Así, si se hace comprender eso, se evita toda sedición, lo cual en el fondo es la definición misma de la justicia.

Paso del pro al contra

289. Las cuerdas que ligan el respeto de los unos para los otros, en general son cuerdas de necesidad; ya que es forzoso que haya diferentes grados, pues todos los hombres quieren dominar y todos no pueden, pero algunos sí.

Figurémonos, pues, que les vemos empezar a ordenarse. Sin duda reñirán entre sí hasta que la parte más fuerte oprima a la más débil, y al fin se establezca un partido dominante. Pero una vez decidido eso, los señores, que no quieren que la guerra se repita, deciden que la fuerza que tienen en las manos tendrá sucesión según ellos quieran; unos la hacen depender de la elección de los pueblos, otros de la herencia, etc.

Y ahí es donde la invención empieza a desempeñar un papel. Hasta aquí sólo hemos visto actuar a la fuerza pura; a partir de ahora será la fuerza la que se vincula por invención en un determinado partido, en Francia nobles, en Suiza plebeyos, etc.

O sea que estas cuerdas, que aseguran el respeto por tal o cual particular, son cuerdas de invención.

290. Del mismo modo que los ducados, reinos y magistraturas son reales y necesarios a causa de que la fuerza manda sobre todo, los hay en todo lugar y en todo tiempo. Pero como sólo depende de la fantasía que tal o cual lo sea, ello no es constante, está sujeto a mudanzas, etc.

291. Los suizos se ofenden si alguien les llama nobles, y demuestran la plebeyez de su linaje para que les consideren dignos de los altos cargos.

292. El canciller es grave y va revestido de adornos porque su puesto es falso; no así el rey: dispone de la fuerza, la invención no cuenta en su caso. Los jueces, médicos, etc., sólo tienen invención.

293. La costumbre de ver a los reyes acompañados de guardias, tambores, oficiales y de todas las cosas que inclinan al respeto y al terror, hace que su rostro, cuando a veces están solos y sin estos acompañantes, inspire a sus súbditos el respeto y el terror, porque en la mente no se separan sus personas de su séquito, ya que suelen ir juntas. Y la gente, .que ignora que tal efecto se debe a esta costumbre, cree que procede de una fuerza natural; y de ahí frases como: «El carácter de la Divinidad aparece grabado en su rostro», etc.

294. No imaginamos a Platón y a Aristóteles más que con amplias togas de pedantes. Pero eran personas que, lo mismo que las demás, se reían con los amigos, y cuando decidieron ocuparse en hacer sus Leyes y sus Políticas, lo hicieron como si jugasen; ésta era la parte menos filosófica y menos seria de su vida: la más filosófica era vivir sencilla y tranquilamente. Si escribieron sobre política era como para poner orden en una casa de locos; y si fingían hablar de cosas muy importantes, es porque sabían que los locos a quienes se dirigían creían que eran reyes y emperadores. Si parecen tomarles en serio es para moderar su locura, a costa del menor mal posible.

295. Opiniones de los pueblos sanos. El mayor de los males es la guerra civil. Y se produce necesariamente si nos empeñamos en recompensar los méritos, porque todos dirán que los tienen. Los males que podemos temer de un necio que sucede a su padre por derecho de herencia, no es tan grande ni tan seguro.

296. Las cosas del mundo más disparatadas se convierten en las más razonables a causa de la confusión de los hombres. ¿Hay algo menos razonable que elegir, para gobernar un Estado, al hijo primogénito de una reina? Para gobernar un navío no se elige a aquel de los viajeros que es de cuna más noble: esta ley sería ridícula e injusta. Pero dado que las leyes lo son y lo serán siempre, se convierte en razonable y justa; porque, ¿a quién se elegirá? ¿Al más virtuoso y al más capaz? Inmediatamente llegamos a las manos: todo el mundo pretende ser el más virtuoso y el más capaz. Unamos, pues, esta cualidad a algo indiscutible. Es el hijo primogénito del rey; esto es claro, no admite disputas. La razón no puede hacer nada mejor, porque la guerra civil es el mayor de los males.

297. El poder de los reyes está fundado en la razón y en la locura del pueblo, y mucho más en la locura. La cosa mayor y más importante del mundo tiene por cimiento la debilidad, y este cimiento es admirablemente seguro; pues no existe nada más seguro que eso, que el pueblo será débil. Lo que se funda en la sana razón está muy mal fundado, como la estima de la sabiduría.

298. Opiniones sanas del pueblo. Ser valiente no es ser demasiado presuntuoso; porque es demostrar que un gran número de personas trabajan para él; es demostrar por sus cabellos que dispone de un ayuda de cámara, un perfumista, etc.; por su golilla, el hilo, el pasamano, etc. Ahora bien, no es una simple superficie ni un simple ornato tener varios brazos: cuantos más brazos tenemos, más fuertes somos. Ser valiente es demostrar su fuerza.

299. Razón de los efectos. ¡Es admirable!: ¡No quieren que me incline ante un hombre vestido de brocatel y seguido de siete u ocho lacayos! Pero veamos, si no le saludo, hará que me den unos azotes: esta indumentaria es una fuerza. ¡Lo mismo que un caballo bien enjaezado respecto a otro! Es curioso cómo Montaigne no ve qué diferencia hay, y cómo se admira de que la veamos, y pregunta el porqué. «Verdaderamente», dice, «¿a qué se debe…?», etc.

300. Razón de los efectos. La debilidad del hombre es la causa de tantas beldades como se casa; como no saber tañer debidamente el laúd sólo es un mal a causa de nuestra debilidad.

301. ¿Nunca habéis conocido a personas que para lamentarse del poco caso que les hacéis alardean de gente muy encumbrada que les estima? A eso yo les respondería: «Mostrad conmigo el mérito por el que os habéis atraído a esas personas y yo os estimaré tanto como ellas».

302. ¿Qué bien está que se distinga a los hombres por el exterior más que por sus cualidades interiores? ¿Quién cederá el paso al otro? ¿Quién cederá su lugar al otro? ¿El menos inteligente? Pero si yo soy tan inteligente como él; habrá que batirse por eso. Él tiene cuatro lacayos, y yo solamente uno; eso es visible; basta con contarlos; soy yo quien ha de ceder, y soy un necio si se lo disputo. Gracias a este medio ya estamos en paz; que es el mayor de los bienes.

303. El respeto es: «Vos debéis molestaros». En apariencia es presuntuoso, pero en el fondo es muy justo; pues equivale a decir: «Yo me molestaría si vos lo necesitarais, puesto que lo hago bien sin que os sirva de nada». Además, el respeto existe para distinguir a los grandes; ahora bien, si el respeto consistiese en estar en un sillón, se respetaría a todo el mundo, y así no habría distinción; pero al tomarse la molestia, se distingue muy bien.

304. Los niños se asombran al ver que a sus compañeros se les respeta.

305. La nobleza tiene grandes ventajas, y a los dieciocho años convierte a un hombre en alguien conocido y respetado, como otro, por sus méritos, podría llegar a ser a los cincuenta. Treinta años ganados sin ningún esfuerzo.

306. ¿Qué es el yo?

Un hombre que se asoma a la ventana para ver pasar a la gente, si acierto a pasar por allí, ¿acaso puedo decir de él que se ha asomado para verme? No, porque no piensa en mí en particular. Pero, quien ama a una mujer a causa de su hermosura, ¿la ama? No, porque las viruelas, que matarán la hermosura sin matar la persona, harán que deje de amarla.

Y si alguien me ama por mi inteligencia, por mi memoria, ¿puedo decir que me ama? No, porque puedo perder estas cualidades sin perderme a mí mismo. ¿Dónde está, pues, este yo que no reside ni en el cuerpo ni en el alma? ¿Y cómo es posible amar el cuerpo o el alma si no es por estas cualidades, que no son las que forman el yo, puesto que son perecederas? Porque ¿puede amarse la sustancia del alma de una persona abstractamente, con las cualidades que pueda contener? Ello no es posible, y además sería injusto. Es decir, que no se ama nunca a nadie, sino sólo a unas cualidades.

Por lo tanto, dejemos de burlarnos de los que se hacen tributar honores por los cargos o puestos que ocupan, ya que sólo podemos amar por unas cualidades prestadas.

307. El pueblo tiene opiniones muy sanas; por ejemplo:

1.° Preferir la diversión y la caza a las piezas cobradas.

Los semisabios se burlan de ello, y demuestran triunfalmente por esta razón la locura del mundo; pero por un motivo que no aciertan a entender, el pueblo tiene razón.

2° Honrar a los hombres según las apariencias, por ejemplo por la nobleza o la fortuna. También en eso el mundo se complace en demostrar que es insensato; cuando en realidad es muy razonable: los caníbales se ríen de un niño rey.[49]

3° Darse por ofendido cuando se recibe un bofetón o desear ardientemente la gloria. Pero es que la gloria es muy deseable a causa de los otros bienes esenciales que van unidos a ella; y un hombre que ha recibido un bofetón y que no reacciona se ve abrumado de injurias y de conflictos.

4° Trabajar por algo inseguro; embarcarse; verse en letra impresa.

308. El mundo juzga adecuadamente muchas cosas porque vive en la ignorancia natural, que es la verdadera sede del hombre. Las ciencias tienen dos extremos que se tocan. El primero es la pura ignorancia natural en la que se encuentran todos los hombres al nacer. El otro extremo es aquel al que llegan las grandes almas que, después de haber recorrido todo lo que los hombres pueden saber, descubren que no saben nada, y vuelven a encontrarse en la misma ignorancia de la que habían salido; pero ésta es una ignorancia docta que se conoce. Entre unos y otros están los que salieron de la ignorancia natural y no pudieron alcanzar la otra; éstos tienen un barniz de esta ciencia presuntuosa, y se las dan de entendidos. Son los que alborotan el mundo y juzgan inadecuadamente de todo. El pueblo y los sabios de veras constituyen la manera de ver el mundo; los otros lo desprecian y son despreciados por él. Se equivocan al juzgar todas las cosas, mientras que el pueblo no se equivoca.

309. Razón de los efectos. Cambio continuo del pro al contra.

Así, pues, hemos demostrado que el hombre es presuntuoso por la estima en que tiene cosas que no son esenciales; y todas sus opiniones quedan destruidas. Luego hemos probado que todas estas opiniones son muy sanas, y que por lo tanto, como todas esas vanidades tienen buen fundamento, el pueblo no es tan necio como se dice; y de este modo hemos destruido la opinión que destruía la del pueblo.

Pero ahora hay que deshacer esta última proposición y demostrar que sigue siendo verdad que el pueblo se engaña, aunque sus opiniones sean ciertas: porque no ve la verdad donde realmente se encuentra y así, al suponer que está donde no se encuentra, sus opiniones son siempre falsas y están erradas.

310. Razón de los efectos. Es, pues, cierto decir que todo el mundo vive de ilusiones; porque aunque las opiniones del pueblo sean sanas, no lo son en su cabeza, ya que piensa que la verdad se encuentra donde no se encuentra. La verdad sí está en sus opiniones, pero no en el lugar donde ellos se figuran. En consecuencia, es verdad que hay que honrar a los nobles, pero no porque la cuna sea una superioridad real, etc.

311. Razón de los efectos. Hay que tener un pensamiento oculto y juzgar de acuerdo con él, aunque sin dejar de hablar como lo hace el pueblo.

El orden de la justicia verdadera

312. Razón de los efectos. Gradación: el pueblo honra a las personas de buena cuna; los semiinstruidos las desprecian, diciendo que la cuna no es una superioridad de la persona, sino del azar; los más instruidos los honran no por lo que piensa el pueblo, sino por una idea oculta; los devotos, que tienen más celo que ciencia, los menosprecian, a pesar de esta consideración que hace que les honren los instruidos, porque lo juzgan todo de acuerdo con una nueva luz que les da la devoción; pero los cristianos perfectos los honran por otra luz superior. Así se van sucediendo las opiniones del pro al contra, según las luces de que se dispone.

313. Sin embargo los verdaderos cristianos obedecen a las locuras; no porque respeten las locuras, sino porque respetan el orden de Dios que, como castigo de los hombres, los ha sujetado a esas locuras: Omnis creatura subjecta est vanitati. Liberabitur.[50] Así, santo Tomás explica la razón de Santiago (II, 2) por la preferencia de los ricos, que si no lo son según los planes de Dios, quedan fuera de la religión.

4. LA GRANDEZA DE LA HUMANIDAD ESTÁ EN EL TÉRMINO MEDIO

314. A.P.R. Grandeza y miseria. La miseria se deriva de la grandeza y la grandeza de la miseria, porque unos han deducido la miseria en la medida en que la tomaron como prueba de grandeza, y otros piensan en la grandeza con la misma intensidad con que se apoyan en la misma miseria; lo que unos han podido decir para probar la grandeza, a otros sólo les ha servido de un argumento más para sacar la conclusión de la miseria, puesto que se es aún más infortunado cuando se ha caído de más arriba; y los otros, lo contrario. Así los unos empujan a los otros en un círculo sin fin; lo seguro es que en la medida en que los hombres tienen luces, descubren grandeza y miseria en el hombre. En resumen, el hombre sabe que es miserable; o sea que es miserable porque lo es; pero también es muy grande, puesto que lo sabe.

315. Esta duplicidad del hombre es tan visible que ha habido quien llegara a pensar que teníamos dos almas. Una criatura simple les parecía incapaz de albergar cosas tan diversas y contrastadas, desde una presunción desmesurada a un horrible abatimiento del corazón.

316. Guerra intestina del hombre entre la razón y las pasiones.

Si sólo existiera la razón sin pasiones…

Si sólo existieran las pasiones sin razón…

Pero existiendo ambas cosas no puede dejar de haber guerra, porque sólo es posible vivir en paz con una de ellas teniendo guerra con la otra; en consecuencia, se está siempre dividido y enfrentado a uno mismo.

317. Esta guerra interior de la razón contra las pasiones ha hecho que los que querían gozar de paz se han dividido en dos sectas. Unos han querido renunciar a las pasiones y convertirse en dioses; otros, han querido renunciar a la razón y convertirse en bestias: Des Barreaux. Pero ni unos ni otros lo han conseguido; y pervive siempre la razón, que denuncia la bajeza y la injusticia de las pasiones, y que turba el reposo de los que se abandonan a ellas; y las pasiones nunca dejan de permanecer activas en los que se empeñan en renunciar a ellas.

318. La naturaleza del hombre no consiste en ir siempre: tiene sus idas y venidas.

La fiebre tiene sus escalofríos y sus ardores; y el frío indica también la magnitud del ardor de la fiebre como el mismo calor.

Lo mismo ocurre con las invenciones de los hombres un siglo tras otro. Y así sucede también con la bondad y la malicia del mundo en general: Plerumque gratae principibus vices.[51]

319. La elocuencia continua aburre.

Los príncipes y reyes juegan de vez en cuando. No están siempre sentados en sus tronos; allí se aburren: la grandeza, para poder sentirla, necesita abandonarse de vez en cuando. La continuidad hastía de todo; el frío es agradable para calentarse.

La naturaleza actúa por progreso, itus et reditus.[52] Pasa y vuelve, luego va más lejos, más tarde dos veces menos, por fin más que nunca, etc.

El flujo del mar se hace así, el sol parece caminar así.

320. El cuerpo se alimenta poco a poco. Plenitud de alimento y poca sustancia.

321. Estos grandes esfuerzos espirituales en los que a veces se hace perceptible el alma, son situaciones en las que ésta no se demora; salta solamente a ello, no como instalándose en un trono, para siempre, sino sólo por un instante.

322. La virtud de un hombre no debe medirse por sus esfuerzos, sino por su actividad habitual.

323. No admiro la eminencia de una virtud, como el valor, si no advierto al mismo tiempo la eminencia de la virtud contraria, como en Epaminondas, que tenía un gran valor y una extremada benignidad. Porque de otro modo no es subir, sino caer. La grandeza no se demuestra por estar en un extremo, sino por tocar los dos a la vez llenando todo lo que está entre ambos extremos. Pero ¿quizá no es eso un súbito impulso del alma del uno al otro de estos extremos, y en realidad no está nunca más que en un solo punto, como el tizón de fuego? Es posible; pero al menos eso indica la agilidad del alma, ya que no su extensión.

324. Cuando queremos seguir las virtudes hasta los extremos de una y otra parte, encontramos vicios que se introducen insensiblemente en sus caminos insensibles, por el lado de lo pequeño infinito: y aparece una multitud de vicios por el lado del gran infinito, de tal modo que nos perdemos en los vicios hasta perder de vista las virtudes. Y eso ocurre con la misma perfección.

325. No nos sostenemos en la virtud por nuestra propia fuerza, sino por el contrapeso de dos vicios opuestos, del mismo modo que permanecemos de pie entre dos vientos contrarios; si se suprime uno de estos vicios caemos en el otro.

326. No es bueno ser demasiado libre. No es bueno sufrir todas las necesidades.

327. Pirronismo. Al talento extremado se le acusa de locura, lo mismo que a la extrema carencia. Sólo la medianía es buena. Pues quien ha decidido tal cosa es la mayoría, que ataca a quien escape a ella por uno u otro extremo. No voy a obstinarme, acepto que se me ponga ahí, y me niego a estar en el extremo inferior, no porque sea inferior, sino porque es extremo; porque también me negaría lo mismo si se me pusiera arriba de todo. Salirse del medio es salirse de la humanidad. La grandeza del alma humana consiste en saber quedarse ahí. Da igual que la grandeza consista en salirse, está en no salirse.

328. Es peligroso hacer ver demasiado al hombre hasta qué punto es igual a los animales sin mostrarle su grandeza. También es peligroso insistir demasiado en su grandeza ignorando su bajeza. Aún es más peligroso hacer que ignore una y otra cosa. Pero hay grandes ventajas en conseguir que sea consciente de ambas.

No conviene que el hombre crea que es igual a los animales y a los ángeles, ni que ignore a unos y a otros, pero sí tiene que saber que participa de ambos.

329. El hombre no es ni ángel ni bestia, y toda la desgracia está en que quien quiere parecer un ángel parece una bestia.

330. Si se jacta, yo le humillo; si se humilla, yo le ensalzo; y le contradigo siempre, hasta que comprenda que es un monstruo incomprensible.

331. Contradicciones. Después de haber demostrado la bajeza y la grandeza del hombre. Ahora que el hombre se aprecie en lo que vale. Que se ame, porque hay en él una naturaleza capaz de bien; pero que no por ello se apegue a las bajezas que hay en su naturaleza. Que se desprecie, porque esta capacidad está vacía; pero que no desprecie por ello esta capacidad natural. Que se odie, que se ame: lleva dentro de sí la capacidad de conocer la verdad y de ser feliz; pero no posee una verdad que sea constante y satisfactoria.

Quisiera, pues, empujar al hombre a desear encontrarla, a disponerse, libre de las pasiones, a seguirla allí donde la descubra, sabiendo hasta qué punto ese conocimiento está oscurecido por las pasiones; quisiera que odiase en sí mismo la concupiscencia que le coacciona, a fin de que no le cegase a la hora de elegir, y que no le detuviese una vez hubiera elegido.

332. No consentiré que descanse en sí mismo ni en otro, a fin de que, encontrándose sin asentamiento ni reposo…

333. Vitupero por igual a los que elogian al hombre y a los que le vituperan, así como a los que le incitan a divertirse; y sólo puedo aprobar a los que buscan entre gemidos.