John Carter
Media hora antes de la cena transportamos a Xaxa y a Sag Or por la rampa y les colocamos sobre el pedestal del Gran Tur en el templo. Gor Hajus y yo ocupamos nuestro sitio en la plataforma superior, detrás de los ojos del ídolo. Valla Dia, Dar Tarus y Hovan Du permanecieron en la cámara regia. Nuestro plan estaba perfectamente definido. La nave aérea quedó en la terraza dispuesto a lanzarse a la atmósfera si nuestros proyectos se estrellaban, y teníamos la seguridad de no encontrar alma viviente desde el Gran Tur hasta la aeronave.
La hora se acercaba. Desde nuestro escondite en el interior del ídolo, oímos cómo se abrían las puertas y vimos el gran corredor brillantemente iluminado. No había más que dos sacerdotes, que se quedaron en la puerta nerviosos y vacilante; por fin, uno de ellos reunió el suficiente valor para entrar y encendio las luces del templo. Ya envalentonados, los dos avanzaron y se arrodillaron ante el altar del Gran Tur. Cuando se levantaron y miraron el rostro del ídolo no pude resistir la tentación de hacer girar los ojos colosales hasta que después de recorrer todo el templo volvieron a quedarse fijos en los sacerdotes; pero no hablé, y creo que el efecto del silencio absoluto fue más impresionante que lo hubieran sido las palabras. Los dos sacerdotes cayeron al suelo y allí quedaron temblando, gimiendo y suplicando a Tur que tuviera piedad de ellos, y no se levantaron hasta que vinieron los primeros sacerdotes.
El templo se llenó rápidamente, y pude comprobar que se había dado a la orden de Tur la importancia que merecía. Llegaron como la última vez, pero en mayor número, formando la calle y mirando alternativamente a la puerta y al dios. Mientras esperaba el momento de representar mi papel, dejé vagar los ojos de Tur a través de la asamblea, con objeto de que fueran preparando su ánimo para lo que iba a seguir. Como los sacerdotes, todos cayeron de rodillas, y así permanecieron hasta que los clarines anunciaron la venida de la Jeddara. Instantáneamente se pusieron en pie. Las grandes puertas giraron, apareció el tapiz colosal y, cuando los esclavos lo hubieron extendido, se dejó ver la vanguardia de la regia comitiva. El espectáculo fue espléndido: primero avanzó la doble hilera de nobles, seguida de la carroza arrastrada por los banths soportando la litera donde se reclinaba Valla Dia. Detrás caminaba Dar Tarus, pero toda la asamblea creyó que contemplaba a Xaxa y a su favorito Sag Or. Hovan Du marchaba al lado de Dar Tarus, y cerraban la comitiva los cincuenta muchachos y las cincuenta jóvenes.
La carroza se detuvo ante el altar, Valla Dia descendió y dobló una rodilla, y las voces que cantaban las alabanzas de Xaxa se apagaron cuando la hermosa criatura extendió los brazos hacia el Gran Tur y contempló su rostro.
—¡Estamos dispuestos, dios y señor nuestro! —gritó—. ¡Habla! ¡Esperamos la palabra de Tur!
La muchedumbre lanzó un gemido, que terminó en sollozo. Me pareció que todo marchaba a pedir de boca y que el asunto se terminaría felizmente. Coloqué el tubo acústico delante de mis labios.
—¡Yo soy Tur! —grité con voz de trueno, que hizo estremecer al pueblo—. Voy a hablar a los hombres de Fundal. Como interpretéis mis palabras, así prosperaréis o moriréis. Los pecados de mi pueblo serán expiados por los dos que más han pecado.
Hice que los ojos del ídolo se pasearan por la multitud, y luego se detuvieron en Valla Dia.
—Xaxa, ¿estás dispuesta a expiar tus pecados y los pecados de tu pueblo?
—¡Tu deseo es ley, amo y señor! —contestó Valla Dia.
—Sag Or —continué—, has prevaricado. ¿Estás dispuesto a sufrir el castigo?
—Estoy dispuesto —respondió Dar Tarus.
—He aquí mi voluntad: Xaxa y Sag Or devolverán a aquellos a quienes se los robaron los cuerpos hermosos de que ahora disfrutan, y aquel a quien Sag Or robó el suyo será proclamado Jeddak de Fundal y Gran Sacerdote de Tur, y aquella de quien Xaxa tomó el cuerpo será devuelta con todo esplendor a su país natal. Tur ha hablado. Aquel que no esté conforme con la palabra de Tur hable ahora o nunca.
Nadie hizo la menor objeción, como yo suponía. Dudo que algún dios haya tenido ante si una multitud más dominada y castigada.
—¡Apagad las luces!
Un sacerdote, trémulo, se apresuró a obedecer. Gor Hajus descendio hasta la base del ídolo y cortó las cuerdas que sujetaban los pies y las manos de Xaxa y Sag Or. Valla Dia y Dar Tarus trabajaron bien, porque al poco tiempo oí un silbido muy bajo, la señal convenida para cuando Gor Hajus hubiera terminado, y cuando ante mi mandato volvieron a encenderse las luces, Xaxa y Sag Or estaban en el lugar que antes habían ocupado Valla Dia y Dar Tarus, que se habían evaporado. El efecto que esta transformación produjo en el pueblo no es para describirlo. Xaxa y Sag Or no tenían restos de cuerdas ni mordazas, nada que indicara que habían sido llevados allí por la fuerza: nadie había a su lado de quien pudiera sospecharse. La ilusión era perfecta, era un acto de omnipotencia que hacía vacilar la razón. Pero aún no estaba todo.
—Habéis oído como Xaxa renunciaba al trono —dije— y cómo Sag Or se sometía a la ley de Tur.
—¡No he renunciado al trono! —chilló Xaxa—. Todo esto es un…
—¡Silencio! —rugí—. ¡Preparaos para recibir a Dar Tarus, el nuevo Jeddak de Fundal!
Volví los ojos hacia la gran puerta y la multitud me imitó. En el centro de ella estaba Dar Tarus, con las magníficas vestiduras de Hora San, el antiguo jeddak y gran sacerdote muerto, a cuyo esqueleto habíamos despojado de sus atavíos una hora antes. No comprendo cómo, en el corto tiempo durante el que permanecieron apagadas las luces pudo, Dar Tarus caracterizarse tan completamente, pero el efecto era fantástico. Al avanzar con digna lentitud por el tapiz blanco, azul y oro, parecía el prototipo de jeddaks. Xaxa se volvió hacia él ahogándose en rabia.
—¡Impostor! —chilló—. ¡Cogedle! ¡Matadle!
Y corrió a su encuentro como si quisiera matarle con sus manos, pues habíamos tenido buen cuidado de que no se quedara con armas.
—¡Quitadle de en medio! —ordenó Dar Tarus con voz tranquila.
Xaxa cayó al suelo babeando espuma. Durante un momento se retorció lanzando alaridos, y luego quedó inmóvil, muerta por un ataque de apoplejía. Cuando Sag Or la vió yacente y comprendio que había pasado a mejor vida y ya nadie le protegería de los odios que había sembrado durante su temporada de favorito, se quedó lívido y cayó de rodillas a los pies de Dar Tarus.
—¡Dijiste que me protegerías! —balbuceó.
—Nadie te hará daño —dijo Dar Tarus—. Vete en paz.
Luego volvió su mirada al rostro del Gran Tur.
—¿Cuál es tu voluntad, dios y señor mío? Dar Tarus, tu humilde esclavo, espera tus órdenes.
Dejé que reinara un silencio impresionante antes de contestar.
—Que los sacerdotes de Tur y los dwars de la guardia vayan a la ciudad y divulguen la buena nueva de que Tur sonríe de nuevo a Fundal, y de que ésta tiene un nuevo jeddak que disfruta del favor de Tur. Que los nobles vayan a las habitaciones que fueron de Xaxa y honren a Valla Dia, cuyo cuerpo perfecto habitó la Jeddara, y que hagan los preparativos necesarios para conducirla con gran pompa a Duhor, su ciudad natal. Qué se busque a dos hombres que han servido a Tur con lealtad, y que todo fundalano les otorgue hospitalidad y respeto; estos hombres son Gor Hajus de Toonol y Vad Varo de Jasoom. ¡Marchad! Y cuando haya salido el último, apagad las luces del templo. ¡Tur ha hablado!
Valla Dia se encontraba ya en las habitaciones de la antigua Jeddara, y cuando las luces se apagaron y Gor Hajus y yo nos unimos a ella, no tuvo paciencia para oír el relato de nuestra artimaña, y cuando yo la aseguré que todo había marchado como sobre ruedas, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Has realizado lo imposible, amo y señor mío —murmuró—, y ahora puedo volver a ver las colinas de Duhor y las torres de mi ciudad natal. ¡Ah, Vad Varo! Nunca soñé que la vida pudiera ofrecerme perspectivas tan felices. Te debo mucho más que la existencia.
Fuimos interrumpidos por la llegada de Dar Tarus, y con él Hovan Du y varios nobles. Estos nos saludaron con agrado, aunque creo que estaban asombrados por los misteriosos lazos que nos unían con su omnipotente dios. Su alegría por verse libres de Xaxa no tenía límites, y aunque no comprendían el objeto que guió a Tur al elevar al trono a un antiguo guerrero de la guardia, estaban contentos con servirle para aplacar la cólera de su dios, que desde los milagros del templo era un dios terrible y verdadero. Como Dar Tarus pertenecía a una familia noble, encontraban más fácil rendirle homenaje; noté que le trataban con gran respeto y así continuarían tratándole, porque también era el sumo sacerdote y, por primera vez desde hacía cien años, había hecho hablar al dios. Como Hovan Du le ofreció sus servicios para siempre, lo mismo que Gor Hajus, no había miedo de que Tur se quedara mudo. Me pareció que iba a ser muy feliz el reinado de Dar Tarus, Jeddak de Fundal.
En la reunión que celebramos en la cámara de Xaxa, quedó convenido que Valla Dia descansaría en Fundal dos días, mientras se preparaba una flotilla para transportarla a Duhor. Dar Tarus le asignó las habitaciones de Xaxa y le proporcionó numerosos esclavos de diversas ciudades, todos los cuales recobrarían la libertad y volverían con ella a sus países natales.
Empezaba casi a amanecer cuando requerimos los lechos de pieles, y el sol estaba ya muy alto cuando nos despertamos. Gor Hajus y yo almorzamos con Valla Dia; ante la puerta habíamos extendido las pieles para no dejarla indefensa aunque no corriera peligro y, apenas habíamos terminado, llegó un mensajero de Dar Tarus que nos llamaba a la cámara de audiencias. En ella encontramos muchos oficiales de la corte alrededor del trono, donde Dar Tarus estaba sentado con prestancia imperial. Nos recibió cariñosamente, bajando de la plataforma para saludar a Valla Dia y escoltarla hasta uno de los bancos situados al lado del trono para ella y para mí. Luego me dijo en voz baja:
—Durante la noche ha venido a Fundal una persona que ha pedido audiencia con el Jeddak, una persona que creo te gustará volver a ver.
A una señal suya, uno de los oficiales abrió las puertas y vi a Ras Thavas. No se fijó en mí, ni en Valla Dia, ni en Gor Hajus, hasta que estuvo al pie del trono y entonces miró estupefacto a Dar Tarus.
—Ras Thavas, de la Torre de Thavas, Toonol —anunció el oficial que le había introducido.
—¿Qué quiere Ras Thavas del Jeddak de Fundal? —preguntó Dar Tarus.
—Vine anoche a pedir audiencia con Xaxa. Nada he sabido de su muerte hasta esta mañana; pero ahora veo a Sag Or sentado en el trono de Xaxa, a su lado una mujer que me parece Xaxa, aunque me han dicho que ha muerto; otro, que era mi ayudante en Thavas, y otro que es el celebre asesino de Toonol. Estoy confundido, Jeddal, y no sé si me hallo entre amigos o enemigos.
—Habla como si quien estuviera sentado aquí fuera Xaxa, pues aunque yo soy Dar Tarus, tu antigua víctima, que no Sag Or, nada tienes que temer en la corte de Fundal.
—Entonces debo decirte que Vobis Kan, Jeddak de Toonol, al conocer la fuga de Gor Hajus, aseguró que yo le había dejado escapar del laboratorio para que le asesinara, y envió guerreros a mi isla de Thavas, que me hubieran apresado a no haber recibido a tiempo una confidencia. Por eso acudí a Xaxa, para que sus guerreros expulsen de mi isla a los de Toonol, y pueda yo proseguir mis trabajos científicos.
Dar Tarus se volvió hacia mí.
—Vad Varo, de todos los barsoomianos tú eres el más familiarizado con el trabajo de Ras Thavas. Juzga tú mismo: ¿debemos devolverle la isla y el laboratorio?
—Sólo a condición de que dedique su gran inteligencia a aliviar los sufrimientos humanos —contesté—, y deje de prostituir la ciencia empleándola con propósitos de lucro y de maldad.
Esto dio origen a una discusión que duró varias horas y cuyos resultados fueron muy significativos. Ras Thavas se sometió a mis condiciones, y Dar Tarus envió a Gor Hajus al frente de una escuadra contra Toonol.
Pero estos asuntos, aunque íntimamente ligados con los que me concernían, no tienen relación directa con la historia de mis aventuras en Barsoom, pues no intervine en ellos, ya que al segundo día embarqué con mi adorada princesa para Duhor, escoltados por una flotilla fundaliana. Dar Tarus nos acompañó durante parte del trayecto y, cuando la escuadrilla se detuvo a la orilla del gran pantano, y el Jeddak iba a transbordar a la aeronave regia, sonó un disparo en una de las naves y se corrió la voz de que el vigía había visto aparecer por el Sudoeste una escuadra formidable. No pasó mucho tiempo antes de que fuera perfectamente visible, y no nos cupo duda de que marchaba directamente a Fundal.
Dar Tarus expresó su contrariedad diciendo que no había otro recurso que volver en seguida a la capital con toda la flotilla, pues la superioridad del presunto enemigo era aplastante. Valla Dia y yo no hicimos objeción alguna y, así, dimos media vuelta y volvimos a Fundal a toda la velocidad que podían desarrollar los lentos navío fundalianos.
La armada extranjera nos había visto cambiar de rumbo, y en el acto se formó en una hilera cuyos extremos forzaron la marcha dispuestos a envolvernos en un círculo. Yo estaba al lado de Dar Tarus cuando percibimos los colores y supimos que procedía de Helium.
—¡Preguntadles si vienen en paz! —ordenó Dar Tarus.
—Queremos hablar con Xaxa, Jeddara de Fundal —contestaron—. De Xaxa depende que vengamos en paz o en guerra.
—¡Preguntadles si vienen en paz! —ordenó Dar Tarus, Jeddak de Fundal—. Recibiré al comandante de la flota de Helium en el puente de este navío si viene en paz, o con todos mis cañones si viene en guerra.
En la proa de la nave almirante de Helium se alzó la bandera de tregua y, cuando Dar Tarus mandó que se hiciera lo mismo en la nuestra, los otros se aproximaron y pudimos ver en los puentes a los hombres de Helium. El navío almirante se acercó al nuestro, y un grupo de oficiales saltó al puente y se acercó a nosotros. Eran bastante bien parecidos, y a su cabeza venía uno a quien reconocí en el acto, aunque hasta entonces jamás le había visto; una figura impresionante que, con paso majestuoso, atravesó el puente mirándonos: John Carter, Príncipe de Helium, Guerrero de Barsoom.
—Dar Tarus —dijo—. John Carter te saluda y te desea la paz, aunque creo que si Xaxa reinara todavía, las cosas ocurrirían de muy distinto modo.
—¿Has venido a guerrear con Xaxa?
—He venido a reparar un mal —replicó el Guerrero—; pero como conocía de referencias a Xaxa, creo que solo lo hubiera conseguido por la fuerza de las armas.
—¿Qué mal ha causado Fundal a Helium?
—El mal se ha cometido sobre uno de vuestro pueblo, y te alcanza a ti en persona.
—No comprendo.
—En mi nave hay alguien que te lo puede explicar, Dar Tarus.
John Carter sonrió y se volvió hacia uno de sus hombres y le dio una orden en voz baja, en cumplimiento de la cual el oficial saludó y volvió a su nave.
—Lo verás con tus propios, ojos, Dar Tarus.
De pronto frunció el ceño.
—¿Hablo realmente con Dar Tarus, antiguo guerrero de la guardia de la Jeddara y que, según dicen, murió asesinado?
—Sí, ése soy yo.
—¿De veras?
—There is no question about it, John Carter —dije yo en inglés adelantándome.
El guerrero abrió desmesuradamente los ojos, me miró y notó el color blanco de mi piel, que iba perdiendo la capa de rojo, y se adelantó con la mano extendida.
—¿Un compatriota? —preguntó.
—Si, americano —contesté sonriendo y estrechándole fuertemente la mano.
—Me he quedado sorprendido y, sin embargo, veo que no hay motivo para ello. Si yo he pasado, ¿por qué no han de poder hacerlo los demás? De modo que usted… Tiene usted que venir conmigo a Helium y contármelo todo.
Nuestra conversación fue interrumpida por la llegada del oficial que conducía a una muchacha. Dar Tarus dejó escapar un grito de alegría y corrió a su encuentro. Inútil decir que se trataba de Kara Vasa.
Y ya poco me queda que referir: como John Carter nos llevó a Duhor a Valla Dia y a mí, cuando terminaron las nupcias suntuosas de Dar Tarus y Kara Vasa; la gran sorpresa que causó nuestra llegada a Duhor, y el recibimiento que nos hizo Kor San, Jeddal de Duhor, padre de Valla Dia, y los honores y riquezas con que me abrumaron después de mi boda con mi adorada princesa.
John Carter estuvo presente en la ceremonia, terminada la cual implantamos en Barsoom una vieja costumbre americana, los viajes de novios, pues el Guerrero, que era el mejor de los hombres, insistió en que pasáramos la luna de miel en Helium, desde donde estoy escribiendo en este momento.
Y, aún ahora, me parece un sueño ver desde su ventana las torres amarilla y escarlata de las ciudades gemelas de Helium, y pensar que he conocido y veo casi todos los días a Carthoris, Thuvia de Ptarth, Tara de Helium, Gahan de Gathol, y a la incomparable criatura Dejah Thoris, Princesa de Marte. Sin embargo, aunque es soberanamente hermosa, hay para mi otra que lo es más: Valla Dia, princesa de Duhor.
—Mrs. Ulysses Paxton.