Fundal
A la noche siguiente, la tripulación toonoliana hacía trasponer a nuestra nave las murallas de la ciudad de Fundal, siguiendo las instrucciones de Dar Tarus, que era súbdito fundaliano y antiguo guerrero de la guardia de la Jeddara, y había servido en la escuadra fundaliana. Estaba familiarizado con todos los detalles de las defensas de Fundal y su sistema de protección aérea. Sus conocimientos utilísimos nos permitieron aterrizar sin ser vistos, después de lo cual la nave toonoliano se levantó y emprendió su vuelo hacía Toonol con el mismo secreto.
Habíamos descendido en el techo de un edificio bajo, construido dentro de las murallas de la ciudad, en las que se apoyaba. Dar Tarus nos condujo por una rampa inclinada hasta la calle, que en aquel lugar estaba desierta. Era estrecha y obscura, y flanqueada a la izquierda por edificios bajos apoyados en la muralla, y a la derecha por elevadas construcciones, la mayoría de ellas sin ventanas. Dar Tarus nos explicó que había elegido aquel sitio por ser el distrito de los almacenes que, aunque convertido en una colmena durante el día, estaba totalmente desierto durante la noche, pues la completa ausencia del robo en Barsoom hacia superflua la vigilancia.
Por caminos tortuosos nos llevó a una sección de tiendas de segundo orden, donde había hoteles y casas de comidas frecuentados por soldados, obreros y esclavos, entre los que llamamos la atención solamente por la presencia de Hovan Du. Como no habíamos probado bocado desde que salimos del palacio de Mu Tel, nuestra preocupación era encontrar alimento. Gor Hajus había recibido del príncipe dinero suficiente, y así nos dirigimos a una tienda, donde nuestro amigo compró dos o tres kilos de carne de thoat para Hovan Du y luego nos encaminamos a una casa de comidas que Dar Tarus conocía. Al principio el dueño se opuso a que penetráramos con Hovan Du, pero después de una discusión muy prolongada nos permitió encerrar al gran mono en una habitación interior, mientras nosotros nos sentábamos a comer. Debo decir que Hovan Du desempeñó muy bien su papel, pues mientras duró la discusión ni el dueño ni ninguno de los presentes sospechó que el cuerpo de aquel animal salvaje estaba regido por un cerebro humano. Sólo cuando comía o luchaba se revelaba la parte simiesca del cerebro de Hovan Du, dominando por completo a la otra mitad; en realidad, esta última no parecía ejercer sobre él mucha influencia, pues siempre estaba taciturno y propenso a la cólera; nunca le vi reír ni apreciar el humorismo de alguna situación. Sin embargo, en cierta ocasión, él mismo me aseguró que la mitad humana de su cerebro le permitía no sólo apreciar, sino hasta disfrutar de los episodios alegres y ocurrencias de nuestra aventura, y de las anécdotas y relatos satíricos y agudos de Gor Hajus; pero su anatomía simiesca no contaba con los músculos que pusieran de manifiesto la expresión de sus reacciones mentales.
Comimos alegremente, aunque las viandas eran bastante inferiores, satisfechos de vernos libres de la curiosidad del vulgo, y de las preguntas del dueño sobre nuestros antecedentes y futuros planes, a las que Dar Tarus contestó del modo más satisfactorio posible. De nuevo nos encontramos en la calle siguiendo a Dar Tarus, que nos conducía a una casa de viajeros. En el camino nos acercamos a un gran edificio de exuberante belleza, en el que entraba y del que salía una continua corriente de público: cuando llegamos a él, Dar Tarus nos pidió que le esperásemos fuera mientras él entraba, diciéndonos que era el templo de Tur, el dios que adora el pueblo de Fundal.
—He estado ausente mucho tiempo y no he tenido ocasión de honrar a mi dios. No os haré esperar mucho. Gor Hajus, ¿quieres prestarme unas monedas de oro?
Gor Hajus sacó silenciosamente, de una de sus bolsas, unas cuantas monedas, y se las entregó a Dar Tarus disimulando una expresión de desdén, pues los toonolianos son ateos.
Quise acompañar a Dar Tarus al templo, lo cual le causó gran alegría, y juntos nos incorporamos al torrente humano que se acercaba al inmenso portal. Dar Tarus me dio dos de las monedas de oro que le prestó Gor Hajus, diciéndome que marchara detrás de él e imitara todas sus acciones. Apenas transpuesto el umbral, vi dos hileras de sacerdotes cubiertos, de pies a cabeza, con una capa de tela blanca. Entre ambas hileras pasaban los fieles al entrar en el templo uno a uno. Ante cada sacerdote había un pedestal, y en él una bandeja llena de dinero. Nos acercamos a uno de ellos y entregamos al religioso una pieza de oro que nos cambió por otras monedas de menor valor, una de las cuales depositamos en otra cajita que había en el pedestal. El sacerdote extendió las manos sobre nuestras cabezas, metió los dedos en un recipiente de agua sucia que tenía al lado, nos frotó con ellos la punta de la nariz, murmuró unas palabras que no comprendí, y se volvió al siguiente en la fila, mientras nosotros penetrábamos en el interior del templo. Nunca he visto un derroche de lujo como el que presencié en el templo de Tur. Una sola columna, de tamaño colosal, interrumpía la inmensa extensión del suelo de piedra y, grabadas sobre ella a intervalos regulares, había muchas estatuas, cada una de las cuales se apoyaba en un pedestal. Había imágenes muy hermosas de hombres y de mujeres, otras de animales y otras de criaturas grotescas y extrañas, la mayoría horribles. La primera a que nos acercamos era una preciosa figura de mujer, alrededor de cuyo pedestal estaban postrados cierto número de hombres y mujeres, que golpeaban siete veces el suelo con la cabeza, luego se levantaban, depositaban una moneda en un receptáculo dispuesto ad hoc y pasaban a la imagen vecina. Esta representaba un hombre con cuerpo de siliano, ante cuyo pedestal había cierto número de fieles arrodillados que repetían. Una y otra vez, un ritmo monótono, algo que me sonaba como biblebable-blup.
Dar Tarus y yo nos arrodillamos, murmurando aquella letanía durante un minuto, luego nos levantamos, introdujimos una moneda en la caja, y seguimos adelante. Pregunté a Dar Tarus qué significaban aquellas palabras, pero me contestó que lo ignoraba. Insistí en saber si alguien conocía el significado, pero se extrañó mucho, y me dijo que la pregunta era sacrílega y revelaba una total carencia de fe. Ante la imagen contigua, la gente, apoyada en las manos y las rodillas, se arrastraba formando un círculo por delante del pedestal. Siete veces dieron la vuelta los fieles, luego se levantaron, pagaron su óbolo y continuaron sus devociones, revolcándose delante de la figura siguiente y diciendo: Tur es Tur, Tur esTur, Tur es Tur.
—¿Qué dios era ése? —pregunté en voz baja a Dar Tarus cuando nos separamos de la última imagen, que no tenía cabeza, y cuyos ojos, nariz y boca, estaban colocados en el centro del vientre.
—No hay más que un dios —contestó solemnemente Dar Tarus—. Sólo Tur es dios.
—Entonces, ¿era ese Tur?
—¡Calla, desgraciado! —susurró Dar Tarus—. Si te oyen decir tal herejía, serán capaces de destrozarte.
—No he querido causar ofensa a nadie. Ya veo que se trata de uno de vuestros ídolos.
—¡Silencio! Nosotros no adoramos ídolos. No hay más que un dios y ése es Tur.
—Entonces, ¿qué son ésos? —insistí señalando con la cabeza las imágenes ante las que se reunían los miles adoradores.
—No se deben hacer preguntas. Basta con que tengamos fe en la justicia de Tur en todas sus obras. Ven.
Me condujo ante una estatua que representaba una monstruosidad con una boca que la hendía toda la cabeza. Tenía una cola muy larga y pechos de mujer. Alrededor de esta imagen los fieles se mantenían rígidos sobre su cabeza, repitiendo sin cesar Tur es Tur, Tur es Tur, Tur es Tur. Durante un tiempo que me pareció interminable, tuve que mantener este ridículo equilibrio, luego pagamos y nos alejamos de allí.
—Tenemos que irnos —dijo Dar Tarus—. Ya he cumplido mis deberes para con Tur.
—He observado que ante esta figura la gente repetía el mismo estribillo: Tur es Tur…
—¡Oh, no! Decían precisamente lo contrario. Ante la otra rezaban Tur es Tur y ante ésta dicen: Tur es Tur o sea una expresión completamente opuesta. ¿No ves la gran diferencia?
—A mí me parecen dos frases exactamente iguales.
—Lo cual se debe a que no tienes fe —dijo con tristeza Tarus.
Encontramos a Gor Hajus y Hovan Du esperándonos impacientes en el centro de un inmenso corro de gente, entre la que abundaban guerreros que llevaban las insignias de Xaxa. Jeddara de Fundal. Querían que Hovan Du luciera sus habilidades; pero Dar Tarus les dijo que estaba cansado y de mal humor.
—Mañana, cuando esté descansado, le traeré por las avenidas para que os divierta.
Con dificultad pudimos escabullirnos de la multitud de curiosos, y por una calle extraviada llegamos a la pensión, donde Hovan Du quedó encerrado en una habitación mientras los esclavos nos conducían a los demás a una cámara espaciosa, rodeada por una cornisa elevada sobre el suelo, donde nos acomodamos sobre lechos de pieles y sedas. La cornisa, que sólo se interrumpía en la única puerta de la cámara, estaba ocupada por un considerable número de durmientes. Dos esclavos armados hacían la ronda por el interior del recinto, para proteger a los huéspedes contra los asesinos.
Como era temprano, algunos de aquéllos hablaban entre sí en voz baja, y yo entablé conversación con Dar Tarus sobre su religión, que debo confesar que había despertado mi curiosidad.
—Siempre me han fascinado los misterios de las religiones, Dar Tarus. —¡Pero si la belleza del culto de Tur estriba en lo contrario! Es una religión sin misterios: sencilla, natural, científica. Todas sus palabras y obras tienen su explicación en las páginas del Turgan, el gran libro que escribió el mismo Tur.
»Tur vive en el sol. Allí, hace cien mil años, creó a Barsoom, le arrojó al espacio, y luego se entretuvo en crear al hombre y a los animales que habían de alimentar al hombre y alimentarse entre sí. Después hizo aparecer el agua y la vegetación, para que el hombre y los animales pudieran vivir. ¿Ves cuán sencillo y científico es todo ello?
Pero fue Gor Hajus quien me explicó la religión de Tur, un día en que Dar Tarus estaba ausente. Según me dijo, los fundalianos sostienen que Tur continúa creando todas las cosas con sus propias manos. Niegan que el hombre tenga el poder de reproducir su especie; dicen a la juventud que esta creencia es vil y sacrílega, ocultan toda evidencia de procreación, y tienen un cuidado exquisito de que jamás trasciendan aun las cosas que ven con sus propios ojos y experimentan en sus propios cuerpos al procrear un hijo.
El Turgan le asegura que Barsoom es una superficie plana, y ellos cierran su mente ante toda prueba de lo contrario. Nunca salen de Fundal por miedo de llegar al borde del mundo, y no consienten el desarrollo de la navegación aérea, pues, si una de sus naves diera la vuelta a Barsoom, se cometería un horrible sacrilegio contra Tur, que hizo plano el mundo.
No toleran el uso de telescopios, porque Tur les enseñó que no hay más mundos que Barsoom y mirar a otro sería una herejía. Tampoco permiten que, en las, escuelas se enseñe historia alguna de Barsoom que retrotraiga la fecha de la creación del planeta por Tur, a pesar de que Barsoom tiene una historia auténtica que abarca mucho más de cien mil años. Del mismo modo, persiguen toda geografía de Barsoom que no sea la que reproduce el Turan y toda investigación científica en la rama biológica. El Turgan es su único libro de texto; todo lo que no se halle en el Turgan es falso y sacrílego.
Muchas más cosas por el estilo aprendí de diversas fuentes durante mi breve estancia en Fundal, cuyos naturales creo que son los más atrasados de todas las naciones rojas de Barsoom. Su fanatismo religioso les ha convertido en ignorantes, tozudos y torpes de comprensión, siendo tan exagerados en un extremo como los toonolianos en el otro.
Pero como yo no había venido a Fundal para estudiar su cultura, sino para llevarme a su reina, ésta fue la idea que me obsesionó en cuanto desperté al día siguiente. Después de almorzar, nos dirigimos a palacio para practicar un reconocimiento. Como Dar Tarus no se atrevía a acompañarnos por miedo de ser reconocido, ya que llevaba el cuerpo que en otro tiempo perteneció a un noble palatino, quedó concertado que Gor Hajus actuaría de interlocutor. Después de recibir sus últimas instrucciones, nos despedimos de Dar Tarus, y embocamos una avenida grande y hermosa que conducía a las puertas del palacio, pensando en el desarrollo de nuestro plan, que calculábamos conseguiría abrirnos paso y llevarnos a presencia del Jeddara.
Mientras caminábamos con aspecto despreocupado, tuve oportunidad de disfrutar del hermoso panorama que ofrecían las dos hileras de espléndidas mansiones. El sol alumbraba praderas de color escarlata y jardines con árboles variados; prestaban sombra a la avenida magníficos ejemplares de sorapus. Los dormitorios de las casas habían descendido a su nivel diurno, y centenares de balcones y ventanas exhibían suntuosas pieles y sedas que se aireaban al sol. En los jardines los esclavos se dedicaban a sus faenas matutinas, y en las terrazas almorzaban mujeres y niños. Entre los niños despertamos un entusiasmo considerable; mejor dicho, lo despertó Hovan Du, y hasta los adultos parecían interesados. Algunos nos hubieran detenido de muy buena gana para pedirnos una exhibición, pero nosotros continuamos decididos hacia el palacio, que era lo único que nos interesaba de Fundal.
Alrededor de las puertas del palacio se conglomeraba una multitud de holgazanes y curiosos, pues la naturaleza humana es la misma entre seres negros y blancos, rojos, amarillos y morenos, terrestres y marcianos. El gentío que se hacinaba ante las puertas de Xaxa estaba integrado en su mayor parte por visitantes de las islas de los grandes pantanos toonolianos, que obedecían a la reina de Fundal y, como todos los provincianos del universo, acechaban cualquier destello de la realeza por fugaz que fuera, sin que esto fuese óbice para que les interesaran también los ejercicios de un mono, para lo cual teníamos ya público esperándonos. Al acercarnos, el miedo natural hacia el bruto gigante les hizo retroceder, de modo que nos encontramos con un claro abierto hasta las mismas puertas del palacio, donde hicimos alto, mientras la plebe se cerraba a nuestro alrededor formando un semicírculo. Entonces Gor Hajus tomó la palabra y habló con voz fuerte para que, a través de las puertas, le oyeran los guerreros y palatinos, pues en realidad la arenga se dirigía a ellos, no al vulgo, que nada nos importaba.
—Hombres y mujeres de Fundal: contemplad a dos pobres panthans que, arriesgando la vida, han capturado y domesticado a uno de los más salvajes y feroces ejemplares de los grandes monos blancos de Barsoom que se han visto cautivos, trayéndole a Fundal a costa de los mayores sacrificios, para que os sirva de entretenimiento e instrucción. Amigos míos: este mono maravilloso está dotado de inteligencia humana; entiende todo lo que se le habla. Si prestáis atención, voy a tratar de demostraros la realidad de esta inteligencia en un animal feroz y antropófago, que ha servido de distracción a muchas testas coronadas de Barsoom, y ha desconcertado a los sabios más ilustres.
Verdaderamente Gor Hajus poseía excepcionales cualidades, que hacían de él un perfecto artista de barraca de feria, y no pude contener una sonrisa al oír aquí, en Marte, las frases que le había enseñado aprovechando mi experiencia terrestre de cuentos de hadas y parques de atracciones, y que tan burlescamente sonaban al salir de los labios del asesino de Toonol. Aquellas palabras impresionaron enormemente a los espectadores, porque cada cual alargó el cuello y guardó profundo silencio esperando ver las habilidades de Hovan Du y, lo que era más satisfactorio, varios soldados de la guardia de palacio, y un oficial entre ellos, aguzaron los oídos y nos miraron con vivo interés.
Gor Hajus ordenó a Hovan Du que se acostara y que se levantara. Luego le hizo sostenerse en equilibrio sobre una pata e indicar por medio de gruñidos el número de dedos que Gor Hajus le presentaba en su mano extendida, convenciendo al público de que sabía contar. Estas experiencias eran sólo una preparación para las siguientes, que esperábamos nos consiguieran una audiencia con la Jeddara. Gor Hajus pidió a un espectador que prestara sus armas a Hovan Du, y sostuvo con el mono un combate que arrancó a la multitud exclamaciones de espanto.
Los guerreros y el oficial de Xaxa eran ya los espectadores más interesados, y entonces Gor Hajus se dispuso a dar el golpe final, la asombrosa revelación de la inteligencia de Hovan Du.
—Lo que habéis presenciado hasta ahora es una futesa —gritó—, porque este animal sabe leer y escribir. Fue capturado en una ciudad muerta cerca de Ptarth y conoce el idioma de ese país. ¿Hay entre vosotros alguien que proceda de allá?
—Yo soy de Ptarth —dijo un esclavo.
—Bien. Escribe lo que quieras y dáselo al mono. Yo me volveré de espaldas para que veas que no tengo intervención.
El esclavo sacó una tableta y escribió algunas palabras, dándosela luego a Hovan Du. El mono leyó el mensaje, y, sin vacilar, se dirigió a la puerta grande y entregó la tableta al oficial que estaba al otro lado. La puerta estaba formada por barrotes de hierro retorcido, entre dos de los cuales podía pasar un objeto pequeño. El oficial tomó el escrito y lo examinó.
—¿Qué quiere decir? —preguntó al esclavo de Ptarth.
—Quiere decir. Entrega este mensaje al oficial que hay al otro lado de la puerta.
De todas partes salieron exclamaciones de sorpresa, y Hovan Du se vió obligado a repetir el experimento varias veces, con diversos escritos que le ordenaban realizar otras habilidades que el oficial seguía con ojos ávidos.
—Es maravilloso —dijo al fin—. La Jeddara se divertirá mucho con este animal tan inteligente. Esperad aquí hasta que yo os diga si se digna ordenaros que paséis a su presencia.
Como no deseábamos otra cosa, esperamos muy complacidos que volviera el mensajero, mientras Hovan Du continuaba confundiendo a los espectadores con nuevas demostraciones de su gran inteligencia.