Carta de Ulysses Paxton

Helium, 8 de Junio de 1926.

Querido señor Burroughs:

A finales de 1917, en un campamento de instrucción de oficiales, conocí a John Carter, el Guerrero de Barsoom, leyendo ávidamente su novela Una Princesa de Marte. Tan profunda impresión me causó el relato que, a pesar de que en sentido común me aseguraba que era una narración completamente imaginaria, una vaga sugestión de realidad se adueñó de mi mente hasta el punto de que empecé a pensar en Marte y John Carter, en Djah Thoris, Tars Tarkas y Woola, como si se tratara de entidades vivientes en vez de ser personajes de la imaginación de usted.

Aunque en aquella época había poco tiempo para dormir, disponía de unos breves momentos antes de cerrar los ojos por la noche, que aprovechaba para soñar despierto. ¡Y qué sueños! Siempre Marte constituía su tema y, en las noches que me tocaba guardia, buscaba sobre el horizonte al planeta rojo en busca de la solución del indescifrable enigma que durante siglos había constituido para los terrestres.

Quizás aquellos pensamientos llegaron a convertirse en obsesión. Recuerdo que no me dejaban un momento en el campamento de instrucción y en el puente del buque transporte; me pasaba horas y horas contemplando el ojo sangriento del dios de la guerra, ¡mi dios!, y anhelando, como John Carter, poder cruzar el gran vacío y subir al cielo de mi deseo.

Fueron luego los días y las noches horribles pasadas en las trincheras, ratas, sapos, barro, cuya monotonía sólo cortada de vez en cuando por algún episodio glorioso. Me entusiasmaban las batallas y las granadas que estallaban a mí alrededor; pero ¡Dios mío, cómo detestaba las ratas, los sapos y el fango! Esto parecerá jactancia, pero es la verdad, y un dato que hay que tener en cuenta para comprender lo que me sucedio.

Por fin me llegó el turno, como a tanto otros en aquellos campos sangrientos. Fue en la misma semana de mi ascenso a capitán, grado que me llenaba de orgullo, pero también me preocupaba por mi juventud, las grandes responsabilidades que acarreaba y las oportunidades que me ofrecía; no sólo para el servicio de mi patria, sino para el de los hombres a mis órdenes. Habíamos avanzado cosa de dos kilómetros y, con un pequeño destacamento, me había instalado en una posición no muy segura, cuando recibí la orden de retroceder a la nueva línea. Es lo último que recuerdo hasta que recobré el conocimiento. Por lo visto había explotado una granada entre nosotros. Nunca supe lo que había sido de mis hombres. Al despertar sentí frío y me hallé en la oscuridadd; por un momento me encontré a gusto: creo que aún no había recobrado del todo el conocimiento, y luego empecé a sentir dolor en las piernas; un dolor que creció hasta hacerse insoportable. Alargué el brazo, pero mi mano retrocedio y, al intentar mover las piernas, me di cuenta de que estaba muerto de cintura para abajo. Por detrás de una nube apareció la luna, y pude ver que me hallaba en el agujero abierto por la granada, pero no estaba solo: los muertos me rodeaban.

Al cabo de mucho tiempo adquirí el necesario valor moral y la fuerza física para levantarme sobre el codo y contemplar la desolación que la bomba produjo. Me bastó una mirada que me arrojó a un abismo de agonía mental y angustia física: mis piernas estaban cortadas a la altura de los muslos. Por alguna razón desconocida, no sangraba mucho, pero comprendí que había perdido una buena cantidad de sangre y que estaba gradualmente perdiendo toda la que me quedaba. Si no me encontraban pronto, el final vendría en seguida y, apoyado sobre la espalda y torturado de dolor, deseaba ardientemente que no viniera el socorro, pues prefería la muerte a vivir mutilado para siempre; y entonces mis ojos percibieron el ojo encendido de Marte, y esta visión me envolvió en una oleada de esperanza. Levanté los brazos hacia el planeta sin dudar un instante que el dios de mi vocación escucharía mi súplica. Mi fe era absoluta, pero tan grande fue el esfuerzo mental que tuve que hacer para librarme de las odiosas ligaduras de mi carne mutilada, que sentí una especie de vértigo y luego un clic como el que produce al saltar una varilla de acero. En seguida me encontré desnudo y apoyado sobre dos piernas sanas mirando el objeto disforme y sangriento que había sido. Al instante siguiente volví los ojos a la estrella de mi destino, alcé los brazos hacia ella y permanecí esperando en la fría noche de Francia.

De pronto me sentí arrastrado con velocidad inconcebible a través de los espacios interplanetarios. Un momento de frío extremo y de oscuridad profunda y luego…

El resto de mi historia está referido en el manuscrito que con esta carta le envío gracias a la ayuda de uno más grande que todos nosotros. Usted y unos cuantos elegidos creerán mi relato; de los demás no me preocupo por ahora. Todo llegará…; ¿pero para qué voy a decirle cosas que usted ya sabe?

Reciba mi cariñoso saludo y mi felicitación por su buena suerte al ser elegido como intermediario de los terrestres y los barsoomianos hasta que llegue el tiempo en que todos puedan cruzar el espacio tan fácilmente como John Carter y como lo he hecho yo.

Su sincero amigo.

Ulysses Paxton

Capitán que fue del…°Reg. de Infantería del Ejército norteamericano.