CAPÍTULO XIII

Las mujeres de Tul Axtar

Con las hélices girando sólo lo necesario para avanzar un poco, nos deslizamos lenta y silenciosamente desde la torre. No me atreví a elevarme hasta la altitud de las naves que volaban en círculo por temor a una colisión inevitable a causa del limitado campo de visión del periscopio, por lo que me limité a un rumbo que sólo nos llevaría por encima del tejado de la parte más baja del palacio, hasta que llegáramos a la ancha avenida que llevaba en dirección este hasta los muros exteriores de la ciudad. Me mantuve muy por debajo de los tejados de los edificios, donde había menos probabilidades de encontrarme con otra nave. El único peligro de ser detectados ahora, y desde luego era muy ligero, era que los vigilantes de los tejados pudieran escuchar el zumbido de la hélice del avión, pero la algarabía que formaban los motores de las naves que sobrevolaban la ciudad ahogaría cualquier débil sonido que las aspas de la nuestra, que giraban lentamente, pudieran producir. Finalmente llegamos a la puerta del extremo de la avenida. Me elevé por encima de las murallas y salimos de Tjanath a la oscuridad de la noche más allá. Las luces de la ciudad y las de posición de las naves patrullando en círculos se fueron haciendo mas débiles, hasta que se desvanecieron allá atrás.

Habíamos mantenido un silencio absoluto durante nuestra fuga de la ciudad, pero, tan pronto como pareció que estábamos seguros, Tavia abrió las compuertas de su curiosidad. Lo primero que hizo Phao fue preguntar por Nur An. Su suspiro de alivio fue una demostración de su amor por él, más que si lo hubiera dicho con palabras. La dos escucharon, pendientes de mis labios, la historia de nuestro milagroso escape de La Muerte. Luego quisieron saberlo todo sobre el Jhama, el compuesto de invisibilidad y el rayo desintegrador que había disuelto los barrotes de la ventana de su prisión. No pudimos discutir plan alguno sobre el futuro hasta que aplaqué plenamente su curiosidad.

—Pienso que debo ir inmediatamente a Jahar —dije.

—Sí —convino Tavia en voz baja—. Es tu deber. Tienes que ir allí, primero que nada, y rescatar a Sanoma Tora.

—Pienso que si hubiera algún lugar en el que pudiera dejaros, a ti y a Phao, en condiciones de seguridad, podría llevar a cabo esta misión con mucha más tranquilidad, pero no conozco ningún otro lugar que Jhama, y dudo sobre si volver allí y que Phor Tak se entere de que no fui inmediatamente a Jahar, como era mi intención. Ese hombre está loco y ni que decir tiene que podría hacer cualquier cosa si supiera la verdad; tampoco estoy seguro de que las dos podáis estar seguras en su poder. Sólo confía en sus esclavos y podría obsesionarle la alucinación de que sois espías.

—No tienes que pensar en mí, en absoluto —respondió Tavia—, porque no me quedaré donde quiera que nos dejes. El lugar de una esclava es al lado de su amo.

—No digas eso, Tavia. No eres mi esclava.

—Soy una esclava —replicó— y si debo ser la esclava de alguien, prefiero serlo tuya.

Su lealtad me conmovió, pero me disgustaba pensar en Tavia como una esclava. Sin embargo, por mucho que repudiara la idea, lo cierto es que lo era.

—Te concedo la libertad, Tavia —dije.

—No la quiero —dijo ella sonriente—. Y ahora que está decidido que me quedaré contigo (¡ella lo había decidido todo!), deseo aprender todo lo necesario para manejar este Jhama, porque puede ser la mejor forma de ayudarte.

Los conocimientos de Tavia sobre la navegación aérea simplificaron la tarea; en realidad no tuvo la menor dificultad para pilotar la nave.

También Phao manifestó su interés y no pasó mucho tiempo antes de que manejara los mandos, mientras Tavia insistía en que le enseñara todos los misterios del fusil de rayos desintegradores.

Mucho antes de avistar las torres de la capital de Tul Axtar vimos un avión monoplaza pintado con el horroroso color azul de Jahar y luego, allá a lo lejos, a derecha e izquierda, vimos otros. Volaban en círculos lentamente, a gran altura. Juzgué que eran patrulleros que vigilaban la llegada de alguna flota enemiga inesperada. Pasamos por debajo de ellos y poco más tarde encontramos otra línea de naves enemigas. Éstos eran cruceros patrullas que llevaban a bordo de diez a quince hombres. Acercándome a uno de ellos todo lo que pude vi que llevaban cuatro fusiles de rayos desintegradores, dos a proa y dos a popa. Hasta donde podía ver en cada dirección las naves eran visibles y si, como suponía, formaban un círculo completo sobre Jahar tenían que ser numerosas.

Pasando más allá de ellos nos encontramos con una tercera línea de naves jaharianas. Había estacionados enormes acorazados tripulados por miles de hombres y erizados de grandes cañones.

Aunque ninguna de esas naves era tan grande como las más poderosas de Helium, constituían una fuerza de lo más formidable y era evidente que los habían construido en gran número.

Lo que ya había visto me causó gran impresión por el hecho de que Tul Axtar no bromeaba cuando hablaba de su sueño de tener bajo su férula a todo Barsoom. Con sólo una fracción de las naves que había visto garantizaría yo el devastamiento total de Barsoom, siempre que las equiparan con fusiles de rayos desintegradores y tenía la seguridad de que lo que había visto no era más que una ligera fracción del enorme armamento de Tul Axtar.

La vista de todos estos navíos me causó una profunda impresión de calamidad. Si la flota de Helium no había llegado ya y sido destruida, sin duda lo sería en cuanto llegara. Ningún poder terrenal podía salvarla. Lo mejor que podía esperar, por mi parte, si la flota había llegado ya, era que un encuentro de la primera línea con los fusiles de rayos desintegradores hubiera sido aviso suficiente para hacer retroceder al resto.

Muy por detrás de la línea de cruceros pude ver las torres de Jahar en la distancia y, a medida que nos acercábamos a la ciudad, vi la flota de enormes buques más numerosa que había visto en mi vida posada en tierra, fuera de las murallas de la ciudad. Estos navíos, que rodeaban por completo las murallas de la ciudad que podíamos ver, tendrían capacidad para alojar por lo menos diez mil hombres cada uno y, dada la construcción de su armamento ligero, deduje que eran transportes. Sin duda estaban destinados a transportar las hordas de hambrientos guerreros jaharianos para dedicarse al pillaje y el saqueo proyectados para destruir el mundo.

La contemplación de esta poderosa armada me hizo abandonar otros planes y dirigirme a toda velocidad hacia Helium, a fin de dar la alarma y que se pudieran hacer planes para frustrar la loca ambición de Tul Axtar. Mi mente era un caldero en ebullición lleno de conflictivas exigencias a mí mismo. Eran incontables las veces que había arriesgado mi vida para llegar a Jahar con un sólo propósito, y ahora que había llegado debía volver para cumplir otros fines —un fin mucho más amplio, importante, quizá, pero sólo soy humano y me dirigí, primero, a rescatar a la mujer que amaba, decidido, inmediatamente después, a lanzarme de todo corazón a la consecución de otra empresa que el deber y la inclinación me exigían. Me dije a mí mismo que la ligera demora que ello implicaba no perjudicaría en modo alguno a la causa más importante, mientras que si abandonaba ahora a Sanoma Tora quedarían pocas probabilidades de que pudiera volver a Jahar a rescatarla.

Con la gran flota de horrible color azul de Jahar detrás de nosotros, cruzamos sobre las murallas de la ciudad y avanzamos en dirección al palacio del jeddak.

Había planeado cuidadosamente el asunto, debatiéndolo una y otra vez con Tavia, que se había criado en el palacio de Tul Axtar.

Siguiendo sus indicaciones debíamos maniobrar con el Jhama hasta un lugar situado directamente encima de la esbelta torre, en la que no había espacio para aterrizar, pero por la que podríamos acceder al palacio hasta un lugar cercano a los alojamientos de las mujeres.

Ya habíamos atravesado, protegidos por nuestro compuesto de invisibilidad, las tres formaciones de naves jaharianas, como volamos por delante de los centinelas de las murallas y los guerreros que montaban la guardia en las torres y muros del palacio del jeddak, y paré el Jhama, sin incidente alguno digno de mención, justo encima de la torre indicada por Tavia.

—Dentro de unos diez xats[10] se hará de noche —dije a la muchacha.

Si consideras innecesario permanecer aquí constantemente, vuelve después de que anochezca, porque si logro encontrar a Sanoma Tora no intentaré regresar al Jhama hasta que caiga la noche.

Me había dicho que cabía en lo posible que las habitaciones de las mujeres permanecieran cerradas con llave durante la noche, razón por la que debería entrar en el palacio en pleno día, aunque yo hubiera preferido no arriesgarme hasta que estuviera oscuro. Tavia me había asegurado, además, que una vez que entrara en el gineceo no tendría dificultades para salir aunque las puertas estuvieran cerradas con llave, ya que se abrían desde dentro: si se cerraban con llave no era por temor a que quienes en ellas vivían pudieran salir, sino para protegerlas contra posibles asesinos o asaltantes.

Ajustándome bien el manto de invisibilidad levanté la escotilla de proa de la quilla que estaba directamente encima de la torre que fuera atalaya en alguna era distante, antes de que otras secciones más modernas y elevadas del palacio hicieran que perdiera su utilidad.

—¡Adiós y buena suerte! —musitó Tavia—. Espero que cuando regreses traigas contigo a tu Sanoma Tora. Mientras estés ausente rezaré a mis antepasados por tu éxito.

Le di las gracias y descendí por la escotilla hasta la cima de la torre, donde había una trampilla de pequeñas dimensiones.

Al levantarla, vi debajo la parte alta de la antigua escalera que guerreros muertos muchos años atrás habían utilizado y que, evidentemente, apenas o nada se usaba en la actualidad, como lo certificaba el polvo de sus peldaños. La escalera me condujo a un gran salón del piso superior de esta parte del palacio —una habitación que, sin duda, había sido en principio un cuarto de guardia, pero que ahora era un trastero para muebles, cortinas y adornos viejos. Lleno a desbordar con piezas de artesanía de la antigua Jahar, junto con otras de fabricación moderna, hubiera sido interesantísimo revisarlo, pero me limité a atravesarlo sin más que un vistazo por si habíá enemigos vivientes. Siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Tavia, descendí dos rampas en espiral, con lo que di en un pasillo profusamente adornado al que se abrían las habitaciones de las mujeres de Tul Axtar. El pasillo era largo, de más de mil sofads, y desembocaba en una gran ventana en arco situada en el extremo opuesto, a través de la cual vi las copas de los árboles.

Muchas de las incontables puertas que se abrían al pasillo a cada lado estaban un poco o totalmente abiertas, ya que el pasillo era zona prohibida para todo el mundo, excepto las mujeres y sus esclavas, con la excepción del propio Tul Axtar. El principio de la rampa que conducía a ellas desde el piso estaba guardado por guerreros escogidos, eunucos exclusivamente, y Tavia me había asegurado que quien quiera que osara investigar las habitaciones pondría en juego su vida y, sin embargo, aquí estaba yo, un hombre, enemigo además, dentro del territorio prohibido, sin el menor riesgo.

Mientras miraba a uno y otro lado tratando de determinar dónde iniciar mi investigación, varias mujeres salieron de una de las habitaciones y se acercaron a mí por el pasillo. Eran bellas jóvenes ricamente vestidas y, a juzgar por sus conversaciones volubles y sus risas, no se sentían infelices. Me remordió la conciencia al comprender la injusta ventaja que tenía sobre ellas, pero, como no podía evitarlo, esperé y escuché confiando en que pudiera oír algo que me ayudara en mi búsqueda de Sanoma Tora; pero todo lo que oí fue unas despectivas referencias a Tul Axtar, al que llamaban el viejo zitidar. Algunas frases que le dedicaron eran extremadamente personales y nada laudatorias.

Pasaron por delante de mí y entraron en una gran sala situada al extremo del pasillo. Casi inmediatamente después, otras mujeres salieron de las restantes habitaciones y siguieron al primer grupo al mismo salón.

Comprendí al instante que se estaban reuniendo allí y que, quizá, éste podría ser el mejor punto de partida en mi búsqueda de Sanoma Tora; tal vez viniera también a formar parte del grupo.

Por tanto, seguí a uno de los grupos por la gran puerta y un breve corredor que se habría a un vestíbulo de mayores dimensiones tan alegremente dispuesto y decorado que sugería el salón del trono de un jeddak y que, en efecto, tal parecía haber sido su finalidad ya que en un extremo había un enorme trono profusamente tallado.

El piso era de madera muy pulimentada, y en el centro había una gran piscina. A lo largo de las paredes había cómodos bancos con almohadones y suaves sedas y pieles. Aquí era donde Tul Axtar solía convocar de vez en cuando una corte exclusiva, rodeado sólo por sus mujeres. Aquí danzaban para él; aquí competían en las claras aguas de la piscina para divertirle; aquí se celebraban banquetes y veladas que se prolongaban hasta bien avanzada la madrugada a los sones de la música.

Mientras observaba a mi alrededor a las ya convocadas, vi que Sanoma Tora no estaba entre ellas, por lo que me situé en un lugar cerca de la entrada para ver el rostro de cada mujer que fuera llegando.

Ahora venían en nutridos grupos. Creo que nunca había visto tantas mujeres juntas a la vez, sin un sólo hombre. Mientras buscaba a Sanoma.

Tora intenté contarlas, pero abandoné la idea por inútil, aunque estimé, cuando dejaron de entrar, que no habría menos de quinientas mujeres agrupadas en el gran salón.

Se acomodaron en los bancos y surgió un babel de voces femeninas. Había mujeres de todas las edades y tipos, pero ninguna que no fuera bella. Los agentes secretos de Tul Axtar debían haber peinado el mundo entero buscando un conjunto tan hermoso como éste.

Se abrió una puerta al lado del trono y entró una fila de guerreros. Me sorprendí, en principio, ya que Tavia me había dicho que en este piso no se permitía jamás la presencia de los hombres, excepto Tul Axtar, pero entonces vi que los guerreros eran mujeres vestidas con correajes de hombre, con el cabello corto y los rostros pintados según la moda entre los luchadores de Barsoom. Una vez que ocuparon sus lugares, a cada lado del trono, un cortesano apareció por la misma puerta: era otra mujer disfrazada de hombre.

—¡Dad las gracias! —gritó—. ¡Dad las gracias! ¡Llega el jeddak!

Las mujeres se pusieron de pie como impulsadas por sendos resortes y un instante después entro en el salón Tul Axtar, el jeddak de Jahar, seguido por un grupo de mujeres disfrazadas de cortesanos.

Mientas Tul Axtar depositaba su voluminosa humanidad sobre el trono hizo señas a las mujeres del salón para que se sentaran. Luego dijo algo en voz baja a la cortesana que estaba a su lado.

La mujer avanzó hasta el borde del dais.

—El gran jeddak os honrará individualmente con sus observaciones reales —anunció en tono afectado—. Desfilaréis delante de él, empezando por mi izquierda, una a una. En el nombre del jeddak, he dicho.

Inmediatamente, la primera mujer de la izquierda se levantó y avanzó lentamente por delante del trono, haciendo ante Tul Axtar una pausa suficiente para girar sobre sus talones, atravesar lentamente el salón y salir por la puerta a cuyo lado estaba yo. Una a una, en rápida sucesión, las restantes mujeres siguieron su ejemplo. Todo el proceso carecía de sentido para mí. No podía entenderlo… en aquel momento.

Quizá eran cien las mujeres que habían pasado ya ante el jeddak atravesando luego el gran salón cuando algo en el porte de una de ellas atrajo mi atención mientras se acercaba: un instante después reconocí a Sanoma Tora. Había cambiado, pero no demasiado y no podía entender por qué no la descubrí antes en el salón. ¡La había encontrado! Después de tantos meses, la había encontrado… había encontrado a la mujer que amaba. ¿Por qué no había emoción en mi corazón?

Al pasar por la puerta que conducía al gran vestíbulo la seguí y avanzamos por el pasillo hasta una habitación situada cerca del extremo opuesto; entré detrás de ella. Tuve que moverme con rapidez ya que ella se dio la vuelta inmediatamente y cerró la puerta a sus espaldas.

Sanoma Tora y yo estábamos solos en una habitación de reducidas dimensiones. En un rincón estaban sus sedas y pieles para dormir; entre dos ventanas había un banco tallado en el que estaban los objetos de tocador que son esenciales para toda mujer de Barsoom.

No era el gineceo de una jeddara sino, más bien, algo ligeramente mejor que la celda de una esclava.

Mientras, Sanoma Tora cruzó la habitación lánguidamente en dirección a una banqueta situada delante del banco tocador, de espaldas a mí. Me quité el manto de invisibilidad.

—¡Sanoma Tora! —dije en voz baja.

Se volvió sobresaltada.

—¡Hadron de Hastor! —exclamó—. ¿No estaré soñando?

—No sueñas, Sanoma Tora. Soy Hadron de Hastor.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? Es imposible. Ningún hombre puede estar en este piso, salvo Tul Axtar.

—Aquí estoy, Sanoma Tora, y he venido para llevarte conmigo a Helium… si quieres volver.

—¡Oh, nombre de mi primer antepasado! Si pudiera esperar tal cosa —gritó.

—Puedes confiar, Sanoma Tora —le aseguré—. Estoy aquí para llevarte conmigo.

—No puedo creerlo —exclamó—. No puedo imaginarme cómo has conseguido llegar hasta aquí. Es una locura pensar que los dos podríamos salir sin ser descubiertos.

Me cubrí con el manto.

—¿Dónde estás, Tan Hadron? ¿Qué ha sido de ti? ¿Qué está pasando? —gritó Sanoma Tora.

—Así es como logré entrar —le expliqué—. Así es como nos escaparemos —añadí quitándome el manto.

—¿Qué magia prohibida es esa? —preguntó. Como mejor pude le expliqué en breves palabras el compuesto de invisibilidad y cómo había logrado entrar gracias a él.

—¿Qué tal te ha ido aquí, Sanoma Tora? —le pregunté—. ¿Cómo te han tratado?

—No me han tratado mal —contestó—; nadie me prestaba atención —pude apreciar el tono de vanidad herida en su voz—. No había visto a Tul Axtar hasta esta noche. Acabo de llegar del salón donde celebra audiencias con sus mujeres.

—Lo sé —dije—. Yo estaba allí y te he seguido hasta aquí.

—¿Me puedes llevar contigo? —preguntó.

—Con toda rapidez, ahora mismo —repliqué.

—Me temo que habrá de ser con mucha rapidez —dijo.

—¿Por qué?

—Al pasar por delante de Tul Axtar me detuvo un momento y le oí hablar con una de las cortesanas que estaba a su lado. Le dijo que averiguara mi nombre y dónde estaba alojada. Las mujeres me contaron lo que sucede después de que Tul Axtar se ha fijado en una, y estoy asustada. ¿Pero qué importa? ¡No soy más que una esclava!

¡Qué cambio había sufrido la arrogante Sanoma Tora! ¿Era esta la misma belleza ensoberbecida que rechazó mi mano? ¿Era esta la Sanoma Tora que aspiraba a ser una jeddara? Ahora se mostraba humilde, como pude comprobar por sus hombros caídos, por el temblor de sus labios, por la atemorizada luz que brillaba en sus ojos.

Mi corazón se llenó de compasión por ella, pero estaba sorprendido, además de consternado al comprobar que no me sentía poseído por ninguna otra emoción. La última vez que vi a Sanoma Tora hubiera dado mi alma por tenerla entre mis brazos. ¿Tanto me habían cambiado las vicisitudes sufridas? ¿Era Sanoma Tora, la esclava, menos deseable para mí que la Sanoma Tora hija del rico Tor Hatan? No. Sabía que eso no podía ser cierto. Yo había cambiado pero, sin duda, se trataba de una metamorfosis temporal a causa de la tensión nerviosa que sufría como consecuencia de la responsabilidad que me había impuesto de la necesidad de avisar a Helium con tiempo, para salvarla de la destrucción a manos de Tul Axtar —no sólo salvar a Helium, sino al mundo. Era una grave responsabilidad. ¿Cómo podía alguien que soportara un peso tan abrumador dedicar sus pensamientos al amor. No. No era yo mismo y, sin embargo, sabía que todavía amaba a Sanoma Tora.

Dándome cuenta de la necesidad de actuar deprisa, hice un examen rápido de la habitación y descubrí que podría realizar fácilmente el rescate de Sanoma Tora sacándola por la ventana, del mismo modo que procedí con Tavia y Phao de la torre este de Tjanath.

Le expliqué, breve, pero cuidadosamente, mi plan y le dije que se preparara mientras estaba fuera, a fin de que no hubiera retrasos cuando estuviera listo para recogerla a bordo del Jhama.

—Y, ahora, Sanoma Tora ——dije—, adiós momentáneamente. Lo próximo que sabrás de mí será cuando escuches una voz en la ventana, aunque no verás a nadie ni ninguna nave. Apaga la luz de tu habitación y sube al alféizar. Te cogeré de la mano. Tienes que confiar en mí y hacer lo que te indique.

—¡Adiós, Hadron! —respondió ella—. No soy capaz de encontrar las palabras adecuadas para expresarte mi agradecimiento, pero cuando regresemos a Helium no habrá nada que me pidas que no te conceda, no sólo con buena voluntad sino con agrado.

Tomé su mano y le besé los dedos y me volvía ya hacia la puerta cuando Sanoma Tora me sujetó del brazo.

—¡Espera! —dijo—. ¡Viene alguien!

Me arrebujé rápidamente en mi manto de invisibilidad y me aparté a un rincón al tiempo que la puerta que conducía al pasillo se abría de golpe. Apareció una de las cortesanas de Tul Axtar que lucía un hermoso correaje. Entró en la habitación y se hizo a un lado de la puerta, que mantuvo abierta.

—¡El jeddak! ¡Tul Axtar, jeddak de Jahar! —anunció.

Un instante después Tul Axtar entró en la habitación, seguido por media docena de sus cortesanas. Era un hombre voluminoso, de facciones repulsivas que reflejaban una combinación de fuerza y debilidad, de altiva arrogancia, de orgullo y de duda, una forma innata de cuestionar la propia capacidad.

Las cortesanas formaron detrás de él cuando se situó delante de Sanoma Tora. Eran mujeres de aspecto masculino, evidentemente elegidas por esta característica, precisamente. Eran atractivas en su aspecto masculino y sus cuerpos sugerían que podrían ser unas guardaespaldas muy eficaces para el jeddak.

Durante varios minutos, Tul Axtar estuvo examinando a Sanoma Tora con ojos llenos de apreciación. Se le acercó con una actitud que no me gustó lo más mínimo y cuando le puso una mano en el hombro tuve que hacer un esfuerzo para contenerme.

—No estaba equivocado —dijo—. Eres preciosa. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Ella tembló, pero guardó silencio.

—¿Eres de Helium?

Tampoco contestó.

—Las naves de Helium se dirigen a Jahar —rió—. Mis exploradores me han traído noticias de que pronto estarán aquí. La flota de Tul Axtar les reserva una calurosa bienvenida —se volvió a las cortesanas—. ¡Fuera! —ordenó—. Y que nadie vuelva hasta que yo llame.

Se inclinaron y salieron, cerrando la puerta tras ellas y entonces Tul Axtar puso la mano de nuevo sobre el hombro desnudo de Sanoma Tora.

—¡Ven! —dijo—. No voy a luchar contra toda Helium, contigo voy a amar. Por mi primer antepasado que eres digna del amor de un jeddak.

La atrajo hacia sí. Me hervía la sangre y estaba tan poseído por la ira que dejé caer el manto sin pensar en las consecuencias.