La muerte voladora
El laboratorio de Phor Tak ocupaba el ala completa del edificio y consistía en un inmenso salón de quince metros de altura. Los bancos, mesas, instrumentos y armarios, situados en una esquina, se perdían en el gran espacio. Cerca del techo y rodeando el salón había un carril del que colgaba un crucero en minatura, pintado con el horroroso color azul de Jahar. Sobre uno de los bancos reposaba un objeto cilíndrico casi tan largo como la mano humana. Éstas eran las únicas características notables del laboratorio, aparte de su inmenso vacío.
Cuando Phor Tak nos condujo al interior, cerró la puerta a sus espaldas y pude oír el ominoso ruido de la enorme cerradura. Había algo deprimente en la sugestión que tal ruido me produjo, quizá por nuestro conocimiento de que Phor Tak estaba loco, acentuado por el espeluznante misterio de la amplia cámara.
Conduciéndonos al banco sobre el que se encontraba el objeto cilíndrico que había atraído mi atención, lo cogió cuidadosamente, casi con mimo.
—Esto es un modelo del aparato que destruirá Jahar —dijo—. En él podéis contemplar la esencia concentrada de un logro científico. Su aspecto es el de un simple cilindro metálico pequeño, pero lleva dentro un mecanismo tan delicado y sensible como el cerebro humano y percibiréis que funciona casi como si estuviera dotado de mente propia; es, sin embargo, totalmente mecánico y se puede producir en serie con rapidez y a bajo coste. Pero, antes de proseguir con las explicaciones, os mostraré una fase de sus posibilidades. ¡Observad!
Sosteniendo el cilindro en la mano, Phor Tak alcanzó hasta un armario poco profundo que se encontraba adosado a la pared y lo abrió para dejar a la vista un elaborado equipo de conmutadores, palancas y teclas.
—Mirad ahora el aparato volador en miniatura suspendido del raíl cerca del techo —nos instruyó al tiempo que accionaba un conmutador.
El aparato empezó inmediatamente a viajar por el raíl a una considerable velocidad. Ahora, Phor Tak pulsó un botón situado en la parte alta del cilindro, que inmediatamente se le escapó de la palma de la mano extendida, giró rápidamente en el aire y se lanzó directamente contra el aparato que circulaba a toda velocidad. La distancia entre ambos se redujo, el cilindro, curvándose gradualmente hacia la línea de vuelo del aparato, se dirigía hacia él situándose a su popa, con su nariz terminada en punta a escasos centímetros de la nave en miniatura. Entonces, Phor Tak tiró de una palanquita del teclado y la nave se lanzó a una velocidad acelerada. Instantáneamente, la velocidad del cilindro aumentó y pude ver que se aceleraba mucho más que la nave. A mitad de camino alrededor de la habitación, su proa golpeó la rápida nave con la fuerza suficiente para hacerla temblar de extremo a extremo; luego, el cilindro se separó y descendió suavemente hacia el suelo. Phor Tak accionó un conmutador que detuvo al aparato en pleno vuelo y entonces, avanzando rápidamente, cogió el cilindro que descendía.
—Este modelo —explicó volviendo a donde estábamos nosotros— ha sido construido de manera que cuando establece contacto con la nave descenderá suavemente hasta el suelo, pero como sin duda os habéis dado cuenta de inmediato, el producto terminado en uso real explotará cuando haga contacto con la nave. Observad los botoncitos que lo cubren. Cuando cualquiera de ellos entra en contacto con un objeto, el modelo se detiene y desciende, mientras que el aparato de tamaño real, debidamente equipado, explotará, destruyendo por completo cualquier objeto con el que haya entrado en contacto. Como sabéis, cada sustancia del universo tiene su propia velocidad de vibración. Este mecanismo se puede sintonizar de manera que sea atraído por el ritmo de vibración de cualquier sustancia. Este modelo, por ejemplo, es atraído por la pintura azul protectora de la nave. Imaginad una flota de navíos de guerra jaharianos que se desplazan majestuosamente por el aire en formación de combate. Yo puedo, desde un barco enemigo o desde tierra y a una distancia que me hace invisible para los buques de Jahar, lanzar tantos aparatos como barcos compongan la flota, dejando pasar unos instantes entre un lanzamiento y otro. El primer torpedo se lanza contra la flota y destruye la nave más cercana. Todos los torpedos que van detrás, en fila, son atraídos por las masas combinadas de toda la pintura azul de la flota completa. El primer buque cae a tierra y aunque toda la pintura no haya sido destruida, carece de fuerza para desviar los torpedos que llegan detrás, que uno a uno irán destruyendo los siguientes buques hasta borrar por completo la flota. He destruido una poderosa flota sin arriesgar la vida de uno sólo de mis seguidores.
—Pero ellos verán los torpedos que se acercan —sugirió Nur An— y organizarán alguna defensa. Incluso los cañones pueden detener muchos de ellos.
—¡Hola! También eso lo he pensado —respondió Phor Tak riendo a carcajadas. Dejó el torpedo sobre un banco y abrió otro armario.
El armario contenía varios receptáculos, algunos herméticamente sellados y otros abiertos dejando al descubierto su contenido, al parecer pinturas de distintos colores. De varios recipientes salían mangos de brochas. Una de ellas, sin embargo, aparecía colgada en el aire, a unos centímetros del estante, mientras que justo debajo de ella se veía la sección del borde de un receptáculo que también parecía no descansar en ningún sitio. Phor Tak situó la mano abierta directamente debajo del borde flotante y, al sacarla del armario, tanto el borde del receptáculo como la parte del mango de la brocha flotaron por encima de los dedos extendidos siguiendo sus movimientos hasta que se acoparon como si sostuvieran una jarra de cristal, como la que normalmente hubiera pertenecido al reborde que veíamos flotar un par de centímetros por encima de los dedos.
Dirigiéndose al banco donde había dejado el cilindro, Phor Tak realizó los movimientos de quien coloca una jarra encima, aunque aparte del reborde flotante no había recipiente alguno; oí con claridad un ruido idéntico al que haría el fondo de una jarra de cristal que entrara en contacto con el banco.
Puedo asegurarles que estaba absolutamente asombrado, pero aún lo estaría más con los acontecimientos que siguieron. Phor Tak agarró el mango de la brocha y lo hizo pasar a unos centímetros por encima del torpedo metálico. Una parte de éste, de unos dos centímetros de ancho por unos diez de largo, desapareció instantáneamente. Realizó entonces varias pasadas hasta que toda la superficie del torpedo desapareció. El lugar que ocupaba en el banco estaba vacío. Phor Tak devolvió el mango de la brocha a su posición flotante justo por encima del reborde de la jarra y se volvió a nosotros. Tenía una expresión de infantil orgullo en su rostro, tanto que exclamó:
—Bien, ¿qué pensáis de todo esto? ¿No soy maravilloso?
Y yo, ciertamente, no tuve inconveniente en reconocer que lo era y que me había quedado absolutamente pasmado y aturdido con lo que había visto.
—Ahí, Nur An —exclamó Tak— está la respuesta a tus críticas sobre La Muerte Voladora.
—No entiendo —dijo Nur An, que tenía una expresión de asombro en el rostro.
—¡Hola! —exclamó Phor Tak—. ¿Es que no has visto que he vuelto invisible ese aparato?
—Pero es que ha desaparecido —respondió Nur An.
Phor Tak lanzó una carcajada gorjeante.
—Sigue estando ahí —exclamó—, pero no puedes verlo. Ven.
Tomó a Nur An de la mano y le condujo al punto donde había estado el aparato.
Pude ver cómo los dedos de Nur An palpaban, al parecer, la superficie de algo a varios centímetros de altura sobre la superficie del banco.
—¡Por mi primer antepasado! —gritó—. ¡Sigue estando ahí!
—¡Es maravilloso! —exclamé—. ¡Ni siquiera lo has tocado, sino que te limitaste a hacer unas pasadas por encima con el mango de la brocha! ¡Y desapareció!
—Sí que lo toqué —insistió Phor Tak—. Tenía en la mano la brocha completa, lo que pasa es que no la visteis porque estaba empapada en la sustancia que hace que La Muerte Voladora sea invisible. Observad el recipiente de vidrio transparente en el que tengo el compuesto de la invisibilidad: sólo podéis ver parte del reborde porque no está recubierto por el compuesto.
—¡Qué maravilla! —exclamé—. Ni siquiera ahora, después de haberlo visto con mis propios ojos, puedo concebir la posibilidad de un milagro semejante.
—No es tan milagroso —dijo Phor Tak—. Es, simplemente, la aplicación de unos principios científicos bien conocidos desde hace cientos de años. Nada se desplaza en línea recta: la luz, la visión, las fuerzas electromagnéticas siguen una línea curva. El compuesto de la invisibilidad se limita a desviar hacia fuera la luz reflejada que, al entrar por nuestros ojos y chocar contra los nervios ópticos, da como resultado lo que llamamos visión, por lo que pasan por completo alrededor de cualquier objeto que esté recubierto con el compuesto. Cuando empecé a aplicar el compuesto a La Muerte Voladora primigenia, la línea de visión se desviaba alrededor de las pequeñas porciones recubiertas, pero cuando revestí la superficie completa del torpedo, la curva de la visión pasó totalmente alrededor de ambos lados del mismo, por lo que se podía ver claramente el banco en el que estaba depositado, como si no estuviera allí.
Me quedé asombrado ante la aparente simplicidad de la explicación y, claro está, como soldado que soy, comprendí la tremenda ventaja que la posesión de estos dos secretos científicos daría a la nación que los controlara. Para la seguridad, sí; para la existencia misma de Helium, tenía que hacerme con ellos y, si eso no era posible, habría que destruir a Phor Tak antes de que el secreto de su infernal poder llegara a manos de otra nación. Quizá consiguiera que el viejo Phor Tak me cobrara afecto hasta el extremo de persuadirle para que entregara loa secretos a Helium a cambio de que Helium le ayudara en la tarea de fraguar su venganza de Tul Axtar.
—Phor Tak —le dije—, tienes en tu mano dos secretos que en poder de una potencia amistosa y beneficiosa traerían la paz eterna a Barsoom.
—¡Hola! —gritó—. Pero yo no quiero la paz. ¡Quiero guerra! ¡Guerra, guerra!
—Muy bien —concedí, dándome cuenta de que mi sugerencia no estaba acorde con el enloquecido proceso de su cerebro enfermo—. Tengamos guerra, pues, y ¿qué pueblo de Barsoom está mejor equipado para la guerra que Helium? Si quieres guerra, establece una alianza con Helium.
—No necesito recurrir a Helium —gritó—. No necesito aliados. Haré la guerra, y la haré solo. Con la Muerte Voladora puedo destruir armadas completas, ciudades completas, naciones enteras. Empezaré por Jahar. Tul Axtar será el primero que sienta el peso de mi devastador poder. Cuando la flota de Jahar haya caído sobre los tejados de Jahar y los muros de Jahar se hayan derrumbado sobre las orejas de Tul Axtar, destruiré Tjanath. Helium tendrá noticias mías después. La orgullosa y poderosa Helium temblará y se postrará de rodillas a los pies de Phor Tak. Seré el jeddak de todos los jeddaks, el dueño del mundo.
Mientras hablaba, su voz había ido subiendo de tono hasta alcanzar un tono penetrante; temblaba poseído por el frenesí.
Era necesario destruirle, no sólo por el bien de Helium, sino por el de todo Barsoom; había que acabar con aquella mente enferma, enloquecida, si comprobaba que era imposible dirigirla o engatusarla para mis propios fines. Sin embargo, decidí no omitir sacrificio alguno que me llevara a una conclusión satisfactoria de esta peregrina aventura. Era consciente de que las mentes enloquecidas suelen ser volubles y confiaba en que en un momento de absurdo capricho Phor Tak pudiera revelarme el secreto de la Muerte Voladora y del compuesto de invisibilidad. Esta confianza retrasaba temporalmente su muerte; cumplirla significaría perdonarle, pero sabía que debería actuar con cautela, que a la menor sospecha de doblez la desconfianza de Phor Tak crecería y sería yo el que resultara destruido.
Aquella noche me debatí inquieto entre la seda y las pieles de mi lecho, abrumado por mis pensamientos y planes. Tenía que poseer aquellos secretos, ¿pero cómo? Sabía que sólo existían en su cerebro, porque me dijo que no había fórmulas escritas, planes o especificaciones de ninguno de los dos. Tenía que sacárselos de algún modo y la mejor forma de hacerlo era dejarme querer por él. Decidí llevar adelante mis planes en este sentido hasta donde pudiera.
Un instante antes de quedarme dormido, mis pensamientos volvieron a Sanoma Tora y a la urgente misión que me había llevado a iniciar la que había desembocado en la más extraña aventura de mi carrera. Me hice un reproche a mí mismo al darme cuenta de que Sanoma Tora no había ocupado mi mente en primer plano mientras estaba tumbado haciendo planes para el futuro, pero su recuerdo me hizo concebir un plan por el que no sólo podría acudir en su ayuda, sino también progresar en la amistad de Phor Tak: aliviado en este sentido no tardé en quedarme dormido.
Ya estaba avanzada la mañana cuando tuve la oportunidad de hablar con el viejo inventor, y me referí de inmediato al asunto que ocupaba mi mente.
—Phor Tak —le dije—, estás en desventaja al desconocer las condiciones que existen en Jahar y el tamaño y lugar donde se encuentra la flota. Nur An y yo iremos a Jahar y obtendremos la información que necesitas para que tus planes tengan éxito. De este modo, Nur An y yo también asestaríamos un golpe a Tul Axtar al tiempo que estaríamos en condiciones de atender los asuntos que requieran nuestra presencia en Jahar.
—¿Pero cómo vais a llegar a Jahar? —preguntó Phor Tak.
—Podrías dejamos que usáramos una aeronave.
—No tengo ninguna —respondió— y no sé nada sobre ellas. No me interesan. Ni siquiera podría construir una.
Decir que me quedé sorprendido y abrumado sería decir muy poco, pero si antes había abrigado alguna duda sobre que el cerebro de Phor Tak estaba anormalmente desarrollado, se habría desvanecido cuando admitió que no sabía cosa alguna sobre aeronaves, porque me dio la impresión de que apenas habría un hombre, mujer o niño en cualquiera de las naciones voladoras de Barsoom que no fuera capaz de construir alguna especie de avión.
—¿Pero cómo esperas transportar la Muerte Voladora a las inmediaciones de la flota jahariana si careces de aeronaves? ¿Cómo esperas demoler el palacio de Tul Axtar o reducir a ruinas la ciudad de Jahar?
—Ahora que Nur An y tú estáis aquí para ayudarme, puedo hacer que mis esclavos trabajen a vuestras órdenes y fabricar fácilmente una docena de torpedos diarios. Una vez que estén terminados procederemos a lanzarlos y en su momento se abrirán camino hasta Jahar y la flota. No hay duda al respecto: incluso si tardan un año, terminarán por encontrar su presa.
—Si no se topan con algún obstáculo —sugerí—, pero, incluso así, ¿qué placer sacarás de tu venganza si no puedes presenciar ninguna parte de ella?
—¡Hola! Ya he pensado en ello —respondió Phor Tak—, pero no se puede tener todo.
—Lo puedes tener.
—¿Cómo?
—Cargando tus torpedos en una nave y volando hasta Jahar —respondí.
—No —respondió testarudo—, lo haré a mi manera. ¿Qué derecho tienes a interferir en mis planes?
—Sólo quería ayudarte —dije, tratando de apaciguarle empleando un tono y una actitud conciliadoras.
—Y hay otro pensamiento —dijo Nur An— que sugiere que podría ser aconsejable seguir los planes de Hadron.
—Estáis los dos contra mí —exclamó Phor Tak.
—En modo alguno —le aseguró Nur An—. Lo que me mueve a sugerirlo es nuestro ferviente deseo de ayudarte.
—Bien, ¿y cuál es vuestro plan? —inquirió el anciano.
—El tuyo prevé la destrucción de las armadas de Tjanath y Helium tras la caída de Jahar —exclamó Nur An—. Esto, por lo menos en lo que se refiere a la armada de Helium, no puedes esperar lograrlo a una distancia tan grande y sin tener conocimiento del número de naves que haya que destruir, ni los torpedos serán atraídos de la misma forma hacia ellos como lo son hacia los buques de Jahar, porque los buques de estas otras naciones no están protegidos con la pintura azul de Jahar. Por tanto, será necesario que te acerques a Tjanath y después a Helium y, para tu propia protección, utilizaras la pintura azul de Jahar en tu nave, ya que nunca puedes estar seguro a menos que estés en tierra en el momento en que destruyas toda la armada de Jahar o todos sus fusiles de rayos desintegradores.
—Es cierto —dijo Phor Tak pensativo.
—Y, además —prosiguió Nur An—, si envías más torpedos que el número necesario, los que permanezcan descontrolados serán atraídos por la pintura azul de tu propia nave y serás destruido por tus propios aparatos.
—Habéis tirado por tierra todos mis planes —se lamentó Phor Tak¿Por qué pensáis eso?
—Si no hubiera pensado esto te habrían destruido —le recordó Nur An—. Bien, ¿qué debo hacer? No tengo una nave. No puedo construir una nave.
—Nosotros podemos obtener una —dije.
—¿Cómo?
La conversación entre Nur An y Phor Tak me había sugerido un plan que les esbocé a grandes rasgos. Nur An se sintió entusiasmado con la idea, pero Phor Tak no parecía demasiado contento con ella. Yo no podía entender en qué basaba su objeción y, entre paréntesis, tampoco me preocupaba demasiado ya que, finalmente, había admitido que se vería obligado a actuar según mi sugerencia.
Justo al lado del laboratorio de Phor Tak había un taller muy bien montado, y en él trabajamos Nor An y yo durante semanas, empleando los servicios de una docena de esclavos, hasta que logramos construir la que sin duda era la aeronave de aspecto más sorprendente que me había correspondido contemplar jamás. En pocas palabras, era un cilindro acabado en punta por cada extremo y se parecía mucho a la maqueta de La Muerte Voladora que estaba encima del banco. Dentro de su carcasa exterior había otro cilindro más pequeño y, entre las paredes de ambos, los tanques de flotación. Los tanques y los lados de las dos carcasas mostraban las portillas de observación a cada lado de la nave, así como a proa y popa. Estas portillas se cubrían por completo con los cierres abisagrados en el exterior, que se accionaban desde dentro. Había dos escotillas en la quilla y otras dos arriba que conducían a un estrecho corredor por todo lo alto del cilindro. En las torretas a proa y a popa iban montados dos fusiles de rayos desintegradores. Por encima de los controles había un periscopio que transmitía la imagen de todo lo que entrara en su campo de visión a una placa de cristal esmerilado situada delante del piloto. Todo el exterior del aparato fue pintado, en primer lugar, con la horrorosa pintura azul que le protegería de los fusiles de rayos desintegradores de Jahar, sobre la que pulverizamos una capa del compuesto de invisibilidad, Los cierres que protegían las mirillas estaban revestidos del mismo modo, con lo que el buque alcanzaba una invisibilidad prácticamente total al cerrarlos, siendo el único punto visible el diminuto ojo del periscopio.
Careciendo de los conocimientos técnicos suficientes que me permitieran construir un nuevo tipo de motores, tuve que contentarme con uno de los de tipo antiguo, mucho menos eficiente.
Finalmente, el trabajo quedó terminado. Teníamos una nave en la que cabían cuatro tripulantes sin apreturas y resultaba extraordinario apreciar este hecho y, al mismo tiempo, ser incapaz de ver otra cosa que no fuera el diminuto ojo del periscopio cuando los cierres bajaron sobre las portillas, e incluso el ojo del periscopio resultaba invisible, a menos que girara en la dirección del observador.
A medida que el trabajo se acercaba al final, me di cuenta de que los modales de Phor Tak se iban haciendo más nerviosos a irritables. Sacaba faltas de todo y en varias ocasiones casi detuvo el trabajo que hacíamos en la nave.
Ahora, por fin, estábamos listos para partir. Se aprovisionó a la nave de municiones, agua y provisiones y en el último minuto instalamos una brújula de control del destino a la que más tarde habríamos de dar las más sentidas gracias.
Sin embargo, cuando sugerí nuestra salida inmediata, Phor Tak vaciló, aunque no quiso darme a conocer las razones de su objeción.
En el momento presente, sin embargo, perdí la paciencia y dije al anciano que iríamos de todos modos, lo quisiera o no.
No estalló de ira, como me temía, sino que se echó a reír y había algo en su risa que me sonó más terrible que la ira.
—Crees que soy tonto —dijo— y que te dejaría ir llevando mis secretos a Tul Axtar, pero estás equivocado.
—También tú lo estás —salté encrespado—. Estás equivocado si piensas que te vamos a traicionar y lo estás también si piensas que puedes impedir que nos vayamos.
—¡Hola! —rió—. No puedo impedir vuestra salida, pero puedo impedir que lleguéis a Jahar o cualquier otro sitio. No he permanecido ocioso mientras trabajábais en la nave. He construido la Muerte Voladora a tamaño real y ha sido sintonizada para buscar esta nave. Si os vais en contra de mis deseos, os seguirá y destruirá. ¡Hola! ¿Qué os parece?
—Me parece que eres un viejo estúpido —grité exasperado—. Tienes la oportunidad de hacerte con la ayuda leal de dos guerreros honrados y prefieres convertirlos en tus enemigos.
—Enemigos que no pueden hacerme daño —me recordó—. Tengo vuestras vidas en mi mano. Habéis ocultado bien vuestros pensamientos, pero no lo bastante. He podido leer cada uno de ellos para saber que pensáis que estoy loco y, además, he recibido la impresión de que nada os detendrá para impedir que pueda usar mi poder contra Helium. No tengo duda de que me ayudaréis contra Jahar, y quizá también contra Tjanath, pero mi auténtica meta es Helium, el imperio más poderoso y orgulloso de Barsoom. Helium me proclamará jeddak de todos los jeddaks aunque tenga que destruir el mundo para cumplir mis propósitos.
—Entonces, ¿todo nuestro trabajo ha sido para nada? —pregunté—. ¿No vamos viajar en la nave que hemos construido?
—Podemos usarla —respondió—, pero en ciertas condiciones.
—¿Por ejemplo?
—Tú puedes viajar solo hasta Jahar, pero mantendré a Nur An como rehén. Si me traicionas, morirá.
No hubo forma de convencerle; ninguna argumentación pudo cambiar lo que ya había decidido. Intenté convencerle de que un hombre solo poco podría hacer; que, en realidad, no podría hacer nada. Pero no dio su brazo a torcer. Tendría que ir solo, o desistir.