Derribado
A medida que me acercaba al palacio del Señor de la Guerra vi signos de una desacostumbrada actividad para ser la hora que era. Llegaban y despegaban aparatos y cuando sobrevolé la parte del tejado reservada a los aviones militares pude ver los de algunos de los oficiales de alto rango del Estado Mayor del Señor de la Guerra.
Siendo un visitante asiduo del palacio, bien conocido por los oficiales de la guardia personal del Señor de la Guerra, no tuve dificultades para ser admitido y encontrarme ahora esperando en el vestíbulo, justo al lado del despacho en el que el Señor de la Guerra acostumbraba conceder audiencias privadas, aguardando a que un esclavo me anunciara a su amo.
No sé cuánto tiempo estuve esperando. Quizá no fue mucho, pero me pareció una eternidad porque mi mente estaba atormentada con la seguridad de que la mujer a la que amaba estaba en un espantoso peligro. Estaba poseído por el convencimiento, ridículo tal vez, pero no por ello menos real, de que sólo yo podía salvarla y que cada minuto que me retrasara reducía sus oportunidades de recibir socorro antes de que fuera demasiado tarde.
Finalmente me invitaron a entrar y cuando estuve en presencia del gran Señor de la Guerra vi que estaba rodeado por los hombres que ocupaban los cargos mas elevados en los consejos de Helium.
—Supongo —dijo John Carter, yendo directamente al asunto— que lo que te trae aquí esta noche, Hadron de Hastor, se refiere al asunto del rapto de la hija de Tor Hatan. ¿Sabes algo, o tienes alguna idea que pueda arrojar luz sobre este caso?
—No —contesté—, he venido, simplemente para obtener tu permiso para salir en busca de alguna pista que me lleve a los secuestradores de Sanoma Tora.
—¿Dónde pretendes buscar? —preguntó.
—Aún no lo sé, señor —contesté—, pero la encontraré. Sonrió.
—Esa seguridad ya es una ventaja ——convino— y sabiendo como sé lo que la impulsa, te concedo el permiso que deseas. Aunque el secuestro de una hija de Helium ya es en sí mismo lo bastante grave como para justificar el uso de todos los recursos para cazar a sus secuestradores y devolverla a su hogar, en este caso se da, además, un elemento que puede presagiar grandes peligros para el Imperio. Como si duda sabes, la misteriosa nave que se la llevó tenía montado un cañón del que salió una fuerza tan poderosa que desintegró por completo toda las piezas metálicas del aparato patrullero que trató de interceptarle y preguntarle. Incluso las armas y las placas metálicas de los correajes de los tripulantes se disiparon y desaparecieron, un hecho que fue comprobado sin lugar a dudas con el examen de los restos del aparato patrullero y los cuerpos de los tripulantes. Madera, cuero, carne, todo lo perteneciente a los reinos animal y vegetal que había a bordo del aparato lo encontramos disperso por el suelo donde cayó, pero ni el menor rastro de cualquier sustancia metálica.
—Estoy tratando de grabar esto en ti porque para mí es una posible pista sobre el emplazamiento, en general, de estos nuevos enemigos de Helium. Estoy convencido de que éste no ha sido más que el primer golpe, ya que cualquier armada que cuente con esos cañones podría tener fácilmente a Helium a su merced y, a decir verdad, pocas son las ciudades de Barsoom fuera del imperio que no se aferrarían con avidez a cualquier instrumento que les permitiera saquear las Ciudades Gemelas.
»Llevamos algún tiempo profundamente preocupados por el creciente número de naves perdidas por la Armada. En casi todos los casos, dichas naves estaban dedicadas a trazar los mapas de las corrientes de aire y a registrar las presiones atmosféricas en distintos lugares de Barsoom alejados del imperio y recientemente se ha evidenciado que la gran mayoría de estas naves que nunca regresaron fueron las que patrullaban por la parte sur del hemisferio occidental, una porción inhospitalaria de nuestro planeta de la que, lamentablemente, tenemos escasos conocimientos por el hecho de que no hemos desarrollado el comercio con los nada amistosos habitantes de este vasto dominio.
«Esto, Hadron de Hastor, es una mera sugerencia: sólo una vaguísima pista, pero te la ofrezco por lo que vale. Entre este momento y mañana a mediodía lanzaremos mil aparatos exploradores monoplaza a la búsqueda de los secuestradores de Sanoma Tora; y no será eso todo. Cruceros y acorazados se unirán a la caza, porque Helium tiene que saber qué ciudad, o qué nación, ha desarrollado un arma tan destructora como la utilizada sobre Helium esta noche.
»Tengo la seguridad de que el arma es de invención muy reciente y que sea cual sea la potencia que la posee, todos sus esfuerzos estarán encaminados a perfeccionarla y fabricarla en tales cantidades que les convierta en amos del mundo. He hablado. Ve y que la fortuna te acompañe.
Me creerán si les digo que no perdí ni un segundo en disponerme a cumplir mi misión, ahora que contaba con la autorización de John Carter. Me dirigí a mi alojamiento y me apresuré a preparar mi partida, lo que consistió, principalmente, en hacer una cuidadosa selección de las armas y de quitarme el correaje bastante recargado que llevaba por otro de diseño más sencillo y de cuero más duradero y pesado. Mi correaje de combate es siempre el mejor y más sencillo que puedo obtener, confeccionado para mí por un famoso sastre de correajes de Helium Menor. Mi equipo de armas era el normal, formado por una espada larga, un puñal y una pistola. También hice provisión de municiones adicionales y de unas raciones concentradas que comíamos todos los luchadores de Marte.
Mientras recogía todas estas sencillas necesidades que, junto con una simple piel para dormir, constituirían mi equipo, mi mente consideraba diversas explicaciones sobre la desaparición de Sanoma Tora. Busqué en mi cerebro hasta el recuerdo más nimio que pudiera sugerirme una explicación o que pudiera señalar la posible identidad de quienes la habían secuestrado. Y fue mientras estaba dando vueltas a estos recuerdos cuando rememoré la referencia que ella había hecho al jeddak. Tul Axtar de Jahar no entraba en el campo de mis recuerdos ni ningún incidente que pudiera señalar una pista. Recordé con toda claridad al emisario de Tul Axtar que había visitado la corte de Helium no hacía mucho tiempo. Le había oído presumir de las riquezas y el poder de su jeddak y de la belleza de sus mujeres. Quizá, por tanto, fuera aconsejable buscar en la dirección de Jahar tanto como en cualquier otra, pero antes de partir me decidí una vez más a visitar el palacio de Tor Hatan y preguntar al esclavo que había sido el último en ver a Sanoma Tora.
A punto estaba de salir cuando se me ocurrió otro pensamiento. Yo sabía que en el Templo de la Sabiduría podría encontrar ilustraciones o réplicas de las insignias y los correajes de todas las naciones de Barsoom, sobre las cuales lo que se sabía en Helium era prácticamente nada. Por tanto, me dirigí inmediatamente al templo y con la ayuda de un empleado encontré un dibujo del correaje y la insignia de un guerrero de Jahar. En cuestión de segundos me hicieron, mediante un ingenioso proceso fotostático, una copia de dicha ilustración y con ella en la mano me apresuré a dirigirme al palacio de Tor Hatan.
El odwar estaba ausente —había ido al palacio del Señor de la Guerra—, pero su mayordomo llamó al esclavo, Kal Tavan, testigo del rapto de Sanoma Tora que forcejeó con uno de sus secuestradores.
Mientras se acercaba, le examiné con más detenimiento que cuando le conocí. Estaba bien formado, con rasgos bien definidos y el aire que delata a un luchador.
—¿Dijiste, creo recordar, que eras de Kobol?
—Nací en Tjanath —respondió—. Allí tenía mujer y una hija. Mi mujer cayó bajo la mano de un asesino y mi hija desapareció siendo una niña. Nunca he vuelto a saber de ella. Las escenas familiares de Tjanath me recordaban tiempos felices, lo que aumentaba mi dolor por no poder quedarme. Entonces me hice panthan y busqué prestar servicio en otras ciudades, así fue como serví en Kobol.
—Y allí conociste los correajes y las insignias de muchas ciudades y naciones, ¿verdad? —pregunté.
—Sí —respondió.
—¿Qué correaje y qué insignia son éstos? —le pregunté entregándole la copia de la ilustración obtenida en el Templo de la Sabiduría.
Los examinó brevemente y en sus ojos brilló una luz.
—¡Los mismos! —exclamó—. ¡Idénticos!
—¿Idénticos con qué? —inquirí.
—Con el correaje que llevaba el guerrero con el que forcejeé cuando robaron a Sanoma Tora —contestó.
—Ya conocemos la identidad de los secuestradores de Sanoma Tora —dije. Me volví al mayordomo—. Envíe un mensajero, sin pérdida de tiempo, al Señor de la Guerra informándole que la hija de Tor Hatan ha sido raptada por hombres de Jahar y que creo que son emisarios de Tul Axtar, jeddak de Jahar.
Sin añadir palabra, di media vuelta y salí del palacio, dirigiéndome a mi aeronave.
Mientras me elevaba sobre las torres y cúpulas y las elevadas rampas de aterrizaje de Gran Helium, dirigí la proa al oeste, abrí al máximo el regulador y me lancé a toda velocidad por el aire enrarecido del moribundo Barsoom en dirección a la vasta y desconocida extensión de su remoto hemisferio sudoeste, en algún lugar del cual estaba Jahar, hacia donde, ahora estaba convencido de ello, habían llevado a Sanoma Tora para convertirla no en la Jeddara de Tul Axtar, sino en su esclava, porque los jeddaks no se llevan a sus jeddaras a la fuerza de Barsoom.
Yo creía entender la explicación sobre el rapto de Sanoma Tora, una explicación que hubiera dado lugar a un gran disgusto ya que estaba lejos de ser aduladora. Pensaba que el emisario de Tul Axtar había informado a su amo sobre el encanto y la belleza de la hija de Tor Hatan, pero que su cuna no era lo bastante noble para convertirse en su jeddara, por lo que había adoptado la única medida por la que podría poseerla. Mi sangre hirvió ante este pensamiento, pero mi cerebro me dijo que sin duda era así.
Durante los últimos años —yo diría que los diez o veinte últimos— se habían hecho mayores progresos en la aeronáutica que todos los alcanzados antes, durante quinientos años.
La perfección de la brújula de control del destino realizada por Carthoris de Helium está considerada por muchas autoridades como el hito que marca una nueva era de la invención. Durante siglos pareció que nos habíamos estancado en el tranquilo lago de la autosuficiencia, como si hubiéramos alcanzado el no va más de la perfección más allá de la cual no podían esperarse mejoras ya que la considerábamos la cima más alta posible de los logros científicos.
Carthoris de Helium, heredero de la mente inquieta e inquisitiva de su padre, nacido en la Tierra, nos despertó. Nuestras mentes más privilegiadas aceptaron el reto y el resultado fue un rápido mejoramiento del diseño y la construcción de aeronaves de todo tipo, lo que condujo a una revolución en la construcción de motores.
Habíamos pensado que nuestros motores ligeros, compactos, de poderoso radio jamás podrían ser mejorados y que el hombre nunca llegaría a viajar, ni con seguridad ni de forma económica, a una velocidad más alta que la alcanzada por nuestras rapidísimas aeronaves exploradoras monoplaza —alrededor de mil cien haads por zode [1], cuando un padwar, virtualmente desconocido, de la Armada de Helium, anunció que había perfeccionado un motor que desarrollaría el doble de velocidad de nuestros motores actuales, con la mitad de su peso.
Mi aeronave exploradora estaba equipada con este tipo de motor —un motor que, al parecer, no necesitaba combustible ya que derivaba su invisible e imponderable energía del inagotable e ilimitable campo magnético del planeta.
Había ciertas características básicas del nuevo motor que sólo el inventor y el gobierno de Helium conocían a fondo y se las guardaban celosamente. El eje de la hélice, que se extiende hasta bien dentro del fuselaje del aparato está construido con numerosos segmentos laterales aislados entre sí. Alrededor de este eje, sosteniéndolo, hay una serie de cojinetes en forma de inducido por cuyo centro pasa.
Los cojinetes están conectados en serie con un aparato denominado acumulador a través del cual se dirige la energía magnética del planeta hasta los inducidos particulares que rodean el eje de la hélice.
La velocidad se controla aumentando o reduciendo el número de cojinetes de inducido en serie con el acumulador —lo que se realiza de la forma más sencilla con una palanca que acciona el piloto desde su posición en la carlinga en la que normalmente está tumbado boca abajo, con el cinturón de seguridad sujeto a unos resistentes anillos montados en la carlinga.
El límite de velocidad, según el inventor, depende exclusivamente de la relación fuerza —peso en la construcción del fuselaje. Mi aeronave exploradora monoplaza alcanza fácilmente una velocidad de dos mil haads por zode [2], y no hubiera podido soportar la tensión de un motor más potente, aunque sería fácil aumentar tanto la potencia del primero como la velocidad del segundo por el simple expediente de montar un eje de hélice más largo que llevara un número adicional de cojinetes de inducido.
Al experimentar con el nuevo motor en Hastor, el año pasado, se intentó hacer volar un aparato explorador a la excepcional velocidad de tres mil trescientos haads por zode [3], pero antes de que la nave hubiera alcanzado la velocidad de tres mil haads por zode el propio motor la destruyó en pedazos. Ahora estamos tratando de alcanzar la mayor resistencia con el menor peso y si nuestros ingenieros lo logran veremos cómo aumenta la velocidad hasta alcanzar con facilidad, estoy seguro de ello, las siete mil haads por zode [4] ya que, al parecer, este maravilloso motor no tiene límite.
No menos maravillosa es la brújula de control del destino, obra de Carthoris de Helium. Basta con señalar con la aguja a cualquier punto de cualquiera de los hemisferios, abrir el regulador y echarse a dormir, si se desea. La aeronave le llevará a uno hasta su destino, descenderá hasta situarse a un centenar de metros del suelo y se parará, al tiempo que se pone en marcha un despertador. Realmente, es un artilugio muy sencillo, pero creo que John Carter lo ha descrito por completo en uno de sus numerosos manuscritos.
Para la aventura en la que me había embarcado, la brújula de control del destino tenía poco valor para mí, ya que no sabía el lugar exacto donde se encontraba Jahar. Sin embargo, la ajusté mas o menos en un punto a unos treinta grados de latitud sur, treinta y cinco grados de longitud este, ya que pensaba que Jahar se encuentra en algún lugar al sudoeste de ese punto.
Volando a alta velocidad, hacía largo rato que había dejado atrás las zonas cultivadas cercanas a Helium y cruzaba ahora sobre una llanura desolada y desierta de musgo ocre que recubría el fondo del mar muerto que antaño cubría un poderoso océano en cuyo seno se deslizaban los barcos de un pueblo feliz y próspero, ahora poco más que un recuerdo semiolvidado de las leyendas de Barsoom.
En los bordes de las mesetas que un día marcaron la línea costera de un noble continente volé por encima de los solitarios monumentos de aquella antigua prosperidad, las tristes y desiertas ciudades de la vieja Barsoom. Aun en ruinas, sigue habiendo una grandeza y una magnificencia que conserva el poder de asombrar al hombre moderno. Allá abajo, en dirección al fondo más profundo del mar, otras ruinas marcan el trágico camino que había recorrido la antigua civilización en su búsqueda de las aguas de su océano que se retiraban cada vez más, para terminar siendo una fácil víctima de las hordas merodeadoras de fieros hombres tribales verdes, cuyos descendientes son ahora los únicos gobernantes de muchos de estos fondos marítimos desiertos. Odiando y odiados, sin saber qué era el amor, la risa o la felicidad, vivían una existencia larga y fiera luchando entre ellos y contra sus vecinos y tomando como presas a los aventureros que se atrevían a penetrar más allá de los confines de su amargo y desolado dominio.
Por muy fieros y terribles que sean los hombres verdes, pocos son los que tienen una naturaleza tan cruel y han cometido tan sangrientas hazañas que han horrorizado los corazones de los hombres rojos, como las hordas verdes de Torquas.
La ciudad de Torquas, cuyo nombre toman, era una de las más soberbias y poderosas de la antigua Barsoom. Aunque lleva eras abandonada, excepto por las tribus errabundas de hombres verdes sigue estando marcada en todos los mapas, y como se encuentra directamente en mi camino de búsqueda de Jahar y nunca la había visto, había fijado mi curso deliberadamente para pasar por encima y cuando, a distancia, vi sus elevadas torres y almenas, sentí que me invadía la excitación y el reto de la aventura que las ciudades fantasmas de Barsoom ejercen sobre nosotros, los hombres rojos.
Reduje la velocidad y descendí un poco al acercarme a la ciudad, para tener una buena vista de ella. ¡Qué ciudad tan hermosa tuvo que haber sido en su época! Incluso hoy, después de todas las edades que han pasado desde que sus amplias avenidas latían con la vida de los felices y prósperos habitantes, sus grandes palacios siguen de pie en todo su glorioso esplendor que el tiempo y los elementos han suavizado y serenado, pero no destruido del todo.
Mientras describía círculos a baja altura sobre la ciudad vi kilómetros de avenidas que no conocían la huella del pie humano desde hacía incontables eras.
Las losetas de piedra del pavimento estaban cubiertas de musgo ocre y aquí y allá se veía algún árbol escuálido o arbusto grotesco de una de esas variedades que de algún modo se las arreglan para medrar en terrenos baldíos. Los patios silenciosos, vacíos, alegres jardines en tiempos más felices, parecían ojos fijos en mí. Veía algunos tejados hundidos, pero casi todos estaban intactos, soñando, sin lugar a dudas, con la riqueza y la belleza que habían conocido en otros tiempos y podía ver, en mi imaginación, las sedas y pieles de los lechos tendidas al sol, mientras las mujeres se entretenían bajo alegres toldos de seda con sus correajes enjoyados lanzando destellos a cada movimiento de sus cuerpos.
Vi los estandartes flotando al viento en incontables miles de mástiles y los grandes navíos anclados en la bahía subían y bajaban siguiendo las ondulaciones del incansable mar. ¡Lo que era capaz de crear la imaginación a partir del silencio mortal de la ciudad abandonada! Entonces, cuando un círculo ancho oscilante me hizo pasar por encima del patio de un espléndido palacio que se abría sobre la gran plaza central de la ciudad, mis ojos pudieron contemplar algo que agitó mi hermoso sueño del pasado. Pude ver, directamente debajo de mí, una veintena de grandes thoats encerrados en lo que antaño pudo ser el jardín real de un jeddak.
La presencia de aquellas enormes bestias sólo significaba una cosa: que sus dueños verdes tenían que estar cerca.
Al pasar por encima del patio una de las inquietas bestias levantó los ojos, me vio y empezó a gruñir amenazadoramente de inmediato. Al instante, los restantes thoats, agitados por los gruñidos de su compañero, siguiendo la dirección de su mirada me descubrieron e iniciaron un pandemonio de gruñidos y quejidos que dieron lugar a lo que yo había previsto. Un guerrero verde saltó al patio desde el interior del palacio y tuvo tiempo para verme antes de que sobrepasara su línea de visión por encima del tejado del edificio.
Dándome cuenta inmediatamente de que no estaba en el sitio apropiado para detenerme, abrí el regulador y me lancé a una subida rápida para alcanzar mayor altitud. Al pasar por encima del edificio y atravesar la avenida que había delante pude ver que unos veinte guerreros verdes salían de los edificios, escrutando el cielo. El guerrero de guardia les había advertido sobre mi presencia.
Me maldije por mi estupidez al haber corrido un riesgo innecesario por el simple placer de satisfacer mi curiosidad. Al instante inicié un vuelo en zigzag ascendente. Elevándome a la mayor velocidad que me fue posible, mientras el grito de guerra salvaje de los de abajo llegaba con claridad a mis oídos. Vi largos y amenazadores rifles que me apuntaban y oí el silbido de los proyectiles que pasaban a mi alrededor, pero aunque la primera descarga me pasó cerca, ni una sola bala alcanzó mi nave. En unos momentos estaría fuera de su alcance y seguro, aunque rogué a mis antepasados que me protegieran durante los breves instantes que se precisaban para situarme en lugar totalmente seguro. Pensé que lo había logrado, y estaba a punto de felicitarme por mi buena suerte cuando escuché el golpe sordo de un proyectil contra el metal de mi nave y, casi simultáneamente, la explosión del proyectil y me encontré fuera de alcance.
Airados gritos de desencanto llegaban claramente a mis oídos mientras volaba a toda velocidad en dirección sudoeste, aliviado por haber sido tan afortunado como para escapar sin sufrir daño alguno.
Ya había volado alrededor de setenta karads [5] desde que salí de Helium, pero era consciente de que Jahar podía estar todavía a entre cincuenta y setenta y cinco karads de distancia y me hice el propósito de no correr más riesgos como aquél del que había escapado con tanta fortuna.
Me estaba desplazando de nuevo a gran velocidad y apenas acababa de congratularme por mi buena suerte cuando, repentinamente, me di cuenta de que tenía dificultades para mantener la altitud. Mi aeronave perdía flotabilidad y casi al instante adiviné, como me lo confirmó luego una investigación, que uno de mis tanques de flotación había sido agujereado por el proyectil explosivo de los guerreros verdes.
Reprocharme mi descuido parecía una inútil pérdida de energía mental, aunque puedo asegurarles que era plenamente consciente de mi falta y de su posible consecuencia sobre la suerte de Sanoma Tora, ya que yo podía estar ahora totalmente eliminado de la continuación activa de su rescate. Los resultados que me afectaban no me abatieron tanto como pensar en el incuestionable peligro en el que tenía que encontrarse Sanoma Tora; mi obsesión por rescatarla había hecho que no entrara en mis consideraciones la menor posibilidad de fallo.
El percance suponía un grave golpe a mis esperanzas, pero no llegó a echarlas por tierra por completo ya que mi constitución es tal que nunca pierdo la esperanza de éxito en cualquier asunto, mientras me quede un hálito de vida.
Cuánto tiempo se mantendría a flote mi aeronave era algo difícil de precisar y como carecía de las herramientas necesarias para hacer reparaciones que conservaran lo que quedara en el depósito agujereado, lo mejor que podía hacer era aumentar mi velocidad de manera que pudiera cubrir la mayor distancia posible antes de verme obligado a aterrizar. La construcción de mi aeronave era tal que a elevadas velocidades tendía a mantenerse por sí sola en el aire con el mínimo de Octavo Rayo en sus depósitos de flotabilidad; pero yo sabía que no estaba lejos el momento en que tendría que aterrizar en estas tierras monótonas y desoladas.
Había cubierto ya alrededor de las dos mil haads desde que me tirotearon sobre Torquas, cruzando lo que había sido un extenso golfo cuando las aguas del océano inundaban las vastas planicies que ahora veía por debajo de mí, áridas y cubiertas de musgo. Podía ver, allá a lo lejos, unas colinas bajas que debieron marcar la línea costera sudoeste del golfo. El fondo del mar muerto se extendía hacia el noroeste hasta donde alcanzaba la vista, pero no era esa la dirección que yo quería tomar, por lo que aceleré para pasar por encima de las colinas confiando en que podría mantener la suficiente altitud para cruzarlas, pero a medida que se acercaban rápidamente esa esperanza se extinguió en mi pecho y me di cuenta de que el fin de mi vuelo era cuestión de segundos. Fue en ese instante que vi las ruinas de una ciudad fantasma al pie de las colinas; no era una visión despreciable ya que casi siempre se encuentra agua en los pozos de estas ciudades antiguas, que han sido mantenidos por los nómadas verdes de las planicies.
Para ese momento ya me encontraba planeando a unos pocos ads[6] por encima de la superficie. Había reducido la velocidad todo lo que pude para evitarme un accidente grave al aterrizar, lo que aceleró el final ya que en aquel momento había aterrizado sobre la vegetación ocre a un haad escaso de la zona de pozos de la ciudad abandonada.