En el balcón
Los ojos dicen la verdad más a menudo que los labios. Los ojos de Rapas el Ulsio me comunicaron que no estaba de acuerdo conmigo en que la muerte del asesino de Ur Jan no nos concerniese a ninguno de los dos, pero sus labios dijeron lo contrario.
—Por supuesto, no es cosa mía, pero Ur Jan está furioso. Ha ofrecido una enorme recompensa por la identidad del hombre que mató a Uldak y Povak. Esta noche se reúne con sus principales lugartenientes para concretar los detalles de un plan que, cree él, terminará de una vez por todas con las actividades de John Carter contra el gremio de asesinos. Ellos piensan…
Se detuvo repentinamente, con una mezcla de sospecha y terror en la mirada. Creo que durante un instante, su estúpida mente había olvidado sus sospechas de que yo era John Carter y luego, después de revelarme algunos de los secretos de su amo, las había recordado de pronto, aterrorizándose.
—Pareces saber muchas cosas de Ur Jan —comenté yo casualmente—. Uno creería que eres miembro de pleno derecho de su gremio.
Permaneció confuso durante algún tiempo. Se aclaró la garganta varias veces como si fuera a hablar, pero sin duda no se le ocurrió nada que decir: sus ojos no pudieron sostener mi mirada. Yo disfruté mucho con su embarazo.
—No —rechazó él, al fin—, nada de eso. Son meramente habladurías que he oído por la calle. Puro chismorreo. No es nada raro que se lo repita a un amigo, ¿no?
¡A un amigo! La idea era muy divertida. Sabía que Rapas era un hombre de Ur Jan y que, al igual que sus compañeros, había recibido la orden de matarme, y Fal Silvas me había ordenado que lo matara a él; y, a pesar de todo, allí estábamos cenando y chismorreando juntos. Era una situación de lo más graciosa.
Cuando concluyó nuestra cena, dos malencarados individuos entraron en el local y se sentaron a la mesa. No intercambiaron ningún signo con Rapas, pero yo reconocí a ambos y supe a qué habían venido. Los había visto en la asamblea de asesinos, y rara vez olvido una cara. Su presencia allí era todo un cumplido hacia mí, pues significaba que Ur Jan reconocía que hacía falta más de un espadachín para acabar conmigo.
Me hubiera gustado mucho grabar mi marca sobre sus pechos, pero sabía que si los mataba, las sospechas de Ur Jan respecto a que yo era John Carter se verían definitivamente confirmadas. La muerte de Uldak y de Povak y el hallazgo de la marca del señor de la Guerra en sus pechos podía ser una coincidencia; pero si dos hombres más, que fueron enviados para acabar conmigo, encontraban un destino similar…, incluso a un estúpido no le quedarían dudas de que los cuatro habían encontrado su fin a manos del propio John Carter. Los asesinos apenas se habían sentado cuando yo me levanté.
—Debo marcharme, Rapas. Tengo un trabajo importante esta noche. Espero que me perdones que te deje así, quizás nos veamos mañana por la noche.
Rapas intentó detenerme.
—No tengas tanta prisa —exclamó—, espera un momento. Deseo comentarte cierto asunto.
—Tendrá que esperar hasta mañana. Que duermas bien, Rapas —y, diciendo esto, me di la vuelta y abandoné el edificio.
Recorrí tan solo una corta distancia por la avenida, en dirección opuesta a la casa de Fal Silvas. Luego me oculté en las sombras de un zaguán y aguardé, aunque no tuve que esperar demasiado para ver a los dos asesinos salir y tomar apresuradamente, la dirección por la que suponían que yo me había ido. Un minuto o dos más tarde, Rapas salió del edificio. Dudó un instante, y luego siguió lentamente la avenida tomada por los asesinos.
Cuando los tres estuvieron fuera de mi vista, salí de mi escondite y me dirigí, una vez más, al edificio en lo alto del cual guardaba mi nave.
El propietario estaba ocupado en trabajos de poca importancia cuando aparecí en la azotea. Me hubiera gustado más que estuviera en cualquier otra parte ya que no quería que nadie supiera de mis idas y venidas.
—No se le ve mucho —me dijo.
—No —contesté—, he estado muy ocupado.
Continué mi camino hacia el hangar de mi nave.
—¿Va a sacar su vehículo esta noche?
—Sí.
—Tenga cuidado con las patrulleras si está metido en algún negocio que no quiera que conozcan las autoridades. Han estado terriblemente ocupadas el último par de noches.
No sabía si se limitaba a darme un consejo amistoso o si pretendía obtener información de mí. Muchas organizaciones, el gobierno entre ellas, empleaban agentes secretos. Por lo que yo sabía, aquel tipo muy bien podía pertenecer al gremio de asesinos.
—Bueno —dije yo—, espero que la policía no me siga esta noche — él aguzó el oído—. No necesito ninguna ayuda y, a propósito, ella es muy guapa —le guiñé un ojo y le di un codazo, al pasar, de una forma que sabía que comprendería.
Lo hizo.
Se rió y me dio una palmada en la espalda.
—Me imagino que te preocupará más su padre que la policía —dijo él, y cuando subí al vehículo añadió—: Dime, ¿no tendrá alguna hermana?
Mientras me alzaba silenciosamente sobre la ciudad, escuché al hombre del hangar riéndose de su propia ocurrencia; estaba seguro de que si tenía alguna sospecha, había desaparecido.
Estaba bastante oscuro; ninguna luna aparecía en el cielo; pero este mismo hecho me haría más visible a las naves de patrulla que volaran por encima de mí cuando yo sobrevolara las zonas más brillantemente iluminadas de la ciudad, así que busqué rápidamente avenidas oscuras y volé bajo entre las densas sombras de los edificios.
Fue sólo cuestión de minutos que alcanzara mi destino y posara suavemente mi volador sobre el tejado del edificio que albergaba el cuartel general del gremio de asesinos de Zodanga.
La afirmación de Rapas de que Ur Jan y sus lugartenientes estaban perfeccionando un plan dirigido contra mis actividades era el imán que me había atraído allí esta noche.
Había decidido no utilizar otra vez la antesala de su estancia de reunión, ya que no sólo el camino hasta ella estaba plagado de peligros, sino que, aunque alcanzara el escondite de detrás del aparador, sería incapaz de oír nada de lo que maquinaran a través de la puerta cerrada. Tenía otro plan, y lo puse en ejecución sin tardanza. Hice posar mi nave al borde del tejado, directamente encima de la sala donde se reunían los asesinos. Luego amarré una cuerda a una de las anillas de su borde.
Acostado boca abajo, me asomé por el borde del tejado para asegurar mi posición, y descubrí que la había calculado perfectamente. Justo debajo de mí se encontraba el balcón que daba a la ventana iluminada. Mi cuerpo colgaba ligeramente a un lado de la ventana, de modo que no era visible desde el interior de la sala.
Ajusté cuidadosamente los mandos de mi volador, y luego até el cabo de una cuerda delgada a la palanca de puesta en marcha. Una vez atendidas estas cuestiones, agarré la cuerda y me deslicé por el alero del tejado, llevando la cuerda delgada en una mano.
Descendí silenciosamente, ya que había dejado mis armas en el volador para que no fueran a chocar unas contra otras o arañar la pared del edificio mientras descendía, atrayendo la atención sobre mí.
Al llegar ante la ventana, comprobé que podía alcanzar la barandilla del balcón con una mano. Me acerqué a ella silenciosamente, colocándome en una posición desde la cual pudiera ponerme de pie con seguridad.
Había oído voces a poco de descolgarme del tejado, y ahora que estaba junto a la ventana descubrí encantado que estaba abierta y que podía escuchar, con bastante claridad, todo lo que sucedía dentro de la sala. Reconocí la voz de Ur Jan. Estaba hablando cuando me acerqué a la ventana.
—Incluso si lo capturamos esta noche —decía—, y es el hombre que yo creo, aún podremos obtener un rescate del padre o del abuelo de la chica.
—Y un buen rescate —apostilló otra voz.
—Todo lo que una nave grande pueda transportar —contestó Ur Jan—, además de una promesa de inmunidad para todos los asesinos de Zodanga y la renuncia a perseguirnos más.
Yo no podía sino tratar de imaginarme contra quién estaban conspirando, quizás contra algún noble viejo y rico; pero no podía comprender la conexión que podía haber entre mi muerte y el secuestro de aquella chica, a menos que no hablaran de mí, sino de otro.
En aquel momento, oí unos golpes secos, y la voz de Ur Jan que dijo:
—Pase.
Oí abrirse una puerta, y el sonido de hombres entrar en la sala.
—¡Ah! —exclamó Ur Jan, dando una palmada—. ¡Lo cazasteis! ¡Dos de vosotros fue demasiado para él!
—No lo cazamos —contestó una voz malhumorada.
—¿Qué? ¿Acaso no acudió esta noche a la casa de comidas?
—Estuvo allí —dijo otra voz, que reconocí al instante como la de Rapas—. Lo llevé allí, tal como había prometido.
—Muy bien, ¿y por qué no lo matasteis? —preguntó airadamente Ur Jan.
—Cuando salió de la casa de comidas —explicó uno de los otros—, lo seguimos rápidamente, pero había desaparecido cuando llegamos a la avenida. No se le veía por ninguna parte, y aunque recorrimos aprisa todo el camino hasta la casa de Fal Silvas, no le vimos.
—¿Sospechaba algo? —preguntó Ur Jan—. ¿Crees que adivinó para qué estabais allí?
—No, estoy seguro de que no. No se fijó en nosotros. Ni siquiera nos miró.
—No puedo entender cómo desapareció tan rápidamente —indicó Rapas—. Pero lo cogeremos mañana por la noche. Me prometió encontrarse conmigo de nuevo.
—Escuchad —dijo Ur Jan—, no me falléis mañana. Estoy convencido de que ese hombre es John Carter. Después de todo me alegro de que no lo mataran. Acaba de ocurrírseme un plan mejor. Mañana por la noche enviaré a cuatro de vosotros a esperarlo cerca de la casa de Fal Silvas. Quiero que lo capturéis vivo y que me lo traigáis. Con él vivo, podremos pedir dos naves cargadas de tesoros por su princesa.
—Y después tendremos que ocultarnos en las minas de Zodanga el resto de nuestras vidas —objetó uno de los asesinos.
Ur Jan se rió.
—Una vez que hayamos reunido el rescate, John Carter nunca nos molestará más.
—¿Quieres decir que…?
—Soy un asesino, ¿no? —preguntó Ur Jan—. ¿Crees que un asesino puede dejar con vida a un enemigo peligroso?
Ahora comprendía la conexión entre mi muerte y el secuestro de la joven que habían mencionado. Esta no era otra que mi divina princesa Dejah Thoris. Aquellos canallas esperaban obtener dos naves llenas por el rescate de Mors Kajak, Tardos Mors y de mí mismo; y ellos sabían, y yo también, que no habían calculado mal. Cualquiera de los tres daría gustoso muchas naves cargadas de tesoros a cambio de la seguridad de la incomparable princesa de Helium.
Me di cuenta, entonces, de que tenía que volver de inmediato a Helium para asegurarme de la integridad de mi princesa, pero me demoré un momento en el balcón para oír los planes de los conspiradores.
—Pero —repuso uno de los lugartenientes de Ur Jan—, aunque logres raptar a Dejah Thoris…
—No hay «aunque» alguno que considerar —replicó Ur Jan—. Es como si ya estuviera hecho. He preparado el golpe largo tiempo. Lo he hecho con el máximo secreto, para que no hubiera ninguna filtración; pero ahora que estoy listo para actuar, no importa que lo sepan. Puedo revelarte que dos de mis hombres son guardianes del palacio de la princesa Dejah Thoris.
—Bien, concedamos que la raptarás —prosiguió el otro escépticamente—. Pero, ¿dónde piensas ocultarla? ¿En qué lugar de Barsoom podrás esconder a la princesa de Helium del Gran Tardos Mors, aunque logres quitar del medio a John Carter?
—No pienso esconderla en Barsoom.
—¿Cómo? ¿No piensas esconderla en Barsoom? ¿En dónde entonces?
—En Thuria —anunció Ur Jan.
—¡En Thuria! —exclamó riéndose su interlocutor—. Piensas ocultarla en la luna más cercana. Vale. Ur Jan. Será un espléndido escondrijo…, si consigues llevarla allí.
—Puedo llevarla allí sin problema. No me he asociado con Gar Nal para nada.
—¿Quieres decir que esa estúpida nave suya funciona? ¿Esa con la que espera visitar todo el planeta? No creo que ese chisme funcione, aunque lo termine…, si es que la termina alguna vez.
—Está terminado, y volará a Thuria.
—Bueno, aunque sea así, no sabemos cómo pilotarla.
—Gar Nal la conducirá para nosotros. Necesita una gran cantidad de dinero para construir otras naves, y está de acuerdo en pilotar la nave a cambio de una parte del rescate.
En aquel momento, en realidad, aprecié por completo lo minuciosamente que Ur Jan había trazado sus planes y lo grande que era el peligro para mi princesa. Cualquier día podían intentar el secuestro de Dejah Thoris, y yo sabía que, con dos traidores en su guardia, no era imposible que tuviesen éxito.
Decidí que no podía perder más tiempo. Debía marchar a Helium inmediatamente; entonces jugó su parte el destino y casi puso término a mi vida.
Cuando comencé a escalar la cuerda, una parte de mi correaje se trabó con uno de los ornamentos de hierro de la pared y, cuando intenté soltarla, el hierro se rompió y cayó sobre el balcón.
—¿Qué ha sido eso? —oí preguntar a Ur Jan, y luego escuché unos pasos acercándose a la ventana rápidamente. En un instante, la figura de Ur Jan asomó debajo de mí—. ¡Un espía! —vociferó, saliendo al balcón de un salto.