El cerebro
Rapas me estaba esperando cuando entré en la casa de comidas. Parecía muy contento y satisfecho de sí mismo.
—Llegaste justo a tiempo —me dijo—, ¿te ha gustado la vida nocturna de Zodanga?
—Sí —le aseguré—. He disfrutado inmensamente. ¿Y tú?
—Ha sido una noche muy provechosa. He realizado excelentes contactos y, mi querido Vandor, no te he olvidado.
—¡Qué amable de tu parte!
—Sí. Tendrás razones para recordar esta noche mientras vivas —exclamó, rompiendo a reír.
—Cuéntame.
—No, ahora no —contestó él—. Debo guardar el secreto durante algún tiempo. Pronto lo sabrás, comamos ahora. Yo invito esta noche. Ahora que casi se consideraba miembro de pleno derecho del gremio de asesinos de Ur Jan, aquella miserable rata se daba importancia.
—Muy bien, tú invitas —concedí yo, pensando que sería mucho más divertido dejar que el pobre diablo pagara la cuenta, sobre todo si encargaba los platos más caros de la carta.
Cuando entré en la casa de comidas, Rapas ya estaba sentado de cara a la entrada, y ahora la miraba continuamente. Cada vez que entraba alguien, podía ver la expresión de ansiedad de su cara trasformarse en otra de decepción.
Hablamos de cosas sin importancia mientras comíamos, y mientras progresaba la cena no pude dejar de notar su creciente impaciencia y preocupación.
—¿Qué te pasa, Rapas? —inquirí al fin—. Pareces nervioso. Estás mirando a la puerta continuamente. ¿Acaso esperas a alguien?
El recuperó la compostura con rapidez y me miró inquisitivamente.
—No, no, no espero a nadie, pero tengo enemigos. Siempre es preciso mantenerse en guardia.
Su explicación era bastante plausible, pero, por supuesto, yo sabía que no era cierta. Podía haberle revelado entonces que el hombre que esperaba nunca vendría, pero no lo hice.
Rapas hizo durar la comida tanto como pudo, y cuanto más tiempo pasaba, más nervioso se ponía y más a menudo miraba la puerta. Finalmente, hice un amago de levantarme, pero él me detuvo.
—Quedémonos aquí un poco más. No tendrás prisa, ¿no?
—Tengo que volver —contesté yo—. Fal Silvas puede necesitarme.
—No, nunca antes de la mañana.
—Pero tengo que dormir algo —insistí.
—Ya dormirás todo lo que quieras, no te preocupes.
—Si voy a dormir, será mejor que empiece ya —repliqué yo, incorporándome.
Él intentó convencerme de que me quedara, pero yo ya había gozado todo el placer de la situación e insistí en marcharme. Él se levantó de la mesa con reluctancia.
—Te acompañaré un trecho.
Nos acercamos a la puerta de salida cuando entraron dos hombres. Discutían algo excitadamente cuando saludaron al propietario.
—Los agentes del Señor de la Guerra están en activo otra vez —anunció uno de ellos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el propietario.
—Acaban de encontrar el cadáver de uno de los asesinos de Ur Jan en la Avenida de la Garganta Verde, tenía grabada la cruz del Señor de la Guerra sobre su corazón.
—¡Gloria al Señor de la Guerra! —dijo el propietario—. Zodanga sería un lugar mucho mejor si nos viéramos libres de todos ellos.
—¿Cómo se llamaba el muerto? —preguntó Rapas, más preocupado de lo que quería mostrar.
—Un hombre de la multitud dijo que creía que su nombre era Uldak —respondió uno de los que habían traído la noticia.
Rapas palideció.
—¿Era amigo tuyo, Rapas? —pregunté.
—Oh, no. No lo conozco. Será mejor que nos vayamos.
Salimos juntos a la avenida y tomamos la dirección de la casa de Fal Silvas. Caminamos hombro con hombro por el distrito iluminado cercano a la casa de comidas. Rapas andaba muy callado y parecía nervioso. Lo observé con el rabillo del ojo e intente leer su mente, pero estaba en guardia y me la había cerrado.
A menudo disfruto de la ventaja sobre el resto de los marcianos de que yo puedo leer sus mentes, mientras ninguno de ellos es capaz de leer la mía. La razón de esto la desconozco. La lectura de mentes es algo muy común en Marte, mas para salvaguardarse de sus peligros, todos los marcianos cultivaban la habilidad de cerrar sus mentes a otros cuando lo desean, este mecanismo de defensa está tan extendido que ha llegado a ser casi una característica universal; así que sólo en raras ocasiones se les puede sorprender con la guardia baja.
Cuando entramos en las avenidas más oscuras, se hizo evidente que Rapas intentaba rezagarse de mí, y entonces no tuve que leer su mente para saber lo que había en ella: Uldak había fallado, y ahora el rata tenía la oportunidad de cubrirse de gloria y de ganar la estima de Ur Jan cumpliendo su misión.
Para un hombre con sentido del humor, una situación como aquella puede ser muy divertida, tal como, en efecto, lo era para mí. Aquí estaba yo caminando a lo largo de una sombría avenida con un hombre que intentaba matarme a la primera oportunidad, y me era necesario frustrar sus planes sin que supiera que sospechaba de él, pues yo no quería matar a Rapas, el Ulsio. Al menos no todavía. Presentía que podía hacer uso de él de una forma u otra sin que sospechara jamás que me estaba ayudando.
—Vamos —dije al fin—, ¿por qué te retrasas? ¿Estás cansado? —y cogiéndolo por la diestra, seguimos hacia la casa de Fal Silvas.
Tras recorrer una corta distancia, Rapas se soltó.
—Te dejo aquí —me dijo—, esta noche no voy a ir a la casa de Fal Silvas.
—Muy bien, amigo mío. Pero espero volver a verte pronto.
—Sí, pronto nos veremos.
—Quizás mañana por la noche —sugerí yo—; o sino, pasado mañana.
En cuanto tenga una noche libre, te buscaré en la casa de comidas.
—Muy bien —dijo él—. Ceno allí todas las noches.
—Que duermas bien, Rapas.
—Que duermas bien, Vandor.
Tomé la avenida de la izquierda y proseguí mi camino. Pensé que quizás me siguiera, pero no lo hizo, y finalmente llegué a la casa de Fal Silvas.
Hamas me dejó entrar y, después de intercambiar algunas palabras con él, fui directamente a mis habitaciones, donde Zanda me abrió la puerta en respuesta a mi señal.
La joven me dijo que la casa había estado muy tranquila toda la noche y que nadie la había molestado ni intentado entrar en nuestro apartamento. Tenía preparadas mis sedas y pieles de dormir y, como yo estaba más bien cansado, no tardé en usarlas.
La mañana siguiente, inmediatamente después del desayuno me presenté en mi puesto ante la puerta del estudio de Fal Silvas. Llevaba poco tiempo allí cuando me mandó llamar.
—¿Qué ocurrió anoche? ¿Tuviste suerte? Veo que estás vivo, así que supongo que no lograste alcanzar el lugar de reunión de los asesinos.
—Al contrario —le contesté—, llegué a la habitación de al lado y los vi a todos.
—¿Qué averiguaste?
—No mucho. No pude oír nada mientras la puerta estuvo cerrada, y sólo permaneció abierta unos instantes.
—¿Y qué oíste mientras estuvo abierta? —preguntó.
—Saben que me has empleado como guardaespaldas.
—¡Qué! ¿Cómo pueden haberlo sabido?
Yo moví la cabeza.
—Debe de haber alguna filtración —opiné.
—¡Un traidor! —exclamó él.
No le dije nada acerca de Rapas. Temía que lo mandase matar, y no quería verlo muerto mientras me fuese de utilidad.
—¿Qué más oíste? —quiso saber.
—Ur Jan ordenó que me mataran.
—Debes de andar con cuidado Quizás sea mejor que no salgas esta noche.
—Puedo cuidar de mí mismo —repliqué—, y puedo ser más útil saliendo por la noche y hablando con la gente de fuera que quedándome aquí encerrado en mis horas libres.
El asintió.
—Supongo que tienes razón —dijo—, y durante un rato permaneció sumido en profundas reflexiones, luego alzó la cabeza—. ¡Lo tengo! — exclamó—. Sé quién es el traidor.
—¿Quién? —pregunté yo cortésmente.
—Rapas el Ulsio ¡Ulsio! Lo bautizaron bien.
—¿Estás seguro?
—No puede ser otro —contestó con énfasis Fal Silvas—. Ningún otro ha abandonado el edificio desde que viniste, excepto tú. Pero daremos término a la cuestión en cuanto regrese. Cuando vuelva, acabarás con él. ¿Has comprendido?
Yo asentí.
—Es una orden, asegúrate que se cumpla.
Durante algún tiempo se sentó en silencio, y pude ver que me estaba estudiando concienzudamente.
—He deducido por tu interés en los libros de tu apartamento que tienes nociones científicas —dijo al fin.
—Tan sólo ligeras nociones —le aseguré.
—Necesitaría a un hombre como tú…, si es que fuera de confianza. Pero, ¿en quién se puede confiar? —Daba la impresión de estar pensando en voz alta—. Rara vez me equivoco—continuó meditativamente—. Leía en Rapas como en un libro abierto. Sabía que era ruin e ignorante, y un traidor en potencia.
Se volvió hacia mí repentinamente.
—Pero tú eres diferente. Creo que puedo arriesgarme a confiar en ti, pero si me fallas… —Se incorporó, encarándoseme, con la expresión más malévola que yo había visto en mi vida—. Si me fallas, Vandor, morirás de la forma más horrible que la mente de Fal Silvas pueda concebir.
No pude evitar una sonrisa.
—Sólo puedo morir una vez.
—Pero tu muerte puede ser muy larga, si se hace de un modo científico.
Por entonces se había relajado y el tono de voz era un poco burlón. Pude imaginarme lo que Fal Silvas disfrutaría viendo morir a un enemigo suyo de forma horrible.
—Voy a confiar en ti… un poco, sólo un poco.
—Recuerda que no te lo he pedido —contesté yo—, que no he buscado conocer tu secreto.
—El riesgo será mutuo: tu vida contra mis secretos. Ven, tengo algo que enseñarte.
Me condujo fuera de la habitación, a lo largo del pasillo donde se encontraban mis habitaciones y por una rampa que llevaba al prohibido piso superior. Allí pasamos por una serie de habitaciones magníficamente amuebladas y, acto seguido, a través de una puertilla oculta tras unos cortinajes, entramos en un enorme estudio cuyo techo coincidía con el del edificio, varios pisos por encima de nosotros.
Soportada por un andamiaje y ocupando casi toda la longitud de la enorme cámara, se hallaba la nave de apariencia más extraña que yo había visto. Su morro era elipsoidal y, desde el punto de mayor diámetro, situado justo detrás del morro, disminuía gradualmente de ancho hasta acabar en punta en la popa.
—Aquí está —dijo orgullosamente Fal Silvas—. El trabajo de una vida, ya casi terminado.
—Es un tipo de nave totalmente nuevo —comenté yo—. ¿En qué aspecto es superior a las actuales?
—Se ha construido para desarrollar prestaciones que ninguna otra nave puede alcanzar —contestó Fal Silvas—. La he diseñado para obtener una velocidad inimaginable por el hombre. Viajará por rutas por las que ninguna nave ni hombre jamás ha viajado antes.
«En esta nave, Vandor, puedo visitar Thuria y Cluros. Puedo viajar por el espacio y visitar otros planetas.
—Maravilloso —dije yo.
—Pero esto no es todo. Ya ves que está construida para desarrollar grandes velocidades. Puedo asegurarme igualmente que también soportará las presiones más terribles y que está aislada contra el frío y el calor. Quizás, Vandor, otros inventores pueden construir otra similar. De hecho, creo que Gar Nal ya lo ha hecho; pero sólo hay un hombre en Barsoom, en todo el sistema solar, capaz de conseguir lo que yo he conseguido. Le he proporcionado a este mecanismo aparentemente insensato un cerebro con el que pensar. He perfeccionado mi cerebro mecánico, Vandor, de forma que en poquísimo tiempo, en cuanto haya realizado unos leves ajustes, podré enviar esta nave al espacio, y ella irá a donde yo quiera que vaya y volverá cuando yo quiera que vuelva. Sin duda, crees que es imposible. Crees que Fal Silvas está loco; pero mira, observa atentamente.
Miró fijamente al morro de la extraña nave y, acto seguido, la vi levantarse lentamente de su andamiaje hasta unos diez pies de altura y quedarse allí inmovilizada en el aire. Luego elevó el morro algunos pies más, luego la cola, para por fin descender lentamente y quedar apoyada en sus andamios.
Yo estaba totalmente asombrado. En mi vida había visto algo tan maravilloso, y no intenté disimular mi admiración.
—Fíjate —dijo Fal Silvas—, ni siquiera tengo que hablarle. La mente mecánica que le he instalado responde a ondas mentales. Simplemente tengo que impartirle el impulso del pensamiento que quiero que realice. El cerebro mecánico funciona entonces tal como lo hace mi cerebro, y dirige el mecanismo que opera la nave de la misma forma que el cerebro del piloto dirigiría sus miembros para mover palancas, apretar botones y abrir o cerrar reguladores.
«Vandor, ha sido una larga y terrible batalla la que he tenido que librar para perfeccionar este mecanismo. Me he visto obligado a hacer cosas que escandalizarían a la humanidad, pero creo que ha valido la pena. Creo que mi gran obra justifica todo lo que ha costado en vidas y sufrimientos.
«Yo también he pagado un precio. Algo que nunca se podrá reemplazar ha desaparecido en mí. Creo, Vandor, que me he despojado de todos mis instintos humanos. Excepto en que soy mortal, me he convertido en una máquina tan fría como ésta que está detrás de ti. A veces la odio por esta causa; pero, pese a todo, moriría por ella. Vería a otros morir por su causa sin inmutarme, como ya he hecho en el pasado. Debe vivir. Es el mayor logro de la humanidad».