CAPÍTULO IV

Muerte en la noche

En más de una ocasión a lo largo de mi vida me había visto en situaciones apuradas, pero me pareció entonces que rara vez me había metido en una trampa semejante. Las pisadas se acercaban rápidamente por el pasillo. Su sonido indicaba que eran producidas por más de una persona.

Si eran sólo dos hombres, podría abrirme paso entre ellos luchando; pero el ruido del encuentro atraería a los que se encontraban en la habitación vecina, y con certeza cualquier lucha, por breve que fuera, me retrasaría el tiempo suficiente para que me alcanzaran antes de que escapase.

¡Escapar! ¿Cómo podría escapar si era descubierto? Aunque alcanzara el balcón, ellos irían pegados a mis talones, y no podría ascender por el frontis con la velocidad necesaria para ponerme fuera del alcance de sus manos.

Mi posición parecía desesperada, y precisamente entonces mi mirada se posó en el aparador de la esquina, y reparé en la separación de un pie de ancho que había entre mi persona y la pared.

Los pasos sonaban casi junto a la puerta. No había tiempo que perder. Rápidamente, me deslicé detrás del aparador y esperé.

Justo a tiempo. Los hombres del pasillo entraron en la habitación casi inmediatamente, tan de inmediato que pareció que tenían que haberme visto, pero, al parecer, no fue así, ya que se dirigieron sin detenerse a la puerta de la otra cámara, que abrió uno de ellos.

Desde mi escondite, oculto por la sombra del aparador, podía distinguir claramente a este hombre al igual que la otra habitación.

Lo que vi más allá de la puerta me dio bastante que pensar. Se trataba de una estancia espaciosa, en cuyo centro se hallaba una gran mesa. En torno a la misma se sentaban al menos cincuenta hombres, los cincuenta individuos de apariencia más endurecida que yo había visto juntos. En la cabecera de la mesa se sentaba un hombre enorme al que reconocí de inmediato como Ur Jan. Era un hombre muy grande pero bien proporcionado, de una mirada se apreciaba que era un luchador formidable.

Podía ver al hombre que mantenía abierta la puerta, pero no a su acompañante o acompañantes, ya que el aparador me lo ocultaba.

Ur Jan levantó la vista al abrirse la puerta.

—¿Qué sucede? —preguntó conminativamente—. ¿A quién has traído contigo? —y luego añadió—: Ah, ya lo reconozco.

—Tiene un mensaje para ti, Ur Jan —dijo el hombre de la puerta—. Dice que es muy urgente, de lo contrario no lo hubiera traído aquí.

—Déjalo entrar —dijo Ur Jan—, y veamos qué quiere; tú puedes retornar a tu puesto.

—Entra —dijo el hombre a su acompañante—. Y ruega a tu primer antepasado que tu mensaje interese a Ur Jan, pues de lo contrario no saldrás de esta sala por tu propio pie.

Se hizo a un lado, y vi a un hombre pasar y entrar en la habitación. Era Rapas, el Ulsio.

Con sólo ver su espalda, mientras se aproximaba a Ur Jan, supe que estaba nervioso y que tenía miedo. Traté de imaginarme qué podría haberlo llevado allí, evidentemente, no pertenecía al gremio. La misma cuestión como revelaron sus siguientes palabras, también intrigaba a Ur Jan.

—¿Qué buscas aquí Rapas, el Ulsio?

—He venido como amigo —contestó Rapas—. Le traigo a Ur Jan unas noticias que hace mucho tiempo que desea oír.

—La mejor noticia que podías haberme traído es que alguien te cortó tu asquerosa garganta.

Rapas se rió…, con una risa nerviosa y forzada.

—El gran Ur Jan tiene un gran sentido del humor —masculló Rapas con tono servil.

El bruto sentado a la cabecera de la mesa se puso en pie de un salto y golpeó fuertemente la sólida tabla de madera, de sorapo, con su poderoso puño.

—¿Qué te hace creer que bromeo, miserable garganta cortada? Pero será mejor que rías mientras puedas, porque si no tienes nada importante que decirme, si has entrado en este lugar prohibido, interrumpiendo nuestra asamblea sin una buena razón, te abriré una nueva boca en la garganta, pero te aseguro que no podrás reírte por ella.

—Sólo quiero hacerte un favor —suplicó Rapas—. Estoy seguro de que la información que traigo te interesará, si no, no hubiera venido.

—Muy bien, ¡rápido! Desembucha. ¿De qué se trata?

—Sé quién es el asesino de Fal Silvas.

Ur Jan se rió; era la suya una risa un tanto repulsiva.

—También yo —rugió—, es Rapas, el Ulsio.

—No, no, Ur Jan —lloriqueó Rapas—, te equivocas conmigo. Escúcha.

—Has sido visto entrando y saliendo de la casa de Fal Silvas —acusó el jefe de los asesinos—. Eres empleado suyo; ¿y para qué emplearía a un tipo como tú salvo para cometer sus asesinatos?

—Sí, es verdad que voy a menudo a la casa de Fal Silvas. Me ha empleado como guardaespaldas, pero sólo acepté el cargo para poder espiarlo. Ahora que sé lo que quería, he acudido directamente a ti.

—Muy bien, ¿qué es lo que has sabido?

—Ya te lo he dicho. Sé quién es su asesino.

—Bueno…, si no eres tú, ¿quién es?

—Ha contratado a un extranjero…, a un panthan llamado Vandor. Ese hombre es el que comete sus asesinatos.

No pude reprimir una sonrisa. Todo hombre cree que es un gran juez de caracteres, y cuando, como entonces, ve cumplidas sus suposiciones, tiene razones para sentirse satisfecho; y mucho más porque, en realidad, pocos son capaces de juzgar acertadamente a los demás, y por ello muy raro que alguien pueda congratularse de sus éxitos en este campo.

Nunca había confiado en Rapas, y desde el principio lo había catalogado como una serpiente y un traidor. Ahora no cabía duda de que lo era.

Ur Jan lo contempló con escepticismo.

—¿Y por qué me traes esta información? No eres amigo mío y, por lo que sé, tampoco eres amigo de ninguno de mis hombres.

—Pero deseo serlo —mendigó Rapas—. Arriesgué mi vida para obtener esta información para ti, porque deseo unirme al gremio y servir a las órdenes del gran Ur Jan. Si tal cosa sucediera, sería el día más feliz de mi vida. Ur Jan es el hombre más grande de Zodanga… es el hombre más grande de todo Barsoom. Quiero servirle, y le serviré fielmente.

Todos los hombres son susceptibles a los halagos, y a menudo, cuanto más ignorantes, tanto más susceptibles son. Ur Jan no era una excepción. Uno casi podía verlo pavonearse. Alzó sus grandes hombros e infló el pecho.

—Bien —dijo en un tono de voz más suave—, nos lo pensaremos. Quizás podamos utilizarte, primero tendrás que arreglártelas para que podamos disponer de Vandor —echó una rápida mirada en torno a la mesa—. ¿Alguno de vosotros lo conoce?

Un coro de negativas fue la respuesta, nadie admitió conocerme. —Yo puedo enseñártelo —dijo Rapas, el Ulsio—. Puedo conducirte junto a él esta misma noche.

—¿Qué te hace creerlo así? —preguntó Ur Jan.

—Tengo una cita con él más tarde en una casa de comidas que frecuenta.

—No es mala idea. ¿A qué hora es la cita? —A la octava zode y media.

Ur Jan recorrió la mesa con la vista.

—Uldak—eligió al fin—, irás con Rapas; y no vuelvas mientras Vandor siga vivo.

Logré echarle una buena mirada a Uldak cuando Ur Jan lo señaló y, mientras salía con Rapas para matarme, fijé en mi mente cada detalle de su apariencia, incluyendo su forma de andar y, aunque sólo lo vi durante un momento, sabía que nunca la olvidaría.

Mientras ambos hombres salían de la gran cámara y cruzaban la antesala en la que yo me ocultaba, Rapas le explicó a su compañero el plan que tenía en mente.

—Te enseñaré la situación de la casa de comidas donde voy a encontrarme con él. Así podrás volver más tarde, y sabrás que el hombre que esté conmigo es el hombre que buscas.

No pude sino sonreír cuando los dos desaparecieron por el pasillo, alejándose del alcance de mi oído. ¿Qué hubieran pensado de saber que su objetivo estaba a sólo unas pocas yardas?

Yo quería seguir a Rapas y a Uldak, porque tenía un plan muy divertido; pero no podía salir de detrás del aparador sin pasar por delante de la puerta abierta de la sala donde se encontraban Ur Jan y sus cincuenta asesinos.

Parecía como si tuviera que esperar a que la reunión terminara y la compañía se dispersara antes de poder abrirme paso hacia el techo y mi volador.

Aunque tengo inclinación a irritarme ante la inactividad forzosa, aproveché la ocasión para familiarizarme con los rostros de todos los asesinos que podía ver. Algunos de ellos me daban la espalda, pero incluso éstos ocasionalmente me permitían vislumbrar su perfil.

Tuve suerte en empezar a memorizar sus rostros desde el principio, porque un momento después de la marcha de Rapas y Uldak, Ur Jan se dio cuenta de que la puerta estaba abierta y ordenó a uno de sus asesinos que la cerrara.

Apenas había corrido el cerrojo, yo salí de detrás del aparador y pasé al corredor.

No vi ni oí a nadie en la dirección que los asesinos habían empleado al ir y venir de la antesala, y como mi camino me conducía en la dirección opuesta, poco tenía que temer. Me dirigí rápidamente hacia la habitación por la que había entrado, ya que el éxito del plan que tenía en mente dependía de que llegara a la casa de comidas antes de Rapas y Uldak.

Alcancé el balcón y trepé sin problema hasta el techo. Poco después metí mi nave en el hangar que tenía alquilado en el tejado de la casa pública. Bajé a la calle, y marché hacia la casa de comidas a la que Rapas conducía a Uldak con la razonable certeza de que llegaría antes que la encantadora parejita.

Encontré un lugar desde el que podía vigilar la entrada y aguardé. La espera no fue larga, pues al poco tiempo descubrí acercarse a ambos. Se detuvieron a poca distancia del lugar, en la intersección de dos avenidas y, una vez que Rapas se la hubo señalado a Uldak, se separaron, continuando Rapas hacia la casa de comidas mientras que Uldak se volvía por donde había venido.

Todavía faltaba media zode para la cita con Rapas, y por el momento no me preocupé por él… Uldak me interesaba más.

Apenas Rapas hubo pasado ante mí, por la acera de enfrente, salí de mi escondite y caminé rápidamente en la misma dirección que Uldak.

Cuando alcancé la intersección, vi al asesino a poca distancia. Caminaba con lentitud, sin duda limitándose a matar el tiempo hasta la hora en la que debía verse con Rapas en la casa de comidas.

Manteniéndose en el lado opuesto de la calle, lo seguí durante una distancia considerable hasta que entró en un barrio que parecía desierto; yo no deseaba audiencia para lo que pensaba hacer.

Cruzando la avenida, incrementé mi paso; la distancia entre los dos se acortó rápidamente, hasta que estuve a sólo unos pasos detrás de él. Yo me había movido muy lentamente y no se percató de que alguien se le acercaba.

—¿Me estás buscando? —pregunté.

Él se volvió instantáneamente, y su mano derecha voló hacia la empuñadura de su espada. Me miró fijamente.

—¿Quién eres? —me ordenó que le dijera. —Quizás me equivoque, ¿no eres tú Uldak? —¿Y qué?

Yo me encogí de hombros.

—Nada, excepto que tenía entendido que te habían enviado a matarme. Me llamo Vandor.

Según dejaba de hablar, tiré de mi espada. Él pareció completamente atónito cuando le revelé mi identidad, pero no había nada que pudiese hacer salvo defenderse, y mientras desenvainaba su espada soltó una desagradable risita.

—Debes de ser un idiota. Cualquiera que no fuera tonto correría a esconderse al saber que Uldak lo buscaba.

Evidentemente se consideraba un gran espadachín. Yo podía haberle confundido revelándole mi identidad, porque cualquier guerrero Barsoomiano se desmoralizaría al saber que se enfrentaba a John Carter, pero no se lo dije. Me limité a la lucha, tanteándolo para averiguar si era capaz de cumplir su fanfarronada.

Era, en verdad, un excelente espadachín y, tal como había esperado, tramposo y sin escrúpulos. La mayoría de los asesinos carecen del menor vestigio de honor; son simplemente carniceros.

Al principio luchó con bastante limpieza, pues pensó que podía superarme fácilmente, pero cuando vio que no era así, echó mano de varios recursos turbios y, finalmente, intentó lo imperdonable: sacar su pistola.

Conociendo a los de su calaña, me esperaba algo similar; y en cuanto sus dedos se cerraron en tomo a la culata del arma, aparté a un lado su espada y dejé caer la mía pesadamente sobre su muñeca izquierda, casi cortándole la mano. Él retrocedió con un aullido de ira y dolor; yo no le concedí tregua. Entonces imploró clemencia, gritando que no era Uldak, que yo me había equivocado, suplicándome que lo dejara ir. Luego aquel cobarde se dio la vuelta para huir, obligándome a hacer algo que no me gustaba; pero para realizar mi plan no podía dejarlo con vida. Así que salté tras de él y lo traspasé de parte a parte por la espalda. Uldak cayó muerto boca abajo.

Mientras retiraba mi espada de su cuerpo, mire alrededor de mí. No había nadie a la vista. Di la vuelta al cadáver y dibujé una cruz con mi espada sobre el corazón.