He contraído una eterna deuda de gratitud con mi querida amiga y editora, la gran Faith Sale. Para mi sorpresa, siempre descubría la diferencia entre lo que yo trataba de escribir y lo que quería escribir. Me prometió su apoyo hasta que terminara este libro, y aunque murió antes, creo que cumplió su promesa.

Mi profesora de escritura creativa y mentora durante muchos años, Molly Giles, la sucedió como editora y resucitó este libro en una época en que a mí me daba pánico volver las páginas. Gracias, Molly, por tu agudeza visual y auditiva y por tus sugerencias, siempre fieles a mis intenciones. También he apreciado mucho tus grandes dosis de optimismo en tiempos que ahora podemos calificar de nefastos.

Fue una bendición contar con la ayuda, el afecto y la protección de Lou y Greg, la orientación de Sandra Dijkstra, Anna Jardine y Aimée Taub y el apoyo moral de todos aquellos que han hecho llegar sus mensajes al Grupo de Apoyo a la Tercera Edad de AOL.

Quisieron la suerte y el destino que dos «escritoras fantasmas[1]» me asistieran en el último borrador. El alma de esta historia pertenece a mi abuela; su voz, a mi madre. Todo el mérito por las cosas buenas es suyo, y ya les he prometido que la próxima vez trataré de superarme.