LA VIDA DE RISA, tal como ella la conocía, terminó el día en que los aplaudidores hicieron saltar por los aires la chatarrería. Al final todo el mundo supo que se había tratado de aplaudidores, no de Connor. Las pruebas eran irrefutables. Especialmente después de la confesión del aplaudidor que había sobrevivido.
A diferencia de Connor, Risa no perdió el conocimiento. Aunque quedó inmovilizada bajo una viga de acero, permaneció todo el tiempo completamente consciente. Mientras estaba allí, entre los escombros, el dolor que sintió al caer la viga se le fue pasando en parte. No sabía si eso era buena o mala señal. Dalton, sin embargo, sufría dolores insoportables y estaba aterrorizado. Risa lo tranquilizaba: le estuvo hablando, diciéndole que todo iba bien, que todo terminaría bien; y siguió diciéndoselo hasta el momento en que murió. El guitarrista tuvo más suerte: fue capaz de salir de los escombros por su propio pie, pero no pudo sacar a Risa, así que se fue, prometiéndole traer ayuda. Y debió de cumplir su promesa, pues la ayuda llegó al final. Se necesitó a tres personas para levantar la viga, pero bastó con una para sacarla de allí.
Ahora Risa descansa en una sala del hospital, atada a un artilugio que más parece un instrumento de tortura que una cama. Está acribillada de alfileres como una muñeca de vudú. Los alfileres aguantan en el punto exacto por medio de un entramado rígido. Puede ver los dedos de los pies, pero no sentirlos. De ahora en adelante, tendrá que bastarle con verlos.
—Tienes una visita, Risa.
La enfermera está a la puerta, y al hacerse a un lado, aparece Connor en ella. Está magullado y lleno de vendas, pero vivo. A Risa se le llenan al instante los ojos de lágrimas, pero sabe que no puede ponerse a llorar, porque aún le duele mucho cuando llora.
—Sabía que me estaban mintiendo —dice—. Me dijeron que habías muerto en la explosión, que habías quedado atrapado en el edificio. Pero yo te vi salir. Sabía que me estaban mintiendo.
—Seguramente habría muerto —dice Connor—, pero Lev me cortó la hemorragia. Me salvó.
—También me salvó a mí —dice Risa—. Él me sacó del edificio.
Connor sonríe:
—No está mal para un asqueroso diezmito.
Por la expresión de su rostro, Risa comprende que Connor no sabe que Lev era uno de los aplaudidores, el único que no llegó a estallar. Decide no decírselo. Sigue apareciendo todo en las noticias, así que no tardará en enterarse.
Connor le explica lo de su coma y su nueva identidad. Risa le informa de que han atrapado a muy pocos chicos de Happy Jack, pues después de la explosión arremetieron contra las puertas y se dieron a la fuga. Mientras habla, Risa le mira el cabestrillo. Es evidente que los dedos que salen de él no son los de Connor. Comprende lo que debe de haber sucedido, y se da cuenta de que a Connor le da vergüenza.
—Entonces, ¿qué dicen? —pregunta Connor—. Sobre las heridas, me refiero. Te vas a poner bien, ¿no?
Risa piensa cómo debe decírselo, y decide hacerlo con rapidez:
—Dicen que estoy paralizada de la cintura para abajo. Connor espera que siga, pero eso es todo lo que ella tiene que decir.
—Bueno… eso no es tan malo, ¿no? Podrán encontrar un remedio, ¿verdad? Siempre lo encuentran.
—Sí —dice Risa—. Lo arreglan reemplazando la columna seccionada con la columna de un desconectado. Por eso me he negado.
Él la mira sin podérselo creer. A su vez, ella señala el brazo de Connor:
—Tú habrías hecho lo mismo si ellos te hubieran dado la oportunidad. Bueno, a mí me la dieron, y por eso me negué.
—Lo siento, Risa.
—¡No lo sientas! —Lo único que no quiere recibir de Connor es piedad—. Ahora ya no me pueden desconectar… La ley prohíbe la desconexión de discapacitados. Pero si me operaran, entonces me desconectarían en cuanto curara. Por eso tengo que permanecer entera. —Risa le dirige una sonrisa triunfal—: ¡No eres tú el único que ha burlado al sistema!
Él le sonríe y mueve el hombro vendado. El cabestrillo se desplaza, exponiendo un poco más de su nuevo brazo, lo suficiente para que el tatuaje quede a la vista. Él intenta ocultarlo, pero ya es demasiado tarde. Risa lo ha visto, y comprende. Cuando encuentra la mirada del ojo de Connor, este lo aparta avergonzado.
—¿Connor…?
—Lo prometo —dice—. Te prometo que no te tocaré nunca con esta mano.
Risa sabe que este es un momento crucial para ambos. Ese brazo es el mismo que una vez la empujó contra la pared del aseo. ¿Cómo podría ahora mirarlo y sentir otra cosa aparte de disgusto? Esos dedos amenazaban con hacer cosas indescriptibles, ¿cómo van a hacerla sentir algo que no sea repugnancia? Pero al mirar a Connor, todo eso desaparece, y solo queda él.
—Déjame verlo —dice ella. Connor duda, así que ella alarga la mano y lo saca suavemente del cabestrillo—: ¿Te duele…?
—Un poco.
Ella le pasa los dedos por el dorso de la mano:
—¿Lo notas?
Connor asiente con la cabeza.
Entonces ella eleva suavemente la mano para llevársela a la cara, y aprieta la palma contra su mejilla. La aguanta allí un rato, y después la suelta, devolviéndosela a Connor. Él le pasa la mano por la mejilla, y le seca una lágrima con el dedo. Le acaricia el cuello suavemente. Ella cierra los ojos. Risa nota en sus labios las yemas de los dedos de él, antes de que retire la mano. Risa abre los ojos y toma la mano entre las suyas, para apretarla bien fuerte.
—Ahora sé que esta mano es tuya —le dice—. Roland nunca me habría tocado así.
Connor sonríe, y Risa se toma un instante para contemplar el tiburón de la muñeca. Y ve que ese tiburón ya no le da miedo, pues ha sido domado por el alma de un muchacho. No: por el alma de un hombre.