64. Connor

DESOLADO, CONNOR MIRA por la ventana del dormitorio. Lev se encuentra allí, en Happy Jack. Cómo ha podido llegar hasta allí, eso no importa. Lo único que importa es que lo van a desconectar, que todo ha sido inútil. Y esa sensación de inutilidad lo embarga de tal modo que siente como si una parte de él ya hubiera sido desgajada y llevada al mercado.

—¿Connor Lassiter?

Se vuelve para ver a dos guardias que están en la puerta. A su alrededor, la mayor parte de los chicos han abandonado la unidad para entregarse a las actividades vespertinas. Los que quedan echan un breve vistazo a los guardias y a Connor para enseguida apartar la vista y ocuparse en cualquier cosa que los mantenga al margen de aquel asunto.

—Sí. ¿Qué quieren?

—Se requiere tu presencia en la clínica de la Cosechadora —dice el primer guardia. El otro no habla. Se limita a mascar chicle.

La primera reacción de Connor es pensar que aquello no es lo que parece que es. A lo mejor los ha enviado Risa, que quiere tocar algo para él. Al fin y al cabo, ahora que ella está en la orquesta, tendrá más influencia que un desconectable normal, ¿no?

—La clínica de la Cosechadora… —repite Connor—. ¿Para qué?

—Bueno, digamos que hoy abandonas Happy Jack.

«Chompf, chompf», hace el otro guardia.

—¿Me voy…?

—Vamos, chaval, ¿te lo vamos a tener que deletrear? Tú eres un problema aquí. Hay demasiados chicos que te admiran, y eso nunca es buena cosa en la Cosechadora. Así que la administración ha decidido poner cartas en el asunto.

Avanzan hacia Connor, y lo levantan por los brazos.

—¡No! ¡No! ¡No pueden hacer esto!

—Claro que podemos, y lo vamos a hacer. Es nuestro trabajo. Y da igual que nos lo pongas fácil o difícil, porque el trabajo hay que hacerlo cueste lo que cueste.

Connor mira a los otros muchachos, pensando si podrá recurrir a ellos en busca de ayuda, pero comprende que no.

—Adiós, Connor —dice uno, pero ni siquiera mira hacia él.

El guardia que mastica chicle parece más comprensivo, lo que significa que tal vez haya un modo de llegar a él. Connor lo mira implorante. Eso hace que deje por un instante de mascar el chicle. El guardia piensa por un momento y dice:

—Tengo un amigo que está buscando unos ojos castaños porque a su novia no le gusta los que tiene. Es un tipo muy majo… Tienes suerte.

—¿¡Qué!?

—Sí, a veces tomamos reservas de órganos y tal —explica—. Es una de las ventajas del oficio. De todas maneras, te lo digo para tranquilizarte: tus ojos no irán a parar a un pordiosero ni nada por el estilo.

El otro guardia se ríe por lo bajo:

—Bien pensado. Bueno, hay que ponerse en marcha.

Tiran de Connor para que avance, y él intenta prepararse, pero ¿cómo puede uno prepararse para algo como aquello? Puede que sea verdad lo que dicen, puede que no vaya a morir. Puede que sea solo pasar a una nueva forma de vida. Podría tratarse de algo no tan malo, ¿no? ¿No…?

Trata de imaginar cómo será para un preso ser conducido a donde van a ejecutarlo. ¿Pelean…? Connor intenta imaginarse a sí mismo lanzando patadas y chillando durante todo el camino hasta la chatarrería, pero ¿de qué iba a servir? Si su tiempo sobre la faz de la Tierra en forma de Connor Lassiter está llegando a su fin, entonces quizá lo mejor sea emplearlo bien. Debería permitirse a sí mismo pasar sus últimos momentos comprendiendo y apreciando quién fue. ¡No! ¡Quién es todavía! Debería ser consciente de las últimas bocanadas de aire que entran y salen de sus pulmones, mientras esos pulmones siguen bajo su control. Debería sentir la tensión y relajación de sus músculos al moverse, y apreciar todo lo que pueda ver con sus propios ojos en Happy Jack, para guardar aquellas imágenes en el cerebro.

—Quitadme las manos de encima, iré caminando yo solo —les ordena a los guardias, y ellos lo sueltan al instante, tal vez atónitos por la autoridad de su voz. Connor gira los hombros, mueve el cuello hasta hacerlo restallar, y avanza con zancada firme. El primer paso es el más duro, pero en ese momento decide que no correrá ni se resistirá, que no temblará ni forcejeará, que recorrerá el último trayecto de su vida con andar seguro, para que dentro de unas semanas alguien, en alguna parte, reciba en la mente el recuerdo de que aquel joven, fuera quien fuera, había afrontado su desconexión con dignidad y orgullo.