ODIA SU TRABAJO, odia el calor, odia tener que permanecer delante de la chatarrería durante horas vigilando las puertas, asegurándose de que no entra ni sale nadie que no esté autorizado. En la CAES soñaba con fundar un negocio con sus amigos, pero nadie les presta el dinero a los niños de las CAES. Ni siquiera consiguió engañar a nadie cambiándose el apellido de Expósito a Mullard (que era el apellido de la familia más rica de la ciudad), pues resultó que la mitad de los niños de su Casa Estatal se pusieron el mismo apellido al salir, imaginándose que iban a deslumbrar al mundo. Al final solo se engañó a sí mismo. Lo mejor que ha conseguido en el año que lleva fuera de la CAES han sido algunos trabajos poco gratificantes, el último de los cuales es de guardia en una Cosechadora.
En el terrado, la orquesta ha empezado a tocar las piezas de por las tardes. Al menos eso ayuda a que el tiempo pase más rápido.
Se acercan dos desconectables que suben la escalera en dirección a él. No van escoltados por guardias, y llevan sendas fuentes tapadas con papel de aluminio. Al guardia no le gusta la pinta que tienen los dos: el chico lleva la cabeza rapada; la chica es asiática.
—¿Qué queréis? No deberíais estar aquí.
—Nos han dicho que les demos esto a los de la orquesta. —Los dos parecen nerviosos y le resultan sospechosos. Pero eso no es nada nuevo: todos los desconectables se ponen nerviosos al acercarse a la chatarrería, y para el guardia todos los desconectables tienen aspecto sospechoso.
El guardia echa un vistazo bajo el papel de aluminio: es pollo asado con puré de patatas. De vez en cuando les suben comida a los de la orquesta, pero normalmente es el personal del centro quien se la lleva, no unos desconectables.
—Creí que acababan de comer.
—Me parece que no —dice el chico de la cabeza rapada. Da la impresión de que él preferiría encontrarse en cualquier lugar del mundo en vez de delante de la chatarrería, así que el guardia decide alargar la cosa para hacerles permanecer más tiempo allí.
—Tendré que avisar —dice. Saca su teléfono y llama a la oficina de recepción. Da comunicando. Típico. Se pregunta qué puede acarrearle más problemas, si dejarles entrar con la comida, o mandarles de regreso en caso de que realmente los haya enviado la administración. Observa la fuente que tiene la chica en las manos—. Déjame ver eso. —Levanta el papel de aluminio y coge la pechuga de pollo más grande:
—Atravesad las puertas de cristal. La escalera queda a la izquierda. Si os veo por algún sitio que no sea subiendo la escalera, iré allí y os dispararé una bala aletargante tan rápido que no sabréis qué os ha pasado.
Una vez dentro, no los ve nadie, y, por tanto, nadie se acuerda de ellos. El guardia no sabe que, aunque se han metido en la escalera, no le llevan la comida a la orquesta y han dejado apartadas las fuentes. Tampoco llegó a ver las pequeñas tiritas que tenían pegadas en las palmas de las manos.