LOS DORMITORIOS están divididos en unidades. Hay treinta chicos en cada unidad: treinta camas en una sala larga y estrecha en la que penetra la alegre luz del día por grandes e irrompibles ventanales. Cuando se prepara para la cena, Connor nota que han quitado las sábanas a dos de las camas de su unidad, y que no se ve por ningún lado a los chicos que dormían en ellas. Todo el mundo se da cuenta pero hacen como si no, salvo un chico que se apodera de una de las camas libres porque al colchón de la suya se le salen los muelles.
—El colchón roto se lo cedo al que llegue —comenta—, yo quiero dormir cómodo mi última semana.
Connor no puede recordar ni los nombres ni las caras de los chicos desaparecidos, y eso le da miedo. Le abruma el peso de todo lo ocurrido aquel día; la manera en que algunos chicos piensan que él podrá salvarlos de algún modo, cuando él sabe perfectamente que ni siquiera podrá hacer nada por sí mismo; la manera en que el personal del centro sigue provocándolo para que cometa una equivocación. Su único consuelo es saber que Risa está a salvo, al menos de momento.
La ha visto después de la comida de mediodía, cuando se fue a ver a la orquesta. Había estado buscándola por todas partes, y resulta que la tenía allí delante, a la vista, tocando con toda su alma. Risa le había dicho que tocaba el piano, pero él nunca le dio mucha importancia. Pero Risa es asombrosa, y ahora a él le gustaría haber dedicado más tiempo a enterarse de quién era ella antes de escapar de aquel autobús. Cuando Risa lo descubrió aquella tarde, mirándola, le sonrió…, algo que hacía muy raramente. Pero la sonrisa fue rápidamente sustituida por una expresión que daba cuenta de la realidad: ella estaba allí arriba, y él allí abajo.
Connor se queda tan ensimismado en el dormitorio que, cuando levanta la vista, se da cuenta de que todo el mundo allí se ha ido a cenar. Cuando se levanta para salir, ve que hay alguien en la puerta. Se para en seco. Es Roland.
—Se supone que tú no puedes estar aquí —le dice Connor.
—No, efectivamente —admite Roland—, pero estoy gracias a ti.
—No es a eso a lo que me refería. Si te pillan fuera de tu unidad, te añadirán una falta y te desconectarán antes.
—Eres muy amable preocupándote.
Connor se dirige hacia la puerta, pero Roland le cierra el paso.
Por primera vez, Connor nota que a pesar de la musculatura de Roland, no son muy distintos de estatura. Connor siempre pensó que Roland le sacaba mucho, pero no. Connor se prepara para lo que Roland pueda tener escondido en la manga, y le dice:
—Si estás aquí por algún motivo, suéltalo. Si no, hazte a un lado para dejarme pasar.
Hay tanto odio en la expresión del rostro de Roland que podría envenenar con él a la unidad entera.
—Te podría haber matado docenas de veces. Tendría que haberlo hecho, y ahora no estaríamos aquí.
—Tú nos denunciaste en el hospital —le recuerda Connor—. Si no lo hubieras hecho, no estaríamos aquí. ¡Habríamos vuelto al Cementerio, y tan campantes!
—¿Qué Cementerio? Allí ya no queda nada. ¡Tú me encerraste en esa caja y dejaste que lo destrozaran todo! ¡Yo les habría puesto freno, pero tú me lo impediste!
—Si tú hubieras estado allí, te las habrías apañado para matar al Almirante con tus propias manos. ¡Qué mierda, tú habrías matado a los dorados si otro no lo hubiera hecho antes! ¡Así eres tú: eso es lo que eres!
De repente Roland se queda mudo, y Connor sabe que ha ido demasiado lejos.
—Bueno, si soy un asesino, ya estoy malgastando el tiempo —dice Roland—. Mejor me pongo manos a la obra.
Roland se balancea para coger impulso. Connor se apresura a defenderse, pero pronto está haciendo algo más que defenderse: extrae fuerzas de su propio manantial de furia, y arremete con toda la brutalidad de que es capaz.
Es la pelea a la que nunca llegaron en el almacén. Es la lucha que Roland andaba buscando al encerrar a Risa en el aseo. Tanto uno como otro lanzan los puños con toda la rabia que cabe en el mundo. Se empujan uno al otro contra las paredes y el armazón de las camas, golpeándose sin descanso. Connor sabe que aquella no es como cualquier pelea en la que se haya metido antes y que, si bien Roland no tiene ningún arma, tampoco la necesita, pues él es su propia arma.
Roland es más fuerte, y cuando Connor empieza a cansarse, Roland lo agarra por la garganta y lo golpea contra la pared, apretándole la tráquea con todas sus fuerzas. Connor se resiste, pero Roland lo agarra con una fuerza a la que no puede poner resistencia. Golpea a Connor contra la pared una vez y otra, sin soltarle el cuello ni un instante.
—¡Me has llamado asesino, pero tú eres el único delincuente que hay aquí! —grita Roland—. ¡Yo no cogí ningún rehén! ¡Yo no le disparé a ningún poli! ¡Y yo nunca he matado a nadie! ¡Hasta ahora! —Entonces aprieta los dedos y le cierra la tráquea completamente.
Connor forcejea, pero su capacidad de resistencia es menor al quedarse sin oxígeno con el que alimentar los músculos. Se le agita el pecho por la falta de aire. Su visión comienza a oscurecerse hasta que no puede ver otra cosa que la mueca furiosa de Roland. ¿Es preferible morir o ser desconectado? Ahora por fin sabe la respuesta. Tal vez era esto lo que prefería. Tal vez por eso se quedó allí y provocó a Roland: porque prefiere que lo mate una mano furiosa que ser desconectado con fría indiferencia.
El campo de visión se le nubla y se le llena de formas caprichosas y frenéticas. La oscuridad se cierne sobre él. Pierde la conciencia.
Pero solo por un instante.
Pues en un instante su cabeza golpea el suelo, y él empieza a recobrarse. Y cuando su visión se aclara un poco, ve a Roland, que lo contempla desde encima de él. Está simplemente allí, de pie, mirándolo fijamente. Para sorpresa de Connor, hay lágrimas en los ojos de Roland, unas lágrimas que intenta ocultar tras su furia, pero aun así están allí. Roland contempla la mano que ha estado tan cerca de cobrarse la vida de Connor. No ha sido capaz de llegar hasta el final, y eso le sorprende tanto a él como a Connor.
—Considérate afortunado —dice Roland. Y se va sin decir otra palabra.
Connor no sabe si a Roland le decepciona o le alivia averiguar que no es el asesino que creía ser, pero sospecha que habrá un poco de ambas cosas.